La crisis de corrupción en el gobierno de Lula y la crujiente tesis progresista sobre el “capitalismo humano”

Por Causa Popular.- El gobierno del Partido de los Trabajadores (PT) continúa inmerso en una trama de corrupción que parece no tener fin. La denuncias y confesiones amenazan no sólo ya al propio presidente Luis Inacio “Lula” da Silva -con dos flamantes juicios políticos sobre su espalda-, sino a la totalidad del sistema político carioca. Algunos analistas incluso ya comienzan a pensar qué hay después de Lula en el gigante del Sur de América Latina. El fenómeno de los gobiernos de centro izquierda que accedieron al poder con un fuerte discurso contra el neoliberalismo, y con la promesa de refundar la forma de hacer política deslegitimada durante por los anteriores mandatarios, muestra con la crisis del PT los enormes límites que impone el sistema democrático, tal como está instituido, para terminar con la pobreza y la corrupción en Latinoamérica. ¿Es hora de pensar un nuevo modelo?

Durante la década del 90 los hechos de corrupción parecían estar directamente ligados al modelo neoliberal, y las prebendas a partir de las cuales las empresas transnacionales conseguían “mágicos” contratos con los que embolsaban ganancias como en ningún otro lugar en el mundo.

Carlos Menem en la Argentina, Fernando Collor de Melo en Brasil, Fujimori en Perú, Carlos Andrés Pérez en Venezuela, Salinas de Gortari en México, entre otros, se convirtieron en íconos de la relación entre neoliberalismo y corrupción.

Si en lo económico y lo social, la profundización de la desigualdad y la pobreza, más la destrucción del aparato productivo fueron base del desprestigio del neoliberalismo, la corrupción, fue la expresión política de este fenómeno. Estos gobiernos, que además los unificaba sus relaciones carnales con Estados Unidos, fueron cayendo uno tras otro, producto de otra base también común, pero de signo contrario: el descontento popular y la lucha de sus organizaciones.

Los que fueron elegidos para ocupar sus lugares asumieron con el compromiso de combatir cada uno de los males que aquejaron a una década que hoy corre el serio riesgo de convertirse en un fetiche. Salvo el farcesco caso de De La Rúa en la Argentina, los presidentes Itamar Franco y Fernándo Henrique Cardoso en Brasil, Ramón Velásquez y Rafael Caldera en Venezuela, Vicente Fox y Ernesto Zedillo en México, por nombrar sólo los principales países de América Latina, fueron un intento de salvar el modelo neoliberal emprolijando la pésima imagen que habían dejado sus antecesores.

La consecuencia de este paso en falso en definitiva mostró una lógica cruda. Los cambios de fondo no aparecieron, y la pobreza y la desigualdad alcanzaron niveles inimaginables para la riqueza que cada uno de estos países sustenta. La respuesta popular pareció emerger como reacción mecánica, y en muchos de los casos comenzó a utilizar la violencia como legítima reacción de los pueblos oprimidos, tal como en su momento los reivindicara Jean Paul Sartre, en el épico prólogo al influyente libro de Franz Fanon “Los Condenados de la Tierra”.

Salvando el caso venezolano, cuyo proceso revolucionario avanza en forma inminente a la construcción del “socialismo del siglo XXI”, Lula en Brasil, y Kirchner en nuestro país, concientes del escenario descripto, supieron interpretar el sentir de la población y ganarse su confianza en que los cambios de fondo iban a ser motorizados por ellos.

Claro que el caso brasileño tenía características muy particulares, y no puede ser comparado en prácticamente ninguna de sus dimensiones con el argentino.

Luiz Inacio “Lula” da Silva llegó al poder, no sólo acompañado por un sólido y consolidado partido con 25 años de construcción, sino también con el apoyo de organizaciones tradicionales con fuerte base popular, cuyo ejemplo paradigmático es el Movimiento Sin Tierra (MST).

Ninguno de los presidentes que intentaron, e intentan, reconstruir la legitimidad del sistema de gobierno republicano entre las cenizas neoliberales, cuenta, ni va a contar, con esta solidez política de origen, aún teniendo en cuenta las limitaciones que de hecho significa la alianza que realizó el PT con el Partido Liberal (PL).

Hoy la corrupción estructural de los sistemas político democráticos de América Latina, parece que se empieza a deglutir a uno de los emblemas que más esperanza ha generado en amplios sectores de la población de Brasil y Latinoamérica. Que ni el tradicional PT haya podido escapar a las garras de un capitalismo cuya una ética es la ganancia, parece darle la plena razón a quién hoy empieza a quedar, peligrosamente solitario, como única esperanza de los pueblos América Latina.

Tal vez sea hora, que en uno de esos encuentros entre Chávez y Lula para consolidar la integración económica de sus respectivos países, ambos mandatarios se sienten y discutan que posibilidades reales hay de humanizar el capitalismo.

En una de sus carismáticas alocuciones, el presidente de Venezuela expresó que “creía en una época en la Tercera Vía, una vez lo dije, (…) que en Inglaterra hablaban de la Tercera Vía, que en Alemania hablaban del capitalismo humano, (pero) es mentira.

Es como decir, explicó Chávez, «el diablo bueno», es “absolutamente incompatible”, subrayó. Según el mandatario “el capitalismo destruye al ser humano, lo destruye primero moralmente y segundo lo vuelve pedazos, no sólo a la sociedad, al medio ambiente (…) por el ansia de ganancia, del capital, de la riqueza sin límite”.

No hay mal que por bien no venga, dice el un dicho popular. Tal vez sea hora de que el Partido de los Trabajadores de Brasil, recurra a sus orígenes, desempolve las tradicionales banderas de los luchadores populares latinoamericanos que quedaron entre los escombros del muro de Berlín.

Revisarlas críticamente, no es un ejercicio histórico, a esta altura de los acontecimientos se ha convertido en una urgencia de los pueblos de estas latitudes.

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