Informe. Del vaso medio vacío al medio lleno: Cromañón y la hora cero para el futuro de Aníbal Ibarra

Por Causa Popular.- Cuando el gobierno nacional no parecía dispuesto a asumir el desgaste por continuar apoyando al suspendido jefe de gobierno de Buenos Aires Aníbal Ibarra, esta semana el propio Presidente de la Nación dio claras señales para pensar lo contrario. El golpe de timón lo definió la renuncia del legislador porteño Gerardo Romagnoli a la sala juzgadora que indaga el desempeño de Ibarra, pero no hay que equivocarse: parece que Néstor Kirchner se está preparando para levantarle el brazo a quien salga vencedor en la contienda legislativa por el manejo de la Ciudad. Ahora más que nunca es posible que Ibarra logre zafar de ser destituido gracias a los enormes errores de sus oponentes en la sala que definirá su futuro. Mientras tanto cada gesto desde el poder central es como una gota en el árido desierto de la política porteña post Cromañón. El martes pasado muchos de los asistentes al salón blanco de la Casa Rosada miraron con intriga a Ibarra cuando el Presidente se refirió a él como el “amigo Aníbal”. Un mensaje entre líneas que movió todos los avisperos a pocos días de la definición final.

Para muchos parece evidente. Para muchos otros aún no está claro, pero lo cierto es que cada vez son más los que repiten hasta el cansancio que la gran guerra por el manejo de la Ciudad de Buenos Aires ya no se resolverá con la destitución o continuidad de Ibarra, sino en el 2007, cuando haya nuevas elecciones en la Capital Federal y en el país.

Allí el kirchnerismo saldrá a pelear una contienda que, desde el incendio de República Cromañón, trata de encaminar a la victoria a pesar de los errores propios.

Desde el comienzo de la crisis institucional que desató la muerte de 194 jóvenes en el boliche de Once, la Casa Rosada se aprestó a reducir todos los daños posibles sobre su armado de poder.

El jefe del operativo fue el jefe de Gabinete de la Nación Alberto Fernández, principal responsable e impulsor de la reelección de Ibarra en 2003. Tras lograr desde la Casa Rosada que un Ibarra alicaído por la palidez de su primera gestión resultara electo por segunda vez, Alberto Fernández no pudo lograr salir ileso del obstáculo que le impuso el incendio de Cromañón: evitar que Ibarra fuera suspendido por el siniestro del 30 de diciembre de 2004.

Hoy dicen que vive atajando penales por mano propia, pero el otrora primer hombre fuerte del gobierno K será más recordado por el escándalo de Borocotó que por haber derrotado a Macri en la pelea por la reelección de Ibarra, esa vez acompañado por Jorge Telerman, hoy vicejefe a cargo del gobierno comunal de la Ciudad.

La asunción de Telerman fue algo que no estaba previsto en la estrategia del “albertismo” que apostó por la extinción política del compañero de fórmula de Ibarra luego de la tragedia. En verdad, aquellos hombres tampoco pensaban que los votos de la legislatura iban a llevar a Ibarra a la suspensión y al juicio político.

Era lógico, ¿quién se iba a imaginar que el propio Alberto Fernández sería quien diera la voz de largada a su propia debacle cuando presentó junto al presidente Kirchner, al diputado electo por la derecha, Eduardo Lorenzo Borocotó, quien había resuelto anunciar su “pase” al kirchnerismo?

El papelón de Borocotó quedó en la historia porque el “pase” del macrismo al oficialismo, aun antes de asumir su banca, fue visto como una burla y las consecuencias para la Casa Rosada han desgastado a Fernández y han definido el avance de sus opositores dentro del gobierno.

Entre ellos está Jorge Telerman, actual jefe de gobierno y hombre que además de sumar las voluntades kirchneristas en contra de Alberto Fernández, también recibe los llamados del Presidente.

Desde el 30 de diciembre, si existen equilibrios de poder en la Ciudad de Buenos Aires, son inestables por definición. Sin embargo la renuncia del legislador zamorista Gerardo Romagnoli a la sala que lo juzga a Ibarra confirmó que la legislatura porteña no tiene la capacidad ni la calidad institucional suficiente como para tramitar un juicio político y resolver el vacío de poder que eso implica.

