Desde que la planteó por primera vez el 13 de abril, sobre una tarima improvisada frente a los tribunales de Comodoro Py, la propuesta de construcción de un frente nacional que aglutine a los sectores afectados por las políticas neoliberales del gobierno macrista se ha transformado en una idea central y recurrente en cada discurso de Cristina Fernández de Kirchner. La volvió a enunciar el lunes pasado, en el mensaje por videoconferencia que dio desde El Calafate con motivo del 17 de octubre, la fecha de mayor fuerza simbólica para un peronismo que, paradójicamente, se mostró fragmentado no sólo por la inédita diversidad de actos que realizó sino también por la falta de unidad en los discursos de sus dirigentes.
La ex presidenta lo viene delineando con matices -incluso con diferentes nombres- pero sin abandonar el eje principal de la construcción, que va más allá de cualquier alianza partidaria. “Un gran frente nacional -lo definió esta vez- en el cual incorporemos a todos aquellos sectores que están siendo agredidos por estas políticas y que, desgraciadamente, de seguir con esta orientación absolutamente neoliberal, van a ser más”. Para constituirlo, remarcó que es necesario “reconstruir las redes de solidaridad, de organización, de la concientización para la reconstrucción de una gran mayoría, que no alcanza con los peronistas, que no alcanza con los kirchneristas que no son peronistas, que no alcanza tampoco con los amigos radicales, porque hay mucha gente que no está identificada con una idea política” partidaria y sí afectada por el brutal ajuste del gobierno de Cambiemos.
Más allá de estas definiciones generales, que no dejan de definir un espacio y una convocatoria, en los seis meses transcurridos entre aquel 13 de abril en Comodoro Py y este 17 de octubre en pantalla desde Calafate, Cristina Fernández de Kirchner no ha tomado iniciativas concretas para la constitución de ese frente. En su actitud puede leerse una deliberada prescindencia para dejar abiertas las puertas de una integración desde abajo y también un cálculo, una estimación de fuerzas antes de dar un paso definitivo.
«En los seis meses transcurridos entre aquel 13 de abril en Comodoro Py y este 17 de octubre en pantalla desde Calafate, Cristina Fernández de Kirchner no ha tomado iniciativas concretas para la constitución de ese frente»
A quién sí ha dado reiteradas veces un mensaje claro es a su propia tropa. El lunes pasado volvió a hacerlo: “A veces estamos más pendientes de lo que hacen otros dirigentes de nuestro espacio, otros militantes, que a lo que le está pasando al vecino, al compañero, al amigo, al ciudadano y estar junto a ellos”, dijo. No se trata de una advertencia gratuita sino del resultado de una observación aguda de la realidad del kirchnerismo “orgánico”, en cuyo seno -aún después de la derrota electoral y en el marco de los ataques que recibe desde el gobierno y desde otros sectores de peronismo- las peleas por espacios individuales o sectoriales parecen más importante que un trabajo de masas que le resulta difícil en las actuales y novedosas condiciones adversas.
La propuesta frentista de Cristina Fernández de Kirchner encierra un cambio de eje que a sus dirigentes -y a parte de su militancia, acostumbrada a las facilidades de respuesta que otorgaba la gestión- les resulta por lo menos incómoda. Este cronista ha señalado en otras ocasiones que las políticas inclusivas del kirchnerismo fueron siempre unidireccionales, desde arriba hacia abajo, desde la acción de la gestión hacia la pasividad de sus receptores, sin ningún correlato en la construcción de una nueva subjetividad política. Tanto es así que hasta en la publicidad del gobierno se llegó a reproducir de manera obscena esa ideología desmovilizadora. Quizás el mejor exponente sea aquel aviso que promovía el blanqueo laboral de las empleadas en casas de familia. “Dale derechos”, decía al final. De movilizarse -organizarse- para conquistarlos, ni una palabra. En este sentido, con todos sus logros, el kirchnerismo no pudo -y/o no quiso- superar ni un ápice, salvo en lo meramente formal, la ideología y las prácticas del aparataje de los partidos políticos tradicionales en general y del viejo peronismo en particular.
