Con una sonrisa leve y un despliegue verbal muy sigiloso, Martín Guzmán aborda su discurso desde la pausa y la variación cuidadosa. Su tono es inalterable, constante, dispuesto a la concertación instantánea. Aunque el contenido de su relato sea complejo y áspero, su uso del tiempo de conversación avanza sin sobresaltos y logra suavizar al máximo los voltios de su discurso. Dice lo que pocos pueden decir sin generar conflictos o enormes titulares. Del “Default virtual” a la deuda impagable. De la negociación complicada al déficit fiscal. Todo dicho en armonía, todo dicho con sutileza, todo dicho del modo menos impactante.
A Guzmán no hay contexto que lo empuje al dislocamiento o al desquicio. Su voz mantiene el mismo ritmo, más allá de los modismos de los entrevistadores -Horacio Verbitsky, Roberto Navarro o Gustavo Sylvestre- y las preguntas sueltas de los corresponsales en sus giras internacionales, previas a la Pandemia del COVID-19.
Con una seriedad no impostada, el ministro es uno de los pilotos de tormentas elementales del gobierno de Alberto Fernández y el encargado de contener la frágil economía del país, luego del desorden cuantioso del macrismo. Los medios de comunicación, por su parte, lo construyeron como “un tapado” y “un heterodoxo”, que residía en Nueva York y tenía contacto con el premio Nobel de Economía, Joseph Stiglitz.
Entre curiosidades y algunas miradas desconfiadas del poder mediático, Guzmán fue ganando su lugar, a sabiendas de ser el representante de gabinete con más complicaciones y con el foco puesto en su asesores, su despacho, sus intervenciones, sus relaciones exteriores y sus decisiones coordinadas con Fernández y dialogadas con Kristalina Georgieva, directora general del Fondo Monetario Internacional (FMI) desde 2019.
A fuerza de muecas amables -algo dubitativas en un principio- y un discurso paulatino en su exposición, el funcionario reforzó la “tranquilidad” en un área de intranquilidad. De hecho, una de sus primeras frases como ministro de Economía, fue: “Tranquilizar la economía y poner a la Argentina de pie”. En esta cita albertizada, tal vez, no sólo intentó moderar la comunicación de la crisis, sino forjar un tono estable en sus conferencias o entrevistas.
En un contexto volcánico y ríspido como el actual, el ritmo de la oralidad es importante para llevar calma y alcanzar un estado amplio de comprensión. Desde ese plano, el gesto de cordialidad reafirma la retórica de unidad y la idea de contrato social de responsabilidad ciudadana, y la condescendencia -no sobreactuada- se torna central para el diálogo y el acuerdo.
Ritmo y percepción
Martín Guzmán maneja una intensidad leve, con pausas, acentos y registros no volátiles que subrayan su propio estilo. Por ello, al momento de abordar las esquirlas profundas de la crisis económica, la reestructuración de la deuda externa y la dura negociación con fondos, bonistas y el propio FMI, exhibe una característica moderadora que se vincula con un mapa de superación de “grieta” y narrativa de unificación.
Ese tono discursivo juega un rol preponderante a la hora de marcar medidas y/o leyes que se tornan «agresivas» para los estratos con mayor poder. En un contexto de pandemia y presencia imperante de la deuda, el funcionario articula el tono y el discurso de concertación, con la intención de mesurar aún más las disputas y, a su vez, sentar posición sin necesidad de generar desorden en la percepción económica de las mayorías.
Por ejemplo, en la mesa de diálogo por la revisión de la deuda, constituida por el presidente Alberto Fernández, la vicepresidenta Cristina Fernández, el jefe de Gobierno porteño Horacio Rodríguez Larreta y gobernadores de diferentes signos políticos, Guzmán develó que en el marco de la renegociación, Argentina propuso “dejar de pagar durante tres años y volver a pagar en 2023”. En su exposición -apaciguada, vertebrada por el timbre que lo caracteriza y acompañado por ademanes muy leves-, el ministro sostuvo un discurso firme: “Hemos tratado de entender lo mejor posible las preferencias de los acreedores en base a la información que ellos nos dan”.
En la entrevista realizada por Verbitsky, Guzmán manifestó -con mucha paciencia en la explicación- su apoyo explícito al impuesto sobre las grandes fortunas elaborado por los diputados Máximo Kirchner y Carlos Heller. Asimismo, subrayó que hizo una análisis detallado del tema y recomendó que sea estudiado a fin de poder concretarse. En igual tono, sostuvo que es imprescindible una reforma en el sistema financiero, y manifestó que deberá reprogramarse la deuda con el FMI y que las condiciones de pago no se encuentran garantizadas.
En diálogo con Sylvestre, el ministro aseguró que «los que están en mejor posición deben contribuir a la sociedad, es absolutamente razonable y la medida afecta a 11.000 personas, un sector por demás pudiente». El modo empleado fue cordial y con una integración racional, que se sostiene más allá de la polaridad con el macrismo y la fractura con el poder mediático. De esta manera, sus dichos no parecen quedar atrapados en la lógica antagonista o de dicotomía directa.
En un reportaje brindado a Navarro, el funcionario resaltó con afabilidad y detenimiento que Argentina no hará otra oferta para el pago de la deuda. «La oferta es la que es”, dijo brevemente. Con un tono apaciguador, señaló que las expresiones de rechazo de los acreedores eran esperables, y afirmó: “Es un compromiso que podemos cumplir al mismo tiempo que protegemos a los argentinos y argentinas”.
Es con Tono
La entonación no es un fenómeno que adorna el decir y que escapa de la producción de sentido o de la lógica de impacto en los públicos. Más bien, es una musicalidad que se centra en la estructura profunda del lenguaje humano y refuerza la comunicación y la competencia comunicativa.
Esto último, sin embargo, no significa que las cualidades no sean innatas en una persona ni que su distribución tonal sea netamente intencional. Es posible que Guzmán provenga de una estructura de diálogo vinculado a la exposición serena y la ubicación de voces orientadas a lo monocorde. En este aspecto, su articulación entre tono y contenido de discurso se posiciona con una potencia positiva en situación de crisis amplia y vorágine de opiniones y pareceres.
De esta manera, el ministro de Economía suele enunciar situaciones cruciales para el momento financiero de la Argentina y recalcar las dificultades del porvenir con una entonación sostenida y muy propia. Esa misma serenidad es un factor notable que potencia la retórica de simpleza -aguda en tecnicismos, rotunda en ritmo pausado-.
En términos narrativos, Martín Guzmán oscila entre la noción de consenso y la perspectiva de contención social. Su estructura sigue una línea tonal imperturbable, ubicada en un propio tiempo, sin alteraciones ni desatinos. Sin dudas, ese conjunto de sentidos construidos es su mayor capital: entonación, mesura y un discurso muchas veces severo en su contenido y grave en su análisis de la economía global, pero apaciguado por el ritmo y el detalle.