No es nuestra intención polemizar con Rita Segato sino rescatar de sus cuestionamientos en éste artículo (el vínculo va para que pueda leerse completo su errático razonamiento) este involuntario elogio: “Ahí emerge el hecho de que Morales es un sindicalista, y no un aymara”.
Puede agregarse que además de sindicalista, Evo es y siempre fue un dirigente político del socialismo boliviano, de alguna manera heredero –vía el malogrado Marcelo Quiroga Santa Cruz– de Augusto Céspedes y Sergio Almaraz. Y ha sido bueno que así sea: de ser un líder aymara y no un dirigente político y sindical, su gobierno hubiera empezado con una guerra racial o interracial entre quechuas, aymaras, guaraníes y cambás.
Evo, por el contrario, intentó construir un Estado nacional que, con muy buen criterio, en su caso fue llamado “plurinacional”. ¿O acaso aymaras, quechuas, guaraníes y etcétera no son distintas “naciones”? ¿O, me pregunto, no es eso lo que queda del reino de España, un estado plurinacional no reconocido como tal?
Muchos recuerdan la bronca y la aparente incomprensión inicial de Andrés Soliz Rada, seguidor de Quiroga Santa Cruz y ministro de minas y petróleo de Evo, autor de la nacionalización de los yacimientos. ¿Qué es eso del indigenismo y lo plurinacional?, se quejaba, preferentemente en privado. Lógico: Solís no sólo pertenecía a la “izquierda nacional” boliviana sino que era un hombre muy evidentemente mestizo de negro y blanco. Y era posible inferir, de sus rasgos, que con nada o casi nada ni de ascendencia quechua ni de aymara. Resultaba bastante lógico que se preguntara: ¿dónde diablos podría ir a parar un negro boliviano dentro de un “estado plurinacional”?
Eso, lo de político y de sindicalista que tuvo, que Segato encuentra de censurable en Evo, sería, justamente, lo que uno encuentra de encomiable. ¿Que cometió errores? No cabe la menor duda, porque debió enfrentar la disyuntiva entre personalización y alternancia que atraviesa a todos los movimientos nacionales de liberación.
La personalización de los procesos de liberación no obedece a ninguna clase de patología étnica o cultural de nosotros los subdesarrollados, sino a la necesidad de destruir y reemplazar las estructuras de representación política, social, económica y cultural del país colonial, proceso razonablemente largo en el que el pueblo no encuentra representación en ninguna otra cosa más que en la persona del dirigente máximo del período. Y esta “anomalía” obedece no sólo al hecho de que las instituciones de nuestros Estados han sido diseñadas para preservar la dependencia, sino a que no existen en nuestros países distintos modos de ver la nación, a que el debate no consiste en favorecer al conservadurismo o al progresismo, el izquierdismo o el derechismo, el machismo o el feminismo, sino a que el debate esencial es entre el ser o el no ser de un proyecto nacional, dentro del cual los distintos ismos, las distintas inclinaciones, puedan ir (en distintos momentos o en forma simultánea) acomodándose y dirimiendo sus diferencias. En nuestros países no hay posibilidades de antinomias semejantes a las europeas; aquí se trata de la disputa entre quienes (con todas sus diferencias) se proponen la construcción de una nación, y quienes, con el nombre que se quiera y con todas sus diferencias, se oponen, no muy conscientemente, a la construcción de esa nación.
Este, que es el dilema que enfrentó Evo (y todo el que se proponga una política de descolonización) en lo referente a la política interna de su país, y en cuanto a las posibilidades de continuidad del proceso que encabezó, al margen de la continuidad de los nombres y referentes. Porque, lo que está visto, es que la alternancia no es nunca alternancia sino retroceso o suplantación de un proyecto nacional por un proyecto colonial.
Los errores (y lo son porque le salieron mal, que de haberle salido bien no serían “errores”) de Evo responden a esta disyuntiva, la misma que enfrentaron todos los líderes independentistas y que casi ninguno –o ninguno– pudo resolver. Segato –y otros– apuntan centralmente al desconocimiento del resultado del referendum o al veto de Evo a una eventual candidatura presidencial del canciller David Choquehuanca. Es posible que estas decisiones de Evo hayan contribuido a brindar algunos argumentos a una oposición tan feroz que suele no necesitar de ninguno. Es posible. Y es fácil y simplista adjudicar a esos errores políticos las razones de un golpe que no necesitó de ninguno de esos errores, que no fue motivado por ninguno de esos eventuales errores. No fueron esas las razones del golpe de estado, ni una situación económica asombrosamente buena (habida cuenta los antecedentes nacionales y la situación internacional) ni cualquier probable irregularidad en 72 actas sobre más de 3000 actas electorales. Las razones del golpe son otras y otra la de su oportunidad. Se relacionan mucho menos con los errores de Evo Morales y la situación política y económica de Bolivia, que con una decisión tomada hace ya muchos años, y su momento, con el circunstancial aislamiento regional de Evo, que no habría sido tal luego del 10 de diciembre.
Un golpe no necesita de ninguna razón. Requiere de una técnica y aprovecha momentos y circunstancias. El factor aquí a analizar, entonces, no serían los errores o fallas políticas de Evo, sino su falta de reacción ante un proceso golpista que llevó más de 20 días antes de su desenlace final.
La política puede explicar el hecho de que los golpistas tengan más o menos argumentos mediáticos para, más que aunar voluntades, anularlas. Porque todo golpe de estado persigue el desconcierto, el descreimiento y finalmente la parfálisis y la indiferencia de la sociedad.
Y aquí nadie pretende polemizar con Rita Segato, porque ni Rita Segato ni quien escribe tienen mucha importancia. Aquí se trata de observar con la debida perspectiva lo ocurrido en Bolivia para entender qué es lo que muy seguramente ocurrirá entre nosotros dentro de no muchos meses. Las razones, tanto internas como externas, son casi las mismas. La técnica será ligeramente diferente, muy probablemente una reiteración de la ensayada a lo largo de los últimos once años: operación mediática, boicot agropecuario, más operación mediática, corte de rutas, desabastecimiento, más operación mediática, cacerolazos, operación mediática, movilización, búsqueda de víctimas fatales, operación mediática, más movilización, exigencia de renuncia del ejecutivo, operación mediática y operación judicial. Llegado el caso, operación policial o pseudomilitar.
A nuestro deficiente modo de ver las cosas, esos serían los puntos a analizar y discutir: cómo desarticula, cómo se defiende un movimiento revolucionario e igualador, de liberación nacional, de un muy previsible plan destituyente. Todo lo demás, viene después. Seguramente no en orden cronológico, pero sí en orden de importancia.
En suma, que creer que la renuncia de Evo Morales obedeció a sus errores políticos o a su machismo sindicalistófilo, es, si se nos permite la descortés rima, de persona muy pánfila.