La gran puta de Atenas (Ultima parte)

Historias reales que son de no creer.

Al igual que ha ocurrido con todos aquellos que alcanzaron a elevarse de la bosta al mármol, los primeros años de la vida de Aspasia son oscuros. Nació en Mileto, una ciudad griega asentada en la costa oeste de Turquía, y en determinado momento de su juventud se trasladó a Atenas, hecho que en un lapso muy breve fue evidente para todos los atenienses, cuando su belleza, inteligencia y desparpajo llamaron la atención de Pericles, el líder político de la ciudad.

Una de las versiones, posiblemente echada a correr por la propia Aspasia, la hace llegar a Atenas con un Alcibíades –que no es el mismo que, en El Banquete, Platón describe pasado de copas y empeñado en un erótico elogio a Sócrates–, ciudadano ateniense condenado al ostracismo por algún quítame de ahí esas pajas con el Aerópago.

Instalado en Mileto, Alcibíades se habría casado con la hija mayor de Axioco y, al cabo de diez años, cumplido el tiempo de castigo, regresado a Atenas con su esposa, dos hijos y su jovencísima cuñada, Aspasia. Sin embargo, otros cronistas aseguran que nuestra heroína se trasladó a Atenas por sus propios medios.

Lo que nadie aclara es dónde y cómo llegó a adquirir la sofisticación y el conocimiento que le permitieron con el tiempo frecuentar el círculo socrático, por no mencionar que para una mujer del común, para colmo extranjera, conocer a Pericles en el mercado equivaldría a que una magrebí estableciera una relación amorosa con Juan Carlos de Borbón luego de un encuentro casual en el Metro de Madrid.

En fin, que por más que sus exegetas –que en vida los tuvo en cantidad– lo nieguen, Aspasia reunía todos los requisitos de una hetaira de éxito y según sus críticos –que también le sobraron– regenteaba diversos burdeles, proveía a Pericles de jóvenes cortesanas y –como dice Aristófanes al pasar– convenció a su amante de embarcarse en la funesta guerra contra Esparta sólo porque los espartanos habían saqueado uno de sus establecimientos apoderándose de sus pupilas predilectas. El hecho incontrovertible es que su unión con Pericles le permitió acceder a una categoría social que le estaba vedada, por mujer y por extranjera.

El adelantado a su tiempo

Había sido el propio Pericles el autor de una ley de extranjería que haría las envidias de Monsieur Sarkozy.

La ley de extranjería –de Ciudadanía, la llamaban– que los atenienses agradecieron a Pericles con tal intensidad que acabó siendo el líder indiscutido de la ciudad desde entonces hasta su muerte, establecía que únicamente los hijos nacidos de dos ciudadanos adquirían los derechos de la ciudadanía, no así los nacidos de un ciudadano y un extranjero, quienes eran tenidos por ilegítimos (nothoi), por no mencionar la categoría lisamente animal de las crías de dos progenitores extranjeros.

La ley de marras fue dictada en el 451 AC, seis años antes de que Pericles acogiera en su residencia a Aspasia, luego de desalojar de ahí a su esposa y dos hijos. La matrona ya había cumplido su labor social de garantizar la pureza de su progenie, y debía significar un fastidio para el ilustrado demócrata, harto de la cháchara insustancial de la buena y bruta mujer. Llevarse a casa una hembra, complaciente como un efebo, hermosa como Afrodita, sabia como Solón e ingeniosa y conversadora como Sócrates, representó para Pericles un auténtico obsequio de los dioses.

La pareja fue pronto objeto del chismorreo propio de gentes tan sociables como los antiguos griegos. Los ciudadanos en las academias y teatros, las matronas en la cocina, no dejaban de criticar y envidiar el ascendente que iba adquiriendo la deslumbrante extranjera y el trato igualitario que le dispensaba el líder, quien no se privaba de mostrarle públicamente su respeto y admiración, ni hacía el menor esfuerzo por impedirle mezclarse con artistas, literatos y filósofos. Ahí donde las mujeres eran invisibles y mudas, Aspasia imponía su sofisticación y belleza y, con desenfado, hacía valer sus ideas y opiniones en los círculos académicos y en los ambientes políticos.

