La ausencia de una fuerza sociopolítica propia

¿Por qué Kirchner, que lideró un exitoso proceso de reconstrucción de la economía y crecimiento del empleo en un país devastado por el neoliberalismo, no pudo todavía construir una organización político-social fundada en el proyecto peronista-kirchnerista? Premisa uno: porque el PJ, refugiado en la ortodoxia, nunca terminó de aceptó al kirchnerismo. Premisa dos: porque Kirchner se pejotizó, abandonando la idea de la transversalidad.

Tales interrogantes no pueden ser respondidos haciendo abstracción del hecho de que el liderazgo de Kirchner fue establecido por medio de una «revolución desde arriba» (2003-2008) que fue posible porque en 2003 el poder del Estado estaba «vacante», y reclamaba ser ocupado por una fuerza política renovadora. Kirchner no necesitaba contar con un partido político fuerte para ocupar ese poder vacante. Su audacia política, un equipo político experimentado y un programa nacionalista claro fueron suficientes.

A la luz de las deficiencias político-partidarias que el kirchnerismo ha mostrado a partir de la confrontación y la derrota con las entidades agropecuarias durante 2008, han surgido varias interpretaciones para explicar las dificultades del kirchnerismo para fundar una organización político-social propia. Entre esas interpretaciones se destacan dos: una sostiene que el Partido Justicialista (PJ), aferrado a la ortodoxia, no terminó nunca de aceptar al kirchnerismo; otra inversamente sostiene que Kirchner se «pejotizó» demasiado, abandonando la idea de construir un partido desde la transversalidad.

Ambas críticas parecen coincidir en un punto: Kirchner no fue lo suficientemente peronista para construir una fuerza político-social «verticalista», capaz de dar el golpe de gracia al supuestamente vetusto PJ. Kirchner. Kirchner se habría quedado a «mitad de camino» entre el peronismo y la transversalidad, y por eso no habría podido construir el soñado partido político peronista kirchnerista.

Según Perón, verticalismo y hegemonía

Kirchner fue fiel en la práctica a la concepción de Perón sobre el carácter del partido político. En efecto, Perón se planteó a partir de 1944 construir un «partido de Estado», acorde con sus convicciones políticas más profundas. Era un militar muy culto. Se había formado intelectualmente dentro de la concepción de la guerra del gran filósofo militar von Clausewitz, que consideraba al arte de la guerra como «la continuación de la política por otros medios». La guerra era inevitable cuando la sociedad veía peligrar al Estado-nación, por agresión externa.

En Clausewitz, la sociedad es la retaguardia organizada del ejército. En las condiciones de crisis del Estado-nación (que provocan, por ejemplo en nuestro país la Revolución de 1943) lo principal era edificar una relación sólida entre el Estado y la sociedad. Este es el punto de partida para entender a Perón. Pero esta reconciliación de la política con la sociedad sólo podía producirse si las instituciones más dinámicas de la sociedad se identificaban con el objetivo del Ejército. Estas instituciones eran para Perón los sindicatos, fuertes por representar a la fuerza laboral organizada en una fase de rápida industrialización y constitución de la sociedad de masas. El país estaba en plena búsqueda de un liderazgo nacionalista fuerte. Perón fue lo suficientemente audaz como para entender que el clausewiano «partido del poder» o «movimiento» necesitaba incorporar a los sindicatos. En Perón, el verticalismo es necesario para establecer una hegemonía sociopolítica y fortalecer al Estado-Nación

La primera conclusión es, muy esquemáticamente, que el peronismo ascendente se forma como síntesis teórica y práctica entre el clausewismo y el impulso histórico del movimiento sindical. El cemento político-cultural de este encuentro fue la creación de un movimiento nacionalista-laboralista que da sustento a la formación cultural y política del peronismo. Pero Perón (que formula esta solución en un contexto internacional de derrota de los fascismos y auge de la democracia) sabía que necesitaba que ese partido también incorporase a sectores afines de los partidos tradicionales (conservadores y radicales) y del socialismo (este último era al mismo tiempo la ideología «genérica» de los sindicatos). Por último la flamante organización política debía ser reconocida por la Iglesia Católica, que había logrado, entre 1930 y 1943, transformar a un país liberal en un país católico. El peronismo nunca fue «populista». Fue nacionalista-laboralista, y sólo usó prácticas del populismo positivo en provincias o áreas geográficas marginales y no industrializadas.

