Continuando y amplificando lo dicho en la primera parte de esta suerte de saga ¿histórica?, presentamos el prontuario de la “Gendarmería Volante”, ese grupo de mercenarios privados que azotó el norte santafesino en las primeras décadas del siglo XX y cuyo know how sería la piedra fundamental para la futura Gendarmería Nacional
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“Son un verdadero azote para la población de estas regiones. Han defraudado las buenas intenciones del gobierno y en vez de ser un cuerpo de gendarmería para garantir los intereses generales de los pobladores, lo es pura y exclusivamente para lo que ordene La Forestal. De ahí que los destierros de los obreros que no estima aquella compañía estén a la orden del día, dado que se les expulsa militarmente”.
Corría 1921 y el testimonio de un comerciante de Villa Ana, una localidad del norte santafesino, reproducido por el diario Santa Fe, daba cuenta de la imagen que en su corta existencia se había ganado la Gendarmería Volante entre los pobladores de las áreas de influencia de la compañía inglesa The Forestal Land, Timber and Railways Company Limited, conocida por todos como La Forestal.
Fundada en 1906, de capitales británicos, La Forestal tenía por entonces más de dos millones de hectáreas en la región del Chaco santafesino, donde poseía grandes extensiones de bosques de quebracho, cinco plantas de tanino, unos 400 kilómetros de vías férreas de su propiedad que le permitían llevar su producción al puerto de Rosario. Contaba también con puertos propios y había pueblos enteros que dependían de ella, en los cuales manejaba la ley a su antojo. Para finales de la segunda década del siglo pasado empleaba a alrededor de veinte mil personas, entre obreros, hacheros, empleados administrativos y su propia fuerza de seguridad.
Eran tiempos de fuertes conflictos obreros en la Argentina gobernada por el radical Hipólito Yrigoyen, que no había vacilado en reprimir huelgas y protestas a sangre y fuego. Las masacres de la Semana Trágica de 1919 en Buenos Aires y los fusilamientos de obreros en la Patagonia de 1921 marcaban dos hitos de una espiral de violencia que en el centro y el norte del país se replicaba con la represión salvaje a tres huelgas sucesivas de los trabajadores de La Forestal.
En Buenos Aires, las masacres habían estado a cargo de la acción conjunta de la policía y de los parapoliciales de la Liga Patriótica Argentina. En el sur, ante el fracaso de las policías privadas de los estancieros, el Ejército se hizo responsable y se cargó a centenares de huelguistas en una macabra fiesta de fusilamientos y tumbas anónimas. En el Chaco santafesino, mientras tanto, actuaba un cuerpo mercenario creado por el estado provincial pero que recibía órdenes directas de la empresa que la financiaba, La Forestal. El nombre oficial de esa fuerza privada era el de “Gendarmería Volante”, pero sus víctimas se referían a sus patotas armadas como Los Cardenales. Su accionar represivo al servicio de los intereses de las grandes empresas sería el modelo inspirador, durante la década infame, para la creación de la Gendarmería Nacional.
Mercenarios oficializados
En un primer momento, la Gendarmería Volante fue una patota patronal formada por La Forestal para reprimir las huelgas de 1919 en Santa Fe, pero pronto extendió su área de influencia a las provincias de Chaco y Salta, la región del quebracho colorado que explotaba la empresa.
Los propietarios de la compañía inglesa la crearon porque consideraban excesivamente blando el accionar del Ejército y la policía provincial en la represión. “Estaba la policía provincial local, con escasos efectivos y subvencionada por la compañía. La Forestal también tenía su seguridad privada, una guardia pretoriana conformada por capataces y mayordomos, como el caso de Marcelino Sandoval, una suerte de ‘patotero’ muy mencionado durante la huelga. También participarán los escuadrones de seguridad y guardiacárceles de la provincia. A nivel nacional intervendrá el Regimiento 12 de Infantería y sobre finales del conflicto se creará la Gendarmería Volante, con financiamiento de la compañía”, explica el historiador Alejandro Jasinski, autor de Revuelta obrera y masacre en La Forestal. Sindicalización y violencia empresaria en tiempos de Yrigoyen.
