Los derechos humanos, condicionados

De la Redacción de ZOOM. La Asamblea Permanente por los Derechos Humanos emitió hace una semana un Documento donde señala algunos hechos que, forjados en la coyuntura de los últimos meses en Argentina, poseen un peso decisivo en las posibilidades de éxito de una política de derechos humanos. Lo transcribimos.

Partimos del supuesto de que debemos enfrentar un conjunto de violaciones a los derechos humanos de una gran diversidad en situaciones actualmente operantes.

Creemos que el gran conflicto patrones rurales-gobierno, originado en una medida legítima acerca de las retenciones sobre las rentas extraordinarias de un grupo de grandes empresas exportadoras, pero políticamente mal manejado y prolongado a lo largo de 4 meses por el Poder Ejecutivo, logró constituir, como hacía muchos años que no ocurría en nuestro país, una fuerza social que atraviesa todo el conjunto social. Dicha fuerza, conducida por las principales corporaciones de los sectores agroexportadores y agro-rentísticos más poderosos, provenientes tanto de los viejos sectores oligárquicos como de los nuevos, formados a partir de las transformaciones productivas del sector rural producidas en los últimos años, se ha unido a un amplio sector de capas medias de las ciudades de la pampa húmeda y en general del interior de nuestro país, cuyo bienestar se incrementó en el último quinquenio. Dichos sectores han incorporado además a una pequeña fracción de asalariados rurales, cuya dependencia respecto de sus patrones es notoria, y que no pueden, precisamente por no ser políticamente autónomos y por no tener un gremio fuerte, oponerse a sus empleadores.

Una fuerza social antitransformadora

Desde el punto de vista político-ideológico se trata de una fuerza social antitransformadora, clasista, asentada en una tradición cultural que fuerza a identificarse con la patria –la patria de los ganaderos gringos- que ha construído a lo largo de muchas generaciones una identidad exitosa de productores de la totalidad o al menos de la mayor parte de los bienes que consumimos los argentinos, ignorando olímpicamente que –con excepción de una parte de los alimentos- todos los objetos que los ciudadanos consumimos y utilizamos cotidianamente y sobre los cuales nos asentamos y vivimos y construímos nuestras ciudades y nuestro habitat son productos de la actividad industrial, científica y cultural. Se trata de un estadio ideológico que todavía hoy se funda en los fisiócratas franceses del siglo XVIII, que creían que sólo los bienes de la tierra eran los que regulaban la economía y los mercados. No han alcanzado siquiera el estadio de la economía política clásica premarxista de Adan Smith y David Ricardo. Por lo tanto, muchos de sus rasgos ideológicos son antiobreros, antisocialistas, antiperonistas y anti todo lo que huela a alguna forma de igualación social. No casualmente dichas corporaciones exhiben las cifras más retardatarias de asalariados en negro. Tampoco es casual que hayan llevado adelante formas de lucha de una envergadura tal que provocaron un verdadero despilfarro y destrucción de alimentos, desabastecimiento urbano e inflación, además de haber ejercido prácticas violentas contra ciudadanos que pretendían o necesitaban circular por las rutas.

Discrepamos por ello con quienes les atribuyen el carácter de nueva derecha, porque creemos que son la vieja derecha que reaparece, ahora más fuerte y envalentonada, y que se adapta cada vez a enfrentar a las fuerzas populares o populistas que logran apoyo de las fracciones subordinadas de la sociedad, porque proponen formas de redistribución que consideran socializantes. Sí pensamos que son una fuerza destituyente porque esa es la tradición de sus fracciones más poderosas –no de todos sus componentes- que a lo largo de la historia argentina han estado detrás de todos los golpes militares desde 1930 en adelante, cada vez que otra fuerza social o política se proponía una política económica alternativa. Creemos también que esos mismos grupos han apoyado en diversas oportunidades las prácticas genocidas de diversos gobiernos. Y todos nosotros hemos tenido oportunidad de reconocer hace escasos dos meses, por Internet, la solicitada de la Sociedad Rural de 1977, agradeciendo la tarea genocida de la última dictadura militar.