Perón-Clausewitz piensa en un país político dirigido por un Partido de Estado, que no rompa con la democracia pero la adapta. Se impide la «guerra civil”, un leit motiv permanente de Perón. El nuevo Estado no es corporativo, pero se asienta en las corporaciones y se estructura como la «Comunidad Organizada». El Partido del Estado no es un «partido milicia». Es un partido verticalista, basado en el ensamble entre los sindicatos y las organizaciones político-partidarias y provinciales barriales (unidades básicas UB) que funcionan como canalizadoras de las demandas de «ciudadanía social». Estas UB, además de su papel organizativo partidario, representarían simbólicamente a las «organizaciones libres del pueblo».

El alumno

Ahora bien, cuando Kirchner comienza a hacer política en la provincia de Santa Cruz, ya conoce a fondo los fundamentos del Partido del Estado peronista. Kirchner utiliza al viejo PJ para acceder al gobierno en una provincia no industrializada, en la que el aparato estatal no sólo redistribuye los ingresos y provee de bienes sociales (salud, educación, etc.), sino que es el principal proveedor de empleos. Kirchner es coherente con la idea básica de Perón de consolidar la «revolución desde arriba» (1943-45) con la conquista del gobierno por vía electoral y seguidamente, con la legitimación constitucional (1949) del Estado-nación surgido de esa revolución desde arriba. El Estado-nación diseña la industrialización y la nueva «sociedad salarial».El país se democratiza social y políticamente. El costo a pagar es la división entre peronismo y anti-peronismo, que expresa la antinomia forzada entre nacionalismo y liberalismo.

Kirchner, los 90 y el decisionismo

Kirchner representaba a fines de los ’90 a una generación todavía joven, pero perseguida y marginada de los centros de decisión política. Es un emergente de esa generación que aspira a liderar la salida del neoliberalismo que ha arrasado la industria, y con ello los yacimientos de empleos protegidos generados por el peronismo durante 1946-55. Esa generación vive ahora en democracia plural y aspira a llegar al gobierno por la vía electoral. Para alcanzar esa meta se organizó en 1998 el Grupo Calafate. La base territorial se localiza en la «lejana» (para el país pampeano) provincia de Santa Cruz en la que Kirchner gobierna según las ideas verticalistas del fundador del peronismo.

Pero como ha escrito Hegel: «los hombres creen que escriben su propia historia, pero escriben la historia del espíritu absoluto». Efectivamente, cuando se funda el Grupo Calafate todavía el sentido común popular creía que «habría convertibilidad para rato», y que la alternancia en el poder estaba asegurada. Nadie suponía que en dos años (1999-2001) se derrumbaría todo un sistema económico-social con la crisis (económica, social, política y cultural) de diciembre de 2001. Esa crisis fue nacional, pero al mismo tiempo empalma con un proceso regional en el que, sucesivamente, varios países, romperán con las reglas neoliberales establecidas en el Consenso de Washington y optaran por vías nacionalistas y neodesarrollistas, mas moderadas o mas de izquierda. La crisis de diciembre de 2001 no desembocó en una confusa guerra civil porque la sociedad argentina aspiraba a profundizar la democracia, no a suprimirla. Se sale de la crisis a través de una especie de régimen presidencial de emergencia sustentado en componentes parlamentaristas establecidos por un acuerdo entre peronistas, radicales, socialistas y otras fuerzas menores. El ex-presidente Duhalde lideró a través del «gobierno de emergencia» este novedoso experimento.

La estabilidad político-institucional requería del acceso al gobierno de un núcleo capaz de sacar al país de la crisis. Ese grupo fue el Calafate, que, nacido para un país relativamente estable, fue incorporado súbitamente a la lucha electoral en un país al borde del colapso. Kirchner tuvo la suficiente audacia y decisión política como para encarar esa necesidad histórica. Perdió en primera vuelta en 2003 las elecciones presidenciales, pero si hubiera habido segunda vuelta hubiera sumado el 60% del electorado, lo cual es significativo de la volatilidad del electorado y la disposición de la sociedad de instalar un gobierno que sacase al país de la pobreza y el desempleo. El kirchnerismo asumió la tarea de sustituir al neoliberalismo por un programa de gobierno afín al nacionalismo neodesarrollista.

