Informe Especial. El conflicto vasco, segundo acto: “Franco manda y España obedece”. El surgimiento de ETA.

Por Marcelo Wio, desde España especial para Causa Popular.- “La guerra civil termina con una victoria absoluta de los elementos hostiles a toda idea autonómica o nacionalista particular. No habrá más que nacionalismo español”, sentencia Julio Caro Baroja en su libro El laberinto vasco. Para la gran mayoría llegaba el momento de pagar la factura de la guerra: con hambre, con persecución, con unas frustraciones política y cultural galopantes. Como explica Manuel Vázquez Montalbán, en su libro La Aznaridad, todas las guerras convierten a la población civil en las principales víctimas, cuantitativa y cualitativamente, “pero sobre todo las guerras civiles posmodernas hacen del ciudadano carnaza preferida por el cazador, porque de la extensión del terror nace la redención”.

La dictadura y sus objetivos se impondrían a fuerza de medidas represivas sobre los enemigos reales y los potenciales. “No se pregunte … si es culpable o inocente: pregúntese si cuenta o no con el favor del amo, que un inocente en mal con el gobierno, es peor que si fuera culpable”, dice el escritor guatemalteco Miguel Ángel Asturias en el libro Señor Presidente.

El régimen tuvo a su lado a los militares, la Iglesia, la burocracia del Estado, la clientela del Movimiento, al gran empresariado agrícola, industrial y financiero. Más que en una mayoría silenciosa, Franco se apoyó en una mayoría ausente, dominada por la apatía política y encerrada en el ámbito de la vida privada.

“Todo movimiento autoritario es centralizador, totalizador, y los militares vencedores y la Falange eran aún más susceptibles, por cuanto la República contra la que se levantaron había accedido a las reclamaciones autonomistas de vascos y catalanes. Para apuntalar ideológicamente el régimen se manipuló el pasado, del que se extrajo la idea de la sagrada inviolabilidad de la patria, su vocación imperial y el profetismo de distintos hombres-providencia”, exponen los historiadores Fernando García de Cortázar y José Manuel González Vesga en su libro Breve Historia de España.

Y es que, como opina Eduardo Galeano en las Venas abiertas de América Latina, la derecha elige el pasado porque prefiere un mundo quieto. “Los poderosos, que legitiman sus privilegios por la herencia, cultivan la nostalgia. Se obliga al oprimido a que haga suya una memoria fabricada por el opresor, ajena, disecada, estéril. Así se resignará a vivir una vida que no es la suya como si fuera la única posible”, remata.

Se recuperaba del arcón de Primo de Rivera un patrioterismo místico, con aires de homilía vieja, repetida.

Todo encaminado a crear un consenso único, sin grietas, sin gritos. Un consenso que debía aceptar una política económica encaminada a favorecer una acumulación financiera en las grandes empresas, bancos o industrias ya consolidadas en épocas anteriores pero que con el coletazo de la crisis de los años treinta habían visto mermadas sus expectativas y balances.

“ Para llevar a cabo este propósito se diseñó una elemental estrategia de polarización de rentas – amplía García de Cortázar -, favoreciendo el ahorro capitalista y constriñendo el consumo social al máximo. Los ejes fundamentales fueron el control riguroso de salarios y la creación de una demanda industrial y financiera que diera salida a la capacidad productiva del sistema”.

Una vez más, parafraseando a Galeano, “ en tiempos difíciles, la democracia se vuelve un crimen contra la seguridad nacional – o sea, contra la seguridad de los privilegios internos y las inversiones extranjeras”.

La guerra fría y el expansionismo de Estados Unidos vendrían en ayuda de Franco, rompiendo el aislamiento español y ahogando a la oposición en el exilio. Así, en 1953, España firmó un pacto con Estados Unidos por el cual se concedían a Norteamérica bases militares a cambio de ayuda económica. Todo olvidado en el altar sacrosanto de la geopolítica, del mercado, incluso el nacionalismo.

Es en este entorno en el que aparecerá Euskadi ta Askatasuna (ETA; Libertad para el País Vasco), con el telón de fondo de la bonanza económica del País Vasco y la escalada de la inmigración. Una especie de deja-vú aranista. Pero esta vez, con las armas al lado de la ideología.

“Ante las agresiones que hemos sufrido como pueblo, se han mantenido distintas formas de lucha: uno, reconstrucción de lo nuestro y, otro, enfrentarnos a los que no quieren que nos reconstruyamos como pueblo”, opina Txomin Ziluaga, profesor de Ciencias Políticas y fundador de Herri Batasuna.

