La Rioja. La bendición del agua

En dos meses y medio se logró hacer llegar el agua a los llanos riojanos, una zona semiárida de la Argentina que pocos conocen, y con baja densidad poblacional. Testimonios de mujeres y hombres del lugar, a quienes el agua les cambió la vida.

A las 10 de la mañana partimos de La Rioja capital, Martín Guzmán conduce la marcha por las calles de la ciudad rumbo a la ruta nacional 38, que une a Córdoba con Catamarca y atraviesa parte de los llanos de la sierra de Tuanín. Al cabo de unos minutos fueron quedando atrás las calles arboladas con lapachos rosados y blancos florecidos. Ahora, a los costados de la ruta se pueden ver las filas prolijas de los olivares, los montes ariscos de algarrobos, breas, y las matas de las jarillas en flor. La historia nos cuenta que en estos territorios áridos nació Facundo Quiroga, que en esas arideces fue asesinado el Chacho Peñaloza en el pueblo de Olta y más acá en el tiempo, muy cerca de estos poblados, en Punta de los Llanos, también fue asesinado el obispo Angelelli.

Martín, es cordobés e ingeniero en energías renovables, hace 25 años que vive y trabaja por estos parajes riojanos cargados de historia que se aprende en los libros y otras anónimas, pero no exentas de riquezas y luchas cotidianas como las de sus humildes pobladores. Es él quien me señala los lugares y el que me dice que: “este es el lugar con menos agua de la provincia. Fíjate que cada vez que crucemos algún río va a estar seco el cauce. Recién llueve para la primavera y el verano, ese es un problema grave para la gente. La falta de agua. Por eso cuando salió el proyecto de las cisternas, la gente al principio descreía, pero después cuando vieron que se empezó a construir se entusiasmaron mucho. César te va a contar bien”.

César es Vera Ocampo, un ingeniero agrónomo que trabaja en el Instituto Nacional de Agricultura Familiar, Campesina, e Indígena (INAFCI), en la delegación riojana. Lo pasamos a buscar por Portezuelo, un pueblo donde hay una estación del INTA. Apenas se acomoda en el asiento, y después de presentarnos, comienza su relato: “Este proceso fue llevado adelante por el Estado Nacional en el marco del Programa Nacional de Acceso al Agua (PNAA). Comenzamos con 24 cisternas para captación de agua de lluvia en el Dpto. Juan Facundo Quiroga y de 19 módulos en el Dpto. San Martín. Se beneficiaron a 43 familias en esta etapa, por un monto de casi $44 millones de pesos”.

Lo bueno también es que la licitación la ganó la Cooperativa Selius que es local e integra la Federación Riojana de Cooperativas Autogestionadas (FERCOA), así que se empleó mano de obra local. A donde vamos ahora es a la casa de Juan Baltazar, él fue capataz de una de las cuadrillas. Así que parte de la plata quedó en la comunidad.

BALTAZAR. Dejamos la ruta y nos metemos por un camino donde pronto las siluetas de las sierras dejan de ser un paisaje lejano, para hacerse tangibles a nuestro paso. La vegetación espinosa brota entre las piedras ariscas donde crecen tuscas, algarrobos, y algún carancho planea en el espacio azulado. Salimos de ese camino pedregoso y entramos en un sendero angosto. El polvo cubre con un velo opaco el verdor del monte,  la sierra está allí presente, inmensa, agreste y al pie de su escarpada fortaleza está el rancho de Juan Baltazar. Apenas detenemos la marcha, después traspasar la tranquera, sale a recibirnos junto a su mujer y el más chico de sus hijos. Nos damos un apretón de manos. En el apretón se pueden sentir los latidos de las piedras y la tierra anidados en la piel callosa. Su compañera trae unas sillas para sentarnos en ronda debajo de una galería y ponernos a conversar. Le pregunto a Juan si nació ahí en el paraje Los Potreros: “Sí siempre viví acá, nunca me moví. Acá crío mis animales, cabritos, vacas, gallinas. Aunque ahora está complicada la venta de cabritos. La gente no quiere pagar lo que vale y además, hay que cuidarlos de los pumas. Lo más jodido es cuando la puma tiene cachorros y para enseñarles a cazar te mata 4 ó 5 por gusto nomás.

-¿Aquí con quienes vivís?

-Con mi mujer, mis tres hijos y un hermano que ahora anda cuidando las vacas.

-¿Vos trabajaste en la construcción de las cisternas, cómo viviste eso?

-Estuvo bueno porque el trabajo no era solo para uno, era también para los demás. Antes dependíamos del agua de la vertiente que se juntaba en la represa más arriba y en algunas épocas no había. Había que juntar en tachos el agua de la lluvia, y solo llueve en verano. Ahora la tenés acá en la cisterna, son 16 mil litros para consumo humano, y eso nos cambió la vida. Hay para cocinar, bañarse y también para los animales. Es un cambio muy grande y muy bueno.

-¿Cuánto tiempo se demora en construir cada una y cuántas personas trabajan?

-Hacer el pozo, colocar las placas, y esperar a que se seque, entre cuatro y cinco días. Y en cada cuadrilla éramos también cuatro trabajando.

La alegría de Juan es también compartida por su vecina Cristina Gómez, quién vive a un par de kilómetros de distancia. En el campo las vecindades tienen esas distancias o proximidades difíciles de comprender para una mentalidad citadina. Cristina tiene 43 años y vive junto a su madre, en un rancho muy prolijo donde sobresale un hermoso jardín a la entrada, donde algunas plantas están a punto de florecer y otras ya lo han hecho, como la suculenta “uña de tigre” que ha echado sus flores liláceas. Nos  muestra las flores orgullosa: “Desde que tengo agua, tengo este jardín, y también plantamos acelga y lechuga. Antes no se podía porque el agua que había era salada y mataba todo lo que crecía, esto nos cambió la manera de vivir”, dice.

