Místicos del monte misionero

Encuentro con un hombre y una mujer notables. La búsqueda de identidad y la ética religiosa. La comunión con la naturaleza y la comunidad. La historia y los gauchos federales. Por Eduardo Silveyra.

La última vez que visité a Juan Suaque, el día anterior había llovido y el camino hacia su casa se tornaba complicado de transitar, imposible no embarrarse. Hoy, cuando bajé del Henning –el colectivo de la empresa que pasa por Cerro Romero— una llovizna tenue comenzó a caer, pero a medida que ascendía comprobé que la senda había sido mejorada con tosca y llegué al final de la misma, donde se encuentra su rancho, un poco mojado, pero no embarrado. Corpulento y barbado, tomaba un mate sentado en la pequeña galería, apenas me vio, gritó: ¡Pasá! ¡Pasá! Subí la escalera rústica y empinada, después de saludarnos le acepto un amargo y comentamos sobre la mejora del camino, algo que reclamaban con otros vecinos. Hablamos también sobre cómo viene avanzando el trámite para que a esa parte de la colonia le instalen la luz eléctrica y así pueda dar las clases de apoyo escolar que comenzó a dar en el Salón de Usos Múltiples de la comunidad. A la conversación se suma Flavia, su compañera, delgada, vivaz y elocuente. Entonces le pregunto a Juan, si nació en Buenos Aires por qué no habla con acento misionero y me cuenta:

-No, yo nací acá en Misiones, pero quedé huérfano, quien fue mi padre biológico lo mataron el mismo año que nací, nunca supe por qué y mi madre me dejó en la casa donde parió. Y por la gracia divina me adopta una familia y es por eso que llevo el apellido que tengo. Pero me crío en la provincia de Buenos Aires, con mi abuelo Juan, un gaucho entrerriano y mi madre Marta, una obrera metalúrgica. O sea, una familia trabajadora. Mi abuelo se fue de Entre Ríos en el año 1932 y trabajaba en el Frigorífico Wilson en Valentín Alsina pegado al Riachuelo. Toda una historia familiar de mucha lucha, en tiempos de Yrigoyen, de Uriburu, donde a los trabajadores rurales les iba mal, les pagaban con bonos y bolsas de harina. Recién con Perón las cosas mejoraron para ellos y mi abuelo construye la casa donde yo me crie en Villa Diamante en Lanús. Yo tengo dos formaciones, una la de mi madre que se deslomaba para que yo estudiara y por otro lado la formación gaucha de mi abuelo. Yo pasaba todo el día con él, porque mi madre trabajaba de siete a siete. Así que tengo esa formación ética, la de la ética del trabajo que es la que nos da La Torá. Con valores firmes y mucha disciplina. Fue así que empecé a estudiar psicología en la UBA ahí en la calle Independencia y en la sede de Yrigoyen. Hice la carrera muy rápido, me recibí con diplomade honor y comencé a trabajar como docente en distintos lugares, como el Instituto de Formación Docente y como asesor en el Ministerio de Educación de la Provincia de Buenos Aires. Todo ese trabajo de estudio y de docente me hacía preguntarme de dónde vengo.

-¿Tu mamá biológica, era judía?

-No, es un poco larga la historia, ahí ya nos vamos a ir al año 1400, no sé si querés irte tan lejos. No sé si vos conocés la historia de los Salusim o los cripto-judíos, estamos hablando de los tiempos de la Inquisición, donde a los judíos de España se les dan dos opciones, te convertís al cristianismo o te vas. Y ahí las comunidades judías toman la decisión de irse algunos y otros de convertirse, pero manteniendo los ritos judíos en secreto. Y a estos últimos la Inquisición comienza a perseguirlos, porque ya al tener apellidos españoles y nombres cristianos y no vivir dentro de las juderías, comienzan a hablar sobre la verdad de las escrituras que no son las que se cuentan en La Biblia, pero de manera oculta y eso desata la persecución de la Inquisición. Estudiando esto yo descubro que mi familia tenía practicas judías. Yo me crie en la generación del silencio, el miedo a que te asesinen y esas cosas. Mi madre, tenía una bandeja con una impresión, un grabado, y todos los viernes ponía dos candelabros y encendía dos velas. Yo le preguntaba si se podían correr los candelabros y me decía que no, pero nunca me dijo por qué lo hacía. Lo descubrí cuando a Flavia, mi compañera, le regalaron un libro con recetas de comidas judías y en una ilustración estaba la misma fuente, los candelabros y la impresión que era la estrella de David. Estaba esa cuestión del silencio. Mi abuelo participó del 17 de octubre y después que cayó Perón, tampoco se lo podía nombrar. A mi madre le decían que no lo nombrara porque podían matar a toda la familia. O sea que mi madre creció en una generación del silencio y ellos transmitían ese silencio. Son cosas que yo descubro de grande. Mi abuelo, ya viejito tuvo Parkinson y yo lo higienizaba, ahí descubro también que estaba circuncidado. Y por el lado de la familia biológica, yo vengo acá buscando esa raíz y encuentro que el apellido es Núñez, sigo indagando y Núñez es otro apellido judío, Nun es una letra hebrea que significa heredero y el Ez la última vocalización de la palabra Heretz que quiere decir tierra y el apellido de mi madre biológica es Moté, que en hebreo quiero decir tribu. Ahí yo empiezo a recuperar el hebreo, comienzo a recuperar el idioma y la observancia a La Torá y a partir de esto, saber adónde vamos, a qué pueblo pertenezco y resignifico toda mi historia.

