La escenografía de una “liberación” contrainsurgente

Pocas horas después de la promocionada “liberación” de Ingrid Bentancourt, ex candidata presidencial que llevaba más de seis años como rehén de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC) junto a otras 14 personas, entre ellos tres estadunidenses de la CIA o “contratistas”, como se le llama a los mercenarios ahora, la estantería del aparato del gobierno de Alvaro Uribe comienza a crujir.

A nivel periodístico en Europa las dudas saltaron rápidamente y a esto se añadió que la CIA de Estados Unidos y los aparatos de inteligencia de Israel, que encubiertos en empresas de seguridad privada de ese país llevan largos años entrenando paramilitares en Colombia y participando en la guerra sucia interna, se adjudicaron, cada uno por su lado, los laureles de la “hazaña”.

Esto puso al descubierto el entramado contrainsurgente que impera en Colombia, sembrada de bases y estructuras operativas de Estados Unidos que ponen en peligro a toda la región.

La sumisión de Uribe al mandato de Estados Unidos también se refleja en la rápida decisión de enviar a los detenidos de las FARC para que los juzgue la justicia estadounidense, con lo cual Colombia admite su absoluta falta se soberanía.

Todos los datos indican que estaban los comandos de asesinos en acción, cuando América Latina y Europa, en un esfuerzo por tratar de abrir un espacio de pacificación en Colombia habían brindado su intermediación para la liberación de rehenes. Y no sólo por esta negociación de paz, sino en función de proteger la vida de esos rehenes, porque en varias ocasiones en que las FARC quiso hacer un intercambio o una liberación, actuaron el ejército y paramilitares en acciones que terminaron en nuevas tragedias.

La «operación Jaque» fue la desesperada acción de Uribe, cuyo gobierno se tambalea ante las denuncias de su vinculación con el narcotráfico y el paramilitarismo, cuando la justicia ya ha tomado cartas en el asunto, lo que parece imparable.

Para Washington, esto también era una acción de extremada urgencia ante la cercanía de las elecciones en ese país, la necesidad de dar un golpe de efecto y potenciar su permanencia militar en Colombia para continuar su plan de hostigamiento y reconquista de toda la región. Con el paso de las horas existe cada vez más la certeza de que la novela de Uribe y su «glorioso ejército» de la Doctrina de Seguridad Nacional comienza a desmoronarse. Una vez más la mentira como sucedió con el bombardeo sobre un campamento de negociación de las FARC, en Sucumbio, Ecuador, donde asesinaron al negociador de esa organización, conocido a nivel mundial, el comandante Raúl Reyes.

También asesinaron a más de 20 personas. La primera información dada el 1 de marzo de este año, refería que las FARC habían atacado desde Ecuador. Poco tiempo duró la atroz mentira. Se reveló que se habían utilizado bombas inteligentes y helicópteros de Estados Unidos para bombardear un campamento prácticamente desarmado, matando a heridos y secuestrando a las víctimas.

La exhibición del cadáver de Reyes en una plaza pública de Bogotá expuso en toda su intensidad la perversión del terrorismo de Estado imperante en Colombia amparado por los medios de comunicación de ese país.

La “operación Jaque ciento por ciento colombiana» como dijo Uribe resultó como se diría en Argentina una mejicaneada: apoderarse de una acción ajena, para lo cual usaron a funcionarios suizos y franceses, como lo habían hecho en el caso de Ecuador.

Las declaraciones del embajador de Estados Unidos en Colombia dejaron en claro de qué se trataba “la operación Jaque” vendida como una película de Rambo, a pesar de que la liberación de Bentancourt pudo haberse logrado ya a fines del año pasado y también mucho antes.

A Uribe y a Estados Unidos e Israel, no les importaron los peligros que corrían los rehenes en todo este tiempo. Decidieron utilizar la “inteligencia” es decir la contrainsurgencia, matando, secuestrando, torturando, comprando, quebrando todo lo que encontraban a su paso, para urdir esta situación.

Lo interesante es que ante la revelación diplomática de la cooperación decisiva de Estados Unidos, hubo una respuesta desde Israel, donde el diario Haaretz también hablaba de la acción “decisiva” de los hombres del Mossad, ex generales, ex coronles, pero que operan con la aprobación del Ministerio de Defensa de ese país. Que si se entregaron 20 millones de dólares o se montaron sobre la ya anunciada liberación de Bentancourt, lo cierto es que todo lo actuado alrededor de este hecho es un esquema típico de guerra sucia.

Este rescate, utilizado, especialmente por los medios del poder hegemónico, como un “triunfo militar”, no lo es, aunque sí Uribe puede aprovechar el impacto político para su intento de reelección.

Nadie puede desconocer los golpes recibidos en los últimos tiempos por las FARC, que ocntrolan un extenso territorio en Colombia. La posibilidad de infiltración se agudizó en los últimos años porque miles de colombianos huyendo de los paramilitares buscaron refugio en los campamentos de las FARC. Esto restaría con el paso del tiempo un mayor control de la dirección política y de la formación de cuadros.

