Aguardientes. Segunda temporada.
Al tipo me lo encontré en la puerta de un boliche de Lanús, mirando por encima de los guardianes del acceso y parado en puntitas de pie.
No lo conocía más que por haberlo visto en situaciones similares, en lugares parecidos, y en noches semejantes. Como un espectador en ciernes, como un participante posible, inminente, pero no seguro.
Recordaba sí, esa sonrisa despectiva y ese meneo en negaciones que hacía con la cabeza cada vez que miraba el interior del lugar observado.
Con mis veinte años y los miedos que llevaba por esos años cualquier argentino en el alma, me le acerqué y le dije:
—¡Che…a vos no te gusta ninguna fiesta!
Se me pegó de costado y, sin tocarme, con los ojos, me lo tiró de una vez, casi como una oración pagana.
—¿Fiesta? ¿Vos quisiste decir fiesta? ¿Sabés nene lo que es realmente una fiesta? Una fiesta es el buen tiempo de adentro contra las inclemencias del exterior. No llega a ser autismo, es apenas un recreo de patios interiores, anchos, soleados, como los que abría el timbre de la escuela. Una fiesta se celebra en este mundo, en este país y en los países que vendrán cuando este se vaya al tacho.
Una fiesta no está enajenada, hace sonar la matraca en el medio del malhumor y de la crisis, toca pito en los pasillos angostos de la incertidumbre y de la angustia. Y le toca el que empieza donde termina la espalda, para después salir corriendo, a los miserables que escudan sus almitas mezquinas en discursitos demagógicos y posturas de cartón piedra.
Una fiesta es joda, chunga y pitorreo. Es como Sandrini y las maldiciones gitanas, tienen que hacerte reír y llorar al mismo tiempo. Es como Bruce Willis y Humphrey Bogart, cobran por todos lados pero le queda un pequeño aliento para meterle un cross salvador al villano de bigotitos.
Una fiesta es el lugar en donde podemos ser lo que realmente somos, donde podemos ser pibes sin riesgos y buena gente sin peligro, y a la que invitamos a los que son capaces de traer la verdadera fiesta, la que exiló el dolor, la que importó la carcajada de Gassman y la sonrisa gardeliana de Sordi.
Una fiesta es un encuentro de almas donde te invitan a entrar, pasar, sumarte. Y que cuantos más se incorporan más lugar hay para la fiesta. Hay champagne pero barato. Eso sí: poco. Lo único que te piden en las fiestas de verdad es que te vengas disfrazado de vos mismo. Así, por arriba de la máscara, todos se pueden reconocer. Cuando te toque una fiesta de esas, pasá sin miedo, y no patees las botellas.
Pegó la vuelta y se perdió en la oscuridad de mi propio asombro.
Han pasado los años y, si bien tuve aproximaciones, jamás viví una fiesta como esas.