Lo que vi en la UTPBA

Crónica de una farsa electoral de un gremio que no representa a los trabajadores de prensa. Los empleados del diario Crítica de la Argentina fueron silbados y avergonzados por quienes tienen que defender sus derechos.

El oficio de periodista se encuentra en debate. Lo ocurrido en la reciente Asamblea Electoral de la Unión de Trabajadores de Prensa de Buenos Aires (UTPBA) alerta sobre los peligros de un sindicato que no reacciona ante una actividad atomizada y dominada por los empresarios del rubro.

Mi abuelo paterno, obrero textil, decía que después de conseguir trabajo había que afiliarse al sindicato. Eso hice poco después de ser efectivizado en la agencia Noticias Argentinas (NA). Allí hacía años que no se elegían delegados. Los noventa habían dejado su marca.

Después del estallido de 2001, fuimos varios los que nos acercamos al sindicato para que nos acompañaran en la conformación de la comisión interna. Tuvimos varias reuniones. Algunas con el secretario general del gremio, Daniel Das Neves, cuya firma tengo estampada en mi carnet.

Al tiempo, superando temores y vaivenes, tuvimos la primera comisión interna. Para la tercera elección me había convertido en delegado y fui reelecto una vez más. En esas jornadas, en las que trabajosamente discutíamos la recomposición salarial y las mejoras en las condiciones laborales, siempre convocamos al sindicato a participar de las asambleas.

Por esos días también le decía a Edgardo, quien nos visitaba en representación del sindicato, que tenía que venir a la redacción con planillas de afiliaciones. Sobraban los dedos de una mano para contar los afiliados en NA. Yo decía, y aún lo sostengo, que era necesario que se afiliaran más no sólo para tener la posibilidad de recambio de delegados, sino también para tener un sindicato más fuerte. Nunca vinieron a afiliar a nadie. Hoy en NA no hay más de cinco afiliados.

El último 7 de junio fui al acto del Día del Periodista en la puerta de Crítica de la Argentina. Hay 190 laburantes que están en huelga desde hace dos meses y se quedan a dormir en la redacción para que no les terminen de vaciar la empresa. Después de los discursos, discutí con varios compañeros porque me parecía que, aunque compartía algunas críticas, se había cuestionado en demasía a la conducción del gremio.

En todos estos años, el sindicato no me convocó para ninguna Asamblea Electoral ni me avisó formalmente de las elecciones. Pero ayer participé de mi primera Asamblea Electoral. Curiosamente no me invitaron desde el sindicato pese a que ahora me eligieron delegado en otro medio. Los que sí me invitaron fueron los opositores a la lista Celeste y Blanca. Me llamaron amigos de La Gremial, de El Colectivo, de La Naranja. Todos me contaban como propio. Los únicos que no me contaban como propio eran los dirigentes del sindicato.

Ayer, en el microestadio de Atlanta, vi lo que siempre creí parte de una leyenda negra exagerada por algunos opositores. No digo que no les creyera, pero sentía que se dejaban ganar por sus posiciones, por sus cuestionamientos a la forma de conducción. Trabajosamente logré dejar la redacción a las ocho de la noche para llegar a la poco periodística cita (todo se acelera en cualquier diario después de las siete de la tarde).

Vi como acreditaban a dos mujeres de unos cincuenta años que como todo comprobante de su trabajo en una radio mostraron su cédula de identidad y un volante color celeste gastado que daba cuenta de una FM de La Matanza. También a un hombre cercano a los sesenta años que decía que venía de Lomas de Zamora y que allí trabajaban en “radio y televisión” pero que no pudo decir ni el nombre del programa en el que dijo que trabajaba. Y a un pibe de unos 25 años que decía que era colaborador de una revista pero no tenía ni credencial del medio ni carnet de afiliado. Pero como los otros figuraba en padrones y fue acreditado.

Vi como la entrada al recinto donde funcionaba la Asamblea era franqueda al responder afirmativamente la pregunta ¿Te acreditaste? Ninguno de los dos que me lo preguntaron podían saber si efectivamente lo había hecho o si trabajaba de algo relacionado con el periodismo.

Vi como se propusieron tres listas. Las dos primeras respondían a la Celeste y Blanca y repetían los nombre de algunos de sus integrantes. La tercera reunía a las agrupaciones opositoras.

Vi como el secretario Das Neves, al frente de la Asamblea, hizo votar primero la tercera propuesta, la de la oposición, y vi como contaron velozmente “60 votos”.

Vi como después puso a votación las otras dos listas que, obviamente, ganaron. Y vi como en medio de las quejas hizo votar y contar nuevamente la propuesta de la oposición y ahí la cuenta dio 92. Aún así el oficialismo se quedaba con mayoría y minoría. Tenía unas 500 manos, varias de ellas votaron a las dos listas.

Vi como una chica de campera roja y otra con chaleco animal print, que en el verano de 2005 me vendían los boletos para ir al club de Moreno, silbaron a los compañeros del diario Crítica de la Argentina, que llevan dos meses de paro para intentar que un empresario especializado en el vaciamiento de empresas no los deje en la calle.

Vi como un chico con campera verde y barbita candado, que me recibía los boletos los domingos a la mañana cuando subía al bondi, también silbaba y abucheaba cuando se cantaba por paritarias.

Todo eso que vi me resulto revulsivo. Pero de todo eso, incluyendo la fragilidad de las acreditaciones que vi entregar, lo que me generó una mezcla de bronca y tristeza fue ver a trabajadores que se burlaban de trabajadores en huelga y que se reían de una paritaria sindical. Algo inexplicable. Incomprensible ¿Cómo es posible que trabajadores y varios de sus dirigentes se burlen de un par que está por perder el laburo?

De todo eso, lo que me enfureció fue no escuchar del máximo dirigente de la Celeste y Blanca, el que estampó su firma en mi carnet de afiliado, un sola palabra sobre el único conflicto que hoy cruza a nuestro oficio. Esa falta de palabras tiene coherencia con la actitud tomada cuando recrudeció el conflicto: no mandaron ni una docena de empanadas para bancar la permanencia en la redacción.

Al salir le mandé varios mensajes a Judith. Quería alguna explicación. Le di estas mismas impresiones. Le hice varias preguntas. No tuve respuestas.

Lo que vi, lo que escuché y no escuché, me convencieron de que la leyenda negra se quedaba corta.

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