Flavia, abandona por unos momentos la elaboración de las comidas propias del venidero Sabbat y se integra a la conversación, le pregunto cómo se conocieron con Juan y qué los llevó a emprender esta vida en el monte. Y me dice:

-Nos conocimos un poco por lo que él cuenta sobre la búsqueda de su identidad, el participaba en reuniones de agrupaciones civiles en Buenos Aires, y ahí la conoce a mí abuela María Elena Lamadrid, ella tiene una vocación por aprender y estudiar lo afro argentino. Por el lado afro, nosotros venimos de aquellos que fueron traídos como esclavos en la época de la colonia.

-¿Vos tenés el apellido Lamadrid?

-No, mi apellido paterno es Fernández, ella sí porque seguramente estuvieron ligados a la familia Lamadrid y la otra parte tiene el apellido Garay, seguramente por las mismas razones. Bueno, él la conoce a mí abuela y fundan un grupo musical en el que mi abuela me invita a participar, ahí lo conozco y fue todo muy inmediato, nos pusimos de novios y desde ahí hasta hoy seguimos juntos, hace ya como dieciséis años. Y ese estar juntos también viene como resultado de una búsqueda mía, y de hacerme preguntas existenciales, cómo cual es el sentido de la vida, qué hago acá. Yo me crie en una familia con cierto nivel adquisitivo, nunca me faltó nada, me dieron bastantes gustos. Como que la cosa venía por el lado de la vanidad, pero más allá de lo material uno debe preguntarse qué sentido hay en la vida. Tiene que haber algo más. En esa búsqueda, tomamos la decisión de venir a vivir a Misiones, tratando de llevar una vida más espiritual. Si hay algo que tiene de positivo Misiones es la selva misionera. Porque no hay tanta gente que quiera vivir acá, aquí uno está tranquilo, no existen las cosas que alteran la vida como cuando se vive en la ciudad. Acá la gente no está apurada, ya te habrás dado cuenta. No hay inseguridad, no existe tener rejas en la casa, nadie está corriendo, no hay bocinazos. Uno lleva un recado al vecino, y el vecino te pone la silla para que te sientes a tomar a mate. Bueno en esa búsqueda emprendida, yo también llegué a la conclusión de que mi alma es judía.

-¿Sabés de qué parte de África, vinieron tus ancestros?

-No, solo llegué hasta mis bisabuelos. Porque a los africanos que traían acá, los mezclaban con otros de diferentes lugares, para que fueran perdiendo sus costumbres, que perdieran su identidad como personas y como pueblos. Pero, hablando con personas que han investigado esto, por cuestiones físicas y estudios históricos, más o menos podés tener una idea de dónde vienen tus antepasados. Sé que mi abuelo paterno nació en España, en Málaga, porque tenemos la partida de nacimiento. Pero la cuestión judía viene también por la parte de mí padre, que es Fernández Campos y los dos son apellidos cripto judíos. Lo mío con el judaísmo viene también por la cuestión mística, por costumbres y prácticas de mi familia que son propias de los judíos o de los hebreos, mejor dicho. Son certezas que solo se perciben si tenés el alma judía. Estás búsquedas y el estar con él, han ayudado y posibilitado que hayamos tomado la decisión de vivir acá en Misiones en el monte, en contacto directo con la naturaleza y aprendiendo todos los días de ella.

-También emprendieron un viaje por todo el país.

-Sí, –dice Juan— eso  fue a fines de la pandemia, un día sentimos el llamado de salir y salimos a la ruta sin saber adónde ir, solo seguíamos nuestros pasos y anduvimos por el norte, La Pampa, la Patagonia, recorrimos más de 10 mil kilómetros. A veces dormíamos en la calle, a veces en una pensión, también por esas cosas de dios alquilamos un departamento de cuatro ambientes. Fue una experiencia vital muy importante, porque pasó de todo, tuvimos problemas con la policía y con algunos curas y pastores evangélicos.

-¿Cómo fue eso?

