Los economistas de “la receta”

Un recorrido sobre las políticas económicas de los últimos tiempos. Del tecnócrata “vacío de ideología” a la vuelta de la política como instrumento para resolver tensiones. “¿Cómo se entiende, entonces, que aquellos que fracasaron con sus propuestas económicas vuelvan con sus recetas de ajuste y afirmen que se está conduciendo al país a la hecatombe económica?”, se pregunta el autor.

Un mito de nuestros tiempos, que el poder económico globalizado y los medios de información concentrados han logrado imponer como si fuera una verdad científica, es aquel que predica: “la objetividad de los economistas”. Desenmascarar este mito es fundamental para liberarnos de la pesada carga que significa que nos hagan creer que en economía nada se puede hacer fuera de los parámetros que los centros de poder nos dictan e imponen a través de los que llamaremos, en principio, economistas ortodoxos.

En la década de los ’90, desde los gobiernos de Carlos Saúl Menem primero y de Fernando De la Rua después, escuchamos que la economía debía “ajustar” para que el país pudiera ser competitivo con el resto del mundo. Este ajuste se proponía en todos los aspectos: se ajustó el presupuesto, se privatizaron las empresas públicas, se achicaron el gasto y la inversión pública, y finalmente se redujo el salario real y se flexibilizaron (a favor de las empresas) las condiciones de trabajo. Este proceso fue visto por los sectores ortodoxos de la economía como un programa que estabilizaría al país y lo insertaría en el “primer mundo”.

Mientras estos sectores alababan las medidas de ajuste y anunciaban que íbamos por el camino correcto, la percepción de la población indicaba lo contrario. Cerraban las fábricas, aumentaba el desempleo, caía el consumo y, a la par que crecían la pobreza y la indigencia, se extendía el autoempleo de subsistencia. Otros economistas, en general vinculados a los sindicatos y a otras organizaciones populares, se colocaban en la vereda opuesta al oficialismo económico de entonces y reclamaban un cambio a la vez que anunciaban un final de catástrofe para el país si se continuaban con esas políticas. La experiencia vivida en el 2001 con el derrumbe de la convertibilidad mostró a las claras la falsedad de los postulados de los economistas neoliberales.

A partir del 2003, se sucedió un período de crecimiento logrado por la aplicación de un programa económico totalmente opuesto al del ajuste. La expansión del gasto y la inversión públicas fueron el primer impulso para la reactivación económica, al ampliar rápidamente la demanda de consumo. Un tipo de cambio adecuado sirvió para frenar las importaciones, evitando que el crecimiento de la demanda se volcara hacia la importación, para expandir las exportaciones. Con demanda interna y externa se reabrieron las industrias cerradas y se abrieron nuevas; así, la novedad, luego de más de una década, fue el crecimiento del empleo y una clara mejora de todos los indicadores económicos. La mayor actividad se expresó en un crecimiento de la recaudación y, consecuentemente, de los ingresos públicos. Estos ingresos públicos permitieron un incremento del gasto y la inversión pública, y todo el ciclo económico se hizo virtuoso permitiendo, inclusive, el desendeudamiento externo. Cuando llegó la crisis económica internacional, estas políticas morigeraron los efectos negativos en nuestro país, que la sobrellevó con efectos negativos mucho menores que en aquellos países en los que se aplicaron recetas de ajuste. Véase por caso el propio Estados Unidos que sufrió una severa caída del empleo y graves problemas en sus industrias o, más radicalmente, naciones como España, Portugal o Grecia, que aplicaron las recetas de ajuste frente a la crisis.

¿Cómo se entiende, entonces, que aquellos que fracasaron con sus propuestas económicas vuelvan con sus recetas de ajuste y afirmen que se está conduciendo al país a la hecatombe económica? Para encontrar una respuesta hay que volver a lo que afirmábamos en un principio, la supuesta ciencia económica no existe, es un mito. Lo que existen son diversas escuelas económicas y, en general, prevalecen y tienen difusión, aquellas que sostienen los principios que favorecen los intereses del capital financiero internacional y los subsidiarios locales a los que sirven los medios de información masiva de concentración monopólica.

Ya en la década de los ’50, Juan Domingo Perón llamaba a estos economistas liberales: “Hijos de la receta”. “Lo que ocurre es que estos técnicos viven aun con Adam Smith en el siglo pasado. Aferrados a métodos y sistemas anacrónicos para una economía como la actual, totalmente distorsionada por numerosos factores nuevos y originales. Ellos son todavía hijos de la “receta”, que aplican rutinariamente a todos los casos, venga o no venga bien. Si la economía pudiera manejarse con sistemas, ser economista sería una cosa muy fácil. Cada caso y problema concreto de la economía moderna requiere una solución distinta y también concreta” (Juan Domingo Perón. La fuerza es el derecho de las bestias -1957- capítulo 4. La tiranía oligárquica, 4.4 -Las emisiones, Madrid, julio de 1957).

John Kenneth Galbraith en su libro Introducción a la Economía[[John Kenneth Galbraith y Nicole Salinger, Introducción a la Economía, Editorial Critica, 1997. Capítulo 1. ¿Qué es la economía?.
]], pone al descubierto a estos economistas. Detallando una serie de motivaciones para las opiniones que expresan:

1) El interés personal de cada economista: “…las razones de las diferencias de opinión son múltiples. En la base esta el interés personal de cada economista. Un economista al servicio de un gran banco de Nueva York no suele arriesgarse a proponer conclusiones contrarias a los intereses de la firma tal como los tienen sus directores. Y estos se suman cómodamente a las declaraciones públicas de ese economista providencial…”.
En virtud de esto, parece recomendable desconfiar de los puntos de vista de los economistas vinculados con capitales financieros, bancarios o multinacionales. Hay muchas probabilidades de que sus apreciaciones estén influenciadas por la defensa de estos capitales y, sin duda, serán diferentes de las del economista empleado por un sindicato obrero.[[Ob.cit. J. K. Galbraith y N. Salinger, Introducción a la Economía … Pag 20 ]].

