Por Adrián Dubinsky
Este último viernes 24 de enero, la Comisión por el Centenario de la Semana Trágica -nombre convenido por eficiencia de su descripción más que por una constante ideológica de sus miembros- conmemoró los 101 años de esa semana ominosa que transcurrió entre el 7 y el 14 de enero de 1919 en toda la ciudad, pero que tuvo algunos epicentros remarcables, contándose los talleres de la firma (ubicada en la manzana que circunda las calles La Rioja, Barcala, Urquiza, Oruro -diagonal que respeta el antiguo recorrido del “Tren de la basura”- y Constitución), como uno de los más importantes.
El año pasado, al cumplirse un siglo, las actividades fueron de gran convocatoria por toda la ciudad; este año, como suceden con los números muletos, la cantidad de actos -al menos de los que tuvo conocimiento este cronista- se limitaron a una bicicleteada organizada por la Junta de Estudios Históricos de la Ciudad que unió varios puntos de la CABA, partiendo de Alcorta y Pepirí -lugar donde se realizara antaño el velatorio de los caídos el día 7 de enero- y el Cementerio de la Chacarita -destino del cortejo fúnebre interrumpido varias veces por disparos y bataholas sangrientas- y al acto realizado por la Comisión mencionada en la Plaza Martín Fierro, locación en la cual quedaban los “Talleres Vasena”.
Y no es casualidad que la conmemoración se haga en una plaza pública. El ágora como espacio de debate en la antigua Grecia parece un lugar común como esencia del compartir público, del intercambio a cielo abierto, pero además de parecer un lugar común, es un cipayismo ideológico; sobran ejemplos del deambular filosófico y del cavilar públicamente en asamblea en nuestras tierras como para acudir al ejemplo helénico, que sin que obste cierta verdad implícita en los lugares comunes, preferimos en esta nota una aproximación desde otra perspectiva, con otro ángulo ideológico, desde otra matriz de pensamiento que no está ubicada en ningún otro lugar que no sea un barrio de la ciudad de Bs. As.: una aproximación a un hecho histórico sentados en la plaza, como hombres y mujeres que ya no están tan solos y solas, pero que aún esperan, y cuyos cabildeos metafísicos y analíticos son comunitarios, de manera organizada, crítica y consciente.
La perspectiva barrial sobre la luctuosa semana conlleva, necesariamente, la interacción entre diferentes espacios humanos de la comuna: sindicatos, organizaciones políticas y sociales, junta de estudios históricos, agrupaciones culturales, comunera/os, clubes de barrio, comunidades religiosas, etc., y todos esos actores convergen en una actividad heterodoxa, con un recorrido cultural y fotográfico -por medio de carteles, no banners, como bien acotó el presidente de la Junta de Estudios Históricos de San Cristóbal, el Dr. Carlos Macagno- en los que se observan fotografías de las inmediaciones pero sacadas hace 101 años, en los que se detalla sucintamente, día por día, los acontecimientos que marcaron aquellas aciagas jornadas de fines de la segunda década del siglo XX; con puestos de libros alusivos, entre los que se destaca Koshmar, de Pinie Wald, y cuyo editor, Gabriel Lerman, pasó por la radio abierta dejando constancia del primer pogrom de América Latina, perpetrado por las Guardias Blancas contra la comunidad judía, antecesoras de la Liga Patriótica; con grabados artísticos y con música de la época.
Parte de esa diversidad expresada por el colectivo que organizó la actividad, se manifestó en la reconstrucción que fueron haciendo aquella/os que fueron pasando por la radio y terminaron armando un mosaico complejo, abarrocado, pero que, como si fuese la mirada de un ojo compuesto de un díptero, nos ofreció una aproximación a la semana trágica en la que no quedó controversia sin visitar, dato sin analizar, libro sin recordar; incluso la performance artística de Arte en Lucha -un grupo de teatro comunitario- nos permitió completar el panorama sintiendo las mismas voces que hace 100 años clamaban por condiciones dignas de trabajo y de vida.
Otra de las características del recordatorio, debido también al cariz de la perspectiva barrial, hizo que el mismo no fuera ominoso ni lacrimoso; bastante han llorado los deudos de los innúmeros fallecidos. Por el contrario, la masividad del evento, el clima generado en ese atardecer tórrido del ultimo viernes en Bs. As., aunque acariciado por una brisa del sur que permitía respirar sin transpirar, hicieron que la esperanza y no la pesadumbre, se enseñorearan por la plaza, que la comisión promotora de la actividad viera aunadas en una lucha actual, todas las luchas pretéritas. A las epopeyas de aquellos primeros anarquistas, sindicalistas y socialistas, luego se fueron sumando otras que han ido enriqueciendo el acervo de las gestas populares: la oposición de los más dignos radicales a la década infame, la resistencia peronista entre el 55 y el 73, la resistencia de los sindicatos a lo largo de aquellos años, los 30 mil desparecidos en la última dictadura, la lucha piquetera contra el menemismo, la/os rebeldes de diciembre de 2001, los cánticos de vamos a volver durante el macrismo…
Y tal vez, esa salida reciente del macrismo por medio de un frente en el que confluyen diferentes tradiciones de lucha, de un sistema de gobierno que aún nos mella con sus coletazos ineludibles, hicieron que el público fuera masivo, que se integrase en una malla inter-barrial-comunal en la que confluyeron cierto envalentonamiento y que, a la esperanza ya mencionada y dejada suelta, sin correa, vaporeando por sobre el espacio de la reunión, se agregasen las reivindicaciones del hoy, los proyectos colectivos que se suman a un rosario de demandas que tiene la sociedad en su conjunto, pero que cuando atañe al querido barrio de San Cristóbal, el barrio olvidado -como bien lo bautizara el historiador Jorge Larroca-, se manifieste con nombre y apellido: recuperación del Mercado de los Italianos -un mercado del S. XIX en estado de abandono-, la recuperación y puesta en valor de la casa Anda -un palacete ecléctico diseñado por Virginio Colombo-, la recuperación del cine National Palace y el Cuyo -devenidos en sendas iglesias evangélicas- y la declaratoria de Sitio Histórico Nacional a la Plaza Martín Fierro -que incluye la recuperación de las paredes que aún existen y la señalización de la plaza entera-.
Lo concreto es que el viernes un grupo de vecina/os organizados en diferentes espacios o como vecina/os sin más, dieron muestras de que, aun en verano, cuando la organización colectiva es consistente, siempre esa organización vence al clima y a las ausencias por motivos vacacionales. Cuando la noche cayó sobre la actividad, los acordes de Acquaforte -muy acertada la elección, por cierto- a cargo del dúo Latini-Otero, dieron lugar a que se ensayaran algunos pasos de la danza que ya se bailaba hace cien años, a que flotarán los sueños y las imágenes por entre el añoso árbol que cobijó a la radio abierta, a que la remembranza de aquellos mártires obreros se convierta en combustible de futuras luchas, a que la desconcentración se diera entre risas, abrazos y promesas de nuevos encuentros, a que una vez más, la sociedad dé muestras de que tiene memoria y que se halla de pie, lista para lo que se viene.