ETA ve la luz

Aunque muchos vascos seguían considerando al gobierno vasco en el exilio y al PNV como sus legítimos representantes, la posibilidad de que el nacionalismo recobrara el poder parecía remota.

Esto produjo, según explica el historiador John Sullivan en su libro El nacionalismo vasco radical, una crisis dentro del nacionalismo vasco. “La expresión más importante de dicha crisis fue la formación del grupo Ekin por estudiantes de la Universidad de Bilbao a principios de los años 50”, relata.

Ekin creía que el PNV se había movido poco desde la llegada de Franco, y que representaba lo anticuado; aunque no ponía en cuestión ni los principios ni la tradición del PNV. José Luis Álvarez Emparanza (Txillardegi), que era la figura intelectual dominante de Ekin, pensaba que la existencia del pueblo vasco estaba amenazada, y la respuesta del PNV a dicha amenaza era del todo inadecuada.

No era raro que volvieran a las ideas de Arana; ya que, como opina Vázquez Montalbán, la tendencia nacionalista, por fuerza, debe basarse en la defensa de una identidad frente a necesarios enemigos interiores y exteriores. “Para los nacionalismos aplazados en España el enemigo siempre, siempre ha sido el centralismo españolista nacionalcatólico”, resume.

Y como de retornos se trataba, la lengua vasca volvía a ser la clave para la supervivencia de los vascos como pueblo diferenciado.

Sullivan dice que Ekin gravitó, inevitablemente, hacia el PNV como medio de escapar a su aislamiento. No existían, después de todo, diferencias políticas claras entre los dos grupos, y en 1956, se acordó la fusión de Ekin con la organización de juventudes del PNV, EG (Eusko Gastedi), que adoptó las siglas EGI. Dentro de EGI, el grupo Ekin defendía una política de liberación mediante la lucha armada, algo no especialmente polémico en sí mismo, teniendo en cuenta, sobre todo, que no iba acompañado de propuestas para el inmediato lanzamiento a este tipo de acción.

En efecto, la escisión del PNV que llevaría a la creación de ETA no se produjo por desacuerdos sobre la posible justificación de la lucha armada, sino por incompatibilidad entre un grupo de activistas y un partido que creía que el estímulo a fiestas populares y actos culturales era en sí una acción política directa.

En 1959 se le concedió escasa importancia a lo que se consideró una escisión menor del PNV. Los escindidos decidieron que necesitaban una identidad propia; así pues, ETA fue creada el día de San Ignacio, 31 de julio de 1959.

“La elección del día de San Ignacio, fundador de los jesuitas y uno de los vascos más ilustres, parecía indicar una cierta influencia religiosa”, cree Sullivan.

La acción de ETA consistía principalmente en asambleas de tipo educativo y cultural. “Empezamos por lo cultural. El enemigo reacciona fuertemente, duramente. Ni siquiera una actividad cultural soportaba.

Se nos persiguió, y eso nos obligó a pasar a la segunda etapa, que fue la política. Ahí empezaron los primeros interrogatorios, los primeros sopapos, los primeros visos de tortura.

Y eso nos obligó a pasar a la última fase, a la militar”, sintetiza Julen Madariaga, cofundador de ETA y miembro del colectivo Aralar (izquierda independentista que condena los atentados), en La pelota vasca, documental de Julio Medem, el derrotero que siguió ETA en sus primeros días.

El compromiso de ETA con la lucha armada no tuvo consecuencias prácticas hasta julio de 1961, cuando intentó hacer descarrilar un tren que transportaba veteranos de la guerra civil a un acto para celebrar el 25 aniversario del alzamiento de Franco.

Muchas personas fueron detenidas, y muchas otras escaparon a Francia. La organización no estaba preparada para una represión que la dejaría paralizada y desmantelada.

Bocetos

Los más importantes logros de la I Asamblea, llevada a cabo en Francia, en 1962, fueron la adopción de una Declaración de Principios, la creación de una estructura mejor organizada que la que habían tenido hasta entonces y la creación de la figura de los liberados, exclusivamente dedicados a la militancia.

Pero pronto se producirían los primeros desencuentros en su seno a raíz de los intentos por reconciliar el ideario con la realidad social. Uno de los mayores motivos de desacuerdo residía en la actitud a adoptar hacia los inmigrantes.

Gran parte de las simpatías hacia ETA surgían del odio hacia lo español. “ETA debía ofrecer soluciones a una situación en la que la mitad de la ‘nación’ eran forasteros, inmigrantes o hijos de inmigrantes.

