¿Me vacuno o no me vacuno?

Algunos sostienen que el gobierno tiene problemas de comunicación. Son los que creen que va por el buen camino, pero no sabe contarlo. Y relatan lo que sigue para demostrar su hipótesis.

El ministerio de Salud, afirman, conduce una campaña para promover la vacunación contra la rubeola con una consigna desafiante: “Si sos macho, vacunate”. El reto fue eficaz: largas colas se están formando en los vacunatorios de los hospitales públicos porque todos quieren demostrar lo que no siempre es tan evidente.

Pero la felicidad nunca viene sola. Mientras los aludidos marchan en fila al pinchazo, otra campaña, ésta del Inadi, anatematiza el término “macho” como uno de los vocablos que no se deben pronunciar, ni siquiera en la intimidad. La consigna “Las palabras también discriminan” intenta promover el pensamiento crítico, sugiriendo que determinadas ideas deben ser extirpadas del lenguaje, del pensamiento, de la conducta y de las propias fantasías.

“Macho” es excomulgada por la cuestión de la dominancia, que hoy en día se está trasvasando del cascoteado sexo masculino, pasando no tanto al femenino, como creerían algunos, sino a otras instancias omnipresentes y anónimas como las corporaciones que manipulan los consumos simbólicos y administran los paradigmas culturales.

¿Me vacuno o no me vacuno?

La batalla cultural

Esta batalla cultural en el seno del Estado tiene más contendientes que los que se ven en la superficie.

Los aparentes son dos: en un ángulo, la señora Lubertino, custodi@ de la diversidad. Y en el otro, la ministra Graciela Ocaña, quien, con objetivos más modestos, pretende extirpar la rubeola (también conocida como sarampión alemán) por sus efectos devastadores sobre los seres en gestación, por lo cual los médicos aconsejan el aborto terapéutico.

Con lo cual aparecen otros actores hasta ahora invisibilizados.

No los habitantes de la Villa 31, que siguen tan invisibles como antes de cortar la Autopista Illia, sino la Santa Madre Iglesia y algunas ancianas bienintencionadas y de buena familia, para quienes ese ser malformado tiene todo el derecho de vivir su vida como mejor le plazca y en consecuencia, amenazan a las afectadas blandiendo el ambiguo (por esa coma que voló de la traducción literal del original francés) artículo 86 del Código Penal. Rubeola sí, aborto no.

También aparecen los laboratorios que presupuestaron al Estado un lote millonario de vacunas antes de la crisis del Wall Street y, preocupados, no saben ahora qué sobreprecio les asegurará una ganancia razonable, por lo que planean despidos. Los funcionarios que aprobaron la licitación también están inquietos. Más los fundamentalistas de la comunidad judía, que colaboran con la ministra Ocaña porque perciben el rebrote de sarampión alemán como un plan pergeñado por ODESSA.

Como si esto fuera poco, se mete a opinar la irascible Cecilia Pando, quien olfatea un complot marxista contra el batallón Macho del Monte, modelo del ejército libertador del coronel Rauch.

Y hay otros personajes todavía menores.

La razón de Estado tiene más complicaciones que lo que se cree, y si en el ejemplo tomado no hay una batalla cultural con todas las reglas de combate, al menos está ausente el señor Albistur para coordinar la coherencia del mensaje oficial.

Lo que lleva de inmediato a otras cuestiones.

Comunicación y política

Una, que la Conducción Estratégica debe tener una información pormenorizada a fin de tomar la decisión correcta, tal como indica el libro de los libros: el Manual de Conducción Política. Pues se supone que, como el Papa, la Conducción es infalible y marcha hacia Allá por alguna razón.

Otros asuntos son de naturaleza filosófica: qué es la política, que es la comunicación, etc.

Si la política es la ciencia del buen gobierno, necesita ser comunicada. Los palos son una forma de comunicación, pero es preferible la palabra. El problema aparece cuando la comunicación es toda la política. O cuando aquella encubre a ésta: usted pone el ojo del votante en 10 kms anuales de nuevos subtes mientras el propio se engorda con las suculentas tierras de Puerto Madero, por ejemplo.

Cuando hay política pero se comunica mal, puede que los funcionarios sean tímidos. O que tantos años de clandestinidad los hayan deshabituado a la gimnasia de las cámaras encendidas y los movileros, quienes, con sus sutiles preguntas suelen poner en aprietos al propio gobernador Scioli.

Se dice que los medios electrónicos son el ágora del futuro, porque todo lo que existe puede hacerse público allí (mientras mucho de lo público es engullido por lo privado). Esa extraña lógica puede desorientar a los políticos, obligados a adoptar el lenguaje de los conductores de programas políticos para que su mensaje sea comprendido, lo que en ocasiones tiene consecuencias ruinosas sobre el propio pensamiento. Tanta es la presión y la velocidad, que uno no sabe si piensa lo que dice, dice lo que piensa, dice lo que quiere oír el otro, o está pensando como el otro.

Hay acción política cuando el conductor político tiene la voluntad de proponer algo a cierta cantidad de seres humanos: decir por ejemplo, vamos para Allá, y si ese auditorio está de acuerdo, todos vamos para Allá.

Un mudo (perdón al Inadi) o un político pakistaní podrían, mediante señas, marcarnos a los argentinos un rumbo hacia uno de los puntos cardinales: Allá. Pero la cosa se les complica cuando, mediante señas o hablando urdú, deben explicar cómo se llega Allá.

Cuando los seguidores y remisos entienden y comprenden mediante la persuasión, hay comunicación y política.

En ocasiones, la decisión debe tomarse en secreto, en cuyo caso no hay explicación previa. Si siempre se toman así, pasan cosas graves: creemos estar operando en territorio enemigo, o con un enemigo infinitamente más poderoso, todos somos tomados como enemigos, o la política es pura maniobra, un escenario muy parecido a aquel otro en el que sólo hay comunicación.

Los problemas que tienen algunos políticos para comunicar explican por qué hubo en este país tantos tintoreros japoneses.

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