La disponibilidad social le permitió a Kirchner gobernar «desde arriba» («decisionismo») con un grupo muy reducido de cuadros fieles. La necesidad de abordar la construcción de una nueva organización político-social pasó a segundo plano. Kirchner subsumió y reformuló toda la compleja trama que en 1944-45 desemboca en la constitución del Estado justicialista y del Partido del Estado, en la sencilla fórmula de ejercer el poder con el verticalismo de Perón, los recursos del Estado y el sistema político-electoral. Este sistema político electoral es la herramienta que le permitió consolidarse en las elecciones de 2003, 2005 y 2007. El kirchnerismo trata de reconstruir el andamiaje político peronista a través de un núcleo cerrado de kirchneristas que convocan a las masas desde el Poder Ejecutivo. El partido de Kirchner es una versión forzada pero legitima del «Movimiento» peronista, ayer formado por una red de dirigentes políticos, sindicales y militares, y desde el 2003 basada en una red de funcionarios políticos ubicados en el corazón del aparato del Estado y la aliada CGT. La Casa de Gobierno (dicho metafóricamente) parecía funcionar aceitadamente como una especie de Comité Nacional o Consejo Superior de un partido potencial.

Reconstruir desde el desgaste

No es objeto de este documento revisar todas las divisiones que experimentó el peronismo entre 1955 y 1983. Alejado Perón del poder, el PJ sobrevivió porque su fuerza subsistía en tanto funcionaba en el imaginario sociopolítico popular como la expresión política de la gran línea de fuerza nacida de la refundación del Estado-nación (1943-46). Pero sólo Perón podía mantenerlo unido. El PJ sobrevive por la existencia y combinación de la vivencia popular peronista, la fuerza de los sindicatos (asentados en las empresas), el carácter reaccionario del Estado aristocrático militar y de los golpes de Estado, la supervivencia de núcleos político-partidarios y la creciente identificación desde los sesenta por la juventud con los valores del justicialismo y el liderazgo revitalizado de Perón.

Pero el PJ ya no era un partido «vertical», y funcionara durante muchos años a través de acuerdos entre políticos y sindicalistas que recurren periódicamente al aval del propio líder en el exilio. El propio Perón, que vuelve al país anciano y fatigado, aunque siempre lúcido y abierto a entender el mundo, se ve arrastrado por las luchas internas. Los intereses sindicales se desbocan y, muerto Perón en 1974, aceleran la descomposición del tercer gobierno peronista. Años después, el menemismo dirá superar al supuesto «populismo» peronista. Pero será el desvencijado peronismo el que logrará sacar al país de la crisis política que se produce en diciembre de 2001.

Kirchner llega al gobierno al representar al único sector del peronismo que planteaba con decisión iniciar un curso nacionalista-neodesarrollista. La dupla Duhalde-Lavagna ya había iniciado el nuevo curso, pero políticamente se movían dentro de los parámetros del antiguo bipartidismo.

Ahora, el kirchnerismo, constituido como corriente político-ideológica, es lo nuevo frente a la vieja política. Kirchner cree reproducir el estilo de gobernar de Perón, pero en un contexto histórico que poco tiene que ve con el existente entre 1943 y 1945. Kirchner, con razón, ejerce la «verticalidad», porque sin ella se reproduciría el caos que provocó la vieja política a partir de la crisis del menemismo y el fracaso estrepitoso de la Alianza. Tiene una idea intuitiva pero no precisa de lo que debería ser la nueva organización político-social. Tampoco la necesita imperiosamente: la revolución que él lidera es «desde arriba».

Ideas para una nueva organización

Conformar una nueva organización político-social no es tarea sencilla ni lineal. No se la puede diseñar en una probeta. La propia palabra «partido» es vieja e insuficiente. Pero era necesario elaborar una teoría que favoreciese el nacimiento de la nueva fuerza. Para superar la etapa decisionista se requería crear una organización político-social fuertemente arraigada en los sectores populares, y con capacidad para sustituir el decisionismo por el control organizado garantizado desde las bases por la voluntad política del pueblo. Por eso era esencial crear esa nueva organización político-social. Durante la crisis del campo en 2008, el kirchnerismo no contaría con una fuerza propia para estar presente y defender al gobierno en las ciudades medianas de la pampa húmeda. Este déficit, que se explica por la laxitud organizativa, coloca ahora el tema del «partido» en el centro del debate.

La salida de la crisis de 2001 no fue «revolucionaria». Fue una salida liderada por los partidos políticos. La consigna «Que se vayan todos» fue una gran advertencia, pero no se tradujo en un acto político. El pueblo votó mayoritariamente en 2003 por una transformación político-económica pacífica. Kirchner fue dotado de poder decisionista por el pueblo. Restableció al Estado-Nación. Pero el decisionismo tendría un límite en el tiempo: el tiempo que necesitase el kirchnerismo para consolidar su poder (principalmente por vía electoral) y para fundar la nueva línea de fuerza económico-social dominante, que se logró luego de 4 años de crecimiento del PBI al 8-9%, la creación de 4 millones de nuevos empleos, el restablecimiento del Consejo del Salario, Empleo y Seguridad Social y el sistema de negociaciones salariales, etc.