Todo ello se complicaba aún más por la existencia de un gran número de personas que, aunque étnicamente vascas, eran culturalmente españolas”, grafica Sullivan. Un cierto grado de hostilidad hacia los inmigrantes y de preocupación por la singularidad social vasca parecían elementos necesarios del nacionalismo vasco.

Sin embargo, un movimiento cuya base estuviera limitada a la parte étnicamente vasca de la población de Euskadi, y que considerara enemiga a la oposición “española” al franquismo, estaba condenada a una posición permanentemente minoritaria.

En marzo de 1963 se celebró la II Asamblea. ETA evolucionó hacia posturas de aceptación de los inmigrantes como vascos, o al menos vascos en potencia. Esta progresiva solidaridad estuvo acompañada por la adopción de ideas socialistas. De todas formas, ETA no consiguió resolver la cuestión de qué actitud adoptar hacia los inmigrantes.

“Su total aceptación habría separado a ETA de los sentimientos nacionalistas donde tenía sus raíces, y la habría impulsado aún más hacia una alianza con la izquierda ‘española’”, expone Sullivan.

La renovada oposición del movimiento obrero al régimen franquista despertó escaso interés en el seno de ETA durante varios años. Defendía, claro está, el derecho de los trabajadores a formar sindicatos, pero no consideraba a la clase obrera como agente clave del cambio.

El puente hacia posiciones socialistas surgiría de las luchas anti-colonialistas de la época, en particular Argelia y Cuba. “Este tipo de luchas, donde aparentemente se unían socialismo y nacionalismo, pareció durante algún tiempo la superación de la tradicional división entre nacionalistas y socialistas”, propone Sullivan.

Pero para algunos miembros de ETA, la identificación con las luchas del Tercer Mundo significaba aceptar la idea de que Euskadi era una colonia. Otros de sus miembros comprendían que el País Vasco, una de las zonas más industrializadas de España, guardaba escaso parecido con el Tercer Mundo.

Estos últimos empezaron a sentirse atraídos hacia una perspectiva socialista con base en la clase obrera, que en Euskadi estaba principalmente compuesta por inmigrantes, o sus hijos, uno de los sectores menos nacionalistas de la población.

Las bases de la estrategia guerrillera las iba a proporcionar el libro Vasconia, escrito por Federico Krutwig, bajo el seudónimo de Fernando Sarrailh de Ilhartza. El libro, publicado en Buenos Aires en 1962, sostenía que Euskadi estaba más oprimida que las colonias sometidas al imperialismo europeo, y que la única manera de lograr la independencia era mediante una guerra de liberación nacional.

La contribución más perdurable de Krutwig a la estrategia de ETA sería su teoría sobre la espiral acción/represión/acción.

“Según esta teoría, cuando ser respondía con la opresión a la protesta popular contra la injusticia, las fuerzas revolucionarias debían actuar para castigar a los opresores. Las fuerzas de ocupación replicarían con violencia indiscriminada, puesto que ignoraban la identidad de los revolucionarios.

Ello a su vez crearía mayor indignación entre la población, que reaccionaría con una escalada de la protesta y del apoyo a la resistencia en una espiral ascendente”, analiza Sullivan.

Sostenía que para movilizar a la población contra la opresión española era necesario formar un Frente Nacional, con la participación de todas las clases excepto la oligarquía. El apuntalamiento ideológico del Frente Nacional quedó expresado en la fórmula Frente Nacional Vasco (FNV), que abría la posibilidad de aliarse con aquellos capitalistas que fueran simpatizantes del PNV.

Encuentros y desencuentros

La IV Asamblea fue la primera celebrada en el interior, en el verano de 1965. Adoptó una ideología de corte socialista, y estableció una Oficina Política encargada de cumplir la mayoría de las funciones atribuidas hasta entonces al ejecutivo (en el exilio).

Los dirigentes del interior estaban agrupados en torno a la Oficina Política, cuyos principales componentes eran Patxi Iturrioz y Eugenio del Río.

Para Sullivan no es sorprendente que la Oficina Política de ETA, con base en San Sebastián y compuesta por personas de un nivel intelectual más alto que la mayoría de los miembros de ETA, viera a la clase obrera como fuerza principal en la lucha contra la dictadura.

Lo cierto era que había jóvenes procedentes de medios similares, en el País Vasco y en toda España, que se estaban afiliando al PCE y al frente de Liberación Popular (FLP) – una organización con sus orígenes en los círculos católicos de izquierda -, en un intento de colaborara en la lucha obrera.