Basta recorrer día a día el desarrollo del juicio político a Aníbal Ibarra para dar cuenta de la incapacidad de la oposición para hacer medianamente las cosas bien, argumentar con firmeza y no fingir ser un tribunal competente cuando ninguno de sus integrantes conoce la ley que deben aplicar.

La renuncia de uno de los miembros de ese cuerpo fue la gota que colmó el vaso de una larga serie de errores que cosecharon el aburrimiento y la confusión de una opinión pública que ya desconfía de esa instancia para juzgar a Ibarra.

La decisión de Romagnoli confirma que la iniciativa política impulsada por Luis Zamora fue tan ineficaz como la cadena de errores que el macrismo supo construir durante el juicio.

Desde el ibarrismo ahora ven el vaso medio lleno cuando unos días antes lo sabían medio vacío. Saben que cantar victoria puede despertar los malos humores porteños que castigaron la soberbia ibarrista de la gestión previa a Cromañón. La hipótesis del retorno de Ibarra al gobierno por decisión de la sala que lo está juzgando suma adeptos, menos alrededor de Telerman.

Los hombres del ex embajador menemista en La Habana sostienen que no esta todo dicho. Se basan en los permanentes mensajes y señales que envían los kirchneristas que llegaron a concretar una reunión Telerman – Kirchner: un convite que fue esperado desde que Ibarra resultó suspendido. La invitación llega con meses de retraso.

Debería haber ocurrido al principio del nuevo gobierno provisorio para avalar la gestión. “Pero a pesar de todo llegó”, sostienen los kirchneristas. Un comentario que lleva a todo tipo de especulaciones porque según se supo, “hablaron de gestión a mediano plazo”, justo cuando falta tan poco para saber si Ibarra es repuesto en el cargo.

Es que cerca de Telerman y del Presidente no dejan de recordar la enorme capacidad del ibarrismo para dejar todo cerrado antes de la votación y perderla en el último momento, tal como pasó cuando daban por descontado que Ibarra no sería enjuiciado y el “Borocotazo” cambió todo.

“Eso pasaba cuando Alberto Fernández definía la estrategia de Ibarra” dicen sus detractores que ya no eligen identificar a Vilma Ibarra como una incondicional de Alberto. “Pero ahora puede ser diferente” acotan esperanzados los allegados al secretario legal y técnico de la Presidencia, Carlos Zanini, que luego del caso Borocotó lanzó Compromiso K, una corriente de kirchneristas que se autodefinen “puros” con el aval y los recursos de Julio de Vido, ministro de Planificación Federal.

Estas dos espadas apoyan a Telerman, detestan a Alberto Fernández y su ciego apoyo a Ibarra, pero por sobre todo le garantizan un plan B al Presidente si Ibarra es destituido.

Si esto no ocurre el futuro será generoso: ellos encabezarán la lista de los consultados cuando Ibarra se pregunte cómo seguirá gobernando hasta el 2007.

Aunque hace algunos meses nadie se lo preguntaba, hay que reconocer que al menos un sector del ibarrismo se lo viene preguntando desde hace rato. ¿Y después del juicio qué?, dicen los allegados a otro Fernández, también jefe de Gabinete, pero de la Ciudad, llamado Raúl y de muy buenas relaciones con Telerman.

Dicen los conocedores de la lógica frepasista en la Ciudad, que este hombre comanda una estructura política que bien podría encarnar el funcionamiento del Frente Grande porteño, pero al no existir este partido que alguna vez encabezó Chacho Álvarez, se encarga de garantizar la marcha del gobierno de Ibarra y es el último garante de su permanencia en el gobierno.

Sólido o débil, es la última retaguardia de Ibarra y maneja algunas cabezas de playa que el kirchnerismo trató de arrebatarle desde que Ibarra le ganó la reelección al candidato de la derecha, el empresario Mauricio Macri.