2) La ideología política de cada economista: La posición política. Para lo cual hay que tener en consideración posturas ideologías, posiciones de clases y sectores a los que pertenecen los economistas. Éstos suelen ser elementos útiles a la hora de ver por qué hay tanta disidencia entre los diferentes economistas. Parece casi obvio que, por ejemplo, Alfonso Prat-Gay nunca estará de acuerdo con Amado Boudou, ni Claudio Lozano con Aldo Ferrer. Al punto que cuando analizan la situación económica del país parece que estuvieran hablando de países diferentes.

3) La resistencia al cambio:
según Galbraith, “…ésta es la causa más importante y puede que también la más disculpable, el problema que plantea el cambio. La materia que estudia la física, la química o la geología es una materia estática. La de la ciencia económica, por el contrario, está sujeta a un cambio continuo: las empresas, los sindicatos, la actitud de los consumidores, el papel del gobierno, evolucionan sin cesar. Éste es el motivo por el cual, si la ciencia económica no quiere caer en desuso, ha de adaptarse a estas transformaciones de dos maneras. Debe absorber las nuevas informaciones y revisar sus interpretaciones. Y debe evolucionar a su vez. El desacuerdo se instala entonces entre los economistas que reaccionan de manera diferente ante estos cambios. Algunos se aferran a la ilusión de que el objeto de la ciencia económica, como el de muchas otras ciencias, está dado de una vez por todas. Otros aceptan la evidencia, el hecho de que lo que valía ayer sobre el papel de las empresas, de los sindicatos, del comportamiento de los consumidores y de los gobiernos, y sobre las estructuras de la vida económica ya no es valido hoy y lo será aun menos mañana.” [[Ob.cit. J. K. Galbraith y N. Salinger, Introducción a la Economía … Pag 20, 21 ]]

4) Economizar esfuerzos, haciendo que hasta la más pequeña idea adquirida, en la facultad o en algún posgrado, dure toda la vida; nada de nuevas teorías o de respuestas nuevas a situaciones nuevas. Ser ortodoxo es repetir a ultranza siempre las mismas ideas, en todo tiempo y lugar y para cualquier escenario.

La economía del esfuerzo es, por ejemplo, la de aquel economista senior que en su juventud se licenció en la Universidad Di Tella, se doctoró en el CEMA, y obtuvo uno que otro título en Chicago, todo ello constituye su tesoro académico y pretenderá que nadie ponga en duda la validez y “objetividad científica” de ese capital intelectual. Galbraith lo resume brillantemente: “Ciertos economistas son muy ‘económicos’ en lo que hace a sus pensamientos. La menor idea adquirida deberá durar toda la vida. [[Ob.cit. J. K. Galbraith y N. Salinger, Introducción a la Economía … Pag 21 ]]

5) Según quien paga: “No es difícil ver donde se sitúa el interés de cada cual; basta con entender a nuestro viejo instinto y responder a la pregunta: ¿Quién paga? Si un economista es demasiado alabado por los ricos, hay que ponerse en guardia. En la persecución de sus intereses personales, los ricos están afectados por un vago sentimiento de culpabilidad. Aquel que contribuya a librarlos de él tienen asegurado su apoyo, con los que aprehenderá rápidamente más a consolidar ese apoyo que a indagar la verdad.” [[Ob.cit. J. K. Galbraith y N. Salinger, Introducción a la Economía … Pag 21 ]]

Surge entonces la pregunta razonable: ¿qué actitud puede o debe adoptar el hombre común frente a las explicaciones de los economistas, sobre sus propuestas y sus prognosis? Arturo Jaureche,[[Ob.cit. J. K. Galbraith y N. Salinger, Introducción a la Economía … Pag 21 ]] frente a esta cuestión, respondió con su conocida recomendación que podríamos sintetizar diciendo: “cuando los economistas hablan muy difícil y nadie los entiende, no es que uno sea burro sino que seguro le quieren meter el perro”.

Galbraith contesta años mas tarde de modo similar: la única actitud veraz consiste en exigir la explicación más completa y en preguntarse si tal explicación resiste la prueba del sentido común. Si alguna vez un economista le pide a usted que acepte sus puntos de vista como la palabra del evangelio bajo pretexto de que se basan en su erudición , no crea ni una palabra .”

Es necesario estar atentos, porque son estos economistas que hemos descripto, los que tienen acceso a los medios de comunicación, son ellos los que reciben las consultas sobre la marcha de la economía, son ellos los que llenan los programas políticos y económicos de la radio y la televisión, son ellos los que nos apabullan con su jerga incomprensible desde las páginas de la mayoría de los diarios. Son ellos también los que recomendaron ajustar en el pasado y recomiendan ajustar en el presente, mostrando una gran pobreza de ideas frente a las nuevas circunstancias. Ni siquiera la evidencia del pasado reciente en nuestro país los hará pensar nuevas soluciones. Ni la crisis financiera internacional, que fue como un Tsunami para con sus postulados, los inmuta.

Es claro, deben hacer bien los deberes, deben cuidar sus intereses, el de sus amos, el de los partidos políticos que reflejan su ideología que tratan de ocultar en tecnicismos indescifrables. Está claro que, como decía Perón, son los hijos de la receta.

*Director del Departamento de Ciencias Sociales del Centro de Estudios Socioeconómicos y Sindicales (CESS).

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