Las formas

Aguardientes. Segunda temporada.

El tipo no podía ver desorden en su escritorio. Una cosa era una diagonal, imaginariamente trazada por el canto del retrato de Marcelito a los cinco años sobre el grueso vidrio protector, y otra muy diferente una carpeta ajada con un ángulo torcido hacia arriba en forma de lengua desafiante, o esos papeles astrosos que el estúpido de Gerardo solía olvidar sobre su mesa después de enrollarlos mecánicamente y utilizarlos como descarga toda vez que lo levantaban en peso los gerentes de comercialización.

Porque el orden mental se refleja en el espacio en el que uno se mueve, pensaba el tipo, y estos desarrapados están gritando con cada desprolijidad manifiesta el despelote en el que han convertido su vida.

Todos hablan de simbología, de emblemas, de cómo la comunicación en la empresa es la misma actividad de la empresa, se decía el tipo, tanto que si bien EMPOR S.A.C.I.I. fabricaba y distribuía bombas de agua, lo que realmente hacía era llevar su imagen a todos lados, consolidarse como una institución, y eso lo hacía gracias al cuidado en la apariencia, a la forma, a la comunicación.

El tipo había estado convencido durante dos años que Mariela no podía abandonarlo, que la guerra fría en la que se habían convertido las seis horas que dormía en su casa eran una tácita adhesión al cuidado de las formas al que su mujer rendía culto igual que él. Fundamentalmente porque esa despiadada no quería ser el pasto ni la comidilla de sus miserables amigas.

El tipo cerró la puerta de su despacho, acomodó la silla neumática y clavó los codos sobre la tabla vidriada. El tipo dejó la cabeza rendida sobre los cuencos de las manos. Se inclinó hacia delante y dejó que saliera.

Durante quince minutos, porque y media se hacía la reunión de promotores, el tipo lloró.

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