La avanzada transgénica  

Con la aprobación de una batería de medidas que favorece a las grandes corporaciones del agro, el gobierno de Javier Milei avanza en la intensificación de un modelo de agricultura extractivista y altamente contaminante. Por Soledad Iparraguirre

A partir de la aprobación del paquete tecnológico –semilla transgénica, agrotóxicos, siembra directa—, el ingreso de los cultivos transgénicos en nuestro país, marcó un quiebre en los modos de entender la agricultura, modificando radicalmente las prácticas campesinas conocidas hasta entonces. En este sentido, la aparición de la soja Roundup Ready de Monsanto, (aprobada en 1996 con un trámite exprés por el ex Secretario de Agricultura Felipe Solá bajo el segundo mandato menemista) representa un punto de partida. Desde entonces, en mayor o menor medida, todos los gobiernos mantuvieron e impulsaron la aprobación de eventos transgénicos como política de Estado.

La gestión de La Libertad Avanza (LLA), a su vez, profundiza el reforzamiento del modelo de agronegocio extractivista y contaminante (que supone el saqueo de recursos naturales en aras de una agricultura industrializada) no solo a partir de la propuesta del Régimen de Incentivos para las Grandes Inversiones (RIGI) sino de una batería de medidas que benefician unilateralmente a las grandes empresas del agro. En diez meses de gestión, el gobierno de Javier Milei lleva el récord de cuatro aprobaciones de semillas modificadas genéticamente, a saber, dos variedades para maíz, una para soja y una para algodón. Casi todas, con una combinación de secuencias genéticas resistentes a los pesticidas más tóxicos como el glifosato, el glufosinato de amonio y el 2-4D (desarrollado y utilizado como arma química en la Guerra de Vietnam). Pero además, la gestión “libertaria” aprobó a fines de julio la utilización de vehículos aéreos no tripulados (drones) para fumigar los campos.

Uno de los principales riesgos del uso de transgénicos es su directa asociación al empleo extendido de agrotóxicos. Las nuevas tecnologías habilitan el uso indiscriminado y exponencial de toneladas de químicos que son vertidos en las tierras cultivadas y se esparcen a través de la deriva de los vientos. Según reconoce el Instituto Nacional de Tecnología Agropecuaria (INTA), en Argentina se pulverizan actualmente alrededor de 580 millones de litros de pesticidas bajo distintas modalidades (fumigaciones aéreas o terrestres). El periodista Patricio Eleisegui señala a su vez que de ese total “230 millones corresponden a formulaciones de herbicidas como el cancerígeno glifosato y la porción restante comprende bombas químicas rotuladas por la industria de los agrovenenos como insecticidas, acaricidas y funguicidas, entre otras categorías”.

“La política de aprobación de transgénicos, que, claramente es una política de Estado, no ha tenido ninguna diferenciación en los gobiernos desde 96 hasta la fecha. Que en este momento se haya acelerado esa aprobación con las características que además tienen estos transgénicos de apilamiento de resistencias a distintos tipos de tóxicos, implica y garantiza un incremento aún mayor al que ya veníamos teniendo en el uso de químicos que son probadamente dañinos para la salud, pero que además, ahora tienen la certificación de que van a ser aplicados entre varios químicos cuyos efectos sinérgicos no han sido todavía estudiados. Y los que sí fueron estudiados demuestran  que incrementan su peligrosidad en humanos al aplicarse en conjunto. Todos, absolutamente todos, los químicos que están siendo utilizados hoy en el modelo agroindustrial tienen ya comprobados efectos dañinos sobre la salud de distintos tipos”, indica en diálogo con Zoom Damián Verzeñassi, médico especialista en medicina integral y director del Instituto de Salud Socio Ambiental (InSSa), espacio curricular de la Universidad Nacional de Rosario (UNR).

