En el último tramo de la campaña electoral, Lula ve cada vez más cerca la posibilidad de lograr la reelección, salvo por un nuevo escándalo de corrupción que le da una nueva chance a la oposición para llegar a la segunda vuelta. Mientras tanto, la nacionalización de los hidrocarburos bolivianos por parte del gobierno de Evo Morales llegó a un punto de inflexión, tras meterse de lleno en la campaña electoral brasileña.
Luego de la decisión de Evo de no asumir el derecho propietario sobre las dos refinerías de petróleo más grandes del país (en manos de Petrobrás) y aceptar la renuncia de su ministro en la materia Andrés Solís Rada, Lula redobló su apuesta y le advirtió: “Evo, no puedes mantener una espada sobre la cabeza de Brasil porque tienes el gas, porque nosotros también podremos poner la espada en tu cabeza, ya que nosotros somos los que compramos tu gas, y si no nos lo vendes a nosotros, veo muy difícil venderlo a alguien».
Las palabras de Lula deben haber surcado los oídos de Evo como una saeta. Es que detrás de esa advertencia hay mucho más que necesidades electorales: «Confío en que Bolivia tenga la exacta noción de la importancia de Brasil para Bolivia, como Brasil tiene la exacta noción de lo que significa el gas boliviano para Brasil», dijo Lula en un tono severo. «Bolivia sólo puede ganar con su asociación con Brasil, no sólo porque tiene que vendernos su gas, somos sus compradores, sino que también podemos ayudar a Bolivia a tener un desarrollo razonable», declaró Lula y sugirió dos posibles proyectos conjuntos en los que Brasil estaría interesado en invertir: un polo gas-petroquímico y una central hidroeléctrica.
Según difundió la prensa brasileña, el presidente de Brasil hizo estas declaraciones después de que el nuevo ministro de Hidrocarburos Carlos Villegas anunciara que aplicará todo el rigor del decreto de nacionalización del sector en las negociaciones con petroleras multinacionales, en especial con la brasileña Petrobrás, que está amenazada de perder el control de sus dos refinerías sin recibir compensación.
«Tenemos un comportamiento político de algunos ministros en Bolivia que no se ajusta con la mesa de negociación; lo que vemos en la mesa es una cosa y lo que vemos en la prensa es otra», dijo Lula. «Hay mucha divergencia» en el gobierno boliviano, subrayó.
Mucho más que elecciones de por medio
Según la agencia Bolpress, poco más del 50 por ciento del mercado interno de gas natural de Brasil se abastece a través de un gasoducto binacional de 3.200 kilómetros de longitud, operado por una empresa controlada por la empresa estatal brasileña Petrobrás. Antes de la nacionalización de los hidrocarburos decretada por Evo el pasado 1 de mayo, Petrobrás manejaba las principales reservas de gas natural y petróleo de Bolivia. También dominaba el mercado interno de gasolina y derivados y operaba las dos únicas refinerías del país.
Brasil importa unos 26 millones de metros cúbicos de gas boliviano por día. El hidrocarburo suple el 70 por ciento de la demanda del estado de Sao Paulo, corazón industrial del país, con casi un tercio del PBI nacional. Según Petrobrás, Bolivia quiere cobrar este gas a los mismos precios que rigen internacionalmente para el GNL (Gas Natural Licuado), más del doble del valor pagado hoy por Petrobrás.
En pocas palabras, el volumen de gas que importa Brasil de Bolivia es casi un tema de seguridad nacional para Lula, mucho más ahora que le queda una semana para poder obtener la reelección sin tener que pasar por la segunda vuelta. El ex líder metalúrgico tendría que perder cerca del 10 por ciento del apoyo que le otorgaron las últimas encuestas de intención de voto para no ser reelegido en la primera ronda electoral del 1 de octubre y tener así que competir con el segundo más votado el 29 de octubre.
Para uno de los coordinadores nacionales del Movimiento de los Trabajadores Rurales Sin Tierra (MST) Joao Pedro Stédile, esa es una posibilidad prácticamente descartada, porque «el pueblo está definido» y no cambiará su voto. Pero faltan días decisivos y parece que el camino no será tan fácil.
Del otro lado, la oposición considera tener elementos como para retrasar la campaña y forzar a Lula a una segunda vuelta. Sería un mes más de campaña donde el desgaste podría ser mayor y por eso, los enemigos de Lula llegan a soñar con un escenario institucional como el que desembocó en la destitución de Fernando Collor de Melo en 1992.
