El tipo se alisó la cabellera con una mano. Aquella cabellera con rizos negros no atenuaba su condición de septuagenario. Ni su identidad.
– Quítate la peluca, por favor –dijo uno de los policías que lo rodeaban.
Y él, de mala gana, obedeció.
Entonces quedó al descubierto la cabeza totalmente calva del ex agente de la SIDE y proxeneta, Raúl Martins Coggiola.
La escena ocurrió durante el mediodía del 3 de octubre en un hall de la filial Cancún del Instituto Nacional de Migración (INM).
Un mes antes, en Buenos Aires, la Cámara Federal había confirmado su procesamiento en una causa iniciada en 2012 por ser el presunto jefe de una organización dedicada a explotar mujeres. Desde entonces pesaba sobre él una orden de captura internacional.
El prófugo había acudido al INM por un trámite a los efectos de viajar a Belice, la pequeña ex colonia británica situada al sureste del estado mexicano de Quintana Roo, donde no hay tratados de extradición con Argentina.
Pero aquel jueves no fue su día de suerte.
Así culminó el capítulo más reciente de una saga de extorsiones, sexo, balas y dinero sucio, protagonizada por espías, jueces y políticos que llegaron hasta el peldaño más elevado del poder; entre ellos, Antonio Stiuso, Norberto Oyarbide y el mismísimo Mauricio Macri.
He aquí la historia de una vida que merece ser contada.
El rufián melancólico
Hubo un tiempo remoto en que Martins era otro: “Aristóbulo Manghi”. Así fue rebautizado en la SIDE. Tenía apenas 27 años y un espíritu locuaz, al que solía dar rienda suelta entre los parroquianos de Angelo’s, un pequeño bar en la esquina de Santa Fe y Laprida. Allí –según un testigo de esos días– decía dar clases de Historia en un secundario. Y provenir de una familia acomodada, de la cual –se jactaba– hasta heredaría un pequeño campo. Pero en más de una oportunidad, entonado por el whisky, solía revelar su verdadera ocupación.
Nadie sabe con exactitud por qué el único hijo de doña Cledis Precilla Coggiola, una madre severa y sobreprotectora, se enroló en el organismo de la calle 25 de Mayo. Pero sí trascendió que su solicitud de ingreso –recomendada por un teniente coronel amigo de la familia– fue presentada en 1973. Meses después salió su “nombramiento condicional” con categoría C-C33 IN 14, que en buen romance significa “agente secreto” con funciones operativas. Y fue destinado a la Base Bilinghurst.
Es justo reconocer que, como hombre de acción, lo suyo fue modesto. Sus primeras tareas fueron tomar fotografías de militantes en actos y marchas durante los días previos al golpe de 1976. A partir de entonces, se dedicó al seguimiento de posibles “blancos de la lucha antisubversiva”. De ese modo se hizo diestro en el arte del “ovejeo” y la “capacha”, tal como en argot represivo se denominaban los dispositivos de vigilancia sobre las futuras víctimas.
Hay que aclarar que el personal de la Base Billinghurst tenía bajo su control el centro clandestino de detención Automotores Orletti, nada menos que la filial vernácula del Plan Cóndor. Allí hizo amistad con dos celebridades del terrorismo de Estado: Eduardo Ruffo y Aníbal Gordon. Allí también hizo excelentes migas con un muchacho de su edad: “El Lauchón”. Su nombre real: Pedro Tomás Viale. Incluso lo presentó en una oportunidad a sus contertulios de Angelo’s. Ellos eran inseparables Al restaurarse la democracia, a fines de 1983, Martins dejó de frecuentar ese bar.
Tal repliegue había sido aconsejado por el agente “Jaime Stiles”. Así se hacía llamar una joven promesa de la central de espías, cuyo apellido real era Stiuso. Su amistad con Martins llegó a ser muy profunda. De modo que con él y Viale, integró un trío inseparable.