Los efectos en la salud

Aquí y en el mundo son innumerables los estudios científicos que evidencian la toxicidad de las cargas químicas que se arrojan en los campos y sus efectos en la salud. Baste señalar en nuestro país, el análisis del laboratorio de Embriología Molecular CONICET/UBA impulsado por Andrés Carrasco, que, ya en 2009 demostró la toxicidad del herbicida glifosato (causante de malformaciones neuronales e intestinales) aún en concentraciones muy inferiores a las empleadas en los cultivos. O la investigación coordinada por el médico Alejandro Oliva que abarcó seis pueblos de la Pampa húmeda y determinó la directa vinculación de enfermedades como cáncer y problemas reproductivos con la exposición a los pesticidas pilares de la industria sojera. El escenario es, ciertamente dantesco, lo que Verzeñassi define como la geopolítica de la enfermedad, la existencia de territorios sacrificados y empobrecidos a consecuencia del feroz avance de la lógica capitalista.

Hacia 2007 y a instancias del INSSA, Verzeñassi promovió la realización de campamentos sanitarios, dispositivos de evaluación en la instancia final de la carrera de Medicina, que consistían en el trabajo de campo y la elaboración de perfiles epidemiológicos. Los resultados de diez años de trabajo (publicados en la revista científica Clinical Epidemiology and Global Earth) arrojaron entre otros datos que, los jóvenes de entre 15 a 44 años que habitan zonas pulverizadas tienen más posibilidades de morir de cáncer que quienes viven en otras zonas del país. Hoy, a partir del estudio llevado a cabo por Naturaleza de Derechos, una ONG ambientalista coordinada por el abogado Fernando Cabaleiro, se conoce, además, la presencia de agroquímicos en nuestro plato diario de comida, a través de los residuos de los tóxicos usados en frutas, verduras y todo tipo de alimentos.

 “Algunos agrotóxicos son disruptores endocrinos, algunos alteran más, en particular la glándula tiroides, como por ejemplo la atrazina, el clorpirifós, otros alteran las glándulas mamarias como la atrazina, el clorpirifos, el glufosinato de amonio y otros alteran los órganos reproductivos. Al mismo tiempo, como en caso del glifosato, el glufosinato de amonio, el 2-4D ya se ha demostrado que son inductores de alteraciones en la replicación celular y por lo tanto generadores de células malignas como suele ocurrir cuando aparecen diferentes tipos de cánceres en animales y en el caso del glifosato particularmente se demostró que está asociado al desarrollo del linfoma No Hodkings en humanos. Esto hace que el incremento del uso y la liberación de estos químicos –que una vez liberados no puede controlarse como ya lo demostró el doctor Damián Marino—, indefectiblemente llegan a nuestros cuerpos; llegan a través del aire, a través del agua, a través de la comida. Y llegan de manera imperceptible porque a ninguno de nosotros se nos advierte en la verdulería cuáles son los volúmenes de químicos que tienen los productos que comemos pero tampoco se nos avisa en los supermercados donde compramos la mayoría de los ultraprocesados que se hacen utilizando como insumo los commodities de soja y de maíz transgénicos. Fundamentalmente, esos productos vienen además cargados con micro partículas y micro moléculas de químicos que no son solamente dañinos por el volumen, sino por la característica química. Y según dice la propia Organización Panamericana de la Salud (OPS), son extremadamente dañinos en dosis muchísimo más bajas de las que se utilizan en la producción agroindustrial. Esto es lo que significa la liberalización del uso de estos venenos en los territorios no solo para quienes viven en lugares rurales sino también para quienes vivimos en las ciudades y no estamos siendo advertidos”-.

En este marco, y en medio de la pelea en rechazo a la implementación del RIGI en las provincias, las organizaciones ambientalistas y los grupos defensores de los derechos humanos se preparan –en un contexto represivo—, para una mayor conflictividad social, porque entienden que la lógica de este modelo extractivista y depredador, carece de licencia social.

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