En su fotografía prontuarial, al presunto bastonero del affaire de las coimas en la Agencia Nacional de Discapacidad (ANDIS), Miguel Ángel Calvete, se lo ve con los párpados espantosamente hinchados, como si hubiera caído sobre él una lluvia de puñetazos.
En realidad, tal era la secuela de una reciente cirugía plástica para quitarle las bolsas debajo de sus ojos. Un rapto de coquetería algo inoportuno.
Porque su reposo postoperatorio fue malogrado, durante el alba del 9 de octubre, por la Policía de la Ciudad al irrumpir en su hogar, una elegante casona en la calle Defensa 1364, del barrio de San Telmo.
Era un allanamiento ordenado por el juez federal Sebastián Casanello, a pedido del fiscal Franco Picardi, en el marco de esta causa.
Lo cierto es que, para Calvete, fue el preludio de otro contratiempo.
En este punto, es necesario retroceder a mediados de la década pasada, cuando él solía brindar inolvidables “partusas” en esa misma mansión, donde no faltaban los numeritos de pool dance, ni el whisky, ni la cocaína ni, menos aún, las chicas para alegrar la noche.
Era, desde luego, una excelente metodología para cerrar acuerdos. Pero cabe aclarar que en esa clase de presencia femenina subyacía un mar de fondo.
Ocurre que, junto a su rol como titiritero de los negociados del poder, el bueno de Calvete cultivaba un “currito”: explotar a trabajadoras sexuales. El tipo les “alquilaba” departamentos en Puerto Madero donde ellas podían vivir y trabajar, aunque con reglas leoninas de control y recaudación, despojándolas sin piedad del grueso de sus ganancias.
De modo que, entre otros títulos y honores, él era un “fiolo” de alta gama.
Sin embargo, nada es eterno. Una denuncia lo llevó a ser procesado por “proxenetismo”. Y el Tribunal Oral en lo Criminal N°8 de la CABA terminaría condenándolo a cuatro años de prisión.
Eso ocurrió en 2019. Desde entonces, varias apelaciones hicieron que esa sentencia no estuviera firme, por lo que Calvete pudo eludir la reja.
No obstante, en septiembre de 2024, la Cámara de Casación rechazó de un plumazo todos los recursos presentados por su defensa.
Aun así, en ese momento Calvete no fue importunado por ello.
Pero el asunto saltó a la luz en el despacho de Casanello, inmediatamente después del allanamiento a la casona de la calle Defensa. Y él, para su asombro, concluyó ese día alojado en el Hospital Penitenciario del penal de Ezeiza.
Mientras tanto, del otro lado de los muros su mesa chica se derrumba.
Pero vayamos por partes.
El gerente de la caja negra
Uno de los tentáculos de Calvete –a quien sus amigos llaman “El Pulpo”– es su propia hija, Ornella, de 35 años. Ella –por recomendación del padre– había sido puesta al frente de la Dirección Nacional de Desarrollo Regional del Ministerio de Economía. Él le tenía una confianza ciega, y con nadie se atrevía a tanto.
En una diálogo telefónico entre ambos, mantenido el 10 de septiembre, Ornella, refiriéndose a un empresario del Grupo Ortopedia Alemana, pregunta:
– ¿Le tengo que poner un turno o le arranco la cabeza? Porque ya me está cayendo con unos socios fantasmas…
Papá le responde que ya arregló con él una reunión.
Ella, muy contenta, le desea suerte, y agrega:
–Si todo sale bien, te compro una “lambo” (se refiere a la marca de autos deportivos Lamborghini) o una granja… lo que quieras.
Y él, con tono impersonal, replica:
–No hace falta Con el tres por ciento a KM (Karina Milei) está perfecto.
Hija y padre, en ese instante, ríen al unísono.
Lo notable es que los audios del ya eyectado titular de la ANDIS, Diego Spagnuolo, que describían todas las trapisondas en ese organismo, habían sido difundidas tres semanas antes. Pero ellos hablaban como si nada hubiera pasado.
Sucede que El Pulpo le tenía una fe sobrenatural a su destino.
Es que, hasta entonces, la vida no lo había defraudado.
El puntapié inicial de este abogado ya sexagenario en la conquista de un poder invisible fue, a comienzos de los’90, su labor (visible) como representante de los supermercadistas chinos, para quienes él era un mesías.
Así se labró un prestigio impoluto. Salía por TV en defensa de ellos. Les tramitaba papeles de residencia. Los protegía a capa y espada. Y los orientales le rendían pleitesía. Tal fue la fachada pública de su ascenso hacia la gloria. En tanto, con el sigilo propio de un mandarín, se fue abriendo paso en el escarpado universo de la política y los negocios. Al respecto, las segundas líneas fueron su campo de batalla. Y los roles simultáneos, su puesto de combate.
De ahí su destreza para mezclar el quehacer prostibulario y las “operetas” periodísticas, la venta mayorista de alimentos y la manipulación de almas, la compra de voluntades y las licitaciones del Estado, entre otros tantos rebusques.
A diestra y siniestra
Sus preferencias políticas no son menos versátiles.
En la ya remota década del ’90, su olfato lo llevó hacia el Modín, aquella falange carapintada del coronel Aldo Rico.
