Primeras ediciones, ejemplares descontinuados o títulos que la vorágine de la novedad editorial fue dejando de lado son algunas de las obras que pueden encontrarse en librerías de usados, esos espacios que extienden la vida de los libros más allá de las vidrieras y las urgencias de lo nuevo. También aliadas a la hora de encontrar precios más bajos para saciar las ansias de lectura, estas librerías atraviesan la vida cultural de la Ciudad de Buenos Aires con libreros atentos que comparten su curiosidad por encontrar nuevas lecturas con todo explorador que se acerque a sus estantes.
¿Cómo se arman esos catálogos de títulos en muchos casos de papel amarillento y con dedicatorias en sus páginas? ¿Qué recorrido llevó a sus responsables a armar sus librerías? ¿Qué ocurre en épocas de crisis con las ventas, pero también con la circulación de libros? ¿Hay más lectores que deben desprenderse de ellos para pagar cuentas?
Los impulsores de El Escriba, en el barrio de San Telmo; Periplo, en Colegiales; y Aristipo, en Villa Crespo, ayudan a responder estas preguntas y cuentan cómo le dieron forma a estos proyectos que son también lugares de encuentro y conversación sobre aquello que nos motiva a seguir leyendo: la búsqueda de una nueva dimensión para habitar lo cotidiano.

Tres proyectos
Con El Escriba, ubicada en la calle Balcarce, David Landesman está desde 1998, pero no siempre fue una librería. El inicio fue una revista “destinada a difundir técnicas de escritura de ficción, periodismo y otras vertientes de la palabra escrita”, describe sobre un dato que explica también el nombre. “Yo trabajaba desde hacía varios años en periodismo y otras áreas afines. Por lo tanto, me consideraba un escriba —argumenta—. De allí el título de la revista. Era un periódico tabloide que se distribuía de forma gratuita y vivía de la publicidad y las suscripciones. Editamos 14 números en papel y 4 de forma electrónica”.
El proyecto derivó luego en talleres de escritura, corrección de textos y edición. En 2007 llegó la librería de usados en San Telmo. Landesman cuenta que hasta ese año trabajaba en su casa, pero nació su tercera hija y “la superpoblación familiar” lo llevó a buscar otro lugar, que terminó siendo la librería. Pocos meses después, la compraventa de libros usados pasó a constituir el 99 por ciento de su trabajo.

Sobre Periplo, ubicada en Colegiales, Martín S. Calabretta cuenta que tuvo dos fundaciones: la primera, a fines de 1997, con el nombre “El Banquete” —en ese momento el local estaba en Cabildo, a 100 metros de su ubicación actual—, y la segunda en 2012, cuando comenzó con la venta online a través de Mercado Libre y se mudó finalmente a la calle Céspedes.
La librería marca el inicio de un itinerario familiar: la había inaugurado su hermano mayor en sociedad con su padre, y él se sumó apenas dos semanas después. Siguiendo ese traspaso de generaciones, hoy su hijo Teo forma parte del trabajo en Periplo, donde había dado sus primeros pasos cuando aún estaban sobre Avenida Cabildo. El nombre surgió de la lectura del libro Periplo, de Juan Filloy, que coincidió con su escucha de la canción de Luis Alberto Spinetta que dice: “…ya lleva quince años en su periplo”, precisamente el tiempo que él llevaba trabajando en la librería.