Obviamente, cuando se preguntan cuáles fueron las razones que motivaron a Romagnoli a dejar la sala juzgadora, son varios los que atribuyen el golpe de mano a los buenos oficios de Raúl Fernández, reconocido por el eficaz y discreto manejo de contiendas palaciegas en la administración del segundo presupuesto más importante del país.

Sin embargo en sus alrededores lo niegan y atribuyen la decisión a un regalo venido de las impericias políticas del mentor de Romagnoli, el histórico dirigente de la izquierda trotkista Luis Zamora que a pesar de su honestidad no pudo construir una alternativa genuina en la Ciudad a pesar de la buena imagen que cosechó tras la crisis del 2001.

Por eso, que el presidente Kirchner llame a Ibarra “el amigo Aníbal” significa una verdadera llovizna de esperanzas sobre la sequía política que soportan los habitantes del gobierno metropolitano.

No hay mejor defensa que un buen ataque

Envalentonado por el guiño político, y a tan solo un mes de que termine el plazo con el que cuentan los legisladores para tomar una decisión, Ibarra llamó junto a un importante arco político social, a una movilización a Plaza de Mayo para el próximo jueves 2 de marzo con dos ejes de convocatoria: la defensa de las instituciones y la negativa a su destitución.

Si algo ha demostrado el presidente Néstor Kirchner desde que asumió la presidencia de la Nación, es que tiene muy claro cuánto repercuten sus palabras. Cuando Kirchner profirió el “amigo Aníbal”, Ibarra pareció ensancharse en la silla que ocupaba en la primera fila de invitados de un salón colmado, ante la mirada atenta desde el estrado del vicejefe de gobierno, a cargo del Ejecutivo por el juicio político en marcha, Jorge Telerman.

Antes que el Presidente, el gobernador bonaerense, Felipe Solá, se esmeró también por distinguir en su saludo a las autoridades presentes el hecho de que el cuestionado mandatario porteño estaba en el lugar y lo mencionó.

Tras el acto, Ibarra fue saludado por numerosos funcionarios, empresarios e intendentes bonaerenses, pero al retirarse de la Casa Rosada se llevó en sus oídos una “maravillosa música”, según le comentó a la Agencia estatal de Noticias (Télam) uno de sus colaboradores.

No podía ser menos, en medio de los últimos trámites que están dándose en torno del juicio político, el saludo presidencial fue observado desde el ibarrismo como “un guiño” de peso.

Dos días después, Aníbal Ibarra anunció que el próximo jueves 2 de marzo, intentará dar una clara señal del apoyo que tiene entre los porteños. Para ello, se rodeó de dirigentes políticos, representantes de organismos de derechos humanos, entidades sociales, personalidades de la cultura y el deporte y algunos pocos familiares de víctimas de República Cromañón. Allí lanzó la convocatoria a una marcha a Plaza de Mayo en rechazo a su destitución.

“Esta marcha no es contra nadie, sino a favor de las instituciones”, manifestó el jefe de Gobierno, quien remarcó que “todos asistimos a un proceso que la tragedia y la sociedad no se merecían” y en claras referencias al principal impulsor de su juicio, Mauricio Macri, advirtió que “la política no puede usarse para hacer cualquier cosa”.

Al día siguiente, en declaraciones radiales, el jefe de gabinete del Gobierno porteño, Raúl Fernández, se refirió al momento oportuno para realizar la convocatoria. “en las últimas semanas han surgido una serie de dirigentes políticos, sociales y referentes culturales de la ciudad a plantear muy claramente y públicamente su desacuerdo con cómo se fue llevando adelante el juicio político al jefe de gobierno y su probable destitución”.

Todo sería distinto si ese progresismo hubiera salido a reclamar más participación y mas democracia cuando parecía naufragar el gobierno de Ibarra, y con el una orientación progresista que parecía haber cumplido la mayoría de edad para gobernar.

Nunca es tarde, pero los vientos de las elecciones del 2007 y los albores de la contienda por la continuidad del kirchnerismo en la Casa Rosada empujan con mucha más fuerza que las vocaciones institucionales de un arco progresista que cuenta las horas para formar parte del kirchnerismo, dentro o fuera de él.

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