En sus esfuerzos por comprender la realidad social del País Vasco, los dirigentes de la Oficina Política se vieron forzados a prescindir de algunos de los principios básicos que ETA compartía con otros nacionalistas vascos. Puesto que Euskadi era una sociedad industrializada, la estrategia de la lucha de clases se consideraba más apropiada que la guerrillera.

La clase obrera era la fuerza clave de la sociedad, y ETA tenía que aceptar el hecho de que ésta era esencialmente inmigrante o culturalmente española.

Esta lógica llevó a la dirección interior de ETA no sólo a abandonar la estrategia de una acción armada minoritaria a favor de la acción de masas, sino a atacar la idea de unidad con la burguesía vasca y a apoyar a Comisiones Obreras, surgidas de la oleada de huelgas de 1962.

La admisión de los inmigrantes como miembros de pleno derecho dentro de la sociedad vasca, chocó necesariamente con la tradicional idea nacionalista de que eran opresores del pueblo vasco. La defensa del eukera se convirtió en lucha por igualdad de trato con el español, y la unificación entre los países vasco español y francés se hizo irrelevante.

Desde su exilio en Bélgica, Txillardegi opinaba que la dirección de la Oficina Política estaba traicionando todo aquello que ETA había significado. Creía que estaba dejando de ser un movimiento patriótico dedicado a la liberación nacional, para transformarse en un partido comunista dogmático.

El principal activista en la campaña contra la dirección interior era un estudiante de medicina navarro, José María Escubi, que halló a sus principales aliados en los hermanos José Antonio y Javier (Txabi) Etxebarrieta. Escubi se dispuso a organizar una asamblea, sin informar de ello a la Oficina Política.

En vísperas de la asamblea, se le informó a Iturrioz de su expulsión. La V Asamblea, comenzó el 7 de diciembre de 1966, y su primer punto del orden del día fue la ratificación de la expulsión de Iturrioz por parte del ejecutivo. La petición de defensa de Iturrioz fue denegada, por lo que los delegados de la Oficina Política declararon que la asamblea era ilegal y se negaron a participar en ella. La mayoría de los asistentes aceptaron la legitimidad de la asamblea, eligieron nuevo ejecutivo y convinieron realizar una segunda parte de la misma.

La minoría adoptó el nombre de ETA-Berri (la nueva ETA) y persistió en sus esfuerzos de propaganda socialista y participación en Comisiones Obreras. Siguieron alejándose de las primeras posiciones nacionalistas de la organización. Sus miembros seguían considerándose nacionalistas populares, a diferencia de los nacionalistas conservadores del PNV.

Lucharían para lograr la unidad de la clase trabajadora, y se enfrentarían a las tendencias chauvinistas y reaccionarias existentes en el seno de la población étnicamente vasca.

Aunque seguía defendiendo la formación de un frente patriótico que incluyera a personas de profesiones liberales y pequeños patronos, la concentración de ETA-Berri en los conflictos industriales y económicos le llevó, inevitablemente, a una confrontación con los patronos, ya fueran partidarios del PNV o del centralismo español.

En consecuencia, ETA-Berri ya no se vio en la necesidad, como ocurría con la rama rival, de idear fórmulas que le procuraran el apoyo de la base conservadora del PNV.

En agosto de 1968 ETA-Berri anunció que en adelante abandonaba dicho nombre, y pasó a llamarse Komunistak (los comunistas).

Y tras fusionarse con varios grupos diminutos de disidentes comunistas de otros lugares de España, se convirtió en Movimiento Comunista de España (MCE) en 1972.

En marzo de 1967 se realizó la segunda parte de la V Asamblea. Allí se aceptó un informe que comprometía a ETA con una estrategia de lucha guerrillera y una ideología marxista-leninista.

Sullivan explica que se redefinió la teoría marxista tradicional, de tal modo que la lucha por la liberación nacional quedaba como principal prioridad comunista.

Y se decidió que la organización quedara dividida en cuatro Frentes que se ocuparían de los aspectos políticos, cultural, socioeconómico (obrero) y militar de la lucha.

La innovación teórica más importante adoptada como parte de su plan de acción fue el concepto de Pueblo Trabajador Vasco (PTV), la fuerza que debía llevar a cabo la revolución vasca.

El PTV quedó definido como toda persona que se ganara la vida en el País Vasco y apoyara las aspiraciones vascas. El concepto de PTV era, para Sullivan, por fuerza, una fórmula ambigua con la que se pretendía excluir a la gran burguesía, pero que incluía a los pequeños empresarios que formaban parte importante de la comunidad nacionalista.