En Villa Crespo, la historia de Aristipo empieza con una iniciativa de librería virtual. Patricio Rago comenzó a vender por Internet, a través de una página web, y a medida que sumaba clientes armó una lista de correo con libros recomendados. “En esa época, 2010, hacía entregas sin cargo en Capital, entonces fui sumando clientes que todos los meses me encargaban algún libro. Después de 2015 mudé los libros a un local, donde estoy ahora, y ahí creció notablemente. La gente empezó a venir, se empezaron a encontrar, creció la librería y se convirtió en un lugar de encuentro. Después arrancaron las Francachelas y luego la FLU (Fiesta del Libro Usado). Fue un crecimiento muy progresivo y armónico”.
Las Francachelas son encuentros que —cada tres meses— copan la esquina de la librería, en avenida Scalabrini Ortiz y Aguirre, con choripanes y vino gratis, música y un catálogo de ejemplares seleccionados especialmente. La FLU, por su parte, es un evento que ya lleva cuatro ediciones y expande el ímpetu de estas citas a varios stands con catálogos de otras librerías.
La crisis y la circulación de libros
Para Calabretta, “es un momento bastante extraño para las ventas”, porque si bien la crisis le acercó nuevos clientes —que se pasaron del libro nuevo al usado—, también alejó a otros que ya eran clientes habituales por ser más económicos. “De alguna manera se logra un equilibrio en este rubro. Gente desarmando bibliotecas hay siempre: por mudanza, por reformas, por fallecimientos o simplemente porque quieren hacer espacio. Pero por la crisis también hay mucha más oferta de libros usados, lo que nos permite seleccionar mucho más lo que compramos y disponer de mejor material, otro motivo por el cual se mantienen las ventas”, relata en diálogo con Zoom.
Para el librero, “el lado más triste del trabajo” es ver que alguien se desprende de sus libros por necesidad económica. En esa línea, Rago agrega que “por lo general es muy doloroso para las personas desprenderse de libros; lo hacen sólo si falleció alguien, son esos libros que no eran de esa persona y los venden porque tienen que vaciar una casa o mudarse y achicarse. Son pocos los casos en los que lo hacen solo por dinero”.
Landesman coincide en que, en tiempos de crisis económica, “nadie puede sustraerse a una situación crítica en la cual comer y pagar cuentas suele tener prioridad sobre la compra de libros”, aunque identifica que en las librerías de usados las ventas bajaron menos que en las de libros nuevos. “Afortunadamente (¿por milagro?) en nuestro país sigue habiendo muchos lectores, pese a todo. Y el libro usado es mucho, pero mucho más barato que el libro nuevo. Entonces, los libros usados siguen circulando”, consigna.
Además, explica que se suman otros factores inherentes a la condición del libro usado: la alta rotación de los títulos nuevos en las librerías hace que, al poco tiempo de salir, muchas ediciones solo se consigan en locales como el suyo. “Si bien existe y existió el factor de la necesidad económica para vender una biblioteca, mi experiencia indica que representa un porcentaje muy menor de lo que nos ofrecen a los libreros. La gran parte de las ofertas que recibo provienen de personas que se mudan o de herederos de personas fallecidas. Y fallecidos y mudanzas hubo y habrá siempre”, resume el responsable de El Escriba.

Las joyas que van directo a las bibliotecas
¿Qué libros se quedaron en las bibliotecas y no siguieron su camino en las librerías? Rago, Landesman y Calabretta responden y cuentan cuáles son los títulos que se transformaron en propios en este recorrido de búsquedas y hallazgos.
Para Landesman, el interés central está en los libros sobre librerías: “Para un librero es algo así como el colmo de los colmos. Pero cada loco con su tema. Así construí una biblioteca con centenares de libros sobre librerías: novelas, cuentos, crónicas, historias, libros de fotos, de dibujos y muchos etcéteras. Cuando aparece alguno que no tenía, se va para casa. Me ha pasado también de hojear un libro que llegó con una colección y, si llegué a la página 50 sin darme cuenta, me lo quedo”.
Así descubrió a muchos autores que hoy son pilares en su vida lectora, como Abril quebrado, del albanés Ismaíl Kadaré, o la colección Historia de la literatura argentina dirigida por Noé Jitrik, doce tomos que fueron apareciendo a lo largo de años y compras muy diversas. “Esta es una pregunta que casi roza la intimidad —lo digo en tono de broma—. La verdad es que muchos libros, y por diferentes razones. La mayor parte de las veces es por interés de lectura. Pero también me guardo libros firmados por sus autores, primeras ediciones, algún ejemplar inhallable o raro”, responde el librero de Periplo.
Por su parte, Rago explica que cuando compra una biblioteca y llega con las bolsas a la librería, ese momento de revisar lo que adquirió es cuando decide si se queda con un libro o no. “Me quedo con libros que están muy agotados, sé que no los voy a conseguir y los quiero leer en algún momento, o con los que estaba buscando. No suelo ser muy coleccionista: tengo alguna que otra primera edición de libros que me gustan mucho, como Glosa, de Juan José Saer, o Eisejuaz, de Sara Gallardo. Pero, por lo general, me quedo con los que me interesan y que voy a leer.”