Frente a dicha fuerza social, sólo hemos tenido oportunidad de ver a un gobierno que no exhibió mayor capacidad política para impedir la formación de esa fuerza, pero que –reconocemos- no ejerció el monopolio de la violencia a la que podría haberse aferrado, que no tiene un solo muerto por represión a lo largo de 5 años, y que ha seguido adelante con una política exterior latinoamericanista, así como con los juicios por crímenes de lesa humanidad, aun con todas las dificultades que esta sociedad y todos nosotros, militantes por los derechos humanos, percibimos todos los días.

La emergencia de una amplia oposición de corte ideológico fascista y autoritario

A nuestro juicio, la derrota en el Senado produjo un doble efecto saludable: (1) ha obligado al gobierno a escuchar las advertencias que se le hacían desde diversos sectores afines, y creemos que ha comenzado a reaccionar y (2) frenó los impulsos de la fuerza patronal rural, que hubiera generado una violencia difícilmente controlable en las rutas y en los pueblos, provocando un verdadero golpe económico. Creemos que fue mejor perder que ganar por un voto.

Queremos sí llamar la atención sobre un fenómeno al que los organismos de DDHH y sus militantes debemos prestar atención: la formación de esta fuerza social ha estimulado la emergencia de una amplia oposición de corte ideológico fascista y autoritario, que es la misma que permaneció indiferente o mantuvo la complicidad del que se niega a ver –el necio- ante los crímenes de la dictadura, que no vacila en proferir insultos soeces a la presidenta y que amenaza permanentemente a los testigos de los juicios, además de alentar la complicidad del aparato judicial en la prolongación de los mismos, en la revictimización de los testigos a quienes se obliga a declarar una y otra vez, y en la renuencia a hacer públicas las audiencias. Mientras, se siguen reproduciendo nuevas formas de victimarios, ayudados por cómplices del propio aparato estatal –policías, servicios de inteligencia, asociaciones ilícitas de militares y de funcionarios- que saben que van a ser protegidos en la esfera judicial-penal.

Las noticias que nos llegan todos los días de la Red por los Derechos Humanos, el retroceso en varios juicios que estaban prácticamente ganados –como las tierras de los viejos pobladores en el sur, y los testigos de Jehová– para citar dos casos en que la APDH ha sido querellante, sumado a los indicios que señalamos arriba, nos obliga a extremar nuestra atención. Creemos que estamos en condiciones de iniciar una reflexión sobre las condiciones político-culturales de nuestra sociedad, y sobre la inconveniencia de seguir sosteniendo prejuicios e ilusiones acerca de los comportamientos de las mayorías, así como sobre la enorme corrupción moral e ideológica que produjo en el poder judicial su adhesión obediente a la dictadura. La formación de esta fuerza social de derecha nos recuerda que –aunque resistentes- somos minoría.

En nuestra sociedad predominan los hábitos sociales de obsecuencia con el poder

Creer lo contrario es un prejuicio riesgoso: creer que las mayorías populares estuvieron masivamente en contra de la dictadura; creer que hoy esas mismas mayorías sostienen la lucha por los derechos humanos conculcados, de ayer y de hoy.

En nuestra sociedad predominan los hábitos sociales de obsecuencia con el poder, esté donde esté, y éste es un atributo compatible con nuestra densa tradición autoritaria: la cultura de las clases propietarias es proclive a aceptar el orden estático de un poder conservador que niega la vida de lo diverso y produce la complicidad impune y naturalizada de la mayoría. Los pobres y marginados están demasiado expropiados culturalmente como para liderar un movimiento de oposición a aquella cultura autoritaria.

Por nuestra parte, tenemos que ser concientes que no todo lo que ocurre puede adjudicarse y demandarse infantilmente al gobierno.

Es importante tener conciencia que, cualquiera sea el grado de simpatía que nos despierte el gobierno, debemos sostenerlo con todas nuestras fuerzas. Aunque le exijamos en términos amigables y como aliados objetivos, que cumpla con sus promesas y con la ley. En estas lides no hay lugar para distraídos.

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