La máquina

Caso Brieger: Lamentablemente, todo tiene que ver con el poder, en su liso y llano significado. El abuso sexual, el abuso laboral, el silencio del resto, todo está ligado a las jerarquías y a la pura maquinaria del poder. Por Martina Evangelista

Testimonio 6. Año 2001. Escenario: TEA. Afectada: Alumna. Situación: “Estaba cursando periodismo en TEA cuando lo tuve de profesor de Política Internacional. En cada clase, se paraba delante de mí y me acosaba con las miradas: eran sistemáticas, repetidas y explícitas durante toda la clase: pasaba por mi entrepierna, luego mis pechos y luego mis ojos; y volvía a bajar para empezar su recorrido otra vez. Yo me preocupaba por estar todo el tiempo con las rodillas muy juntas, cuidando cómo me vestía los días que iba a cursar con él. Mis compañeros comenzaron a pensar que teníamos un vínculo íntimo, porque él transmitía eso: se me acercaba para hablarme al oído y decirme cosas inapropiadas, asquerosas, por lo bajo, pero delante de todos. La pasé muy mal y tenía con él dos de las tres clases semanales”.

Testimonio 8. Año 2005. Escenario: TV Pública. Afectada: Periodista. Situación: “Era redactora del noticiero nocturno y de Visión 7 Internacional. Tenía con él una relación amable, hasta que un día, estando sola en control, él entró y se colocó detrás de la silla en la que estaba sentada. Estaba trabajando, cuando siento que me agarra el cuello y luego mete la mano por adentro de mi pullover y comienza a tocarme. Sentí asco y humillación. Me levanté inmediatamente, fui a la redacción y se lo conté a mis compañeros, que como respuesta se rieron”.

Testimonio 16. Año 2010. Escenario: TV Pública. Afectada: Periodista. Situación: “Lo contacté para entrevistarlo. Me sorprendió su inmediata respuesta a mi correo, ya que era un sábado a la noche. Mucho más me sorprendió el tono de ese correo: me llamaba “ovejita” (la revista se llamaba Oveja Negra), me preguntaba qué estaba haciendo un sábado a la noche y me pidió que le mandara fotos. Comenté esto en la reunión de sumario con el equipo de redacción de la revista. Me ofrecieron no hacer la entrevista, o ir acompañada por un de ellos. Sentí que ambas propuestas vulneraban mi capacidad de afrontar situaciones difíciles. Pedí que me acompañe el fotógrafo de la publicación, quien estaba al tanto de todo. La entrevista se hizo en la TV Pública, donde él era columnista internacional del noticiero de la noche. Al comienzo, todo fue normal, hasta que llegamos al camarín. Me hizo entrar y le cerró la puerta en la cara al fotógrafo. Se sacó los pantalones y quedó en calzoncillos, camisa y corbata. Eran unos calzoncillos grandes, de esos que tienen abierto adelante, que abrió aún más para mostrarme su pene. Me quedé helada, pegada contra la puerta, agarrando el picaporte. No pude reaccionar. Cuando salimos del edificio, le conté a mi compañero fotógrafo lo que había pasado, y me dijo “Qué zarpado”.

Estos son algunos de los 19 testimonios de las mujeres que fueron acosadas y abusadas por el periodista Pedro Brieger. Se pueden leer todos en el informe que publicaron desde Periodistas Argentinas, el pasado 2 de julio: https://lavaca.org/ni-una-mas/el-fin-de-la-cultura-del-acoso/

Cuando salió la noticia, algunas personas me escribieron porque se acordaban de lo que yo les había contado. Hace muchos años, en la presentación de un libro, él estaba como invitado para presentarlo. Yo fui en carácter de público, y me acuerdo de su mirada lasciva sobre mí todo el rato que duró el evento. Cuando aparecía en la tele y alguien enfrente mío lo elogiaba por sus pensamientos elocuentes o por sus conocimientos en política internacional, yo sólo podía responder: “es un pajero”. Porque ese tipo de miradas no se olvidan. Algunas personas me “felicitaron” por haberme dado cuenta hace tantos años. Pero, lamentablemente, no fue difícil notarlo. Siendo mujeres, desde chicas nos entrenamos para la auto preservación, y vamos desarrollando una especie de escáner que nos alerta y nos anuncia adentro nuestro, en letras rojas y mayúsculas, parpadeando al igual que un cartel de neón, la palabra PELIGRO. Puede ser una mirada, un comentario, un roce. Y se aprende desde la práctica. En la calle, en la escuela, en un boliche. Positivismo puro.

