Lilith, la madre que las parió

Historias reales que son de no creer.

A lo largo de la historia de la humanidad no fueron pocas las mujeres que tuvieron conductas impropias de su condición, y recibieron el debido castigo. Algunas hicieron de la necesidad virtud asumiendo alegremente la categoría de putas. Otras fueron quemadas por practicar la brujería y cohabitar con demonios. A muchas se las tuvo por herejes, frígidas, ninfómanas, neurasténicas, feas o marimachos. Cualquier estigma es siempre útil para condenar a las inadaptadas, pero seguramente ninguna de ellas recibió más agravios e injurias que Lilith, madre de los demonios, señora de la noche y primera mujer de la Creación.

La contradicción principal

El Génesis contiene dos pasajes distintos referidos a la creación de la humanidad. En I: 27 dice “Creó Dios al hombre, a su imagen y semejanza. Hombre y mujer lo creó”, y en II (18-24) contradice: “Encontró que el hombre se hallaba solo, y ninguna de las bestias del paraíso le era un eficaz ayudante” y fue así que “sumiendo a Adán en un sueño profundo retiró de su cuerpo una costilla, y con ella le hizo una mujer y se la trajo al hombre”.

Los libros sagrados están plagados de contradicciones, superposiciones y relatos que se repiten con variantes una y otra vez, quizás con el fin de dar pie a esas arduas y tediosas polémicas de hermeneutas y teólogos que eventualmente se animan cuando alguno de ellos acaba en la hoguera. Pero la de estos pasajes no es cualquier contradicción sino, como dirían Pléjanov y san Agustín de Hipona, la Contradicción Original: por la grieta entre los párrafos, surgen multitud de variables interpretativas respecto a la igual o distinta jerarquía de las relaciones que hombre y mujer tienen entre sí y con su Creador.

Y también surge, apoyada en decenas de tradiciones, la historia de Lilith, La Rebelde, la Suprema Ramera, la Madre que las parió a todas, la primera mujer en términos absolutos, que se negó a yacer bajo Adán, engañó y rechazó a Dios, fue, y seguramente sigue siendo la amante de Samael, se inmortalizó como poderoso demonio, matriarca de los vampiros y con el correr de los años, icono de algunas posturas extremas del feminismo.

Si lo dice san Pablo…

La flagrante contradicción original desveló a los estudiosos de las Escrituras, convencidos de la naturaleza infalible del Creador de Todas las Cosas: o sobraba un capítulo del Génesis o, entre uno y otro, había desaparecido una hembra.

Tomando las palabras en su sentido más literal –“varón y hembra lo creó”– quieren algunos tratadistas que en su primer versión Adán haya sido un ineficiente andrógino: su compañera, una réplica femenina de sí mismo, estaba o bien a su lado, o pegada a su espalda.

A favor de Dios, cabría destacar que siendo para ese entonces un Creador inexperto, resulta comprensible que se mostrara algo chapucero. Ahora bien, por más bobalicona que pueda ser una segunda mujer, confeccionada a partir de una simple costilla, va de suyo que no iba a aceptar como si tal cosa a un compañero de cama con una hembra adherida a modo de joroba. Entre los dos primeros capítulos del Génesis, algo debió haber pasado.

Una vez más, los cabalistas acudieron en ayuda de Dios: parece ser que, advertido de las consecuencias (o no consecuencias) de su distracción, Jehová dio en corregir el error separando ambas caras de ese extraño ser. La explicación resulta satisfactoria en un sentido, en tanto nos tranquiliza saber que la cópula entre Adán y su costilla no habría sido un escandaloso menage a trois, pero sigue sin aclarar qué ocurrió con la mitad femenina de Adán.

El Alfabeto de Ben Sira, que recoge antiguas leyendas rabínicas (Midrash), trata de explicárnoslo. Sin dar mucho crédito a la idea del carácter andrógino de nuestro predecesor, asegura que fueron dos los seres creados por Jehová y que para ambos se valió del mismo material, detalle que a la postre daría lugar a enojosas situaciones.

Sin embargo, san Pablo, padre indiscutido de la misoginia eclesiástica, se apresuró a curarse en salud, primero, castrándose, para luego afirmar que el primer capítulo del Génesis no quiere decir en absoluto lo que dice, esto es, que Dios crease al mismo tiempo ni con los mismos materiales a ambos humanos, sino que mientras el hombre estaría “…hecho a imagen y semejanza de Dios, para Su gloria”, la mujer fue “creada a semejanza del hombre, para la gloria del hombre”. Y chupate esta mandarina y andá a lavar los platos.

Desde luego, nada en el texto citado respalda el aserto de san Pablo, pero san Agustín sí se respalda en san Pablo, santo Tomás de Aquino en ambos, y en santo Tomás holgazanea una muchedumbre de teólogos no sólo católicos sino de casi todas las confesiones protestantes, para dar por probada La Verdad.

Contrario sensu, las feministas creyentes, que, como las brujas, las hay, reivindican Génesis I en sentido directo y literal, y rizando el rizo, sostienen que, en el segundo relato, “costilla” es una traducción limitada –por error o, más probablemente, mala voluntad machista– de lo que bien entendido, dice “costado”.

Así corregidos los textos, ciertamente relatarían que Adán fue creado a Su imagen y semejanza, hombre y mujer a la vez, puesto que Él comprende todos y cada uno de los sexos posibles.