Tal vez sea allí donde haya que buscar las causas más profundas no sólo de la derrota electoral sino también, y sobre todo, de la facilidad y el vértigo con que la alianza que hoy gobierna -con la complicidad de la mayoría del espectro político, incluidos sectores del propio kirchnerismo- derribó las políticas inclusivas trabajosamente implementadas durante doce años. Y así, en los hechos, el resultado electoral del año pasado no fue sólo la derrota de un proyecto político sino un durísimo golpe que los sectores populares recibieron sin tener las herramientas de organización que le permitieran enfrentarlo desde el primer momento.
Frente organizador o herramienta electoral
Un interrogante que hoy es ineludible plantear con relación al frente pasa por si se trata de un verdadero frente de resistencia o de una movida aglutinadora pensada con vistas a construir un instrumento electoral capaz de enfrentar al bipartidismo “civilizado” (peronismo “responsable” vs. Alianza PRO-UCR) que pretende imponer el establishment para los próximos años de la Argentina.
Porque en estos meses se ha comprobado que la propuesta frentista de la ex presidenta ha tenido eco entre los sectores que se oponen inorgánicamente al ajuste macrista y que no encuentran una representación siquiera en lo que queda del Frente para la Victoria. El tema frente se discute, y mucho, en los grupos asamblearios y de autoconvocados que se reproducen, con diferentes características, en todo el país. Por eso, ni lerdos ni perezosos, hay sectores del peronismo y de algunas fuerzas integrantes del FpV que se están planteando políticas de cooptación de estos grupos para capitalizar su potencialidad con fines puramente electoralistas. Dicho de otro modo: quieren un Frente para aparatearlo y que les sirva de plataforma electoral. En ese proyecto no hay intención alguna de que la organización desde abajo, por su propia dinámica, dé lugar al surgimiento de una nueva dirigencia, más conectada y representativa de los intereses de las bases.
«No se trata de constituir un frente definido sólo por su posición antigubernamental o simplemente “resistente” al ajuste»
Poco después del discurso de Comodoro Py, cuando la ex presidente designó -con un nombre que después variaría- al Frente como “Ciudadano”, el sociólogo Eduardo Grüner publicó un provocador artículo en la revista digital La Tecla Eñe (“Contrapropuesta: Por un Frente No Ciudadano) donde proponía. “La constitución política de un Frente anti-gobierno (y anti-oligárquico-burgués-imperialista, que es el bloque de poder al que responde el gobierno), es decir un Frente más planificado y sistemático (menos ‘espontáneo’ o ‘reactivo’, por así decir) debería empezar por decidir qué fuerza social va a ser erigida como ‘columna vertebral’ del potencial Frente, y con cuál estrategia política de mediano plazo. En la situación que venimos describiendo, esa fuerza política no puede ser –es la opinión del que esto escribe- otra que la clase obrera y las fracciones pequeñoburguesas más agredidas, con los ‘intelectuales’, en todo caso, acompañando el movimiento con sus ‘batallas culturales’ y sus análisis críticos, en el camino estratégico de conquistar las mayores cuotas de poder que vayan siendo posibles para aquellas fuerzas sociales”.
En otras palabras, no se trata, entonces, de constituir un frente definido ssólo por su posición antigubernamental -o simplemente “resistente” al ajuste salvaje que está perpetrando la derecha- sino de un espacio de construcción política para llevar adelante, como propone Grüner en su artículo, una “contraofensiva” con una conducción firme y objetivos claramente definidos.
Por supuesto que, en este contexto, la pretensión de construir una nueva herramienta electoral no debe ser soslayada, pero sin un giro copernicano que dé lugar a la constitución de nuevos sujetos políticos que sean los que verdaderamente -y organizados desde abajo- definan el qué, el cómo y el para qué del Frente, no habrá posibilidades de producir en la vida política argentina el salto cualitativo necesario para terminar con ese juego donde cada vez que los sectores populares consiguen avanzar un paso son obligados a retroceder tres.