La utilidad del concepto PTV residía en sus posibilidades de significar algo diferente para cada persona, permitiendo, así, a ETA neutralizar las connotaciones racistas del nacionalismo vasco tradicional, permaneciendo sin embargo dentro del campo nacionalista.

La mayor parte de los dirigentes fundadores de ETA dimitieron poco después de la segunda parte de la V Asamblea, quedando Julen Madariaga como único miembro del grupo Ekin que seguía siendo militante.

La razón que dieron para su dimisión fue la constante infiltración “española”. La dirección operativa quedó en manos de Escubi y Txabi Etxebarrieta.

Pero aún había un carácter confuso y contradictorio de la ideología de ETA. “ETA es un pastiche ideológico que incluye a Sabino Arana, a Lenin o a Trotsky, en un mundo lleno de pastiches ideológicos, cada cual condicionado por diferentes marketings”, ironiza Vázquez Montalbán.

La acción de ETA en el movimiento obrero fructificó, en cierta medida, en Vizcaya, entre 1968 y 1969. La decisión gubernamental de emplear una política más represiva, convenció a muchas personas de la izquierda de que era un error que el PCE concentrara sus energías en lograr puestos dentro de los sindicatos oficiales

Mártires

La campaña armada no podía aplazarse por mucho tiempo. ETA se había comprometido en teoría a lanzar una campaña que iniciara la lucha guerrillera, desde la aparición del libro de Julen Madariaga, Insurrección en Euskadi, en 1964.

“La acción que produjo el primer mártir de ETA tuvo lugar en junio de 1968, cuando Txabi Etxebarrieta y otro liberado, Sarasketa, mataron a un guardia civil.

Poco después, cuando la policía alcanzó a los fugitivos, Txabi fue muerto a tiros de inmediato. Saraskekta escapó, pero fue capturado al poco tiempo – fue condenado a muerte, pero la condena fue posteriormente conmutada debido a la escasa edad del acusado (19 años)”, cuenta Sullivan.

Era el primer mártir de ETA, y las circunstancias de su muerte indicaban que la policía había llevado a cabo una brutal ejecución sumaria.

La agitación que se produjo sirvió para intensificar el espíritu de protesta y contribuyeron a extender el conocimiento de las actividades de ETA más allá del círculo de sus simpatizantes: las manifestaciones no sólo se produjeron en las zonas vasco parlantes y conservadoras, sino también en fábricas donde la mayoría de los obreros eran inmigrantes, y demostraron la importancia que iban a tener los mártires de ETA en toda la historia de la organización.

La respuesta no se hizo esperar. En los primeros días de agosto de 1968, Melitón Manzanas, jefe de policía, recibió un disparo a la puerta de su casa. Inmediatamente se declaró el Estado de Excepción en la provincia de Guipúzcoa, lo cual dejó las manos libres a la policía para tratar a los sospechosos.

A causa de la brutalidad y arbitrariedad de las investigaciones policiales, fueron detenidas y maltratadas físicamente cientos de personas inocentes. La escala que se ejerció la represión provocó una oleada de protestas.

Este respaldo popular demostró que el efecto verdaderamente importante de las acciones de ETA era el de crear héroes y mártires que pudieran movilizar a la gente. Y también, lo bien que se ajustaban las teorías de Krutwig.

En abril de 1969, con una serie de arrestos, quedó desmantelado el núcleo de los activistas de ETA dedicados en exclusiva a la lucha armada.

La captura o huida de los liberados de ETA que habían constituido su dirección hasta la primavera de 1969, fue un golpe durísimo que forzaría a la organización a reconsiderar su estrategia.

Los nuevos dirigentes (predominantemente universitarios pertenecientes al Frente Obrero) de ETA creían que las huelgas de los obreros españoles podían desencadenar la revolución. En adelante, se concedería prioridad a la acción de masas sobre la lucha armada de los grupos especializados.

Escubi, exiliado en Francia, y sus partidarios del exilio formaron las Células Rojas para estudiar el marxismo y desarrollar una estrategia adecuada que permitiera a Euskadi el logro de la liberación nacional y el socialismo.

La VI Asamblea, en septiembre de 1970, provocó una división en tres organizaciones: ETA-VI, ETA-V y las Células Rojas.

“La dirección interior supo – dice Sullivan – que Etxabe, Madariaga y otros antiguos dirigentes conspiraban para producir su caída, y pensaban boicotear la Asamblea.

Madariaga sí asistió pero, conocida su complicidad con los conspiradores, la Asamblea votó su expulsión”. Ello significó la escisión entre la dirección interior y los anteriores dirigentes, que representaban las ideas de la primera ETA.

