La vigencia de lo solidario

Los últimos acontecimientos que se hicieron sentir en todo el mundo capitalista –en casi todo el mundo– vuelven a poner sobre la mesa la fortaleza y densidad de una estructura que ha invadido el planeta sobre los supuestos de la globalización.

Poderosas empresas dedicadas a la especulación financiera, inspectoras de procesos y estados, medidoras de éxitos y fracasos ajenos, se derrumbaron como castillos de naipes soplados por un niño. El tembladeral sigue. Más allá de la ayuda y rescate del estado norteamericano, los coletazos de semejante borrasca todavía no han cesado, tal vez aún no ha pasado lo peor. Seguramente los chivos expiatorios de este inmenso despropósito serán los más débiles entre los débiles, que pagaran con sangre y salud los “desvíos” del capital financiero.

Analistas surgidos del propio riñón aseguran que ha terminado el tiempo de la especulación y que alguien tendrá que pagar por ello. De alguna manera estamos siendo testigos de profundos cambios que pueden derivar a sanas búsquedas o a histéricas agresiones; de la unidad y fuerza de los pueblos depende.

Cuando morían los ‘80 y el orbe se inclinaba con claridad hacia el unipolarismo se instaló la idea del fin de la historia. La fuerte creencia de que nada podía cambiar ya y que, más allá de sus defectos, el capitalismo y sus instituciones fundantes, las corporaciones y el estado liberal nos acompañarían –nos guiarían– hasta el fin de los tiempos.

Tiempos en los que hablar de ayuda mutua, solidaridad, trabajo colectivo o participación igualitaria parecían obscenos.

Sólo los espacios ligados a la tradición social de mediados del siglo XIX trataban de poner alguna voz de alerta ante tanta soberbia e irresponsabilidad. Lamentablemente el tiempo (corto en términos históricos) nos ha dado la razón.

Los discursos y las acciones que defendían un modelo basado en el trabajo en común, apoyado en las filosofías que destacan el carácter eminentemente social de la experiencia humana, lentamente fueron emergiendo de los rincones conceptuales a los que fueron arrojados con la intención de su desaparición definitiva.

Nuevamente, al principio con timidez hoy con más fuerza, aparece en la mesa de discusión la idea de lo comunitario, de la ayuda mutua, del cooperativismo. Nuevamente como en la era de su nacimiento, acontece en el escenario de un mundo arrasado por el egoísmo, el individualismo y la inequidad.

Como las propuestas originadas en las corrientes socialistas que trataban de frenar y derrotar la cultura capitalista triunfante, hoy –con la experiencia acumulada de conquistas y fracasos– se reedita la búsqueda de las viejas verdades de respeto al trabajo, a los otros y a la naturaleza.

No está en juego como entonces sólo la ética, la idea de justicia y de los derechos humanos; hoy la vida misma sobre la Tierra está amenazada por esta vorágine que en aras de su reproducción y ganancias, no respeta ningún equlibrio, ninguna barrera natural o humana.

El movimiento cooperativo mundial puede hoy mostrar con sus más y sus menos no solo la posibilidad de producir y comerciar sin agredir y sin explotar, sino puede levantar su voz por la autoridad conceptual ganada en debates de gran trascendencia convirtiéndose en un arma de mucha eficacia para torcer el rumbo que nos lleva o nos arrojó a la barbarie pues algunos pensadores sostienen ya estamos inmersos en ella. El cooperativismo, fiel a los principios que le dieron origen en la historia moderna –Rochdale, 1844–, sobreviviente de muchas batallas, que es a la vez una corriente de pensamiento y un movimiento social puede aportar en conjunto con otros espacios que comparten sus ideas sustantivas, un ideario y un soporte social que sume voluntades para generar y sostener el gran cambio que el mundo necesita. Millares de socios y dirigentes de cooperativas de todos los países lo hacen todos los días remando contra la corriente.

Ante los cambios positivos que se han ido realizando en América Latina, donde movimientos populares y gobiernos verdaderamente democráticos han generado un espacio de la esperanza, vemos cómo las cooperativas están allí, ofrecen su experiencia y su sencillez organizativa, se convierten en puntales de la economía social y son palancas de cambios profundos y progresistas.

Otro mundo es posible, el cooperativismo será parte de su construcción.

El autor es Director editorial del Centro Cultural de la Cooperación Floreal Gorini.

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