Terminé de ver la película La asistente, de la directora y guionista australiana Kitty Green. El film pareciera estar inspirado en el caso de Harvey Weinstein, el famoso productor de Hollywood, quien protagonizó uno de los primeros casos del #MeToo. En la película, podemos ver un día en la vida de una de sus asistentes. Es nueva, hace dos meses empezó, pero ya develó todo el mecanismo: su jefe abusa de todos. Abusa sexualmente de las mujeres que quieren empezar su carrera como actrices, abusa de sus empleados maltratándonos, y abusa de ella jugando con su salud mental hasta llevarla a querer denunciarlo dentro de la empresa. Pero todo queda en un intento: cuando la asistente se anima a ir a la oficina del psicólogo, al relatar su preocupación por una chica nueva que ella misma alcanzó a un hotel donde el productor la esperaba, el psicólogo tan sólo le responde: “¿Por qué vas a tirar todo a la basura por esta porquería? Yo puedo levantar una queja, pero ya sabés que va a pasar”. Ella desiste en el acto.

Hay una escena que me llenó de espanto. A simple vista, pareciera ser la imagen de tres empleados cansados tomándose el ascensor para irse de la oficina. Ya es de noche, bostezan, se miran. Pero en esas caras, en ese cansancio, en esa solemnidad, está todo dicho. Todos saben lo que pasa, pero igual van a volver al otro día, a la misma oficina, y van a seguir callando.

Lo interesante de la película, al igual que en el caso de Brieger, es la manera en que las instituciones, la academia, las empresas y el sistema terminan siendo cómplices del abusador. Según los testimonios, Brieger acosó y abusó desde 1995 hasta 2019. Son 24 años de impunidad, 24 años de caso omiso, de total libertad para comportarse de esa manera sin que nadie le ponga un parate. Y estas situaciones ocurrieron en diversos ámbitos, tales como universidades nacionales, canales de televisión, radios, congresos. La mayoría de las mujeres callaron porque querían crecer en sus carreras, trabajar en los grandes canales, triunfar en el mundo laboral o, simplemente, ser felices dedicándose a lo que les gusta.

En varios testimonios, y también en la película, aparece otro factor a analizar: los pares, los compañeros de trabajo. Aquellos y aquellas que saben todo, pero callan. Porque al igual que las víctimas, se encuentran en el dilema entre asegurarse un sueldo, un futuro y una imagen, o perderlo todo por el bienestar de una compañera. Muchas mujeres del medio salieron a hablar luego de la conferencia de Periodistas Argentinas, pidiendo perdón por haber sabido cosas y no haber hecho nada. Pero me pregunto, ¿es en ellas donde debemos clavar la lupa? ¿O en el fotógrafo que sólo respondió “qué zarpado”? ¿Cómo se sale de esta paradoja? Es en ellos, puede ser, pero también en muchas otras cosas más.

Lamentablemente, todo tiene que ver con el poder, en su liso y llano significado. El abuso sexual, el abuso laboral, el silencio del resto, todo está ligado a las jerarquías y a la pura maquinaria del poder. Hay una mirada bastante pesimista sobre este hecho, y con razón. Las desigualdades sociales son demasiado profundas, en todos los aspectos. A modo de arrojar algo de luz entre tanta perversidad, veo un cambio en la manera de pensar estos casos. Con el caso de Brieger, pareciera que la intención no es sólo escrachar al abusador, cancelarlo, ser punitivista per sé. Parece haber ahora una profundización en la manera de analizar este tipo de abusos, como si de cierta forma estaríamos corriendo un velo y nos dijéramos: sí, acá hay un abusador, pero atrás, ¿qué hay?

Pienso entonces desde dónde se puede empezar, y quizás una manera honesta, sea, creo, empezando a dejar de fomentar la banalidad del mal. Quizás empezando por esto, logremos ir a bajándolo de algunas cimas. El mal no puede banalizarse más.

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