Entre las muchas cosas buenas que nos dejó la Primavera de París del 68, una fue la levadura revolucionaria que movilizó -quizá por primera vez para bien- a una buena parte del estudiantado universitario y de la confundida intelectualidad izquierdista de la Argentina. Otra fueron sus consignas. Hay una que dice algo así como: «Cuando alguien señala la luna, los imbéciles se quedan mirando al dedo».
Uno de los defectos más grandes y graves de los miembros más bullangueros de la clase media argentina con el ciclo secundario aprobado es que opinan vehementemente de lo que saben poco. Otra es que, como saben poco y en el fondo no quieren aprender más porque creen que no les queda más por saber, suelen opinar sobre temas coyunturales. Es decir, sobre lo que generalmente ya ha opinado el periodismo, que no por nada es clasemediero, bullanguero, sabelotodo y metomentodo. Otro defecto más que tienen tanto los bocones aficionados como los lengua de trapo profesionales -y éste quizá sea el más grave- es su incapacidad de guardar silencio y llamarse a sosiego cuando las circunstancias lo ameritan.
Se entiende que la gorilada argentina, que es aterradoramente numerosa, se empeñe en buscar fisuras lógicas en el desarrollo del secuestro real, presunto o fraguado de Luis Gerez. Lo que no se entiende es por qué gentes presuntamente sensatas, supuestamente progresistas y amantes de su pueblo invierten más tiempo en sumarse a ese entretenimiento que en analizar, debatir y propalar el contenido del discurso enormemente profundo del presidente Néstor Kirchner. Subversivamente profundo, en el buen sentido, como muchas de las cosas que hace este presidente que a los argentinos les ha tocado en suerte.
Es un discurso para aprendérselo de memoria. Una exposición de principios y objetivos contundente como un as de basto, para zampárselo en voz bien alta al primer rufián que quiera esconder tras los claroscuros del caso Gerez el hecho de que lo que está en juego es el juicio y condena judicial e histórica a quienes masacraron de manera cobarde e ilegal, rastrera y vil, a miles y miles de seres humanos.
Y que eso fue sólo un capítulo de una política más amplia de destrucción de una nación. Que fue económica, pero que también fue intelectual y moral.
Durante veinte años se fueron sumando diferentes obstáculos al procesamiento y sanción de los responsables de esa política en espera de un olvido que sería impunidad pero que se disfraza de perdón y hasta reconciliación. La reclaman algunos obispos, que deberían ser los primeros en recordar que los requisitos previos del perdón son el arrepentimiento, la confesión y la penitencia.
Levantados los impedimentos legales con la anulación de las leyes de Obediencia Debida y Punto Final, los procesamientos avanzan -impericia o complicidad judicial mediante- con exagerada lentitud, el terrorismo del Estado es reivindicado abiertamente por comunicadores que a la vez acusan de “autoritario” al presidente, cientos de testigos de los juicios en ciernes han sido y siguen siendo amenazados, domicilios de dirigentes de organismos de derechos humanos fueron tiroteados, se amedrenta y tortura a militantes de la agrupación HIJOS y Jorge Julio López sigue desaparecido.
Jorge Julio López sigue desaparecido, y el deporte consiste en especular sobre si hay “algo raro” en la aparición de Luis Gerez, seguramente por eso de que el único secuestrado bueno es el secuestrado muerto.
En su discurso, Kirchner explicó -por si no lo sabemos o no lo queremos saber, o por si estamos distraídos- cuál es la importancia social del respeto y vigencia de los derechos humanos, cuáles los perjuicios de la impunidad -de cualquier clase de impunidad- y de qué modo afectan todos los aspectos de nuestras vidas.
Pero los imbéciles se quedaron mirando el dedo