El jueves fui a la conferencia de prensa que dio el triunvirato de CGT sobre el FMI. Al finalizar nos quedamos con un colega para hablar con los dirigentes. Mientras charlábamos con uno de ellos le confesé que siempre había querido conocer algo del edificio de Azopardo.
A lo largo de los años me habían dicho que Ubaldini, sumido en la pobreza, había vivido sus últimos años en una «casita» edificada en la terraza de la CGT. El dirigente, protagonista como pocos del último cuarto de siglo de la CGT, conocía la historia.
«Hoy me tengo que ir pero un día de estos vamos… ¿qué hora es?» se pregunta y abre la expectativa. «Y bueno, vamos hoy. Pido las llaves y vamos» concede el sindicalista que con un gesto les hace saber a dos empleados historicos que nos llevará a ese lugar cargado de historia.
Cargado de historia y muy, muy poco conocido incluso para gremialistas que frecuentan la CGT. Casi como una leyenda urbana guardada entre los más veteranos, los que integraban o merodeaban el grupo de Los 25, la fracción que más combatió a la última dictadura.
Esa Comisión de Los 25 fue la que le hizo el primer paro a los milicos. Y de ahí surgió con fuerza Saúl Ubaldini, «Saúl querido». Si, querido y reconocido unívocamente incluso por quienes rivalizaron en los 80 con el flaco de campera eterna.
Mientras subíamos las escaleras de mármol con las paredes descascaradas al séptimo piso, la terraza de la CGT, me emocionaba un poco saber que finalmente comprobaría la historia de la casita donde habitó Saúl en su peor malaria. «Y antes vivió Rucci», me sorprende nuestro guía.
Así es, también el metalúrgico José Ignacio Rucci había habitado «la casita». Quizás no de forma permanente «pero durante una temporada paró siempre acá» refuerza el veterano dirigente, que en los tumultuosos ’70s se enteraba por terceros. Nuestro guía espontáneo no era aún jefe.
La expectativa era más alta para entonces. Ya habíamos llegado al séptimo. Llovía a cántaros y toda la terraza es al aire libre, excepto la parte de «la casita». Raro pero a todos, incluso al veterano dirigente y a los añosos empleados de CGT, nos pareció irrelevante mojarnos.
Acostumbrado a que los sindicalistas me mientan, la primera visión de «la casita» me sorprendió porque ratificó lo que me habían advertido: era apenas una construcción básica, de dos ambientes, pequeña, casi monástica.
Imposible imaginar a dos de los pesos más pesados que dio el sindicalismo en Argentina vivieran (me consta que al menos Ubaldini lo hizo de forma pemanente durante largo tiempo) en poco más de 30 metros cuadrados, en una terraza fría y con los servicios mínimos.
El primero que me contó la historia fue Víctor Mario «Samba» D’Aprile, un histórico de UTA que pasó junto a Saúl sus últimos años. Ambos están muertos. «Al final yo tenía que cambiarle los pañales», me contaba «Samba» con los ojos mojados.
Es que entre las cosas que tenía Saúl, el carismático, el que tuvo todo el poder sin tener un sindicato, el que le hizo 13 paros a Alfonsín, era su predilección por los excesos.
La misma predilección que lo había llevado a la ruina económica («perdió varias casas que le regalaron los muchachos» contó otro sindicalista ese día) y física hasta su muerte, por un cáncer de pulmón.
Insisto, me llamó la atención lo sencillo de la casa que albergó a Rucci y a Ubaldini. Un pedazo de historia del sindicalismo oculto en la terraza de la CGT.
«Y eso que Hugo (Moyano) mandó a hacerle mejoras en los últimos años. De hecho esta parrilla es más o menos nueva» concede nuestro guía, que supo ser rival visible del camionero. Otro clásico del sindicalismo: no existen las enemistades eternas.
Todos conocemos historias de gremialistas ridículamente ostentosos (Pedraza, Balcedo y tantos otros) que le hicieron pésimo favor a la imagen del sindicalismo. Ahora podemos ver dónde dormía Ubaldini. pic.twitter.com/AAYqcHYwWZ
— Mariano Martín (@marianoemartin) 21 de julio de 2018
Eso si, la visual cuando se iba a fumar un pucho afuera no estaba nada mal. Incluso si tenemos en cuenta que cuando Saúl vivía acá Puerto Madero casi no existía como tal.
Y cuando Rucci o Saúl salían de «la casita» y levantaban la vista miraban esto. Hasta acá llegamos. Espero que lo hayan disfrutado como yo.