La banderita de la senadora

Por Teodoro Boot, especial para Causa Popular.- No teniendo nada mejor que hacer, a la senadora Silvia Giusti se le ocurrió que las películas financiadas por el Incaa deberían exhibir la enseña patria, en algún momento, en algún lugar, dejando esta determinación a criterio de la creatividad de los realizadores, sobre la que y con singular audacia, no abriga la menor duda.

La patriótica iniciativa despertó diversas y airadas críticas en varios sectores ligados o dependientes de la industria cinematográfica, cuyo común denominador parece ser una acusada histeria y el ya característico estilo hiperbólico con que se confunde un flato con la explosión de una bomba atómica.

La Fipresci, que no es una marca de fideos sino una organización de críticos que se desempeñan en los más importantes medios periodísticos del país, aseguró que “la condición de nacionalidad de cualquier creación artística no puede depender de la exhibición de los colores patrios ni de la inclusión de contenido obligatorio alguno”, lo que no viene a cuento de nada: hasta donde se sabe y hasta el momento (la asombrosa creatividad legislativa no permite a nadie estar nunca totalmente seguro de nada) la senadora no pretende negar la “condición de nacionalidad” a nadie.

Lo que quiere es una banderita. Pero la Fripresci no le hace asco a ninguna exageración: para la entidad “toda regimentación en este sentido representa una imposición que, proviniendo del Estado nacional como en este caso se pretende, no tiene nada que ver con los mecanismos propios de la democracia sino con una voluntad autoritaria”. Tomá.
Seguro que se trata de la misma voluntad autoritaria que lleva a los sponsors de los clubes de fútbol a exigir que las camisetas de los equipos lleven estampada la marca de alguno de sus productos.

Dicho sea de paso, conviene aclarar que, aparentemente al menos, la senadora no pretende aparecer en alguna toma cualquiera y sujeta a la creatividad de los realizadores ni que en los créditos o estampada en la camisa del primer actor o el soutien de la primera actriz, figure la palabra “Giusti”. Todo lo que ella quiere es la dichosa banderita, así sea pintada en el culo de un elefante, si acaso lo indicara la creatividad y buen juicio del realizador.

En ese sentido, la senadora se ha mostrado bien liberal, lo que no le impide a la revista El Amante proclamar en su website que hasta ahora nadie “se atrevió a dar semejante paso, digno de Mussolini, Hitler y Stalin”.

No obstante el respecto reverencial que nos merecen las opiniones de El Amante, convengamos que lo de las banderitas argentinas muy digno de Mussolini o Stalin, no es. En cuanto a Hitler, bueno, de él se podía esperar cualquier cosa, pero aun de haberse verificado algún brote de argentinofilia en el ya de por sí extravagante caletre del Furher, el asunto no da para gastar tanta indignación ni desmayarse de pavor ante la senadora Giusti, que todo lo que quiere es una banderita.

Es sabido que entre los prerrequisitos para ser senador o crítico cinematográfico no figura el de someterse a un examen de salud mental o madurez emocional y, vistas las cosas, hasta podrían ser roles intercambiables, ya que nadie se daría cuenta si la señora Giusti pasara a revistar en las filas del Amante mientras el crítico Gustavo Noriega matara el ocio en el senado discurriendo sobre las banderitas estratégicamente colocadas en los films y otras pavadas de igual calibre

Eso sí, de ocurrírsele al Incaa que su marca debe figurar en la presentación o en los créditos de toda película que financie, nadie tendría nada que objetar. Y si la marca del Incaa fuese, para satisfacer las ansias de la senadora Giusti o porque se le canta al Incaa, una banderita argentina ¿cuál sería el problema? En todo caso, puede perfectamente presumir de ser “sponsor oficial del cine argentino” y recibir su financiación no es obligatorio para nadie.

Tampoco es obligatorio que el Incaa financie nada, ni siquiera que exista. Su condición de existencia es una decisión política del Estado que, como es sabido “no tiene nada que ver con los mecanismos propios de la democracia sino con una voluntad autoritaria”

Menos nervios, muchachos y muchachas, que de tanto mentar la democracia en vano van a terminar consiguiendo que se vote democráticamente si conviene usar los fondos públicos para financiar películas o para dar becas escolares.

¿A que ya adivinaron cuál sería el resultado?

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