Es posible que en la tarde del 20 de mayo el ex jefe de la Policía Bonaerense, Pablo Bressi, haya sido uno de los televidentes que se asombraron con esta simpática imagen: su reemplazante, el comisario Rubén Fabián Perroni, auxiliando a una señora desmayada mientras participaba en Vicente López del timbreo nacional de la alianza Cambiemos con sus máximos funcionarios y dirigentes.
Y tal vez Bressi esbozara una sonrisa cargada de malicia.
Ya ni él recordaba su última aparición pública junto a la gobernadora María Eugenia Vidal y el ministro de Seguridad, Cristian Ritondo.
Fue el 19 de abril cuando ella anunció la realización de controles sorpresivos para detectar el consumo de drogas en las filas de la mazorca más díscola del país. Tal examen -se dijo entonces- era para todos sus integrantes: también lo alcanzaría a él y al propio Ritondo. Una bella mise-en scène.
Bressi seguía el desarrollo del evento desde una butaca del auditorio con una expresión ensimismada, casi ausente.
Quizás cavilara sobre el embarazoso momento de su par en la aún flamante Policía de la Ciudad, comisario José Potocar, muy comprometido -según una revelación del diario Tiempo Argentino– en una causa por coimas y asociación ilícita. ¿Acaso él temía para sí un destino semejante?
Lo cierto es que los acontecimientos se precipitaron para ambos de un modo inexorable.
En la mañana del 25 de abril la voz de Potocar tartamudeó por Radio Mitre:
“Mire, se…señor Longobardi, no voy a quedar detenido…no voy a quedar. Porque me voy a hacer respaldar por ser policía”.
Minutos después el juez Ricardo Farías le comunicó su arresto. Desde aquel día permanece tras las rejas. Y hoy ya con su procesamiento en firme y prisión preventiva.
En cambio el destino fue para Bressi mucho más benévolo: simplemente fue eyectado del cargo sin -por ahora- ninguna secuela penal.
Aún así flota un interrogante: ¿acaso los planetas se alinearon para que los dos caciques policiales más importantes del país cayeran en desgracia casi al unísono?
Al respecto no es improbable que semejante coincidencia sea fruto de lo que se podría llamar una “crisis de representación”; o sea, de sus patrocinadores en la sombra. En el caso de Bressi, la dupla formada por el poderoso intendente de Ezeiza, Alejandro Granados, y el aún influyente comisario Hugo Matzkin. En el caso de Potocar, el sinuoso presidente de Boca, Daniel Angelici.
En este punto bien vale abordar un tema poco explorado por el periodismo: la vida y obra de los operadores políticos del poder policial.
El señor de los gatillos
En su edición de 30 de agosto de 2012 el diario Clarín le dedicó al espinoso problema de la inseguridad un impactante artículo a doble página firmado por Liliana Caruso. Su título: «Pesadilla en San Miguel: le robaron 10 veces en un año». Del protagonista sólo había una escueta referencia: «Es dueño de dos comercios en el centro de la ciudad.» Y su nombre pasaba desapercibido entre los pliegues del drama estadístico que tanto lo perturba. «Estoy harto y tengo miedo», soltó de entrada. Era un anciano con mirada triste que posó en la foto junto a los retratos enmarcados de sus nietos. Costaba reconocer en ese rostro doliente al mismísimo Horacio Román, el ex senador provincial que por dos décadas fue el más influyente lobbista entre el poder político y la “Maldita Policía”. Su historia merece ser contada.
Hay un suceso que lo pinta por entero. A fines de 1999, durante la primera reunión de la Comisión Bicameral de Seguridad celebrada luego de asumir el entonces gobernador Carlos Ruckauf, sus integrantes aguardaban el inicio del acto alrededor de una mesa oval, rodeados de secretarios y asesores. Román, quien presidía la comisión desde 1985, llegó con media hora de retraso. Lucía una camisa hawaiana y ojotas. Y fue directamente al grano:
-Ahora que Arslanián no está más, hagamos rápido las diez modificaciones que pide el nuevo gobernador.
Un legislador le salió al cruce:
-Con todo respeto, creo que su método vulneraría el espíritu de las leyes, tal como lo entiende hasta el propio Montesquieu.
Y Román codeó a un colaborador para evacuar una duda:
-¿De qué partido es este Montesquieu?
