De Narváez, Macri y Solá se reunieron a almorzar en el restorán Miramar, en Sarandí y San Juan. El mismo que hace años, con un aspecto casi idéntico, era rotisería que tenía detrás un bar mistongo donde dicen gustaba parar Rodolfo Walsh, a quien por cierto balearon y secuestraron muy cerca de allí.
La reunión fue pour la galerie, o mejor dicho para las cámaras de TV, a instancias de De Narváez, que intentó disipar así los rumores acerca de que las diferencias entre ellos harían que rompiera la sociedad. Hasta el punto de que sus colaboradores avisaron con mucha antelación del encuentro a los principales medios, con el apetecido resultado de que al intercambiar los tres algunos comentarios intrascendentes junto a la ventana a la hora del café, del otro lado, con la ñata contra el vidrio, se apretujaba un enjambre de movileros, periodistas, public relations, guardaespaldas y curiosos.
El trío más mentado estaba bastante durito, sobre todo Solá, que parecía metido en camisa de once varas. Algunos colegas procuraban leerles los labios. «No dicen más que pavadas y obviedades», pronto se desilusionó el más consagrado a la tarea. Por fin, demostrando quién tiene la sartén por el mango, De Narvaéz, el mosquetero con más mosca, salió y enfrentó a los periodistas. Enseguida llamó a los otros comensales que lo flanquearon al posar para los canales propios y ajenos. Después, Macri se escabulló y Solá se retiró a un segundo plano.
De Narváez respondía a la amable —quizá demasiado amable requisitoria— cuando alguién gritó «Viva Perón, viva Evita, vivan los Descamisados». Lo que obró como disparador para que un taxista se detuviera, bajara y se pusiera a dar alaridos, primero a favor de los opositores y un minuto más tarde, en contra, sin que se entendiera demasiado las razones para una cosa u otra. Decía, desaforado, que los niños se mueren de hambre y los políticos no dejan de robar. Cosas así. El gritón hizo que Mauricio desapareciera, y que De Narváez, fastidiado, lo siguiera unos pocos minutos después, mientras sus colaboradores fantaseaban que el desequilibrado habría sido enviado por la SIDE.
Quedó Solá, que aprovechó que, desgañitado, el taxista gritón se marchó, para conversar con los periodistas. Se esmeraba en asegurar que no desharía la sociedad tripartita y decía que no era de amianto para recibir impávido las ofensas que Néstor Kirchner, cuando uno le preguntó si le parecía lógico que los medios se empeñaran en llamar «Partido Justicialista disidente» a la coalición Union-PRO siendo que el único peronista de los tres es él. «Si usted se fuera, no habría manera de llamarla así ¿no le parece?», remató.
Tras reconocer este flagrante hecho, Solá dijo que «con de Narváez también había peronistas». Pero no dijo que el Colorado lo fuera. Y en Macri, parece, ni siquiera pensó. Después, quizá reparando en cuán incómoda situación había dejado a De Narváez (quien fue el principal financista de Carlos Menem en las elecciones presidenciales de 2003) agregó que en las dos últimas elecciones De Narvaéz participó como aliado de Duhalde.