—La novela ha recibido importante cantidad de reseñas y comentarios, incluso de críticos prestigiosos como Beatriz Sarlo o Quintín. Sin embargo, es notable cuán poco se habla de la crítica que tiene al proyecto guerrillero setentista, en relación con el gran espacio que ocupa en el libro. ¿Cree que hay una dificultad para leerla políticamente? ¿Indica eso algo de la relación actual entre literatura y política?
—Creo que tiene algo demasiado contemporáneo que impide que pueda tematizarse la política. En la literatura actual hay mucha politización del presente, pero como una auscultación de ciertos modos de vida, en libros que al mismo tiempo presentan su propio proyecto utópico de ecosistemas donde las fiestas son posibles, donde las relaciones entre las personas se dan en esta esfera cuidada y bien escrita que es la literatura. Me parece interesante cómo se da esta tematización de las comunidades como tópico, la quintaescencia de tal o cual barrio, con una escritura muy cuidada. En un punto, pareciera haber una apertura temática del rango de la utopía, y por otro lado los mundos de comunidades específicas son puestos en escena con un lenguaje que busca no manchar al burgués que lee. O que si lo mancha lo haga como un ecoturismo. Políticamente, la exploración literaria va menos por el lado de la experimentación que por cierta fantasía de generar inclusión social. La literatura estaría incluyendo un montón de manifestaciones que estaban fuera de ella, y en eso se basa esta utopía literaria.
—¿Singularidades barriales dichas en un lenguaje que accede al mercado?
—De alguna manera sí. Un lenguaje cuidadísimo en su legibilidad que busca hermanar estos mundos de afuera con el lector burgués; halagan el interés de etnólogo del lector. Es como si se buscara una utopía de inclusión social que solamente puede darse en la literatura, a juzgar por el crecimiento de la pobreza. Hay una politicidad que se da en literatura que viene a cumplir las fantasías del burgués culposo que quiere gozar y vivir en un país que pueda jactarse de incluir a los pobres, como prurito que nos haría sentir a todos mucho mejor. En ese sentido me parece interesante la forma en que ingresa la politicidad en la literatura.
Y por otro lado, me parece que también cuesta leer políticamente el libro porque está escrito por una mujer. Las interpretaciones buscan eludir la cuestión de la politicidad. A pesar de que tengamos una presidenta; me parece de hecho que a lo largo de lo que va de su mandato, cada vez más se mostró Néstor como dueño del poder. Al imaginario popular le cuesta atribuirle el verdadero poder a una mujer. Del mismo modo, a la crítica le cuesta reconocer afirmaciones políticas hechas por una escritora, entonces enfocan más en lo que dice sobre Puán y la academia. Lo cual tampoco está mal, porque el libro está armado como una especie de tesis doctoral de la narradora sobre el mundo en que vive.