Memorias de un niño peronista: epílogo

Agradecimientos, explicaciones, notas y comentarios. La saga de Teodoro Boot llegó a su fin.

(Todos los capítulos de las Memorias de un niño peronista pueden leerse acá)

 

 

Podrá morir el amor, pero que prevalezca la cortesía, reclamaba el escritor norteamericano Kurt Vonnegut.

 

Es así que, en aras de la más elemental caballerosidad, no puedo empezar estas notas aclaratorias sin manifestar mi agradecimiento al juez Claudio Bonadío, sin cuya intervención no habría sido posible la “bronca demiúrgica” que ha dado origen a estos escritos.

 

 

Habrá quien crea que la historia que aquí termina de contarse es estrictamente autobiográfica, así como no faltará quien esté seguro de que se trata de puro macaneo. Existe también un viejo amigo que después de tantísimos años cree haber descubierto que somos primos hermanos: por la misma época, su madre y su tía también secreteaban en el patio sobre similares temas de que lo hacían las mías.

 

¡Pero pobre del incauto que sostenga, convencido y sentencioso, que todo esto no ha sido más que un amontonamiento de patrañas para adaptar el pasado a la realidad actual!

 

Puesto que a cada parada peliaguda es aconsejable marchar provisto de algún padrino, vuelvo a invocar a don Leopoldo Marechal para que me asista, que buena falta me hace.

 

“Respondiendo a la encuesta de un joven escritor sobre los límites de lo real con lo fantástico –escribía Marechal en su introito a Megafón o la guerra– me vi en la obligación de aclararle que lo fantástico no existe, ya que la realidad es una y única. Lo que ocurre es que la realidad se manifiesta en planos y gradaciones diferentes que van desde la ‘realidad relativa’ del universo manifestado a la ‘realidad absoluta’ de su admirable Manifestador.

 

”De tal suerte –prosigue Marechal–, la mariposa que cierta noche soñó Chuang Tsé es tan real como Chuang Tsé mismo”.

 

 

No estoy seguro de que importe mucho saber quién fue Chuang Tsé ni qué pasó con su mariposa. Alcanza con que se comprenda que no todo ha sido exactamente como aquí se narra, ni todo ha dejado de ser exactamente como aquí se narra. Pero si hasta uno mismo a veces desconfía de la realidad y mira de reojo su insistencia en copiarse a sí misma como si viniera en simulcop. ¿cómo pensar que mi hijo Martín podía creerme una palabra cuando luego de cruzar el muy venido a menos puente a cuya vera transcurren gran parte de estas historias, tomamos la avenida Chorroarín y antes de llegar a las vías del tren (hoy vueltas moderno paso bajo nivel), se me dio por contar la historia de las 19 hectáreas en las que a finales de 1951 comenzaron a construirse cuatro enormes edificios de nueve pisos destinados a ser el hospital de niños más importante, moderno y completo de América?

 

La construcción se interrumpió como por arte de magia no bien tuvo lugar la revolución libertadora y democrática, fue dejada entonces a la buena de Dios y, poco después, para la época en que, en su departamento de la avenida Rivadavia, el propio Marechal daba los últimos toques a la proclama del Movimiento de Recuperación Nacional, un grupo de malandras se apoderó del lugar, instaló un cabaret con prostíbulo incluido en el octavo piso de uno de los edificios y comenzó a alquilar improvisadas viviendas a cada vez más necesitadas familias trabajadoras, víctimas de las tantas políticas “de ajuste” que fueron sucediéndose a partir de octubre de 1955.

 

Así nació el “Albergue Warnes”, finalmente demolido por orden judicial en 1990, durante un gobierno pretendidamente peronista que jamás se ocupó de explicar a los más jóvenes y recordar a los desmemoriados que, envuelto en densas nubes de polvo, desaparecía en esos momentos un símbolo de una Argentina dichosa que no pudo ser y a la vez un emblema del adefesio en que terminaron convirtiéndola.

 

No obstante la inusitada violencia desatada luego de 1955, habían sido necesarios 35 años para eliminar uno de los últimos vestigios de ese ensueño.

 

Ya en las puertas del paso bajo nivel, vi la incredulidad reflejada en los ojos de Martín y pensé que era mejor no mencionar los pulmotores del hospital Ricardo Gutiérrez, la República de los Niños o las sábanas, mantas y muebles de los hogares de la Fundación Eva Perón sobre las que se ensañó esa “minoría despótica encaramada y sostenida por el terror y la violencia en el poder”.

 

¿Para qué hacerlo, si ahí a la mano tenía el Plan Qunita o las piletas de natación de la Tupac Amaru como demostración de hasta dónde pueden llegar el odio, el rencor y el desprecio social de una clase parasitaria y falaz, tan engrupida como descreída? ¿Para qué contar en el pasado lo que es posible ver y comprender a simple vista en el presente? ¿Tiene sentido recordar las palabras con que el almirante Rial explicó a un grupo de azorados dirigentes sindicales que la Revolución Libertadora había sido hecha para que el hijo del barrendero muriera barrendero? ¿No alcanza con que un presidente de la nación sostenga que el trabajador debe conformarse con ganar lo mínimo posible? ¿Lo posible para qué? ¿Para, si acaso es afortunado, seguir siendo un trabajador que gana lo mínimo posible para, si acaso es afortunado, seguir siendo…?

 

¿Enseña algo la historia que no enseñe en forma mucho más directa y contundente la realidad?