La ruptura con el nacionalismo quedó patente en la principal declaración adoptada por la Asamblea, en la que se pedía el reconocimiento del derecho a la autodeterminación, y no a la independencia, y se señalaban las ventajas que por la clase obrera tenían los grandes Estados centralizados.

Ninguno de estos acontecimientos logró satisfacer a las Células Rojas, que habían llegado a la conclusión de que ETA era incapaz de transformarse en el partido revolucionario de los trabajadores que ellos creían necesario.

Para ellos, ETA era una organización pequeño burguesa que siempre tendería a adoptar medidas que manifestaran su propia posición de clase. Por ello, los militantes de las Células Rojas dimitieron y formaron una organización aparte.

Por su parte, el ala derecha redactó un manifiesto acusando a la dirección interior de “españolistas”, y expulsándolos en consecuencia. Declararon ilegal la VI Asamblea y se autodenominaron ETA-V.

El juicio de Burgos

Se inició el 3 de diciembre de 1970 y fue, en opinión de Sullivan, sin duda alguna el suceso más trascendental de la historia de ETA. El juicio, y la intensa campaña a favor de los seis enjuiciados a muerte, tuvieron el efecto de dar a conocer las ideas de ETA-VI a toda la población vasca, y al mundo entero.

Las acusaciones contra los presos produjeron la imagen de una audaz campaña de lucha armada. Jean Paul Sartre sostenía que la lucha de ETA demostraba que los movimientos de liberación nacional de Argelia y Vietnam podían tener paralelos en las pequeñas nacionalidades europeas, especialmente en Francia.

Sartre afirmaba, en el prefacio a Gisele Halimi en Le procès a Burgos, que Euskadi era una colonia superexplotada de España, pese a estar muy industrializada.

Los abogados defensores colaboraron con los procesados de manera muy eficaz en presentar el juicio como un ataque político contra el pueblo vasco.

ETA había contratado a un activista político de Madrid, Peces Barba, miembro del PSOE, y a Solé Barbera, catalán y afiliado al PCE.

El veredicto del tribunal, el 28 de diciembre, fue un balde de agua fría: seis de los acusados fueron condenados a muerte. Todo ello produjo el efecto de intensificar la campaña de protesta.

Aunque el PNV y las organizaciones españolas de izquierda tenían muy poco en común en cuanto a cuestiones sociales, ambos participaron del esfuerzo.

Etxabe y sus compañeros de ETA-V también estaban dispuestos a intervenir para salvar a los presos y para demostrar que eran ellos, y no la dirección elegida en la VI Asamblea, la auténtica ETA.

Etxabe y sus seguidores hicieron sentir su presencia inmediatamente antes de la apertura del juicio, a comienzos de diciembre, con un audaz golpe: el secuestro de Beihl, Cónsul alemán en San Sebastián, al que mantuvieron como rehén para garantizar que las penas de muerte que solicitaba el fiscal no fueran ejecutadas.

Biehl fue liberado indemne el día de nochebuena, antes de ser anunciadas las sentencias.

En el ejército también hubo malestar debido a que, tratándose de un Tribunal Militar, recayeron sobre ellos las protestas y las recriminaciones, no sólo por el juicio, sino las largamente calladas.

Finalmente, presionado, debilitado, el 30 de diciembre, Franco firmó la suspensión de las 6 penas de muerte.

Un artículo de fondo de The Times, del 31 de diciembre de 1970, consideró a dicha suspensión como un gesto de España para incorporarse en el Mercado Común europeo.

Transiciones

Los representantes más liberales del capitalismo español creían que era necesarias la ampliación de la base del sistema, y las concesiones a la clase obrera y demás fuerzas que exigían el cambio.

En su opinión, de no hacerse, se politizarían unos conflictos cuyo carácter era esencialmente económico. Cambiar algo para que nada cambie.

Mientras tanto, los miembros de la dirección de ETA-VI abogaban por la adopción del trotskysmo, debido, cree Sullivan, a la progresiva moderación del PCE y la reagrupación con la Liga Comunista Revolucionara (LCR), lo cual, esperaban, pondría fin al eclecticismo político de ETA.

Esto trajo desacuerdos que terminaron en una reunión en julio de 1972, con la división en dos grupos.

Los “Minos”, “antitrotskystas”, formaron una organización aparte, que se declaró legítima ETA-VI, y que rechazaba la decisión de unirse a la LCR.