El último acto de apoyo político-electoral masivo al kirchnerismo se registra en las elecciones presidenciales de octubre de 2007 que consagran a Cristina Fernández como Presidente de la Nación para el período 2007-2011. Pero ya ese apoyo coincide con otro hecho que será fundamental: los mercados se han estabilizado, ahora era necesario lograr que esos mercados se «organicen» para funcionar como sustento de un nuevo modelo agroindustrial integrado. Con la estabilidad de los mercados (de los cuales el más complejo fue el mercado de trabajo) surgen demandas específicas de los actores sociales. Una de ellas se estaba organizando desde el campo.
El «decisionismo» en materia económica ya no funcionaba. La planificación era una palabra abstracta que solo podía adquirir sentido vinculándola a la acciones destinadas a la «organización de los mercados». Surgió un «republicanismo» espontáneo, critico del decisionismo. Sólo teniendo claro que la transformación «desde arriba» tenía límites y que era imperativo organizar una nueva fuerza político-social, se podía haber captado que la necesidad política primordial consistía en crear una estructura política que canalizara las demandas diferenciadas de la sociedad, que es lo mismo que hablar de los mercados organizados.

La nueva organización político-social, como hemos dicho, no sería diseñada en una probeta. Además de las experiencias nacionales acumuladas, se contaba con modelos exitosos en la región a tener en cuenta al momento de pensar, como era y es el caso del PT brasileño. Se debía idear una construcción organizativa simultánea y por carriles temporalmente paralelos, a saber:
La «autorreforma» del PJ, controlado por Kirchner solo desde su cúpula, era y es prioritaria. Había que convocar a un Congreso que refundara al partido a través de reglas de competencia entre diferentes corrientes internas.

El PJ incluye prácticas políticas y cuadros políticos de incalculable valor, solo detectables si existe la decisión de ir al encuentro de los militantes en los espacios territoriales. Junto con los sindicatos miembros de la CGT, el PJ era el eslabón que permitía asociar al kirchnerismo con toda la historia del peronismo. Eran dos entidades simbólicas. No dar la batalla por la «autorreforma» del PJ era entregar al peronismo a los sectores tradicionales asociados con el viejo y colapsado sistema bipartidista. La CGT apoyaba al kirchnerismo. Ahora urgía vincular a los sindicatos (sin afectar su autonomía) con un PJ reformulado, incluyendo potencialmente a un sector de sindicatos miembros de la CTA afines al kirchnerismo y proclives a la unidad sindical. Lo mismo que Perón en el pasado, el kirchnerismo contaba con el apoyo de un núcleo de empresarios asociados al proyecto industrialista, pero no identificados con los sindicatos.

Los movimientos sociales kirchneristas eran fundamentales. Se corría el riesgo de perder el apoyo de los movimientos que estuvieron disponibles para el kirchnerismo, si no se superaba la tesis vergonzante de considerarlos como masa de maniobra. Los movimientos sociales pro-kirchnerismo existían en todo el país. Habían nacido al calor de los piquetes, pero se habían extendido a asociaciones de asistencia social, movimientos de género, de pueblos originarios, etc. etc. Por el alto componente de trabajo en negro e informalidad, estos movimientos sociales eran decisivos en el segundo cordón industrial del Gran Buenos Aires y en las grandes ciudades del interior del país. Estos movimientos (en gran parte producto de la crisis de la sociedad salarial, eran la novedad política más importante que se registraba como consecuencia de la crisis de 2001.

Deberían ser parte de la nueva construcción político-social.

También urgía para el kirchnerismo representar a una parte sustancial de la intelectualidad progresista y de izquierda, que en diversos grados y formas apoyaba al gobierno. La necesidad de apoyar al gobierno durante la crisis del campo dio lugar a la formación de Carta Abierta, grupo al que se incorporaron sectores intelectuales de primera línea. Estos intelectuales eran imprescindibles tanto para facilitar la autorreforma del PJ como para neutralizar las acciones anti-kirchnerista de los intelectuales del establishment, estimuladas y apoyadas por los grandes medios de comunicación.

Sectores de los partidos tradicionales (especialmente de la UCR y del Partido Socialista) habían cruzado el río y se incorporaron al espacio «Concertación Plural».También se debía fortalecer al Frente Grande y otras formaciones política menores. El fenómeno de transversalidad política era de sustancial importancia en varias provincias gobernadas por «radicales» para bloquear los intentos (esbozados desde la nueva derecha y el centro liberal-social) de machacar con la idea de que el kirchnerismo era populismo autoritario. La transversalidad potenciaba el carácter federal del kirchnerismo.

