La reina del twist (Parte II)

Historias reales que son de no creer.

Una estrategia muy peculiar

Apenas se casó con su pequeño hermano, Cleopatra lo eliminó de todo documento oficial, contraviniendo así una ley de sus mayores según la cual el nombre del consorte masculino debía siempre anteponerse al de su esposa. Asimismo, mandó acuñar monedas con su esfinge que, dicho sea de paso, en cuanto a sus atributos físicos parecen dar la razón al desdeñoso periodista del Sunday Times que la tildó de fea.

Sin embargo, la nueva reina se mostraba muy segura de sí y, aun consciente de que el viejo orden se derrumbaba a su alrededor, era una macedonia de firme voluntad, determinada a reconstruir el imperio. Y aunque llegó a utilizar procedimientos algo heterodoxos para un jefe de Estado, no estuvo lejos de lograrlo.

Si la metodología elegida se correspondía a sus deseos sensuales, a la búsqueda de poder o a ambas es un asunto sobre el que jamás se tendrá certeza. Cabe decir, sin embargo, que como muchas reinas de su época, era de carácter apasionado, pero no promiscua y, si los tuvo, no se le conocen amoríos antes de su encuentro con Julio César, ni otros galanes que éste mismo y Marco Antonio, al fin de cuentas, los padres de sus hijos. Atravesó virgen el matrimonio y virgen se entregó a los brazos de su primer amante. Por menos que eso, muchas mujeres de la Cristiandad serían proclamadas santas.

La alfombra mágica

Fuera de eliminar el nombre de su hermano y excluirlo de los asuntos de gobierno, los primeros pasos de Cleopatra provocaron la alarma de la nobleza de Alejandría. Y cuando sus mercenarios asesinaron a los hijos del gobernador romano de Siria, quien demandaba su ayuda para combatir a los partos, un grupo de cortesanos a las órdenes de Teodoto, el eunuco Potino y el general Achilla la destronaron en favor del joven Tolomeo, dando así origen a una guerra civil que debilitaría todavía más a un país estragado por la hambruna.

Poco después de este golpe de mano, Cneo Pompeyo, que acababa de ser derrotado en la batalla de Farsalia por su suegro Julio César, buscó refugio en Alejandría. El pobre no comprendió hasta qué punto su reputación había sido destruida en esa batalla y no tardó en ser asesinado, sino por orden, al menos ante la indiferencia de su protegido Tolomeo, que buscaba congraciarse con el nuevo Duce de Roma.

Julio César llegó cuatro días más tarde. Lo acompañaban 3200 legionarios de infantería y 800 de caballería, que bastaron para disuadir a la nobleza egipcia de cualquier amago de resistencia, aunque no evitaron los desbordes y motines populares.

Las intenciones de César eran claras: venía a instalar un gobierno romano. Pero a falta de uno, tenía que vérselas con dos reyes. Por intermedio del inefable eunuco Potino mandó a buscar a Tolomeo, refugiado en Pelusium. Por su parte, Cleopatra, que no aceptaba quedar fuera de las conversaciones, se hizo llevar ante su presencia envuelta en una alfombra y convenientemente aderezada.

Por la mañana, César y Cleopatra despertaron siendo amantes. Ella había demostrado que podía ser un dúctil juguetito en manos de César y un pelele a las órdenes de Roma. Tolomeo, resentido, se dedicó a soliviantar al populacho, quejándose amargamente de haber sido traicionado. Sin forzar mucho las cosas puede decirse que lloró como hombre lo que no había sabido obtener como mujer, hasta que fue detenido por los legionarios.

Hacia el centro del mundo

Por su parte y ya que no tenía nada más excitante que hacer, el eunuco Potino convocó al ejército de Tolomeo, 20 mil hombres que sitiaron a César en Alejandría. Una hermana de Cleopatra, Arsinoe, escapó del palacio y se unió a las tropas, que la proclamaron reina, una traición que Cleopatra jamás perdonaría. La batalla acabó con la ejecución del eunuco y el asesinato del general Achilla. A fin de prevenir futuras sediciones, Tolomeo fue ahogado en las aguas del Nilo.

