La reina del twist (Ultima parte)

Histrias reales que son de no creer.

Un fantoche italiano

La primera medida de los triunviros luego de la victoria sobre la república fue dividirse el territorio. A Marco Antonio le tocó la parte oriental, desde el mar Adriático hasta el río Éufrates, lo que, naturalmente, incluía a Egipto. Receloso de la actitud ambigua –por no decir especulativa– de Cleopatra durante la contienda civil, Marco Antonio la convocó a la ciudad de Tarso, en la actual Turquía, a fin de que diera explicaciones.

Para una cita, era un lugar cuando menos inusual, pero Marco Antonio era amo y señor de una tercera parte del mundo y Cleopatra, una reina feliz: luego de la divinización de Julio César (una jugada política para favorecer las ambiciones de Cayo Octavio), nada podía impedir que su hijo Cesarión fuera proclamado Faraón.

A esas alturas, Cleopatra sabía lo suficiente de Marco Antonio, sus limitadas capacidades, su dipsomanía, su naturaleza afeminada y sus desmedidas ambiciones. Montó un espectáculo hollywoodense, llegando a Tarso, según cuenta Plutarco, “en un barco con la popa de oro, las velas de púrpura y los remos de plata. El movimiento del barco sigue la cadencia del sonido de las flautas, se casa con el de las liras y de los caramillos. Ella misma, tocada como se suele pintar a Afrodita, está tendida bajo una tienda bordada de oro, y los niños, parecidos a los Eros de los cuadros, la rodean abanicándola. Sus mujeres, todas ellas bellísimas y vestidas como las Nereidas y las Gracias, se ocupan del timón y de los arreos. El olor de los perfumes que se queman en el barco embalsama las dos orillas del río, donde se había reunido una gran multitud».

Fue un despliegue vulgar, fríamente calculado para impresionar a un hombre muy vulgar, que quedó encantado ante la idea de acostarse con una verdadera aristócrata.

Marco Antonio y Cleopatra pasaron juntos el invierno en Alejandría y en la primavera del 40, Antonio regresó a Roma. Cleopatra se había valido de él para satisfacer algunos de sus caprichitos, como el asesinato de su hermana Arsinoe, pero fue el palurdo quien se aprovechó de ella, embarazada ya de mellizos, metiendo mano en cuanta riqueza pudiera proporcionarle Egipto.

Los mareados

Antonio había tenido la fortuna de quedar viudo, gracias a lo que pudo sellar una más sólida alianza con Octavio casándose con su hermana Octavia, una hermosa e inteligente mujer que, sin merecerlo, le fue fiel hasta el final. Todo habría resultado diferente si el primer hijo de Octavia con Marco Antonio hubiese sido varón.

La dependencia que estos machos italianos tenían respecto a las mujeres no les impedía despreciarlas. A la vez, su conocimiento sobre la reproducción y la genética se limitaba –y no siempre– a los aspectos mecánicos del asunto, razón por la que solían responsabilizar a sus esposas del sexo de sus hijos, de manera tal que Octavia resultó un fiasco a los ojos de Marco Antonio, al menos al compararla con Cleopatra, quien había dado a luz un varoncito. Por no mencionar el riquísimo tesoro de los tolomeos, sobre el que Marco Antonio jamás había abandonado la idea de echar mano.

Un año después, Octavia volvió a decepcionar a su marido con una nueva hija. Fastidiado con la contumaz mujer, Marco Antonio la dejó en Italia, con la excusa de que ahí le sería útil para mantener la paz con Octavio y partió a combatir a los partos. Sin embargo, apenas llegado a Antioquia, mandó buscar a Cleopatra y reconoció oficialmente como hijos suyos a Alejandro Helio y –la felicidad nunca es completa– a Cleopatra Selene. Y aprovechó la circunstancia para otorgar a Egipto numerosos territorios, como Cilicia, Siria, Judea y Arabia.

No debe pensarse esto como una muestra de generosidad de Marco Antonio: necesitaba del apoyo egipcio para su guerra con los partos. Y más lo necesitó luego de que en el año 36AC –justo para el nacimiento de su tercer hijo con Cleopatra– lo derrotaran.