Éstos contaban con más gente que la fracción “mayoritaria”, los “Mayos”. Los “Minos” pronto se desintegraron, y una cantidad de sus miembros se afiliaron al PCE. Muy pocos pasaron a ETA-V.

Los “Mayos” celebraron su propia versión de la segunda mitad de la VI Asamblea en diciembre de 1972, en la que se decidió procurar la unión con la LCR y afiliarse a la Cuarta Internacional.

ETA-V empezó a reclutar nuevos miembros, mientras que sus fundadores dimitían o pasaban a la inactividad. Etxabe, cabeza del Frente Militar, fue substituido por su lugarteniente, Eustakio Mendizábal (Txikia).

“Puesto que el Frente Militar era, en la práctica, la única parte operativa de ETA-V, Txikia se convirtió en dirigente del grupo y procedió a lanzar una campaña de lucha armada”, argumenta Sullivan. El lento incremento de miembros de ETA-V recibió un enorme impulso en 1972, cuando se unió a EGI.

El armazón ideológico volvía a sus raíces: el enemigo de Euskadi era España, y no el capitalismo en general, la acción violenta de una vanguardia armada formaba parte vital de la lucha por la liberación nacional.

Desde mediados de 1971, ETA-V empezó a prepararse para reanudar la lucha armada. El ejemplo más espectacular de la nueva estrategia fue el secuestro de un industrial, en 1972, que había entablado una disputa con sus empleados.

Cuando la compañía accedió a reincorporar a los despedidos y al aumento de sueldo, liberaron al empresario. Habían sido los obreros, decían, y no ETA, los que habían iniciado la lucha, pero no habían podido triunfar por sí solos a causa de las fuerzas represivas.

Por consiguiente, estaba justificada la intervención de ETA, que era complementaria a la lucha obrera y no substitutiva de la misma. Los secuestros por rescate o paraapoyarconflictoslaborales se emplearían repetidamente en lo sucesivo.

El predomino del Frente Militar quedó claramente demostrado el 20 de diciembre de 1973, cuando la organización realizó la que sin duda sería su acción militar más espectacular: el asesinato del Jefe del Gobierno, almirante Carrero Blanco, en Madrid.

El atentado marcó un nuevo rumbo: en adelante, ETA-V emprendería nuevas acciones en Madrid y otros puntos de España.

En 1974, tras una turbulenta reunión de ETA-V, el Frente Obrero se escindió para formar una nueva organización: Langile Abertzale Iraultzaileen Alderdia (LAIA) (Partido Patriótico Revolucionario de los Trabajadores).

Paralelamente, Franco había elegido a Arias Navarro para jefe de gobierno. Pero muchos de los sectores tradicionales de apoyo al régimen desconfiaban de las intenciones del gobierno de Arias.

Ello se manifestó en la actividad violenta de ciertos grupos de ultraderecha. Su actividad, sumada a la actuación brutal y cargada de tensiones de la policía, que causó la muerte de una serie de personas inocentes, contribuyeron a crear un clima de inseguridad considerado por muchos peor que la anterior situación, cuando la dictadura no se había sentido seriamente amenazada.

La explosión de una bomba en la Calle del Correo en Madrid, el 13 de septiembre de 1974, en la que murieron una serie de civiles y policías, provocó rupturas en la directiva de ETA-V.

En un comunicado, ya pasado un mes del atentado, ETA-V negaba haber puesto la bomba. Casi inmediatamente después, ETA-V se escindió en dos organizaciones distintas.

El Frente Militar (ETA-Militar, o ETA-M) declaró que desde entonces se limitaría a la práctica de la lucha armada. En tanto que la rama principal de ETA tras la escisión del Frente Militar, que adoptó el nombre de ETA-Político Militar (ETA-PM), abandonó la estructura de frentes y adoptó la forma de organización político-militar.

ETA-PM, que conservó la lealtad de la gran mayoría de los afiliados a ETA-V, formó un grupo de acción, los Bereziak, para operaciones particularmente difíciles.

La oposición empezó a preparar alianzas con aquellos elementos del régimen que deseaban un sistema parlamentario después del franquismo. Las alianzas que armaron tanto el PCE como el PSOE tuvieron escaso apoyo en el País Vasco.

El espacio fue ocupado por la Koordinadora Abertzale Sozialista (KAS), compuesta por ETA-PM, LAIA y unos cuantos pequeños partidos de izquierda nacionalista.

“Los líderes de ETA-PM intentaron competir con el PCE proponiendo una alianza en la que figuraran las fuerzas que componían KAS y las que formaban la izquierda española.