Tres años después renunció a la SIDE. Y al tiempo se transformó en el “Yabrán de la prostitución”, como a él le agrada que lo llamen. Hay quienes creen que en su conversión empresarial pudo haber dinero negro del aparato represivo de la última dictadura. Paralelamente –y quizás por hobby– retomó la docencia impartiendo clases de Historia e Instrucción Cívica en un colegio católico del cual su abuelo había sido rector. En una ocasión invitó al joven secretario de un juzgado correccional para dar una clase de sobre adicciones. Era nada menos que Norberto Oyarbide. Todo indica que ambos se conocían de otros claustros más festivos. En tanto, sus negocios seguían viento en popa. Y el Lauchón –sin desatender su oficio de espía– colaboraba con él.
Entre otros menesteres, se ocupaba de detectar si sus teléfonos estaban intervenidos, además de pinchar los de ciertos enemigos. Por ello, cobraba una suculenta mesada, la cual solía endulzarse en caso de servicios especiales. Ya a fines de la primera década del nuevo siglo, alternó aquellos quehaceres con un emprendimiento personal: la instalación de un prostíbulo en Puerto Iguazú. Un proyecto ambicioso, dado que dicho establecimiento iba a funcionar en un edificio de cuatro plantas, con sala de juego, venta de drogas y hasta servicio de lavandería. Hasta tentó a Martins con asociarse. Pero él desistió porque no era su zona de influencia.
A su vez, el Lauchón investigaba por cuenta de “La Casa” –tal como se le decía a la SIDE– cuestiones vinculadas al narcotráfico. Y sin intermediarios de por medio, reportaba a Stiuso, ya convertido en jefe de Contrainteligencia. En ese contexto, Viale tal vez haya encarado otras iniciativas comerciales.
Por entonces Martins había expandido su imperio hacia la paradisíaca ciudad mexicana de Cancún. Allí se estableció con su mujer y brazo derecho, Estela Noemí Percival; los secundaba Gabriel Conde como encargado a cargo del Mix Sky Lounge, el lupanar insignia del ex espía en esas latitudes.
Inflando globos amarillos
Es sabido el denodado esfuerzo que puso Mauricio Macri durante gran parte de su existencia para ser algo más que “el hijo de Franco”. Un día descubrió que la actividad de dirigente deportivo podría ser una llave para ello. En tales circunstancias entró en escena don Luis Conde.
Era el dueño de Shampoo, el piringundín VIP de la calle Quintana 352, en Recoleta, muy frecuentado por el heredero de SOCMA. Y lideraba en Boca una línea opositora a su conducción, encabezada por Antonio Alegre y Carlos Heller. Fue él quien lo introdujo en el mundillo político del futbol. Y quien lo amaestró para su candidatura en las elecciones del club, que lo llevaron a ser su presidente a fines de 1995.
Tanto el lanzamiento de aquella campaña como el jubileo del triunfo se realizaron en Shampoo. Allí Mauricio se hizo amigote de Gabriel, el hijo de su mentor. Éste regenteaba allí los intereses del padre.
Quince años después, ya entronizado en el Gobierno porteño, Mauricio desposó a Juliana Awada. “Ahora mi estado civil es feliz”, dijo ante cientos de invitados que aplaudían a rabiar. Y partió de luna de miel hacia México.
Allí se reencontró con Gabriel, quien ya gerenciaba en Cancún el Mix Sky Lounge por cuenta de Martins. El flamante matrimonio gozó allí de una velada fabulosa. Una foto con el anfitrión eternizó ese momento.
A su regreso le preguntaron a Macri si no se percató de que ese sitio era un prostíbulo. Su respuesta fue: “Era un lugar normal; era como ir un boliche común. Eso sí, no me pareció muy lindo”.
Dos años más tarde le saltó en la cara un presunto sistema de coimas y aportes de campaña con billetes provenientes de la trata y la prostitución. La denuncia la hizo la propia hija del fiolo, Lorena Martins, quien basaba sus afirmaciones en mensajes electrónicos de su progenitor.