 

Sospecho que nada es más instructivo que la propia experiencia, pero a condición de que se reflexione sobre ella, porque siempre conviene poner la vida en perspectiva, elegir el gran angular histórico a la lupa minimalista, la relatividad que otorga la distancia temporal a las irreductibilidades de cada momento.

 

Pero aun así, ¿tenía sentido aludir a la destrucción de los pulmotores infantiles del Hospital Gutiérrez para comprender por qué alguien decide devastar un polideportivo de uso popular o terminar con el Plan Qunita y quemar los miles de enseres que quedan de él?

 

En tal caso, hubiera sido inevitable ponerse solemne, pero con la solemnidad vienen la vejez, el estreñimiento y las hemorroides.

 

“Duele tanto –decía Osvaldo Soriano– que es preferible tomárselo en joda”.

 

 

Vaya el segundo agradecimiento al señor Julio Rafo, autor de un asombroso opúsculo de no menos asombroso título: La razón de su huida. Impreso durante el mes de octubre de 1955 en los Talleres Gráficos Albor Impresora-Distribuidora Argentina, su lectura puede significar para algunos una fantástica excursión por los arrabales de la demencia. Más modestamente, para quien les habla fue un regreso a los sonidos y olores de su infancia, a un mundo en que las aventuras del Tony y el Intervalo, la “infame traición a la Patria”, los picados en la esquina, los problemas de los Pérez García, las novelas de Sandokan, las chicas de la UES, el precio de la papa, la asociación ilícita, la foto de Gina Lollobrigida, el avión negro, las “joyas de la Eva”, los aullidos de la Lechiguana, las decenas de motos y motonetas que el señor Rafo sostenía haber visto en la cubierta de la cañonera Paraguay, por la que, además, “se paseaba la espigada y juvenil figura de una atrayente dama”, las chirigotas domingueras de la Revista Dislocada, los negociados de Jorge Antonio, los monólogos de Pepe Arias, la desaparición del cadáver de Evita, los aterradores cancerberos y sacrificados peones de brega que un alucinado Fioravanti veía en las canchas de fútbol, “el asesinato” de Juan Duarte, la marcha “Stars and Stripes Forever” anunciando el informativo, se sucedían sin solución de continuidad en la radio, las conversaciones de los adultos y los escandalizados secreteos de las buenas señoras en el patio de las casas y las colas de la feria.

 

 

El volumen de Félix Lafiandra Los panfletos: su aporte a la Revolución Libertadora, 524 páginas publicadas en 1955 por la Editorial Itinerarium, así como el blog “La Segunda Tiranía”, en el que es posible acceder a los informes de las 413 comisiones y subcomisiones investigadoras que conforman el Libro Negro de la Segunda Tiranía, escuchar “La marcha de la libertad” o adherirse a tan reveladores blogs y grupos de facebook como “Adiós al Estado”, “La Tercera Tiranía”, “Renuncia Kirchner”, “Memoria Completa”, “Gorila Express”, “Señora de Nadie”, “Jorge Asís Digital”, “Todos Gronchos”, “Viva la Q! (No queremos K)”, “Catholic Net”, “Néstor Kirchner Biputeado por la Nación”, “Corrupción y Crimen”, “Hebe la Linda”, “Radio de la Libertad” o “Córdoba Heroica”, también han sido de inestimable ayuda a este memorialista.

 

 

La mayor parte de los personajes que protagonizaron las historias aquí contadas no pertenecen al mundo de la real realidad (con las limitaciones y alcances señalados por Marechal), unos cuantos pasaron por similares vicisitudes o fueron asesinados tan brutalmente como aquí se cuenta, mientras otros merecerían haber permanecido entre las brumas de lo meramente fantástico, como monstruos de un cuento de H.P. Lovecraft destinados a nunca ver la luz del sol.

 

Hay que reconocer que varios fueron hurtados de otros escritos del autor, quien seguramente llevado más por la pereza que por la fatiga, canibalizó no pocas de sus propias páginas.

 

Y tan reales como la mariposa que soñó Chuang Tsé y Chuang Tsé mismo fueron el ingenuo pacifismo de Juan José Valle, el furor homicida de quienes pretendieron aleccionarlo, los 32 asesinados por orden del presidente Pedro Eugenio Aramburu, el vicepresidente Isaac Rojas y su entero gabinete de ministros, la algarabía con que ese baño de sangre fue saludado por una buena cantidad de virtuosos ciudadanos, el bar de un muy querido tío en quien el personaje de Rodolfo está tan vaga como injustamente inspirado o el desdichado pavo que insistió en adobar en vida.

 

“Ignoro –concluye Marechal– si aquel joven escritor lo entendió y si pudo advertir que sobre nuestro diálogo se proyectaba la vieja sombra de Segismundo”.

 

Mencionado nada menos que Segismundo, va siendo hora de meter violín en bolsa y dejarle la última palabra:

 

 

Sueña el rico en su riqueza,

 

que más cuidados le ofrece;

 

sueña el pobre que padece

 

su miseria y su pobreza;

 

sueña el que a medrar empieza,

 

sueña el que afana y pretende,

 

sueña el que agravia y ofende,

 

y en el mundo, en conclusión,

 

todos sueñan lo que son,

 

aunque ninguno lo entiende.

 

 

Yo sueño que estoy aquí

 

destas prisiones cargado,

 

y soñé que en otro estado

 

más lisonjero me vi.

 

¿Qué es la vida? Un frenesí.

 

¿Qué es la vida? Una ilusión,

 

una sombra, una ficción,

 

y el mayor bien es pequeño:

 

que toda la vida es sueño,

 

y los sueños….

 

 

 

 

 

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