“¿Acaso los planetas se alinearon para que los dos caciques policiales más importantes del país cayeran en desgracia casi al unísono?”
Román -a quien los comisarios llamaban “El Zorro” y los jueces “El Monje Negro- supo ejercer un inflexible control sobre las estructuras policiales de Morón, su patria chica, y en otras regionales del Gran Buenos Aires. A la vez manejaba a su antojo el Departamento Judicial de ese partido, extendiendo su influencia a juzgados y fiscalías de la zona oeste. Incluso en La Plata había magistrados que le reportaban. De modo que se lo consideraba el jefe oculto de la Bonaerense y también un poderoso «patrón» de la justicia provincial. Un liderazgo que -según los rumores- alimentaba con la recaudación de cuatro millones de pesos que él mismo distribuía entre comisarios y magistrados. En el plano institucional, fue el encargado de negociar las posiciones policiales ante el Poder Ejecutivo de turno. Y los “Patas Negras” confiaban en él.
En los los ochenta, durante la gestión de Antonio Cafiero, su figura ya había atravesado el acuartelamiento de la fuerza para desestabilizar al ministro Luis Brunatti. Tres lustros después, mantenía intactos sus reflejos de conspirador: en la última etapa del mandato provincial de Duhalde, confabuló contra el ministro León Arslanian. Y a tal fin solía reunirse en secreto con “porongas” de renombre como Mario «Chorizo» Rodríguez y Mario Naldi. En vísperas a las elecciones, Arslanian fue finalmente remplazado por Osvaldo Lorenzo, un ex juez de Morón cuyos pliegos habían sido impulsados por el propio Román. Claro que su gestión se malogró con la llamada masacre de Ramallo. Luego, con el comisario Ramón Verón al frente del Ministerio de Seguridad, Román tomó otra vez en sus manos la política del área.
En 2004, a pesar de mantener intacta su influencia en los campos policíaco y judicial, su luz empezó a declinar. Para su desgracia, Arslanian era otra vez ministro. Su último mandato caducó a fines de ese año. Desde entonces, poco se supo sobre su persona.
Y ocho años más tarde, su increíble entrevista con Clarín fue sin duda una humorada que se permitió para mitigar el ostracismo de la vejez.
Por esos días Matzkin ya era el amo y señor de La Bonaerense y Granados se probaba el traje de Ministro de Seguridad.
Aún hoy -tal como lo hiciera Román en el pasado- ellos conservan intacto su predicamento en aquella milicia de 90 mil cabezas.
Y la señora Vidal eso bien lo sabe.
Intrigas de palacio
En diciembre de 2015 la llegada del PRO al primer sillón de La Plata fue tan sorpresiva hasta para la flamante gobernadora que no hubo tiempo de diseñar una política hacia La Bonaerense. En consecuencia ella apeló -y nunca mejor dichas estas palabras- a “la herencia recibida”. De modo que, en base a una “generosa” sugerencia de Granados y Matzkin al ministro entrante Ritondo, quedó intacta la estructura policial dejada por ellos. Y tal combo incluía la designación de Bressi -en reemplazo de Matzkin por razones jubilatorias-, lo cual encrespó de sobremanera a las líneas opuestas del comisariato que habían cifrado en el cambio de gobierno sus ilusiones de llegar a la cima. Eso se tradujo en una desaforada interna que incluyó, hacia el poder político, una ola de provocaciones delictivas -como los robos a las casas del intendente de La Plata, Julio Garro, y del ministro de Gobierno, Federico Salvai, junto a secuestros como el del fiscal general de Lomas de Zamora, Sebastián Scalera, y del dirigente macrista Osvaldo Mercuri-. Pura demostración de fuerza para los inquilinos del Poder Ejecutivo provincial.
También hubo pases de factura para Bressi como el “soplo anónimo” que había propiciado -en febrero de 2016- el escandaloso arresto de tres oficiales muy afines a él por brindar protección a narcos en Esteban Echeverría. Al igual que -en abril del mismo año- el hallazgo en la Jefatura Departamental platense de los 36 ya famosos sobres con billetes, y sin otro propósito que enlodar el buen nombre y honor del ex jerarca de aquel coto, Alberto Domsky, quien acababa de ser sumado a su entonces flamante plana mayor. Recién a 13 meses de esa maniobra, otro soplo destituyente impulsado desde las entrañas mismas de La Bonaerense llevó a la sombra a su dilecto amigo, el jefe de las Plantas Verificadoras de Automotores, comisario Alberto Miranda. Y fue un impacto que dio de lleno en su cuestionada gestión. Lo que se dice, un triunfo de la persistencia.
