La mayoría de los políticos o funcionarios o aspirantes a ser una o la otra cosa se van olvidando, con más precipitación que prudencia, de su obsesión más reciente: demostrar que, ellos sí, eran dignos de quedarse. Ocurre que ese “que se vayan todos” fue tan genérico, absoluto y maximalista que ninguno de los involucrados se sintió aludido. Es más, el reclamo habría sido consecuencia de una sórdida campaña de desprestigio de las instituciones políticas al servicio de vaya uno a saber qué oscuros intereses.
Así y todo, debiera existir cierto cuidado, cierto tino, algún recato, un poco de cautela, por más que, por esos milagros de la economía y esos aún menos usuales aciertos de la política presidencial, el reclamo fuera desapareciendo de la superficie de las cosas a tono con ciertos auspiciosos aires de prosperidad. Mejor así.
Mejor así, pero a no exagerar. A no olvidarse de ese reclamo que parece estar más pospuesto que descartado.
Sin embargo, los aludidos se olvidan, como suelen olvidarse de todo, especialmente de que los cargos que ocupan y los salarios que perciben son a cambio de algún trabajo, en lo preferible, útil.
Sin ir muy lejos, en esta semana la legisladora porteña Sandra Bergenfeld denunció dicen que judicialmente al jefe de Gobierno de la ciudad por la usurpación o uso indebido de título y honores: el señor Telerman se hace o dejar llamar “licenciado”. Peor, con mayúsculas: Licenciado, con lo que de paso infringe una queridísima regla del idioma sin la cual no sabríamos qué hacer, haciendo uso indebido si no de título, de mayúscula.
No se entiende muy bien qué le ve monsieur Teleman de sexy o atractivo a una licenciatura en vaya uno a saber qué y parece más bien pavo eso de atribuirse o dejarse atribuir lo que no se es ni se posee, en mayor medida si se trata de algo tan insignificante, pero convengamos que el señor Telerman hace uso indebido de título a lo sumo por coquetería, y no para extraer de su impostura alguna clase de beneficio. Dicho de otra forma, el señor Telerman no es jefe de Gobierno por arrogarse algún título sino, a lo sumo, porque Dios es grande. Asimismo, los daños que pudiera ocasionar a la ciudad y sus habitantes no serían consecuencia de su impostura, sino de él mismo, más allá de que se pretenda licenciado, geólogo o inside izquierdo.
Ahora bien, si monsieur Telerman requiere indudablemente de una terapia que le permita madurar lo suficiente como para dejar de seguir jugando, sino al doctor, al licenciado ¿qué diablos le pasa a la señorita -o señora- Bergenfeld? ¿No tiene nada mejor qué hacer? ¿No hay nada qué hacer ahí, en ese enorme edificio? Cambiar una lamparita, trapear las escaleras, barrer el ascensor…, algo.
¿Acaso cree que lo que hace es “política”?
Claro, están en campaña -o precampaña- y debe pensar que todo consiste en criticar al vecino por cualquier pavada o irresponsabilidad.
Otro tanto ha de lucubrar la señora, señorita, licenciada, arcipreste y básica -aunque transitoriamente- ministra de derechos humanos porteña Gabriela Cerruti, quien acusa al titular de los cascos blancos -que no se sabe para qué sirven pero para eso, no-, Gabriel Fucks, de incendiar una villa miseria.
Parece ser -según la ministra- que el licenciado Fucks habría prometido meter fuego a todas las villas si le “tocaban” no sé qué funcionario, afirmación que alguien -tal vez la ministra o el propio Fucks- tomó en sentido literal.
La sociedad ya viene medio harta de tanta pavada desde que a la señora Elisa Carrió se le dio por transformarse en Fabio Zerpa. Todo será muy gracioso, en realidad, si tanto orate no estuviera jugando con nuestro dinero sin acabar de imaginar el alcance que tiene su irresponsabilidad y casi confeso desinterés por la vida de las personas de a pie.
¿Se ganan así las elecciones? Pues que les aproveche. Pero esto no es política sino talk show de malas actrices necesitadas de promoción.