-¿Y qué otras cosas hacen?

-Criamos cabras, tenemos vacas y ovejas, sobre todo ovejas porque tejemos lana. Hacemos artesanías, tejidos. Esperá que te muestro.

Se levanta y de un mueble saca sus obras coloridas. Alfombras con azules, naranjas y rojos encendidos, como las flores de su jardín. Son hermosas. También nos cuenta que fabrica queso de cabra y dulces con los duraznos que ha logrado plantar. En la playa los cabritos persiguen las ubres de las cabras, las gallinas y los pavos picotean en la tierra polvorosa, las vacas nos miran resguardadas del sol, bajo los algarrobos y las tuscas. Ya estamos por partir, cuando Cristina nos dice: “Desde noviembre del año 2022, soy una mujer agradecida, tener agua para nosotros fue muy importante, los colores de los tejidos salen diferentes porque es agua buena. Yo uso anilinas y también plantas para teñir. Fue un cambio muy grande, sino mirá el jardín y te vas a dar cuenta”. Con cierta premura nos despedimos de Cristina y su madre, y volvemos hacia Portezuelo para dejar a César.

MUJERES. Estamos otra vez en la Ruta Nacional 38, vamos rumbo a Ulapes en busca de Fabián Poffo, otro técnico del INAFCI. Martín me cuenta que Pablo le puso el cuerpo al proyecto trabajando duro. Al cabo de unos 40 minutos llegamos al pueblo, en una de las callecitas, un verde Aguaribay está cargado de frutos rojos, o sea: pimienta rosa. Nos detenemos unos minutos a recoger tan valioso tesoro que nos ofrece el paraje. Después, seguimos unas cuadras más hasta llegar a la casa de Fabián, quien sale presuroso. Nos aclara que no pudo avisarle ni a Isabel ni a María que íbamos a visitarlas, pero que no hay problemas en ir. De paso me dice: “Qué bueno que vengan a hacer una nota sobre las cisternas, tenés que destacar que fue una trabajo en conjunto entre la Dirección General de Programas y Proyectos Especiales, de la Secretaría de Agricultura, Ganadería y Pesca, del Ministerio de Economía; en conjunto con el INAFCI y que la Delegación La Rioja junto con el INTA, trabajamos muchísimo para que todo saliera bien. Ah, y el papel de las cooperativas y Pymes locales que participaron del concurso y fueron adjudicatarias de las obras”. Tomo nota de lo que apunta Fabián, camino al paraje La Contradicción, donde vive Isabel Ortiz. Luego de transitar un sendero escarpado como los ya recorridos, llegamos a su rancho –semejante a los anteriores—, donde las cabras, las vacas con sus terneros, los pavos y gallinas andan por la playa seca, rodeada también por tuscas y algarrobos. Apenas nos divisa, Isabel sale del rancho y trae unas sillas para que nos sentemos bajo el techo de la galería y conversemos. Isabel es flaca y un poco tímida. De a poco va entrando en confianza y nos cuenta retazos de su vida: “Acá vivo con mi sobrino, que ahora está haciendo unos trabajos y como ves, crío cabritos”.

-¿Y la cisterna que te parece?

-Estoy contenta, es un buen beneficio porque acá llueve poco, uso el agua para consumo humano. Para los animales y el jardincito uso un poco.

-¿Tenés hijos?

-Tengo una hija que tiene casi cuarenta, vive en la ciudad, ella estudió y es psicopedagoga, pero en las vacaciones viene y se queda un mes con nosotros.

A Isabel le brillan los ojos azules cuando habla de su hija y también cuando nos despedimos con un beso en cada mejilla. De algún modo, ella cuenta con nosotros y nosotros con ella, en ese lugar donde se mezclan la identidad y el sacrificio de una mujer campesina.

A poca distancia y por el mismo camino, vamos hacia el encuentro con María “Chicha” Soria y su hija Lorena. Chicha, como gusta que la llamen, tiene 81 años vividos en esas serranías y llanos, vive en el paraje Siempre Verde, junto a Lorena. Entre las dos crian vacas, ovejas y cabritos, la producción de la zona. Le pregunto por el agua y nos dice:

-El agua nos cambió la vida de la noche a la mañana, el agua y la galería son importantes para nosotras, hasta hice una huerta chica donde hay acelgas y lechugas. Antes no se podía porque el agua era salada y mataba todo. Ahora podemos bañarnos, tomar agua buena y plantar algunas cosas. La galería también es importante, en verano podemos dormir afuera que corre el fresco.

-¿No te da miedo el puma?

-No, hay de todo en el monte: chancho jabalí, pecarí, venaditos. Acá se llama “Siempre Verde”, porque siempre está verde. Ahora un poco opaco por el polvo, pero cuando llueve todo reverdece, tiene otro color más vivo. Se llena de vida y ahora más por el agua.

Antes de partir le sacamos una foto junto a Lorena, con la cisterna detrás. Sonríe y nos cuenta que, como tiene muchos algarrobos en su patio, fabrica harina de algarroba y también prepara aloja y chañar. La tarde va creciendo en el monte y es la hora de partir. Chicha nos dice: “Vengan cuando quieran, las puertas de este rancho siempre están abiertas”.

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