Cleopatra socorrió al deshecho ejército romano con ropas, provisiones y dinero, y llevó a Marco Antonio de regreso a Alejandría, mientras Octavia lo aguardaba en Atenas, con provisiones y refuerzos. Antonio entrevió el riesgo de que ambas mujeres llegaran a encontrarse, habida cuenta de que cada una de ellas estaba tan fuertemente armada. Le escribió entonces a Octavia, pidiéndole que no avanzara más, desperdiciando así una magnífica oportunidad de reconciliarse con ella y con su temible hermano, ya en camino a convertirse en Augusto. Pero Marco Antonio había caído por completo bajo el influjo de Cleopatra.

Un año después, tras una exitosa campaña militar en Armenia, Marco Antonio y Cleopatra celebraron el triunfo en Alejandría, fasto que Cleopatra presidió personificando a la Nueva Isis, mientras que a Marco Antonio le tocó el papel de Nuevo Dionisio. Cesarión, con el nombre de Tolomeo XV, fue designado co-gobernante con su madre y bautizado “Rey de Reyes”. Cleopatra recibió el título de “Reina de Reyes”, Alejandro Helio el de “Gran Rey del Imperio Selucida”, Cleopatra Selene el de “Reina de Cirenaica y Creta” y Tolomeo Filadelfo, el tercer hijo de Antonio, el de “Rey de Siria y Asia Menor”.

El camino a la eternidad

Estos excesos dieron pábulo a la versión oficial de Roma según la cual Cleopatra era una “oriental puta y borracha”, defectos que Octavio bien podría haber disimulado si Marco Antonio se hubiera abstenido de divorciarse de Octavia, formalizando así su unión con Cleopatra. El desenfreno de la pareja podía ser sexual, pero era también, y por sobre todo, etílico: planeaban dominar el mundo, imponiendo su ley a la propia Roma.

Si bien algunos llegaron a temer que la Nueva Isis y el Nuevo Dionisio fueran capaces de realizar sus descabellados planes, la balandronada quedó expuesta cuando el general Agrippa destrozó la flota de Antonio en Actio y, en menos de un año, el ejército de Octavio estuvo en las puertas de Alejandría.

Luego del suicidio de Antonio mediante un harakiri al uso nostro, Cleopatra fue llevada ante Octavio. El futuro emperador nunca se había mostrado proclive a los placeres carnales y en modo alguno se conmovió ante la presencia de una mujer a la que, con 39 años a cuestas, debemos suponer percudida por la molicie, la disipación, el lujo y la maternidad.

Demudada, Cleopatra se enteró por su boca de los planes que había pergeñado respecto a su persona: Octavio no estaba interesado en tener ninguna conversación, negociación ni muchísimo menos, reconciliación: Cleopatra sería paseada en cadenas por Roma y exhibida como esclava en todos los territorios sobre los que había reinado, además de reivindicar la memoria de su hermana Arsinoe.

Era demasiado.

El 12 de Agosto del 30 AC, se hizo morder uno de los pechos por un áspid. No se trata de un reptil cualquiera, sino de una evocación del uraeus, la cobra real hembra que caminaba por delante de los faraones para destruir a sus enemigos. Esta serpiente, que conoce los secretos de la tierra, es como una llama que se levanta hacia el cielo y lleva con ella el alma de su protegido. En otras palabras: según la tradición egipcia, la muerte ocasionada por una mordedura de serpiente garantizaba la inmortalidad de la víctima, al fin de cuentas, el propósito implícito en todos los actos de esta pobre mujer obsesionada por el poder y la gloria.

Las aristas pintorescas de la vida de Cleopatra y su personalidad hacen a menudo olvidar su inteligencia, habilidad y, de algún modo –con las naturales limitaciones de la realeza– su amor por su país. Además de sus dotes para las matemáticas y los negocios, descollaba por su aptitud para los idiomas: hablaba nueve. Curiosamente no alcanzó a dominar el latín y, mucho más curiosamente, fue el primer y único miembro de la dinastía tolemaica capaz de comprender el egipcio.

Luego de su muerte, habida cuenta de que, como hijo de Julio César, podía interferir en los planes de Augusto, Cesarión fue estrangulado. Pero los hijos que Cleopatra había tenido con Antonio fueron protegidos y criados como propios por Octavia, seguramente la única persona cuerda en esta historia.

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