Pero dada la soledad que le tocó en suerte, un sexo o tres a la extraña criatura le harían la misma (poca) gracia. Por lo que Jehová se apiadó de Su humano, lo puso a dormir y extrajo de su costado a una hembra; es decir, lo dividió en las mitades que ahora somos unos y otras.

Antes de contarla, repasemos

La historia de Lilith es una tradición popular muy difundida a través de canales que, partiendo probablemente de un mismo origen, no volvieron a cruzarse. Lilith parece derivar de Lilitu, que en acadio –la lengua del primitivo Summer–, significó en sentido amplio, viento, aliento o espíritu.

Su nombre aparece en los mitos religiosos y folclores de judíos y musulmanes de Palestina, con difusión en todo el cercano oriente, y también entre las creencias vulgares de los primitivos cristianos coptos de Egipto y Etiopía y los mazdeístas de la antigua Persia. Ha sido descripta, y su rol en el plan divino analizado por exegetas de estas confesiones, en particular los hebreos.

La mayoría de los textos en que Lilith figura son posteriores al siglo V, como es el caso del Génesis Rabbá, colección de comentarios talmúdicos que tendría gran influencia en los cabalistas europeos. Los textos sagrados cristianos, tal como los delimitan las grandes corrientes católica y protestantes occidentales, dejaron de modificarse por lo menos cien años antes, por lo que no hay en ellos, excepto un oscuro párrafo de Isaías, casi ninguna referencia a la misteriosa primera mujer.

Sin embargo, el boca en boca mantuvo vivo el mito también en el Oeste, mezclando a nuestra heroína con figuras similares de una decena de mitologías, algunas tan al poniente como la germana, la vasca y la astur, pueblos a los que Lilith llegó incluso antes que los Evangelios Debidamente Expurgados.

Por nuestra parte, procedimos a mezclar las fuentes y ensamblar las versiones, a los fines de no fatigar a los lectores con citas que de cualquier modo no prueban nada, y sobre todo, para relatar los hechos como mejor nos place.

Divina incompetencia

Aunque se presume que los cinco libros que forman el Pentateuco –los primeros de la Biblia–, fueron dictados por Moisés, hay coincidencia entre todos los especialistas –excepción hecha de los que creen en la literalidad estricta de la Palabra–, en que el Génesis fue el último en volcarse por escrito y agregarse a la serie (los otros cuatro son Éxodo, Levítico, Números y Deuteronomio, es decir, el compendio de la historia y la ley religiosa y civil de los hebreos). Pensado de antemano como una especie de somero prólogo a los otros, el Génesis escrito, tal como lo conocemos, data de después del primer cautiverio en Babilonia. También hay consenso en que por lo menos el segundo relato de la Creación deriva de los correspondientes mitos sumerios.

En el relato oral que incorpora a Lilith, simplemente se trata de que fue ella, y no Eva, la primera mujer hecha por Dios; y no a partir de un pedazo de macho, sino del mismo polvo. Algunos de los comentarios talmúdicos antes citados se apresuran a negar que el material fuera exactamente el mismo; Dios la habría hecho en segundo lugar y en base a inmundicias y excremento.

Inmundicias y excremento.

Extraordinaria devoción la de estos creyentes que para maldecir a una mujer indefensa no vacilan en dejar al Señor como un incompetente y desaseado aprendiz.

Del misionero al mono

Hasta aquí, dejamos al hombre y la mujer, solos en el paraíso terrenal, donde todo estaba permitido excepto probar el fruto del árbol del conocimiento.

Y hete aquí que por algún motivo alejado de nuestra comprensión y que ni el Génesis ni los escritos rabínicos aclaran satisfactoriamente, al macho de la pareja se le metió entre ceja y ceja que durante el coito la hembra debía yacer debajo suyo. Y a la hembra se le dio por el mismo empecinamiento, aunque en sentido contrario.
No yaceré debajo –se indignó ella–. Somos iguales pues ambos fuimos creados de la tierra.

La pobre ignoraba lo que los comentarios talmúdicos sabían sobre la incompetencia divina, pero esto carece de importancia al momento de tratar de entender las razones del capricho de Adán.

Si se nos permite algún desvío, hay versiones de la tradición que dicen que antes de tener mujer, Adán habría probado copular, con invariable mala fortuna, con cada una de las hembras animales a las que él mismo había puesto nombre. A eso se referirían los versículos No es bueno que el hombre esté solo. Le haré ayuda idónea… (G.2:18) y Puso nombre Adán a toda bestia y ave de los cielos y a todo ganado del campo. Mas para él no halló ayuda idónea (G.2:20) No está claro si el padre de la humanidad pretendió hacer la del misionero con monas, cabras y terneras, sin contar los reptiles y las gallinas (lo que explicaría la pobreza de resultados) o si la pose se le ocurrió al ver por primera vez a Lilith, pero cuando intentó prevalecer por la fuerza, ella invocó el nombre mágico de Dios, lo que le dio el poder de volar, según algunas versiones convertida en lechuza.

Habida cuenta que la unión de esa yunta primigenia no se había consumado, podría decirse que, al menos desde un punto de vista teólogo-cronológico, el divorcio antecede al matrimonio.

(Continuará)

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