De la Redacción de ZOOM. En una elección polarizada entre Macri y Filmus, todas las expectativas están puestas en conocer el resultado de la primera vuelta de los comicios porteños y en cómo empezará cada uno esa misma noche la campaña hacia el balotaje. La cercanía con el ansiado 50%+1 que obtenga el ganador y la distancia que lo separe del segundo, serán las claves de las semanas que vienen.
Todo parece indicar que la noche del domingo deparará un escenario en el que Mauricio Macri y Daniel Filmus se repartirán las dos porciones más grandes de la manzana electoral porteña. Quién de ellos conseguirá el mayor pedazo y cuánto más grande que su rival, serán los datos que conformarán la plataforma inicial de cara a la segunda vuelta del 31 de julio.
A medida que se vayan conociendo los resultados, horas o minutos después de las 18, la actitud y el mensaje de ambos candidatos irán prefigurando y condicionando los días subsiguientes. Sin embargo, el desarrollo de las tres semanas que antecederán al balotaje, aun con su propia e inescrutable dinámica, no dejarán de ser la punta de un gigantesco iceberg por el que quizá valga la pena bucear hasta el fondo, para tratar de descubrir algunos de sus rebordes. Veamos hasta dónde nos da el aire.
De la mano de Carlos
El 14 de mayo de 1995 la fórmula Menem-Ruckauf se alzó con las elecciones presidenciales con un impactante 49,94% de los votos. Unos meses después, el 3 de diciembre, Mauricio Macri se convertía en presidente de Boca Juniors con el 61% de los sufragios. El hijo de uno de los empresarios más notorios de la Argentina irrumpía así en la vida pública pocos meses antes de que los porteños fueran a las urnas para elegir al primer jefe de gobierno de la ciudad recientemente autónoma.
Ocho años más tarde, impulsado por los triunfos deportivos macerados por otro Carlos, Macri se lanzó a la política dendeveras y fue por aquella jefatura de gobierno. Era 2003. Los tiempos habían empezado a cambiar en el país. Hijo de los ’90, a Mauricio no le alcanzó en el segundo turno. Ibarra, gracias al fuerte apoyo del flamante presidente Kirchner y con el acompañamiento (sí) de Carrió, dio vuelta el resultado.
Macri se quedó en Boca cuatro años más y en 2007 fue por la revancha. Mientras, la Argentina se recuperaba de la debacle y tomaba un decidido camino en pos de la dignidad y la soberanía nacional. Ese nuevo ciclo histórico político denominado kirchnerismo que sería revalidado en las urnas en octubre de 2007, sin embargo, aun no había permeado profundamente en la capital federal. En paralelo, el agonizante y derrotado neoliberalismo de la década anterior había encontrado un modo de reconvertirse y sobrevivir enmascarado, fecundando con la semilla de la antipolítica a la sociedad, en general, y a la porteña, en particular. El progresismo de Ibarra y los restos de la Alianza fueron los portadores insanos del virus. Y el desastre de Cromañón, el dramático y paradójico final de una experiencia política que había hecho de los recitales uno de sus iconos culturales.
La ciudad quedó servida. Y el 24 de junio de 2007, los vecinos ungieron a Macri como jefe de gobierno por la misma cifra que doce años atrás había obtenido en la ribera: 61%.
Lo que Macri le debe al progresismo
Pino Solanas es el último dinosaurio progre. Un ejemplo con delay de aquellos modos que fueron top en el post menemismo. Revestida de inflamadas invocaciones a la participación, la propuesta de Proyecto Sur también tributa a la antipolítica porque carece de vocación de poder real (ante la duda, preguntar por el señor Hermes) mientras peregrina hacia una utópica pureza con una raquítica construcción.
La denuncia y la arenga de carácter ético como soporte y parámetro de construcción colectiva son un pésimo remplazo de la política. Son embriones larvados de esa antipolítica que el progresismo argentino creyó combatir pero consolidó sin saber, sin poder o sin querer hasta que los vientos del Sur desparramaron los papeles de todos en 2003. Y que, por torpeza, miopía o egoísmo, terminó acunando el huevo de la serpiente para que el ingeniero la empujara al gol en 2007.
La antipolítica, como continuación y máscara del neoliberalismo, es en verdad el gran adversario que en la actualidad tiene enfrente un proyecto nacional y popular. “Hoy es política versus corporaciones” sentenció hace dos años Agustín Rossi en el Congreso, definiendo con precisión otra manera de contar el mismo cuento.
Ahora bien. Si los globos colorinches y las fiestas sobreactuadas del macrismo en campaña son quizá la máxima expresión de la antipolítica. Y si el kirchnerismo es el protagonista principal de la repolitización de buena parte de la sociedad argentina, y en especial de la juventud, ¿cómo se hace valer esa fortaleza ante un electorado hostil e indiferente como el porteño? Tal vez por eso el FpV, por momentos, sufrió esta campaña como si fuera Meolans en el Sahara.
La noche del domingo
Las elecciones legislativas de 2009 parecieron dar a luz a un nuevo engendro que resucitaría a la derecha vernácula. La noche del 28-J con Macri, Solá y De Narváez saltando y bailando en derredor de Michetti, con Reutemann ganando (por un pelo) en Santa Fe y con Magnetto y la Mesa de Enlace metiendo pressing, el cielo se mostraba amenazante. Dos años después, esos sectores no encontraron una expresión política con eco en la sociedad. A nivel nacional, hoy las candidaturas de Duhalde, Rodríguez Saa, Binner, Carrió y Alfonsín representan las esquirlas dispersas y retrógradas, delirantes, socialdemócratas, delirantes y patéticas (según el caso) de un colectivo que no fue.
Macri, la gran esperanza blanca, debió refugiarse en la capital e intentar su reelección para intentar sobrevivir políticamente hasta 2015. Y en eso estamos.
En la Argentina, el ciclo neoliberal-antipolítico deambula a tientas, intuyendo el mazazo final. Mientras, se consolida un proceso de recuperación con soberanía política, fortaleza económica e integración latinoamericana. La ciudad de Buenos Aires, en tanto, aparece desfasada, en una etapa aun prekirchnerista.
La propia composición de la oferta electoral del Frente para la Victoria para este domingo da cuenta de este fenómeno. Filmus encarna, lo quiera o no, la utopía de aquella malograda transversalidad de los primeros años de Néstor. La colectora de Ibarra es tal vez la más aciaga de las pruebas. Su perfil profesional, académico y moderado lo transforma en un peronista criado en cautiverio, lejos del imaginario K. Tomada representa a un peronismo que, a diferencia del resto del país, en capital es siempre minoritario. Y Boudou y Cabandié son las caras y el despunte de una identidad más en línea con el peronismo kirchnerista que hoy conduce Cristina.
En medio de esa transición, el kirchnerismo irá a las urnas este domingo. Del otro lado, Macri tratará de alargar la vida de su menemismo camuflado. Si lo consigue, cumplirá en 2015 sus 20 años de vida pública en el candelero y tendrá nuevamente la chance de pujar a nivel nacional. Pero eso es guita aparte.
¿Quién medirá más alto? ¿La curva descendente de un neoliberalismo berreta que hace de la antipolítica y el miedo sus principales armas? ¿O la curva ascendente pero aun en plena evolución de un kirchnerismo porteño que llegó tarde?
En la respuesta de este intríngulis quizá se oculte el resultado de este domingo. Y el del 31 de julio.