Pero hasta los dioses se aburren y, no habiendo nada más tedioso que la felicidad ajena, comenzaron a tejer su aviesa trama.

La venganza de los dioses

En 440 AC Aspasia dio a luz a un niño. Si bien su intensa vida social podría haberla hecho objeto de sospechas, por algún inexplicable motivo nadie dudó, ni un instante, que el pequeño era hijo de Pericles. A Pericles el detalle le tenía sin cuidado: con dos hijos legítimos no iba a preocuparse demasiado de la filiación del pequeño nothoi.

En el año 431 estalla la guerra del Peloponeso, que enfrenta a Atenas con su archirrival Esparta, tan sangrienta que permite a Pericles pronunciar, en homenaje a los muertos, la oración fúnebre que lo haría célebre, considerada por Platón obra de Aspasia, al igual que gran parte de los escritos del prohombre.

Fue ese el momento de mayor gloria y prestigio de la pareja, por lo tanto, el elegido por los dioses para desatar la tragedia por medio de una peste que hirió de muerte el poderío ateniense y se llevó al Hades la flor y nata de los ciudadanos, entre ellos, a los hijos legítimos de Pericles, privándolo de su linaje, lo que le hizo volver sus ojos al pequeño bastardo engendrado por Aspasia.

Sin embargo, había un inconveniente: de acuerdo a la Ley de Ciudadanía, al ser hijo de una extranjera, era un don nadie, un indeseable entre las personas de bien.

De ser cierto el edificante adagio “cosecharás tu siembra” Pericles no debió haber merecido su postrer buena suerte, pero, al igual que la mayoría de sus colegas, este líder político carecía de moralidad y consideraba perfectamente lógico ser medido con una vara diferente a la del común de los mortales. Recurrió entonces a la asamblea para que, violando la ley, reconociera a Pericles Jr. como su heredero. Sin embargo, la asamblea le dio largas al asunto. Anímicamente destrozado por la desgracia que se había abatido sobre la ciudad y sobre sí mismo, contrajo a su vez la enfermedad y murió pocos meses más tarde.

El pueblo, que suele abrigar las más dispares pasiones, asistió conmovido a la muerte de Pericles y, sorprendentemente, volcó hacia su amante todo el afecto que había sentido por el líder. Nunca antes Aspasia había sido tratada con tanto afecto y bondad como la que entonces le prodigaron los atenienses, quienes, reunidos en asamblea, otorgaron a Pericles Jr. la plena ciudadanía.

La historia no me absolverá

A la muerte de su amante Aspasia se unió a Lisides, un sencillo comerciante de lanas, de mucho más baja categoría social que Pericles, no obstante lo cual acabó volviéndose un destacado dirigente de la ciudad. Detrás de la meteórica carrera de este rústico es notoria la mano de Aspasia, cuya influencia se hizo siempre sentir más allá de los estrechos límites de la alcoba.

En Menexeno, Platón asegura que era consultada por los ciudadanos más destacados a fin de que los instruyera en las artes de la oratoria, y Jenofonte le hace decir al mismísimo Sócrates: “Para el aprendizaje no hay nada mejor que la investigación. Ahora les presentaré a Aspasia, quien les explicará sobre todo este asunto con mucho más conocimiento del que yo poseo”.

Por su parte, Plutarco, un imaginativo diletante romano, la sospecha la verdadera creadora de la mayéutica, el método socrático mediante el cual el filósofo lograba que su interlocutor descubriera la verdad por sí mismo, aunque a la vez quedando como un completo idiota.

Fuera de que lo de Plutarco pueda parecer una exageración, no existe la menor duda sobre la influencia de Aspasia en la vida ateniense. No obstante el aire a burdel de su casa, residencia de las jóvenes rameras a su servicio, siguió siendo visitada por filósofos, políticos y artistas que, acompañados de sus esposas, acudían a ella para que los desasnara un poco.

Reverenciada por Sócrates, zaherida por Aristófanes, acusada de impiedad por el cómico Hermipo, Aspasia fue superior a todos los hombres con quienes se acostó y, seguramente, a la mayoría de aquellos a quienes entretuvo con su conversación o deslumbró con sus conocimientos. Pasó a la posteridad como la puta más notoria de Atenas.

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