Semejante alianza era inaceptable para la dirección de ETA-M, que quería ver a KAS convertida en un frente de todos los abertzales (patriotas en vasco)”, piensa Sullivan.

Franco murió el 20 de noviembre de 1975. El rey Juan Carlos, al subir al poder, concedió una amnistía parcial.

En julio de 1976, se otorgó una segunda amnistía en virtud de la cual iban a quedar en libertad la mayor parte de los presos políticos de España.

Aunque muchos miembros de ETA, condenados por acciones de tipo violento, permanecieron en la cárcel. En consecuencia, a comienzos de 1977, la campaña de amnistía se fue centrando progresivamente en el País Vasco, donde alcanzó niveles de movilización de masas sin precedentes.

En marzo de 1977, una tercera amnistía dejó en libertad a todos salvo a los condenados, o acusados en espera de juicio, por delitos de sangre.

ETA-PM no satisfecha, secuestró a otro industrial. A comienzos de abril, fue asesinado. La ejecución supuso una nueva forma de actuación.

Hasta aquel momento, las víctimas de una u otra rama de ETA habían sido policías, presuntos confidentes, derechistas conocidos, o muertos accidentalmente.

La víctima tenía, además, antecedentes vascos y era simpatizante del PNV. La acción fue duramente condenada por ese partido.

El asesinato intensificó la ya tensa situación dentro de ETA-PM, ya que indicaba que los Bereziak habían perdido el contacto con la opinión nacionalista.

La formación de Euskal Iraultzarako Alderdia (EIA, Partido para la Revolución Vasca), respaldado por ETA-PM, y potencialmente por ETA-M, fue origen de un problema para LAIA, dado que estos partidos iban a tener la misma ideología, y entrarían en competencia directa.

Pero significaba un alivio para ETA-PM, que venía reclamando la formación de un partido político que representara sus intereses.

La mezcla de reforma y represión del gobierno Arias se mostró cada vez menos viable. La credibilidad del gobierno de Arias, y en concreto de Manuel Fraga, Ministro de Interior, quedó aún más en entredicho el 9 de mayo, cuando, como cuenta Sullivan, la policía permitió a un grupo de ultraderecha que disparara sobre la multitud reunida en la celebración carlista de Montejurra, Navarra, matando a dos personas.

En junio, el rey pidió la dimisión de Arias. La opinión liberal quedó consternada ante la persona elegida por el rey para suceder a Arias, Adolfo Suárez, un funcionario que había sido secretario general del Movimiento.

La tranquilidad llegaría inmediatamente, en noviembre de 1976, cuando las Cortes aprobaron una ley de Reforma Política donde se estipulaba la constitución de un parlamento elegido por sufragio universal.

Esta decisión quedó ratificada por un referéndum celebrado en diciembre.

La mayor parte de los partidos de oposición pidieron la abstención, pero sus campañas fueron más bien apagadas. En España en general, los resultados fueron un éxito para el gobierno, la gran mayoría a favor de las propuestas del gobierno.

Los principales partidos de oposición del País Vasco, particularmente el PNV, eran reacios a participar en elecciones mientras hubiera vascos presos por delitos políticos.

Comprendían que si participaban en unas elecciones boicoteadas por otros nacionalistas, su credibilidad podría verse perjudicada.

El gobierno de Suárez, temiendo que las elecciones corrieran riesgo, decidió reunirse con ambas ramas de ETA con el objeto de hablar sobre las posibilidades de una tregua, a cambio de una amnistía más amplia.

El contacto se realizó a principios de diciembre de 1977 en una estricta discreción. El gobierno puso en libertad al último preso de ETA en mayo, aunque una serie de ellos fueron enviados al extranjero y se les prohibió volver a España.

ETA-PM observó la tregua y autorizó a los candidatos de EIA a presentarse como parte de la coalición electoral Euskadiko Eskerra (EE, Izquierda Vasca), junto al MCE.

En tanto, los Bereziak, proclamaron su escisión y se unieron ETA-M. Esto fortaleció a ETA-M y le permitió montar una ofensiva a fines de 1977.

Los resultados electorales de la mayor parte de España representaron una victoria limitada de la Unión de Centro Democrático (UCD), el partido forjado por Suárez.

“Hubo una reforma desde la legalidad anterior, y no una ruptura”, lamenta Juan Pablo Fusi, historiador. Se había llevado a cabo una transición sin culpables, sin culpas.

Todo quedó maquillado en las urnas, convertidas en una especie de féretros de la memoria. Así comenzaba a dar sus primeros pasos la democracia española.

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