Desde que se confirmó que Mauricio Macri ganó la primera vuelta de la elección para Jefe de Gobierno de la Ciudad con el 45,6 por ciento de los votos, han comenzado los realineamientos dentro de esta estructura de poder, especialmente en el interior del crujiente espacio conducido por el actual jefe comunal Jorge Telerman, que perdió por 3 puntos el segundo lugar para el ballotage a manos del ministro de Educación Daniel Filmus, el candidato por el kirchnerismo que ganó por 23.7 sobre 20.7. A continuación un recorrido para reflexionar y actuar sobre el primer paso de una derecha oportunista que va por todo.
Dicen que el primer elemento que dejó sin palabras a Telerman fueron las tempranas cifras de boca de urna que le quitaron la iniciativa con adelanto en horas cruciales, pero lo cierto es que aunque aparecieron cerca de las 13, 5 horas antes del cierre, anticiparon con bastante precisión el resultado final.
Más allá del impactante dato que confirmó que Macri podía ganar la Ciudad y perforar su techo histórico del 40 por ciento, además de la fragmentación del voto progresista como una herramienta clave que le sirvió de ayuda, esta primera vuelta deja un saldo crucial en la Legislatura porteña, el antiguo Consejo Deliberante, donde el macrismo llega a tener el 80 por ciento de los votos necesarios para alcanzar la mayoría.
Sin embargo, las fechas de inicio de semejante proceso aun están en veremos. Definida la derrota del actual jefe de Gobierno, los meses que lo separan de la entrega del poder pueden resultar tortuosos, especialmente en lo referido a su desempeño presupuestario. Más allá de como queden las bancas en diciembre, lo cierto es que esta misma semana el gobierno espera la aprobación de la ampliación del presupuesto porteño, ya que con un déficit enorme, las arcas de la ciudad más grande de la Argentina están empantanadas en un sospechoso desfinanciamiento. Para emparcharlo, el ejecutivo espera la aprobación de la ampliación presupuestaria, que las fuerzas del kirchnerismo entregarían siempre y cuando haya un pronunciamiento a favor del candidato que lo derrotó y que disputará con Macri la Jefatura de Gobierno de la Ciudad.
Esta ley es vital para que la transición se desarrolle sin sobresaltos y no hay garantías de que eso ocurra mientas no haya definiciones desde el telermismo, o lo que queda de él, a favor de un proyecto que no sea el de una derecha oportunista como la de Macri, que ahora se exhibe como adalid de la esperanza ciudadana, mientras disfruta que la campaña de no decir lo que realmente piensa hacer le haya funcionado. Un dato que no debería pasar inadvertido para la prensa, ya que Macri no podrá ejecutar la Ciudad de otro modo que no sea para garantizarle el prestigio necesario para llegar a la presidencia.
Esta vez la derecha ha elegido el largo camino de mostrarse socialmente sensible y garantista para revertir la declinante pendiente que le provocó hace algunos años comunicar frontalmente que estaban a favor del ajuste, las privatizaciones, el desguace del estado, y un sistema privado de salud y educación.
Ahora no lo dicen y dicen que harán todo lo contrario. ¿No resulta sospechoso semejante cambio de opinión? ¿Cómo se puede pasar de estar convencido de privatizar y municipalizar la educación y la salud a ser un ferviente estatista a favor de la multiplicación de centros de salud y escuelas donde haga falta? Quizás el oportunismo pueda explicar cómo este ingeniero lo logra.
Ninguno de los miembros del pro (la marca de la fuerza financiada por Macri) reniega de las recetas neoliberales y con la pirueta discursiva de «votar en positivo», prefieren mostrarse equilibrados en su análisis, pero solamente motorizados por la necesidad de quedar fuera de foco.
Algo parecido a lo que hizo Menem, pero menos burdo, con un protagonista 20 veces más torpe y sin sentido de la política y con una corte de oportunistas que ahora se jactan de ser parte del arco opositor, sin tener mejor coincidencia que confrontar con la Casa Rosada.
Discutir si tienen alguna coincidencia de fondo, es como preguntarse si los errores del kirchnerismo coadyuvaron para que Macri ganara en primera vuelta, pero más allá de ver una estética claramente oportunista en la comunicación política del macrismo, lo cierto es que la derecha local ha logrado mostrarse moderada, casi de centro, y con eso garanarse el voto progresista más conservador de la Ciudad.
