Ayer en el Congreso, Mercedes Marcó del Pont demostró que no solo es una excelente técnica, incuestionable por donde se la mire, sino que además posee un coraje digno de las mujeres que en este país intentan demostrar que no están solo para lavar los platos, como gustaba decir Domingo Cavallo (a quien da terror ver por C5N entrevistado como si sus respuestas valiesen la pena).
Vergüenza ajena dieron los senadores del rejunte opositor. Los adalides del diálogo, no se atrevieron a preguntarle nada a Marcó del Pont, quizás para no profundizar lo evidente: estaban cometiendo una arbitrariedad tan grande que hacía falta pasar el trago lo más rápido posible. La formalidad de escucharla para no quedar pagando por un autoritarismo propio de demócratas de cartón.
Como lo cortés no quita lo valiente, aun teniendo la decisión tomada desde el mismísimo momento en que la pitonisa Carrió les bajó línea (cada uno se hace cargo de sus líderes) para condenarla sin derecho a nada, bien podían haber tenido otro trato. Es llamativo cómo siempre se lo acusa a este gobierno de generar crispación y sin embargo ayer en el Senado los crispados eran estos señores.
Por estas horas el oficialismo busca tratar de evitar el final anunciado. El arco opositor deberá ajustar las tuercas (en medio de los palos que van a y vienen entre sus propias filas) para lograr nuevamente el quórum de 37 votos que le permita rechazar el pliego.
Sea como sea, salvando las distancias, Marcó del Pont podrá verse reflejada en aquellas dignas, enormes palabras de Fidel Castro: «En cuanto a mí, sé que la cárcel será dura como no la ha sido nunca para nadie, preñada de amenazas, de ruin y cobarde ensañamiento, pero no la temo, como no temo la furia del tirano miserable que arrancó la vida a setenta hermanos míos. Condenadme, no importa, la historia me absolverá.»