-Yo predicaba en la plaza de los pueblos y en los pueblos tenés la iglesia cristiana y al pastor evangélico, algunos se sentían ofendidos. Yo no predicaba la religión judía, solo predicaba la ética de la religión, la ética de La Torá, pero de la misma manera que algunos se enojaban, otros nos abrían las puertas de sus templos y nos cobijaban, porque para ellos también lo importante era la ética, el respeto por el otro. Pero pasó de todo, en Bragado el cura me dejó predicar en la iglesia, en otros lugares me llamaban el loco del parlante, porque yo andaba con ese parlante que está colgado ahí. Otros me llamaban profeta, predicador, algunos judíos que me escuchaban me llamaban rabino otros rabí. Y acá hay una diferencia, para ser rabino tenés que estudiar de manera académica, el rabí es el que aprende con la experiencia, es un sabio popular. Como te decía, fue viaje donde pasó de todo. En Chubut nació mi hija más chica y tuvimos problemas para anotarla, porque no nació en un hospital, nació en una casa que vivimos, hasta que un médico judío nos extendió el certificado de nacimiento y pudo tener su DNI. El viaje, también fue un viaje espiritual, un llamado de El Eterno hacia el conocimiento.

-¿Fabricás instrumentos musicales?

Sí algunos. Eso tiene que ver con el conocimiento de los árboles de la madera, de la vibración de esa madera cuando aún es un árbol. Todas las plantas tienen una sensibilidad, sienten, se comunican a través de las raíces entre sí, eso lo tendríamos que aprender los humanos, comunicarnos desde las raíces. Te voy a mostrar una flauta que es una flauta bíblica y un arpa que tiene cinco cuerdas porque es en escala pentatónica. El arpa está tallada en una sola pieza y aparece citada en el Antiguo Testamento. (Juan, toca ambos instrumentos)

-¿Qué hace un psicoanalista en la selva?

-No soy psicoanalista, soy psicólogo con cierta orientación lacaniana, que es la que tiene la UBA. Atiendo gente con problemas, madres con hijos con problemáticas de adicción, parejas y todo aquel necesite ayuda para poder estar bien. Entre la gente que atiendo, hay muchos que no pueden pagar, entonces apelamos al trueque, algunos me pagan con harina, con leche, con lo que dispongan. Hay otros que no pueden movilizarse y los atiendo a domicilio. En Roca atiendo gente a domicilio, personas que no pueden movilizarse. Muchos me dicen porque no atiendo en un hospital, el problema de la salud pública es, que para entrar a trabajar a un hospital en Misiones tenés que tener un contacto político y yo no tengo ninguno. Acá no hay concursos y no por eso, vas a dejar a alguien sin atender, porque no tenga plata. Esto también es un servicio.

-También comenzaste a dar clases de apoyo escolar. ¿Cómo va eso?

-Recién empezamos y va ir bien. Pegamos carteles por la colonia y vinieron tres niños y cinco madres a preguntar si había que pagar. Porque el tema es que nunca se había hecho. Y vemos que hay muchos problemas de lecto escritura, eso es una falla de la enseñanza, porque no se incentiva la lectura, los niños están con el celular, pero no leen libros y la lectura de libros es fundamental para aprender a leer, a escribir, a pensar y a comprender. Hay un descuido muy grande en eso. Si vas a las casas de la colonia, difícil que encuentres un libro. Y aparte a la gente le cuesta hacer cosas comunitarias por sí mismo. Es la primera vez que alguien se le ocurre hacer esto, me preguntaron si las organizaba un partido político, el municipio o quién. Fue algo que se nos ocurrió, al ver las dificultades de los niños tanto para leer como para escribir.

-¿Cómo sigue esto?

-Siempre sigue, ahora estamos en la lucha por la mejora del camino y el tendido para tener luz eléctrica.

Estamos en plena conversación y Flavia vuelve a aparecer, para preguntarme si me quedo a almorzar y si quiero compartir la Sabbat con ellos, lamentablemente no puedo quedarme, comienza a llover de nuevo y el Henning rumbo a Roca pasa en media hora y no hay otro hasta las cinco de la tarde. Juan me acompaña junto a su hijo que corre delante de nosotros empuñando una tacuara y cada tanto, grita: ¡Viva El Chacho Peñaloza!

El victoreo suena extraño en el medio del monte, pero Juan me explica: Es que le empecé a enseñar la vida de los caudillos federales y le encantó El Chacho. Y mientras la llovizna cae sobre el verdor de los cerros extendidos ante nuestra mirada, me dice:

-Un tío que ya murió, me dijo una vez, que la selva misionera murió en el año 1965 –antes, decía el tío— para abrazar el tronco de un árbol se necesitaban diez hombres. Ahora con dos alcanza y sobra.

Entonces, nos despedimos con la promesa de otro encuentro más extenso, para recorrer el arroyo y las vertientes ocultas en los vestigios amenazados. Así es Juan, un hombre sencillamente notable.

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