La última noticia estalló al comienzo de la segunda quincena de septiembre: dos miembros del comité de campaña de Lula fueron detenidos con más de 1,7 millones de reales (790.000 dólares) en moneda brasileña y estadounidense, “destinados a la compra de documentos que supuestamente vincularían a candidatos socialdemócratas opositores a una red de corrupción que investiga el parlamento”, según reveló la Policía Federal de Brasil, que alcanzó en sus acusaciones a Freud Godoy, asesor especial de Lula en seguridad, Jorge Lorenzetti, jefe de análisis de riesgo e informaciones de la campaña, y Osvaldo Bargas, antiguo compañero de luchas sindicales y ex secretario de relaciones laborales del Ministerio del Trabajo.
Lo que la prensa ya considera como un «efecto dominó», también llegó al presidente del Partido de los Trabajadores, Ricardo Berzoini, que dejó de ser coordinador de la campaña de Lula, después de que admitió haber conocido, aunque de modo parcial, el intento de ofrecer a una revista de alcance nacional informaciones contra candidatos opositores.
Esta no es la única denuncia que puebla los diarios brasileños en estos días. Pero la emergencia no es casual para Stédile, quien analiza que «la burguesía no correrá los «riesgos políticos» de derrocar a Lula aun con la popularidad confirmada en las urnas, sino que aprovechará el escándalo para debilitar al presidente y al PT, a fin de mantener al gobierno en la senda «neoliberal». De este modo Lula debería triunfar en la primera vuelta, pero asumirá su segundo período de gobierno, de cuatro años, sin fuerza política y obligado a hacer más concesiones que las que hizo hasta ahora a los banqueros, el capital transnacional y los poderosos del país”.
Las elecciones cariocas y los problemas de Bolivia
Así las cosas, el 2006 se encamina hacia su último trimestre dejando un año lleno de elecciones decisivas que van dando a luz un escenario político totalmente diferente. De aquí en más, los factores internacionales y los asuntos regionales serán determinantes en los comicios de cada país.
En Bolivia, Evo no cuenta con mucho tiempo para concretar las transformaciones por las que ganó las elecciones antes que los conflictos comiencen a horadar su gestión. La nacionalización de los hidrocarburos bolivianos representa una de las principales demandas de los más postergados, que suman el 80 por ciento de la población del altiplano, en un país que estuvo al borde de estallar poco antes de que Evo asumiera la presidencia. Del otro lado del Amazonas, Brasil transita una campaña electoral donde Lula sabía de antemano que las opciones bolivianas podrían empañarle el panorama, pero el gobierno de La Paz tiene problemas mucho más graves como para entrar en contradicciones irreversibles con Brasilia.
Durante su reciente visita a Nueva York para participar de la Asamblea General de la Organización de las Naciones Unidas (ONU), el presidente boliviano recibió una letal bienvenida del gobierno de Bush: apenas llegó, la Casa Blanca informó que desaprueba su política antidroga y advirtió sobre una probable desertificación en 2007 por la expansión de cultivos de coca.
Morales anticipó su llegada a Estados Unidos acusando al gobierno de George W. Bush de presuntos planes para provocar un conflicto armado con el vecino Paraguay y de asociarse con las transnacionales petroleras para evitar que se cumpla la medida de nacionalización del petróleo, decretada el 1 de mayo.
Según indica un comunicado firmado por el secretario de prensa de la Casa Blanca, Tony Snow, «pese a un aumento en la interdicción de drogas, Bolivia ha llevado a cabo una política que le ha permitido la expansión del cultivo de coca y ha reducido de manera significativa la erradicación». El documento desaprueba las medidas de Morales, que por otro lado es el principal dirigente de los cultivadores de coca y ha posibilitado conquistas históricas para estos trabajadores que conforman la base de sustentación de la victoria electoral del MAS.
La «desertificación» de Washington podría afectar a Bolivia en materia de cooperación económica, con el recorte de los 150 millones de dólares que otorga Estados Unidos anualmente al país andino y un voto de desaprobación en los directorios del Banco Mundial, el Fondo Monetario Internacional (FMI) y el Banco Interamericano de Desarrollo (BID), organismos de los cuales este país es altamente dependiente.
Bolivia obtiene por año de esos organismos cerca de 400 millones de dólares en préstamos y donaciones para financiar programas sociales y de construcción de carreteras, escuelas y centros hospitalarios.
El producto interno bruto boliviano, según datos del FMI, alcanza a unos 9.500 millones de dólares y la deuda externa se aproxima a los 4.500 millones de dólares en un país donde la pobreza afecta a 63,7 por ciento de los 9,2 millones de habitantes.
La situación política y social en Bolivia es mucho más delicada de lo que se conoce y su profundidad otorga la justa dimensión de las transformaciones que el gobierno de Evo tiene por delante.
Así como Evo necesita de Brasil y Argentina para poder mantener la marcha de ese proceso, Lula se vería obligado a entrar en francas contradicciones si Bolivia pone en juego el abastecimiento de gas.
En medio de ese escenario, Washington moviliza amenazas mayores, mientras un nuevo cuadro político en el continente confirma que esto no es más que el comienzo.