El 26 de julio de 2011, es decir, cinco días antes del ballottage porteño, un lugarteniente local de Martins envió un mail a México: “Llamó el amigo de Boca (se refería al ex titular de la Agencia Gubernamental de Control, Oscar Ríos) y me junté con él. Me solicitó si se puede aportar 10 lucas para solventar gastos de campaña para la segunda vuelta. Y me recordó que el año pasado, cuando nos pidió y no la necesitó, la devolvió y te la agradeció, y que le está pidiendo a los que no les pidió en la primera vuelta”.
Martins envió a las 22,30 de ese día su contestación: “Yo creo que sí; hay que contribuir para Mauricio. Más cuando todos los negocios están en la Capital.” Aludía a sus siete prostíbulos en Argentina.
Tales intercambios quedaron cajoneados en el despacho del juez federal Ariel Lijo. Por su parte, el Mix Sky Lounge fue clausurado en 2012 por estar flojo de papeles. Y el tema quedó empantanado en un punto muerto.
Pero la crisis policíaco-familiar de Martins era cada vez más profunda y embarazosa. Su hija lo había denunciado –en la justicia y ante la prensa– por “proxenetismo” y “trata de personas”. Aquella “grieta” arrastró al Lauchón e inquietó de sobremanera a Stiuso.
A principios de 2012 el Lauchón fue acusado por Lorena de mandarle sicarios por cuenta del papá con el propósito de callarla para siempre. Luego, al ser increpado por la mujer –puesto que lo conocía desde niña–, Viale sólo atinó a esgrimir: “No sabía que estabas vos ahí”.
El azar jurídico quiso que la denuncia de Lorena cayera precisamente en el despacho del juez Oyarbide. Y el asunto quedó en la nada.
Sin embargo, aún no había sucedido lo peor.
El 9 de julio de 2013, don Raúl pasó la mañana en su hogar, un lujoso piso del condominio Mar Lago, en la zona hotelera de Cancún. Pero la súbita irrupción de su asistente quebró la quietud. Ese hombre le extendió un celular. Desde Buenos Aires le hablaba su abogado, Teodoro Álvarez, por una mala noticia: el confuso fallecimiento de Viale, acribillado durante el alba por el Grupo Halcón de La Bonaerense, al ser allanada su casaquinta de La Reja por una causa de drogas. Martins asimiló el asunto contemplando el mar Caribe por el ventanal. El sol sobre sus cejas lampiñas le daba un aire de reptil.
Stiuso no tuvo ninguna duda de que se trató de un ajuste de cuentas. Ni que detrás del crimen estaba su enemigo, el jefe de La Bonaerense Hugo Matzkin. Pero también masticaba otra certeza: los plomos que despenaron a su amigo y subordinado eran en realidad para él: en esa noche fatídica debió ir a la casaquinta de La Reja a reunirse con el Lauchón, cita que canceló a último momento. Problemas de agenda.
En ese invierno el enfrentamiento de Stiuso con el gobierno kirchnerista ya era un secreto a voces. Él sentía que su carrera empezaba a tener fecha de vencimiento. La ejecución de Viale agravó la situación al dejar a la intemperie su lazo con Martins. Los problemas se le acumulaban.
En realidad aquel había sido el punto más álgido de la tormenta. Porque a partir de aquel momento las encrucijadas penales de Martins habían entrado en una zona de letargo que parecía definitiva. Y las de Stiuso derivaron en su desplazamiento, seguido por un plácido exilio en California bajo la protección de sus mandantes del norte. Mientras tanto, Macri iniciaba su ascenso hacia el sillón de Rivadavia.
¿Acaso fue un final feliz?
Lo cierto es que desde entonces parece haber transcurrido un siglo.
En medio de la fase terminal de Macri como presidente y figura política, Stiuso es apenas una sombra cuyo poder residual está únicamente cifrado en un puñado de secretos que atesora. Y Martins languidece en una celda azteca a la espera de una repatriación nada triunfal.