Mientras el mundo se reconfigura en torno a grandes bloques de poder, Javier Milei desarma desde adentro cualquier intento de unidad sudamericana. Su alineamiento incondicional con Estados Unidos y su decisión de boicotear el Mercosur o el abandono del BRICS repiten el viejo libreto de la balcanización latinoamericana que Inglaterra impulsó en el siglo XIX y que hoy Washington actualiza con nuevos métodos.
La historia de América Latina es también la historia de su desintegración inducida. En el siglo XIX, la potencia británica impuso su estrategia de “dividir para dominar”, fomentando fragmentaciones territoriales que impidieron el surgimiento de un poder continental capaz de competir con su comercio y su marina. Dos siglos después, la historia rima: Estados Unidos heredó aquel papel imperial y cuenta con aliados locales que operan, consciente o inconscientemente, como topos del Norte. Milei es hoy el más fervoroso de ellos.
Desde que asumió la presidencia argentina, el mandatario ha hecho del alineamiento con Washington e Israel no solo una política exterior, sino una identidad ideológica. La geopolítica, para él, es una extensión del fanatismo: divide el mundo entre “aliados del bien” y “enemigos de la libertad”, repitiendo un esquema mental que reduce la política internacional a cruzadas morales. Pero detrás del discurso libertario se oculta una dependencia estructural.
Su decisión de retirar a la Argentina del BRICS, cuando el país ya había sido aceptado como miembro pleno, constituye uno de los errores estratégicos más graves de la historia reciente. Argentina había logrado, tras años de gestión diplomática, ingresar al bloque que reúne a las principales economías emergentes del planeta —Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica—, un espacio donde el Sur Global discute las nuevas reglas financieras y comerciales del siglo XXI. Salir del BRICS no fue una “decisión de política exterior soberana”, como sostuvo el presidente, sino una entrega geopolítica: un gesto de obediencia hacia Washington, que ve en ese bloque un desafío directo a su hegemonía.
Mientras el mundo multipolar avanza, la Argentina retrocede a un rol colonial. Rechazó una oportunidad histórica de integrarse a una red financiera que busca reducir la dependencia del dólar y promover inversiones en infraestructura, energía y tecnología. Brasil, China e India —socios naturales para la región— siguen adelante con un proyecto que, paradójicamente, tiene en el BRICS un sistema cooperativo entre países que buscan autonomía frente a los poderes tradicionales.
El viejo plan de fragmentar el Sur
El proceder de Milei no puede analizarse aisladamente. Es parte de una lógica más amplia que reproduce, con otros actores y tecnologías, la vieja política británica de fragmentar América Latina. En el siglo XIX, Londres impulsó la desunión del continente para controlar su comercio y su deuda. Hoy, Estados Unidos utiliza su influencia financiera, mediática y militar para garantizar que ninguna integración sudamericana gane densidad estratégica.
El libertarismo presidencial encaja a la perfección en esa agenda. Su prédica contra el Estado, la integración y los organismos regionales no es una expresión de rebeldía: es la traducción local del neoliberalismo subordinado. Donde Perón, Chávez, Lula o Kirchner veían la necesidad de un bloque industrial y soberano, Milei ve “estatismo” y “populismo”. Donde otros buscaron alianzas comerciales y políticas, él levanta muros ideológicos. Y donde el Sur global ensaya mecanismos de cooperación, propone arrodillarse ante el “mundo libre” de Wall Street.
El contraste con el ciclo de integración sudamericana
Entre 2003 y 2015, Sudamérica vivió su etapa más fértil de cooperación política. Con Néstor Kirchner, Lula da Silva, Hugo Chávez, Evo Morales y Rafael Correa, se creó UNASUR, se fundó el Consejo de Defensa Suramericano y se proyectó el Banco del Sur, herramientas destinadas a cimentar una autonomía colectiva. Aquel ciclo demostró que la integración es posible cuando existe una coincidencia mínima de objetivos: industrializar, proteger los recursos naturales y hablar con una sola voz ante el mundo.
Pero esa arquitectura se derrumbó bajo el peso de los cambios de signo político y de las presiones externas. Washington advirtió que debía impedir la consolidación de un bloque sudamericano. Lo hizo promoviendo rupturas, infiltrando agendas y alentando proyectos destinados a desmantelar esa arquitectura. El actual presidente argentino, con su impronta disruptiva, representa la fase más extrema de esa ofensiva: ya no busca disputar el sentido de la integración, sino aniquilarla desde dentro.
Un Mercosur debilitado y un Sur sin brújula
El MERCOSUR, que podría ser el núcleo duro de un bloque regional, atraviesa una crisis de sentido. Mientras Brasil intenta relanzar el diálogo con África, Asia y los BRICS, la Argentina adopta un discurso que refuerza el aislamiento. El gobierno bloquea acuerdos, congela proyectos industriales conjuntos y desprecia cualquier mecanismo multilateral que no esté bendecido por Washington.
El resultado es una paradoja: en la era de los bloques continentales, Sudamérica vuelve a comportarse como en la era de las colonias, exportando materias primas y comprando tecnología.
El desafío pendiente: reconstruir la Patria Grande
La única salida posible para la región sigue siendo la integración. América del Sur tiene lo que el mundo necesita: alimentos, agua, energía, litio, biodiversidad y conocimiento científico. Pero carece de lo esencial: unidad política y poder financiero propio. El camino no está en las cruzadas ideológicas ni en la sumisión a potencias externas, sino en la creación de instituciones sólidas y proyectos comunes.
Reactivar UNASUR, consolidar un sistema de pagos regional, crear un Fondo Sudamericano de Desarrollo, ampliar el MERCOSUR y articular cadenas de valor en energía, tecnología y defensa no son consignas románticas: son condiciones de supervivencia en un mundo que se organiza por bloques.
El presidente podrá presentar su aislamiento como un acto de independencia, pero la historia lo juzgará como lo que es: una política de vasallaje disfrazada de libertad. Mientras el planeta se divide en grandes espacios continentales, la Argentina vuelve a quedar sola, empobrecida y subordinada. El general Perón lo advirtió con claridad profética: “La unidad continental no es una opción: es el destino.”
Hoy ese destino está en juego. Y mientras el topo —ese agente interno del desmantelamiento— trabaja desde adentro para destruirlo, los pueblos del Sur tienen la responsabilidad histórica de volver a construir la Patria Grande, antes de que otros vuelvan a escribir su futuro.