Masas, mayorías y sueño microclímico

"Cualesquiera sean sus colores y banderas, la presencia de multitudes en las calles siempre tiene impacto"

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Tres marchas en tres días. Tres grandes movilizaciones, multitudinarias, en días consecutivos del porteño marzo de 2017. Difícilmente sean muchas las sociedades que hagan algo así, a menos que estén en momentos de caos, por ejemplo el quiebre de una crisis política que se lleva puestos funcionarios. Pero justamente no es este el caso actual de la Argentina. El gobierno está en retroceso, es cierto. Su imagen cae a medida que las expectativas económicas siguen siendo hoy lo mismo que hace 15 meses: expectativas. Las movilizaciones lo debilitan, sí, pero no son producto de una crisis política en etapa decisiva. Se dan en un marco de normalidad institucional, pese a todo. Si bien todas tienen un componente opositor marcado, ninguna fue liderada por un partido opositor. A contramano del argumento gubernamental, las tres fueron más sociales que políticas. Las tres dan cuenta de una amplia demanda de protesta acumulada durante los pasados meses que encontró en los acontecimientos de esta semana sus canales de expresión. Que se pone ansiosa por ensancharlos. Pero no los desborda.

 

Cualesquiera sean sus colores y banderas, la presencia de multitudes en las calles siempre tiene impacto. Independientemente de tamaño y características, sus apologistas intentan extrapolar conclusiones al conjunto de la población para envalentonarse en sus programas, mientras que sus críticos revisan el depósito de argumentos de variada calidad para relativizar el impacto. La representatividad, la espontaneidad, la claridad de las reivindicaciones y hasta rasgos estéticos de los manifestantes son sólo algunos de ellos. Más allá del palabrerío de turno, el núcleo del problema es siempre el mismo: movilización, masa y mayoría son tres conceptos distintos que remiten a tres realidades diferentes, aunque en muchas ocasiones se solapen o hasta se presten entre sí sus disfraces.

 

En primer lugar, puede haber masas que no se movilicen. Aunque la idea de masa suele remitir a la acción (y muy comúnmente al temor de las élites a su desborde) hay también masas apáticas o estáticas, que se convierten justamente en el obstáculo más odiado por el izquierdismo, que las juzga adaptadas al sistema. Segundo, las movilizaciones no son necesariamente mayoritarias. Esto es obvio y hasta ridículo en las movilizaciones pequeñas, pero incluso una movilización enorme tiene una contraparte mayor de la sociedad que no se moviliza. Es decir, la movilización puede ser incluso de masas y no ser mayoritaria o más aún, no contar con el apoyo de la mayoría de la sociedad. En su personaje de provocador aristocrático, decía Borges que la democracia no era más que un abuso de la estadística. Por más que se vista de ropajes románticos, la mayoría es eso. Pero en las mayorías se funda el sistema democrático y es esto lo que en consecuencia, por convicción o pragmatismo, los partidos políticos están obligados a privilegiar siempre.

 

Los últimos dos gobiernos argentinos constituyen dos formas muy distintas de pensar la sociedad y la gente en la calle. El kirchnerismo se pensó como representante del pueblo contra los intereses de sectores concentrados y no democráticos de la sociedad (las corporaciones). Movilizaba y politizaba a la sociedad como herramienta en esas batallas políticas. Pero como dijera un lúcido escritor, es difícil darle la misma épica a la 125 que a los hangares de Ezeiza. O hacer una Ley de Medios cada sábado. La ética militante de que «cansarse es falta de conciencia» es un precepto de santos que no puede extenderse a todos los cristianos, quienes tras la misa quieren volver a casa. Además, dentro de ese mismo pueblo surgieron masas con nuevas demandas, que fueron estigmatizadas desde el arriba político. Tras la sobrepolitización, enfriar la política es el objetivo comunicacional. El Pro piensa a la mayoría de la sociedad como un conjunto de individuos atomizados sin identidades ideológicas fuertes, con sencillas reivindicaciones de orden más privado que público. Un elector gris y desmovilizado, pero sin embargo masivo y definitorio en la urnas. Al menos así piensa a la mayoría de la población, claro. Por fuera del target comunicacional queda la izquierda social, que esperan se movilice sin eco en el masivo. Las últimas movilizaciones son masivas, no obstante, porque canalizan la demanda de protesta contra el gobierno en distintos aspectos. En una situación económica negativa y con tres errores políticos no forzados por semana, estos acontecimientos no conforman para el gobierno la expresión negativa de grupos minoritarios, sino el viraje de un escenario político que los pone a la defensiva.

 

A pesar de ser diametralmente opuestas en contenido y políticas, un punto en común en ambas experiencias es la progresiva solidificación de los esquemas interpretativos utilizados por cada uno para dar sentido a la sociedad. Ya sea la idealización romántica de la categoría de pueblo o la visión desencantada del individuo sin estructura, lo cierto es que ambos confiaron tanto en su modo de ver la sociedad que no pudieron dar cuenta de los nuevos elementos que no tenían sentido en su marco de  ideas. Los modelos teóricos no son más que herramientas para la comprensión y el análisis y funcionan simplemente hasta que dejan de funcionar. Cuando los actores se enamoran demasiado de sus propios anteojos para ver el mundo pierden capacidad de dar cuenta de elementos que escapan a su paradigma. Elaboran teorías ad-hoc para encastrarlos con elegancia cada vez menor a su marco conceptual. Hasta que finalmente, más temprano que tarde, una noche electoral adversa despierta a los funcionarios de su sueño microclímico, sorprendiendo a nadie más que a ellos mismos.

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