Los niños de malabares

Los niños y adolescentes que se encuentran en la calle son siluetas difusas, que se domicilian en los márgenes de las formas “socialmente consagradas”, conllevan -para los hombres de fortuna- situaciones peligrosas. Son hijos de personas en desempleo prolongado que viven en los arrabales, beneficiarios de subsidios o caridades, víctimas de las reconversiones industriales, de los nuevos tiempos del capitalismo. Donde se ha producido “una metamorfosis que hace temblar las certidumbres y recompone todo el paisaje social” según expresión de Robert Castel.

Luis Cevasco es el jefe de los fiscales contravencionales de la ciudad de Buenos Aires, quien tiene en su pasado como magistrado “créditos notables” haber liberado «por falta de mérito» el 27 de julio de 1990 al Ingeniero Santos a pesar de haber asesinado a dos personas -que habían robado un stéreo- de certeros disparos.

Sería una declaración de rencor prolongar sus antecedentes jurídicos. Ahora su mirada se fija en los niños “hay una preocupación por los chicos que están desamparados”. Sobre todo aquellos que cometen contravenciones.

Cevasco manifiesta que a pesar de que el Código Contravencional dispone que los menores de 18 no son imputables no quiere decir que estén autorizados a cometer transgresiones. El policía debe hacer cesar la contravención y las enumera: la venta ambulante, los cuidacoches, limpiavidrios y malabaristas, que encuadran en el artículo 83, que sanciona la actividad lucrativa no autorizada en la vía pública. Sus razonamientos punitivos, sus pasiones, las pensamos biográficas.

Dice ejercer facultades que le otorga la ley: “Nosotros debemos discernir cuándo es una actividad lucrativa y cuándo es una mera subsistencia”. Cuándo son explotados y cuándo no. Para eso es necesario “su identificación”.

Las especulaciones ardientes del Fiscal -postura desconfiada y contable- llama a endurecer la actitud con los niños de errancias callejeras o dicho de otra forma un prontuario para clasificar a los menesterosos para eventuales institucionalizaciones -con privación de libertad- y marcaciones estigmatizantes.

Prueba de ello es que hace un mes tres hermanitos fueron “secuestrados” por la policía en Florida y Córdoba por el solo hecho de pedir limosnas terminaron en una comisaría, incluido un niño de dos años. El último episodio sucedió hace una semana en Retiro: 15 chicos, todos menores de 18 años, fueron golpeados, detenidos y derivados a la Justicia por “resistencia a la autoridad”. El discurso jurídico-penal se ha pervertido.

En una revisión desordenada del pasado encontramos que la caza de los niños mendigos siempre fue una pasión de la oligarquía. Ya en 1900 Pedro Meléndez -alertaba la defensa social- cuando sostenía que “El hogar del obrero, el del pobre, el circo, la vida de conventillo, el escándalo familiar, el trabajo en el taller, la vagancia y cierto tipo de ocupaciones como la venta de diarios, sumados al estigma de la degeneración heredada, eran los factores funestos que impulsaban al menor al sendero del crimen” que ocurría frecuentemente “en las colectividades italiana y francesa y en su descendencia inmediata”.

Es decir el niño en las puertas de la ciudad, en actitud humilde y suplicante y que no se le permita su paso sino es “perfectamente consciente de su indignidad”.

Imaginemos a estas inteligencias estelares Meléndez-Cevasco inscriptos en distintos tiempos pero en iguales y extensas mitologías dedicadas a manifestarse en dinastías científicas, en aniquilaciones de pibes y malabares, con sus voces atildadas, en alianza perpetua contra esos pequeños que trastornan las ciudades masticando las piedras de la calle.

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