También podría decirse que el progresismo porteño se dejó robar las históricas banderas por una maquinaria oportunista y eficientista que pudo repetir una marca menos mala que las anteriores que usó (pro) y que al igual que en Chile, procuró desarrollar un crecimiento de base, precisamente cuando la presencia política del arco progresista iba declinando ante la emergencia de las asambleas barriales y demás movimientos sociales que el centroizquierda electoral nunca supo interpretar cabalmente y en el medio, cambió el escritorio por el trabajo militante.
Este dato puede ser una buena reflexión para recuperar las banderas históricas del arco progresista de la Ciudad y sustentar una fuerza que impida lo que parece inevitable: que uno de los estados más grandes de la Argentina caiga en manos de sus propios proveedores, que en esta oportunidad ha puesto en marcha una campaña de marketing que lo ha mostrado como lo que realmente no es: un democráta progresista que comprende que no hay solución del delito sin cambiar las condiciones de vida de la población. Justo eso que dice, jamás lo pensó, ni lo profesará, solamente le conviene y esa deshonestidad intelectual, ha sido considerada por los medios como una buena herramienta de campaña, nada más que eso.
Pero su similiud con la dinámica de Menem en la primera presidencia de «síganme que no los voy a defraudar», es una crisis del progresismo que esta contienda previa a la segunda vuelta podría resolver si las artes plurales pueden despabilar a una militancia histórica que dio mucho en las décadas anteriores y que debería poner en juego lo mejor de su creatividad en este ballotage crucial. Ni más ni menos que volver a poner las históricas banderas de lucha en la calle, asumiendo que lo que hay no es suficiente e incluyendo en la discusión a los que han quedado afuera.
El panorama después del 10 de diciembre
Así las cosas, aparte del impacto político que significa que la derecha logre lo que siempre todos aseguraron que no ocurriría, la primera vuelta ya definió el futuro legislativo de la Ciudad – Estado. La Legislatura porteña que comenzará a funcionar en diciembre próximo tendrá sólo cuatro monobloques, en un cambio de la tendencia de atomización que había mostrado en los últimos años y que mantiene actualmente casi una decena de bancadas unipersonales.
Cuando el próximo 10 de diciembre asuman los legisladores electos , se creará un solo monobloque, integrado por Patricia Walsh (MST), que se sumará a los otros tres que están en funcionamiento y que continúan hasta 2009.
Además de Walsh, continúan por otros dos años los diputados Gerardo Romagnoli (Autodeterminación y Libertad) y Verónica Gómez (Partido Socialista) y renovará su banca Martín Hourest (Buenos Aires para Todos).
La presencia de bloques unipersonales se achica si se tiene en cuenta que la socialista Gómez actúa como integrante de un interbloque denominado Autonomía Porteña, que es el paraguas de todos los sectores que acompañan la gestión de Jorge Telerman.
Martín Hourest -quien ingresó a la Legislatura en reemplazo del fallecido Norberto La Porta y continuará después de diciembre- consideró que «la tendencia del monobloque se rompe con un programa legislativo, y prácticas que coaliguen fuerzas diversas». Hourest dijo que, con una mayoría legislativa amplia del macrismo, «va a dejar de esconderse para fijar la agenda legislativa» y permitirá «confrontar abordajes y propuestas».
Cuando en diciembre finalice el mandato de la mitad de los legisladores actuales, además del bloque unipersonal que integra Melillo se disolverán otros ocho.
Son: 17 de Octubre, del Chango Farías Gómez; Conservador Popular, de Abelardo García; la UCR, de Carlos Lo Guzzo; Fuerza Baires, de Helio Rebot; Guardapolvos Blancos, de Florencia Polimeni; Unión por Todos, de Fernando Caeiro; Columna Social, de Mirta Onega y el Frente Progresista y Popular de Laura Moresi.
El escenario legislativo, de todos modos, estará dominado por el macrismo que conformará el bloque Pro con 28 diputados, seguido por el Frente para la Victoria que tendrá 7 diputados propios más 5 aliados de Diálogo por Buenos Aires, encabezado por Aníbal Ibarra.
El sector que reporta ahora al jefe de Gobierno, Jorge Telerman, mantendrá 8 diputados en el ARI más 2 afines de la Coalición Cívica -son los dos espacios fundados por Carrió-, además de tres legisladores del Frente Más Buenos Aires.
Con este panorama legislativo, la necesidad de consenso es directamente proporcional al ingenio que se ponga para ampliar los confines de la política local y evitar auténticamente que la derecha se siga trasvistiendo.
Si eso sigue ocurriendo, es porque las banderas que jamás tendrían que haber sido arriadas, se están perdiendo. Y eso puede ser el fin, pero lo peor de todo, es que los mayores perjudicados son los que esperan lo mejor de nosotros.