Alejandro Álvarez fue un dirigente puente entre la resistencia peronista y el amanecer de 1973. Creció en la incertidumbre de las luchas por el retorno de Perón y se fue diluyendo con astucia a partir del golpe de estado de 1976. El resto fue la construcción de un estado entre megalómano y nostálgico, bajo la aureola de un maestro de dirigentes que lucía su verborragia de autodidacta culto con tintes dramatúrgicos, lo que le permitió sobrevivir a las inclemencias de las diferentes épocas.
En Guardia de Hierro. De Perón a Kirchner pude desarrollar un conocimiento amplio de su trayectoria y sus ideas, luego de una infinidad de entrevistas que Álvarez me concedió con generosidad. Uno de los elementos que pude reconocer fue el hecho de que Guardia de Hierro no era ni una organización de derecha, ni menos una organización de derecha peronista. Esa estigmatización fue parte de una caracterización armada por Firmenich y la cúpula montonera que no se reflejaba en la militancia de esa organización. Como el jefe montonero, Álvarez quería discutir con Perón como si fuera un discípulo de Lenin, emplazaba su debate en la clásica antinomia derecha-izquierda para eliminar, aunque lo pregonaría en sus discursos para –a su vez- establecer límites con la izquierda, el carácter nacional de las luchas de liberación de la época.
Con Jorge Bergoglio hubo un vínculo de un grupo de catedráticos de la universidad de El Salvador que pertenecían a Guardia de Hierro. Pero Bergoglio jamás perteneció a la organización
Tampoco eran de derecha el Frente Estudiantil Nacional o el Comando Tecnológico Peronista. Guardia de Hierro era, en realidad, una organización peronista más inclinada a la izquierda. Había entre su gran número de cuadros, militantes que venían del socialismo, del comunismo y de Praxis, la organización que orientaba Silvio Frondizi. Así se instalaron en la universidad, en territorio, tanto Buenos Aires como Santa Fe, Tucumán, Mendoza y otros distritos, y tuvieron vínculos aceitados con organizaciones sindicales.
Fueron, en los años previos al retorno definitivo de Perón, una organización importante nacida de una idea que le transmitió el general a Álvarez en Madrid. Perón quería que Guardia de Hierro fuera una usina de cuadros para dispersarlos en el peronismo. Lo que Álvarez no cumplió fue realizar la tarea, con cierto grado de desinterés constructivo, de abrir sus cuadros a las necesidades del movimiento peronista. El blindaje en torno a su figura lo distanció del general y motivó deserciones definitivas como la de ese gran cuadro político gremial que fue Héctor Tristán. Puntal en la resistencia, con profundas disidencias en la UOM con Augusto Timoteo Vandor.
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Álvarez tuvo una rica formación autodidacta. Por ahí se dice que el nombre Guardia de Hierro, que alude a la organización rumana que poco tuvo que ver con la de Argentina, provino de la necesidad de acentuar el peso de Puerta de Hierro hacia 1961. Un disparate porque la casa de Perón comenzó a construirse tres años después. Del mismo modo, se dice que Álvarez mantuvo una relación de amistad con Bergoglio. Lo cual es falso.
Con Jorge Bergoglio hubo un vínculo de un grupo de catedráticos de la universidad de El Salvador que pertenecían a Guardia de Hierro, con quienes realizó su traspaso a manos de particulares, según la orden internacional de la superioridad jesuita. Pero Bergoglio jamás perteneció a la organización. Una reflexión sencilla lleva a pensar que es poco probable que un ex provincial jesuita, como era Bergoglio en tiempos de la dictadura, militara en una organización que se disolvió en los días del golpe.
Guardia de Hierro no era ni una organización de derecha, ni menos una organización de derecha peronista
Álvarez tuvo, de modo creciente, un estilo de construcción mercantil de la política. Un rasgo que define hoy en gran parte a la política, el toma y daca, e incluso a ciertos exponentes justicialistas que en los parlamentos, y tras bambalinas, arreglan su vida y sus negocios. No es una creación suya. La utilizaban los políticos desplazados de la época, sean de derecha, centro o izquierda. Esa metodología, que actúa en la cultura como una tentación irrebatible, perjudicó en cierta etapa de su carrera política a Álvarez. No hubo, a pesar de negociar con la Marina en el golpe del ’76 para evitar una masacre de sus compañeros, elementos que hagan suponer entregas. Y sí existió un sentido de pertenencia notable y dolorido por parte de los militantes de Guardia al momento de la disolución dispuesta por Álvarez. Ni aún después, aunque hubo tratos éticamente cuestionables cuando la organización era un grupo disuelto que continuaba en actividad desde una pertenencia a su jefe. Por entonces, esa tentación que parece un resabio de la picaresca con resultados colectivos funestos, parecía regir sus pasos.
El mercantilismo corporativo le impidió una proyección política al retorno de la democracia y optó por mantener una ilusión de organización, volcarse a un intento de religiosidad más histriónica que perdurable, y jugar con el sello de un nombre con historia en el peronismo precedente. Operaba con cierta dosis de marginalidad y búsqueda de apoyos que redundaran en algún beneficio pasajero para perdurar. Sería injusto decir que intereses de otro tipo se privilegiaron en el pequeño grupo con que sobrevivió hasta estos años. Así se intentó acordar con referentes montoneros una reconciliación histórica, se buscó apoyar a De la Rúa en el proceso electoral que lo llevó al gobierno y finalmente, se dio apoyo a Kirchner luego de cuestionarlo. La efectividad política no fue uno de los logros de Álvarez y su fuerza fugitiva. No hay que negar que acercó a la política a algunos dirigentes jóvenes de valor que perduran en diferentes puntos del país. De los históricos no hay que dejar de recordar a Amelia Podetti, intelectual notable y Alejandro Pandra, escritor sensible y persona de singular humanidad. También hay que rescatar el gesto de escribir una memoria que, si bien recoge su estilo verborrágico, por momentos avasallante, de un hombre capaz de urdir historias, cuadros de situación e hipótesis sin duda atrayentes como quien construye una narración eficaz, permite compartir una trayectoria.
A su muerte no es desacertado reconocer su paso por la resistencia, su labor de formador de cuadros en años duros. Sin embargo, la falta de consecuencia en la construcción política deja como resultado que se lo recuerde con atisbos de melancolía que no dejan de lado a la tristeza ante lo que pudo ser y no se confirmó. Suele suceder en la historia como en la vida, que duele más lo que no se concretó porque queda como una herida que se arrastra sobre los calendarios. Lo hecho, en cambio, da lugar a lo siguiente.