El perverso uso del dinero se hizo evidente cuando el gobierno de Uribe ofreció hasta tres millones de dólares por los restos del fundador de las FARC, Manuel Marulanda “Tiro Fijo”, con la simple idea de adjudicarse también que este había sido víctima de sus acciones militares.

Uribe necesitaba mostrar también algo después de la falta de credibilidad en el mundo sobre sus denuncias surgidas supuestamente de computadoras —que resistieron inexplicablemente el bombardeo en Ecuador— para armar un entramado de acusaciones de terrorismo, que abarcaban a organizaciones y dirigentes del mundo entero.

La FARC pasaba a ser así el fantasma de un Osama Bin Laden latinoamericano que necesitan con urgencia para avanzar en el Plan Colombia, y sus varios emergentes a partir del gran proyecto geoestratégico de recolonización de América Latina.

Y también para avanzar y profundizar su Plan Mérida, en México, que es una necesaria extensión del Plan Colombia, lo que unido al Puebla —Panamá— le asegura un cerrojo por el norte para toda nuestra región.

Pero lo burdo de este armado, comienza a deshacerse con más rapidez de lo esperado.

El presidente Uribe actúa con total impunidad amparado por Washington, que conoce su posición en el fichero de narcotraficantes de la Drug Enforcement Agency (DEA) y de la CIA, desde que fue gobernador del Departamento de Antioquia.

El presidente colombiano y su familia fueron ideólogos del paramilitarismo, que arma y entrena Israel, para deshonra de las víctimas judías del holocausto.

A lo largo de casi un siglo, el pueblo colombiano ha conocido las consecuencias de los «para» y el ejército. Más de 600 mil muertos, cuatro millones de refugiados internos, aldeas y pueblos enteros desaparecidos, algo sobre lo que nadie habla.

No se menciona ni siquiera la historia de los últimos tiempos donde algunos paramilitares que fueron detenidos, sintiéndose como «chivos expiatorios, comenzaron a dar datos sobre las fosas comunes que se fueron descubriendo con miles de cadáveres de campesinos asesinados bajo torturas atroces.

Los bombardeos con glifosfato también mataron y siguen matando a miles de campesinos, los obligaron a huir a las selvas, envenenaron ríos, dejaron improductivos extensos territorios, pero la comunidad internacional está ciega y muda.

¿Quien no sabe a nivel internacional la historia del general Mario Montoya, comandante en jefe del ejército de Colombia, un típico militar de la Seguridad Nacional de Estados Unidos, que debería estar acusado por miles de crímenes de lesa humanidad, ahora presentado como héroe nacional? Entre otros «laureles» de su pasado Montoya fue uno de los creadores de la Triple A colombiana (Alianza Anticomunista Americana) que ha producido las mayores matanzas colectivas en ese país en los últimos años.

Más de 400 mil hombres tiene en armas el ejército colombiano, dueño además de televisoras, radios y de un enorme poder económico. A esto se añade el mayor ejército paramilitar de América Latina, lo que es una afrenta para la región.

Detrás de esta militarización brutal se esconden proyectos estratégicos de corto y mediano plazo, trazados por el Pentágono estadounidense. Ya hicieron varias pruebas con Ecuador y Venezuela, para crear conflictos armados.

La red de bases de Estados Unidos que se incrementa en los últimos tiempos, las tropas en maniobras en Perú o Paraguay o en países centroamericanos no están de paseo por la región.

Y Colombia es central para este proyecto geoestratégico en marcha y eso hace imposible la pacificación interna.

Por eso esta acción no está imaginada para la paz de Colombia. Lo que viene es más guerra sucia, más contrainsurgencia, más peligros y amenazas para los países vecinos.

Muchos fueron los dirigentes políticos de izquierda que advirtieron a las FARC sobre el rechazo y aislamiento que significaban para esa organización guerrillera los secuestros de rehenes civiles. Asimimso a medida que Estados Unidos introducía la poderosa tecnología de guerra, las posibilidades de canjes de esos rehenes iba quedando reducida y disminuían la capacidad de acción de las mismas FARC. Pero como dijo el ex presidente cubano Fidel Castro, que siempre fue crítico de la metodología del secuestro, no se trata de una paz romana.

Nadie de aquellos que conozcan la tragedia del pueblo colombiano podría creer que este paso de danza macabra de un gobierno como el de Uribe —que está bajo las órdenes de gobiernos que aplican el terrorismo de Estado a nivel mundial como Estados Unidos o Israel— pueda ser un paso hacia la paz.

La reactivación de la Cuarta Flota estadounidense en estos mismos tiempos habla a las claras del proyecto bélico y del retorno del gran garrote al continente. Y para eso se necesita a Colombia en pie de guerra y no en pie de paz.

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