“En un primer momento, la Gendarmería Volante fue una patota patronal formada por La Forestal para reprimir las huelgas de 1919 en Santa Fe, pero pronto extendió su área de influencia a las provincias de Chaco y Salta”
Por exigencia de la propia empresa, el gobernador radical de Santa Fe, Enrique Mosca –el mismo que en 1945 acompañará a José Pascual Tamborini en la fórmula presidencial de la Unión Democrática– le dará a ese cuerpo mercenario un estatus oficial. “Mosca dicta una ley (N. de la R: en realidad, se trató de un decreto) donde crea la Gendarmería Volante para actuar en las tierras de La Forestal aceptando para su equipamiento, y los gastos que demande el escuadrón, la donación de la propia empresa de un fondo para esos fines represivos”, cuenta Osvaldo Bayer. En el texto del decreto, el gobernador deja en claro por dónde viene la mano: “Agradécese a La Forestal las sumas destinadas para financiar la Gendarmería Volante”, dice.
La brutalidad del cuerpo mercenario bendecido por el estado provincial quedó clara en la represión de la huelga de principios de 1921, luego del cierre de las fábricas de La Forestal en Villa Ana y Villa Guillermina. Los Cardenales asesinaron a centenares de personas, torturaron a otras tantas, y saquearon y quemaron las casas que la empresa había construido para los obreros. El objetivo era sacarlos de ahí y que no pudieran volver. “Los que habían quedado sin trabajo por el paro en la fábrica fueron obligados por la Gendarmería a abandonar el pueblo. Muchos se fueron y otros ganaron los montes: a estos los persiguió la Gendarmería y fue con quien chocaron. Luego vino el incendio de las viviendas desocupadas por los obreros y otro tanto hicieron con el local de la Federación Obrera, donde se quemaron muebles, libros y cuanto había”, relató al diario Santa Fe el mismo comerciante de Villa Ana citado al principio de este artículo.
Los Cardenales del terror
El diario Santa Fe también se ocupó de entrevistar a varios de los obreros capturados por la Gendarmería Volante y luego entregados a la policía provincial para que fueran trasladados a la capital. Uno de ellos, Jumelo Méndez, contó con pelos y señales el trato que les habían propinado Los Cardenales y aclaró, para que no quedaran dudas, que las torturas a las que fueron sometidos habían sido obra de la Gendarmería y no de la policía.
Cuando el periodista le preguntó si había sido la policía quien lo había golpeado y estaqueado, Méndez respondió sin dudar: “La policía, no. A mí, como a mis compañeros, nos han tratado relativamente bien. Quien nos ha hecho trabajar como burros y nos ha apaleado hasta que ha querido, es la Gendarmería. El sargento primero Varola nos ponía en fila de indio y nos hacía pasar al trote frente a él con una bolsa de tanino al hombro, y al enfrentarlo nos aplicaba garrotazos con el machete. Así trabajamos una mañana acarreando tanino y una tarde apilando leña. Lo que allí ha hecho la Gendarmería no tiene nombre”.
Puesto a contar los hechos, Méndez siguió enumerando las torturas sufridas por sus compañeros: “A un mocito, Rafael Leonelli, el mismo sargento, acompañado de un trompa, lo colgaron del cuello y allí lo trompearon, esto yo lo he visto. Cuando lo descolgaron, lo hacían tender boca abajo y lo pateaban. Y el pobre Leonelli era completamente inocente. Lo pusieron en libertad antes de que llegara el señor Cervera (N. de la R: capataz de La Forestal)”, relató al cronista del diario Santa Fe.
Los Cardenales ni siquiera tuvieron piedad con los heridos de bala. “A Guillermo Blanco, que está con nosotros, estando herido, porque fue tomado herido en uno de los tiroteos, lo apaleaban de rato en rato y el mismo sargento dio orden de que no se le curase y que lo mataran a palos. El día del último encuentro, le ataron los brazos para atrás con una cadena y se le castigaba con un bozal lleno de argollas. Esto lo hemos visto todos y los mismos altos empleados de La Forestal lo presenciaban”, testimonió Méndez. Y concluyó: “La gente se fue al monte, huyendo de la Gendarmería que dominaba todo y castigaba a cuanto obrero se le ponía por delante. Los dieciocho compañeros que hemos estado en manos de la gendarmería hemos sido martirizados. A las mujeres se les insultaba y se les ultrajaba en toda forma. Aquello era la mazorca desatada en Villa Ana”.