Con la muerte de su hermano, Cleopatra fue la única gobernante de Egipto, y contaba con el apoyo de César, pero, a fin de satisfacer al clero, debía ahora casarse con su otro hermano, Tolomeo XIV, de once años de edad.

La reina no era una de esas personas propensas a dar puntada sin nudo. Estaba consciente de que César no había llegado hasta Egipto para pavonearse con ella, ni quedaría satisfecho con haber tenido un romance con una faraona, por más chic que esto pudiera parecer en el foro. Podía ser un palurdo, pero un palurdo romano: práctico, avaro, vanidoso, enfermo de poder, y, fundamentalmente, interesado en poner sus manos sobre los vastos recursos de Egipto.

Este es el momento en que Cleopatra da una soberbia muestra de astucia y resuelve el dilema de la mejor manera: quedando embarazada en tiempo record.

Para un general cincuentón amancebarse con una princesa exótica de menos de 20 años de edad debía ser un sueño largamente acariciado en la nocturna sordidez de las tiendas de campaña, pero tener un hijo faraón superaba todas las fantasías, hasta las de un engreído como Julio César.

Los amantes se embarcaron en un romántico tour por el Nilo en el transcurso del cual Cleopatra fue proclamada faraón en Dendara. César abandonó el barco únicamente para atender asuntos urgentes en Siria, una pocas semanas antes del nacimiento de Tolomeo César, Cesarión, el 23 de junio del 47 AC.

En julio del año 46AC, César retorna a Roma, acompañado de Cleopatra y su séquito, provocando la cotilla de las matronas y la crítica de los austeros hombres de la república, muy ofendidos de que el triunviro instalara a una puta extranjera en su propia casa.

Cesarión al poder

El comportamiento social de la amiguita egipcia de Julio César no contribuyó a suavizar las cosas, en tanto había comenzado a llamarse a sí misma La Nueva Isis, siendo objeto de creciente devoción por parte de una sociedad satisfecha y cebada, ansiosa de novedades e inéditos placeres y experiencias. Tanto fue el fervor popular por la lujuriosa extranjera que César no tuvo empacho en erigir en su honor una estatua de oro, emplazándola en el templo de Venus Genetrix, proclamar abiertamente la paternidad de Cesarión y hasta dejar trascender su voluntad de casarse con su amante, contraviniendo las leyes romanas respecto a la bigamia y al matrimonio con extranjeros.

Hasta que durante los Idus de marzo del 44 a.C fue, por fin, asesinado.

Mirándolo con objetividad, no fueron aquellas extravagancias las que incitaron a los senadores a conspirar en su contra, pero de algún modo fundamentaban en ellas su sospecha de que César pretendía acabar con la república y hacerse proclamar rey. Preventivamente, Cleopatra regresó a Alejandría, temiendo por su vida y la de su hijo y llena de rencor hacia ese fanfarrón que no había tenido la decencia de mencionarla en su testamento.

Con alguien debía desquitarse, y quién mejor para eso que su hermano pequeño, al que de inmediato mandó asesinar. Recuperó el trono como co-regente de Cesarión, por ese entonces, de cuatro años, y se mantuvo expectante al resultado de la guerra civil desatada en Roma tras la muerte de César.

Entre los partidarios de César, Marco Antonio, Cayo Octavio (más tarde autodenominado “Augusto”) y Marco Emilio Lépido mostraron la inteligencia de deponer o, con mayor exactitud, posponer, sus rivalidades, formaron el segundo triunvirato y derrotaron en la batalla de Filipos a Marco Junio Bruto, Bruto, y Cayo Casio Longino, Casio, los asesinos de César, poniendo fin a la república y eliminando para siempre cualquier posibilidad regenerativa de Roma. De ahí en más, una oligarquía guaranga y banal se apropió de los asuntos públicos iniciando el largo y doloroso experimento de descomposición social conocido como “Imperio Romano”.

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