Por último se debería completar el proceso de constitución de un núcleo empresario nacional y transnacional identificado con el kirchnerismo, lo mismo que con cuadros afines al nacionalismo neodesarrollista provenientes de las fuerzas armadas.

La convocatoria a organizarse políticamente debería ser hecha desde el núcleo político central del kirchnerismo. Este cuenta con el handicap que genera la existencia de miles de funcionarios del Estado y dirigentes sindicales y territoriales con el kirchnerismo. Es cierto que el proceso de organización política de sectores tan diversos no podía ser lineal. Se debía tener muy en cuenta las particularidades culturales, de poderes y de intereses de cada espacio sociopolítico. Todo indicaría que la convergencia de sectores se debería concretar dentro de los marcos del Frente para la Victoria (FPV)

Pero lo central era plantear la idea y comenzar a trabajar para su concreción. Si la idea no era planteada claramente no había ninguna posibilidad de que encarnase en los mundos simbólicos de millones de votantes por las listas del Frente Para la Victoria y sus aliados. Sin embargo Kirchner, poco acostumbrado a elaborar colectivamente las propuestas y las estrategias políticas, no se decidió por la opción de proponer con audacia la creación de una nueva organización político-social en red. Persistió en mantener la concepción decisionista desde el control del Poder Ejecutivo. Su instinto político le decía que, parafraseando a Perón, los hombres son buenos, pero son aún mejores cuando se los controla. Tal fórmula fue válida entre 1945 y 1954, pero ya no era muy funcional en 2008.

El gobierno nacional perdió su capacidad relativa de conservar la iniciativa política estratégica en escala federal a partir de la derrota y la constitución en el campo de un escenario de inestabilidad sociopolítica. La pérdida es todavía relativa. Pero es lo suficientemente grave como para obligarnos a retomar la tarea de construir esa organización política no realizada. La base electoral es importante pero no es suficiente. La «dualidad de poderes» que impulsa la oposición para acorralar al Poder Ejecutivo desde el Legislativo es sumamente peligrosa.

Organizar esa fuerza político-social no será el resultado de una actitud voluntarista. Es una necesidad. La necesidad que nace de nuestros propios éxitos y logros. Al sacar del país de la crisis y reordenarlo, era inevitable que la sociedad argentina reclamase mayor participación dentro de un esquema de creciente diversificación de los intereses sociales. La nueva derecha es consciente de que, dado el agotamiento de la etapa de «revolución desde arriba», ahora existen segmentos sociales disponibles para comprar el viejo discurso neoliberal destinado a intentar «desagregar» al pueblo y utilizarlo como masa de maniobra para detener y desarticular al kirchnerismo.

Por su modalidad organizativa la fuerza político-social kirchnerista esta siempre vinculada a la idea de frente político. Es la formulación actual del «Movimiento». Se estructura como convergencia de organizaciones sociales y políticas. Por el tiempo histórico en que se constituye, esta construcción es parte de la aguda lucha política que se va perfilando dentro de la dualidad de poderes. El gran escenario serán las elecciones presidenciales de 2011.

El gobierno ha perdido parcialmente, como hemos dicho, la iniciativa estratégica. Pero conserva intacta la iniciativa táctica con eje en el Congreso nacional (ley de estatización del régimen previsional, estatización de Aerolíneas Argentinas, prolongaciones de las facultades delegadas, etc. etc.).Se viene la gran batalla por la ley de radiodifusión. La iniciativa táctica se preserva porque las estrategia es «profundizar el modelo».Las victorias tácticas crean nuevas condiciones para recuperar a corto plazo la iniciativa estratégica. Pero, la solidez del posicionamiento kirchnerista en el sistema democrático solo será asegurada fundando la nueva fuerza sociopolítica que incluya, como hemos dicho, diversas formas organizativas y diversas tradiciones culturales y políticas. Es la tarea prioritaria en el 2010. El núcleo duro de esta fuerza son y deberían ser la «suma» de los trabajadores asalariados urbanos y rurales sindicalizados y las clases medias «productivistas».

La nueva derecha es consciente de que el kirchnerismo es «el peronismo de hoy», y no está dispuesta a aceptar esta realidad. Apunta a descabezar el experimento destruyendo a Néstor y Cristina. Por eso es «destituyente». Tenemos «a favor» el tiempo que nos otorga el continuar transformando al país y, al mismo tiempo, el hecho de que no será fácil la convergencia entre las diferentes corrientes e intereses que dividen a la llamada oposición.

Crear la organización político-social es la tarea central para culminar el proceso constituyente iniciado en 2003 y reforzado con el triunfo electoral en 2007.

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