“La noticia de las casi seiscientas muertes provocadas por la represión en La Forestal trascendió las fronteras provinciales y provocó una oleada de denuncias que marcó el principio del fin de la Gendarmería Volante”
Una anotación en el cuaderno del capataz de La Forestal Aniceto Barrientos da una idea de hasta qué punto los represores se ensañaron con sus víctimas: “A los muertos los apilaban uno sobre otro, le clavaban el cuchillo en la nuca por si estaban vivos, desde ese día tenía miedo de volver a trabajar porque nos miraban con odio, como si fuéramos perros sarnosos”, escribió.
El conocimiento de la salvaje represión desatada por la Gendarmería Volante sobre los obreros y hacheros de La Forestal no provocó ninguna declaración oficial de condena y mucho menos una investigación por parte del gobierno santafesino. Osvaldo Bayer cuenta que únicamente en la Cámara de Diputados provincial se alzó una solitaria voz de condena, la del diputado Salvadores, que relató cómo un obrero capturado por Los Cardenales, Teófilo Lafuente “fue conducido desde Vera hasta Villa Guillermina por el sargento Julio Luna. Desde la estación hasta la comisaría fue llevado al trote, a punta de sable, mientras algunos gendarmes descargaban sobre sus espaldas una verdadera lluvia de golpes con los sables y los winchesters”, denunció delante de la Cámara en pleno, sin lograr una declaración de repudio por parte de sus colegas.
Muerte y resurrección
Pese al silencio de los tres poderes del Estado provincial y a la indiferencia del gobierno nacional, la noticia de las casi seiscientas muertes provocadas por la represión en La Forestal trascendió las fronteras provinciales y provocó una oleada de denuncias que marcó el principio del fin de la Gendarmería Volante, disuelta antes de que terminara 1921.
Sin embargo, el espíritu, la metodología y la servidumbre a los grandes intereses económicos de la Gendarmería Volante no tardarían en reencarnar en otra fuerza, ahora del Estado argentino, que no casualmente fue bautizada con un nombre que la evoca sin equívocos: la Gendarmería Nacional, creada en 1938 por una ley enviada al Congreso por el presidente conservador Jaime Gerardo Roberto Marcelino María Ortiz, y definida como una fuerza de policía militarizada federal, bajo la órbita del Ministerio de Guerra.
De acuerdo con el sociólogo Esteban Rodríguez Alzueta, el proyecto de ley enviado por Ortiz al Congreso Nacional no fue una iniciativa propia del Poder Ejecutivo sino resultado del lobby de Bunge & Born, que quería utilizarla para combatir a los bandidos rurales Mate Cosido y al Vasco Zamácola, que afectaban sus intereses en la provincia del Chaco.
La reencarnación fue eficaz. El sangriento espíritu de la Gendarmería Volante de La Forestal reapareció una y otra vez en el accionar de la Gendarmería Nacional: en las masacres indígenas de Rincón Bomba y de los zafreros nivacle del ingenio Ledesma, en la represión de los obreros del frigorífico Lisandro De la Torre, en los secuestros y desapariciones de la Noche del Apagón, en las balas contra los piqueteros de Cutral-Co y, este año, en la brutal irrupción –sin orden judicial– en los terrenos mapuches de la Pu Lof en Resistencia de Cushamen.
En cada una de esas actuaciones sangrientas se pueden leer los intereses que defendió a lo largo de su historia una fuerza que debería estar al servicio de todos los argentinos: La Forestal, Patrón Costas, Bunge & Born, Ledesma y la YPF de capitales españoles de los 90, por citar sólo algunos.
Como ayer aquellos, hoy los patrones de la Gendarmería Nacional son, entre otros, Joe Lewis y Luciano Benetton, a cuya servidumbre la puso el gobierno de Mauricio Macri.