Allí hizo buenas migas con un correligionario: el sargento del Ejército, Jorge Pacífico (apellido paradójico para un militar).
Con ese tipo, un experto en explosivos y asiduo visitante en la Embajada de Irán, atesoraba una circunstancia vidriosa: haber estado juntos, tomando café, durante la mañana del 18 de julio de 1994, en un bar de Corrientes y Pasteur, a dos cuadras y media del edificio de la AMIA, que al rato explotaría. También estaban allí otros dos carapintadas, Miguel Burgos y Enrique Rodríguez Day.
Luego, Pacífico fue visto merodeando entre los escombros de la AMIA.
La situación fue embarazosa para ese cuarteto (incluso, Pacífico estuvo tras las rejas por ello), pero, al final, el asunto no pasó a mayores.
A continuación, tuvo lugar su etapa con los supermercadistas chinos. Y concluido el primer lustro del siglo XXI, en representación de ellos, fue recibido algunas veces por el secretario de Comercio Guillermo Moreno.
Su idea era, a través de él, ingresar al universo kirchnerista como asesor. Y con un anzuelo: sus servicios serían ad honorem.
“Soy un peronista tradicional”, se definía en aquellos días.
Pero el funcionario, al avizorar su calaña, no le dio calce.
Por ese motivo, en 2008, no se sorprendió al enterarse de que Calvete se había plegado a los ruralistas de la Mesa de Enlace durante la crisis del campo.
Su siguiente puerto, ya en 2015, fue Cambiemos.
El macrismo lo recibió con los brazos abiertos. Bajo esa bandera llegó a concejal en La Matanza. Y en la CABA se mostraba con María Eugenia Vidal, Horacio Rodríguez Larreta, Patricia Bullrich, Alejandro Finocchiaro y el propio Mauricio Macri. Su intervención, siempre como asesor ad honorem en ciertas licitaciones de esa época, debería ponerse bajo la lupa de la Justicia.
Todo indicaría que su olfato de cazador supo detectar la lenta agonía de la muchachada amarilla. Y comenzó la planificación de su siguiente salto.
Eso nos lleva a una fecha crucial de su biografía: el 22 de septiembre de 2023. Aquel viernes, hubo un acto proselitista de La Libertad Avanza (LLA) en Parque Norte. Y Calvete acudió allí con propósitos de pesca. Y, por cierto, no le fue nada mal.
Allí le presentaron a un sujeto petiso, pelado y retacón. Era nada menos que el abogado del candidato Javier Milei: Se trataba de Spagnuolo
La magia entre ambos fue inmediata. Lo cierto es que Calvete no demoró en detectar en su nuevo amigo un carácter entre débil y, a la vez, angurriento.
Justo lo que él necesitaba.
El ocaso de un imperio
Ya se sabe que los audios de Spagnuolo difundidos por radio el 20 de agosto pasado, dejaron a la intemperie los negociados de la ANDIS,
Hasta aquel momento, “eje del mal” se dividía allí con sumo equilibrio: su director, Spagnuolo, seguía las directivas de Calvete (sin cargo formal en el organismo), y el subdirector, Daniel Garbellini, obedecía al médico y antiguo funcionario macrista, Pablo Atchabahian (también sin cargo formal allí). Eran dos pandillas paralelas que convivían armoniosamente en el mismo lodazal
Pero la locuacidad involuntaria de Spagnuolo echó todo a perder.
A partir de entonces, el recelo y la paranoia empezaron a correr entre los integrantes de esta “sociedad anónima” como por un reguero de pólvora.
Al respecto, un diálogo por mensajes de WhatsApp, mantenido durante los primeros días de octubre por Ornella y su padre, ilustra la atmósfera que ya los envolvía.
Allí, ella le escribe:
–¡Hay 15 policías en la planta baja! No sé si es por “Cabeza de Rodilla” (el apodo de Spagnuolo) o qué…
–Hacete la gila –es la respuesta.
Y Ornella le pregunta:
– ¿Indecomm (una droguería de Calvete) tiene cash blanco?
–Todo blanco.
–Mejor digo que la plata me la prestó alguien.
Se refería a 700 mil dólares que escondía en su departamento.
Esa vez, su temor fue fruto de una falsa alarma.
No así el 9 de octubre, cuando tal fortuna fue decomisada allí, durante los 25 allanamientos ordenados por el juez Casanello.
Su padre no ha sido más cuidadoso. Quizás ebrio de impunidad, no dudó en registrar todas sus operaciones en una libreta de almacenero, secuestrada ese mismo día por la Justicia durante su arresto.
Ya se sabe que ahora languidece en el penal de Ezeiza.
En la lista de imputados resalta Spagnuolo y su segundo, Garbellini, junto Atchabahian (quien puso los pies en polvorosa) y el coordinador de Urgencias de la ANDIS, Roger Grant.
Por ahora, la onda expansiva de las tramoyas en ese organismo también se extienden hacia Ornella y su novio, el ya renunciado subsecretario de Gestión Productiva del Ministerio de Economía, Javier Cardini, junto con la hermana de Calvete, la abogada Susana Calvete (también desvinculada de aquella cartera). A los que se suman otros siete funcionarios de segundo nivel.
A esta altura flota un interrogante: ¿acaso el brazo de la Justicia alcanzará a la misteriosa dama del tres por ciento?