Ante tal estado de situación, Matzkin, en su papel de consiglieri oficioso del Poder Ejecutivo, supo orientar anticipadamente los términos de la sucesión en tándem con el señor Granados. Fue allí donde entró a tallar el nombre de otro pollo suyo, el virtuoso comisario Perroni.
Y Vidal -persuadida otra vez por Ritondo- aceptó a pies juntillas.
“En diciembre de 2015 la llegada del PRO al primer sillón de La Plata fue tan sorpresiva hasta para la flamante gobernadora que no hubo tiempo de diseñar una política hacia La Bonaerense. En consecuencia ella apeló -y nunca mejor dichas estas palabras- a ‘la herencia recibida’”
Las desventuras de Potocar, a su vez, involucran la figura de Angelici, el gran titiritero de la Policía de la Ciudad, entre otros tráficos de influencias.
Por lo pronto, el ministro de Seguridad, Martín Ocampo, es como un vástago putativo suyo. También lo fue el comisario Guillermo Calviño, el antiguo jefe -hasta diciembre de 2016- del sector de la Federal absorbido por el Gobierno porteño. Éste era el candidato más nítido para encabezar la nueva Policía de la Ciudad, pero su vidrioso prontuario -que incluye una denuncia por encubrir el asesinato de dos barrabravas de Boca y una acusación por facilitar la fuga de un secuestrador- le abrió el camino a Potocar. Tal vez éste no pensaba que su vínculo con Angelici lo llevaría al infortunio.
Porque se dice que el desplome de Potocar sería un efecto colateral de la aversión que siente Elisa Carrió hacia Angelici. Quienes sacan a relucir dicha creencia se basan en una circunstancia conexa: el muy afectuoso vínculo entre la diputada y el fiscal acusador del policía, José María Campagnoli, a quien ella promueve como Procurador General de la Nación o, en su defecto, para el cargo de Ombudsman, además de ubicar a su hermana, Marcela, en la lista de candidatos a diputados de la Coalición Cívica por la provincia.
Claro que tampoco es inverosímil el rumor de una maniobra urdida a raíz de una interna policial. Porque el desguace de la Federal y la reubicación de 19 mil efectivos de su tropa en la aún inacabada fuerza de seguridad capitalina no generó precisamente el entusiasmo de los “azules”.
El primer signo de aquella beligerancia ocurrió el 3 de octubre de 2016 en el playón del Instituto Superior de Seguridad Pública (ISSP). Allí fue abucheado por 600 agentes el comisario Calviño durante la entrega de diplomas a los egresados del curso anual de capacitación. El motivo del “rechifle” -que no escatimó insultos ni medallas lanzadas hacia el azorado jefe policial- era la resistencia a quedar atada a la Policía de la Ciudad.
Otros actos de rebeldía más recientes tuvieron por blanco al propio Ocampo, como el estallido de un petardo que pulverizó su retrato oficial en la comisaría 54ª, cuya filmación fue furor en las redes sociales. Y ya con el caso Potocar en curso, su bochornosa reunión con más de 100 policías en el Parque Sarmiento -también viralizada en las redes- de la que tuvo que huir ante los reclamos a viva voz por falta de chalecos antibala y equipos de comunicación.
Tales situaciones, desde luego, son un tiro por elevación contra Angelici.
En este punto cabe preguntarse si las autoridades civiles son conscientes del profundo malestar de los uniformados.
En el plano administrativo sus preocupaciones son variadas: todavía es incierto el futuro de su caja de jubilaciones. Asimismo temen por la suerte de la obra social. Los desvela la abolición de las horas extras. Y ni hablar del asco que les causan los nuevos uniformes.
Otro campo conflictivo tiene que ver con el futuro de los negocios ilegales. ¿Acaso resignarán sus fuentes espurias de ingresos? ¿Acaso tendrán a bien compartir los beneficios con sus nuevos camaradas de la Metropolitana? Si algo enseña la historia es que las respuestas a tales interrogantes generalmente se escriben con sangre.
En tal contexto se produjo la caída del comisario Potocar. Apenas un nuevo impulso para un salto institucional hacia el vacío.