Humor. Echale la culpa a Botnia

Por Mirko Vittelone, especial para Causa Popular.- Sudamérica conoció el imperialismo inglés (y el soviético, según algunos residentes en Miami) después de los colonialismos español, inglés, francés, holandés y portugués. EEUU no entra en la clasificación, porque siempre nos consideró patio trasero o sus satélites. El caso de Finlandia es novedoso, no porque el modelo sea desconocido, sino porque ese país hasta ahora no había incursionado a gran escala por estas tierras.

En una época en la que los científicos aseguran que Jesús no caminó sobre las aguas del Mar de Galilea sino que nos engañó a todos surfeando sobre una tabla de hielo, ya nada puede asombrar.

Muchos consideran al capitalismo escandinavo como menos salvaje que el Gran Modelo Universal propio de EEUU.

La extendida protección estatal a los habitantes de esos países contrasta con otros índices, como el de los suicidios por aburrimiento, que es mostrado por los defensores del capitalismo anglosajón como un signo de que la competencia alienta lo mejor de los individuos, y por el contrario, un Estado omnipresente quita sentido y alicientes a la vida.

Eso mismo planteaban aquí algunos idealistas como Martínez de Hoz, Cavallo, Menem, Alemann y Alsogaray, entre muchos otros, quienes pusieron sus esfuerzos e inteligencia para incentivar a todos los argentinos con inviernos forzosos, aperturas indiscriminadas, desregulaciones, privatizaciones y shocks económicos. El estímulo consistía en empobrecer al 80% del país para empezar de cero, es decir, en pelotas como nuestros amigos los indios.

Además del anglosajón y el escandinavo, también existe el modelo germano, que va desde la organización prusiana al trabajo esclavo para la BMW.

Los que critican al modelo escandinavo exhiben otros índices alarmantes.

Si se comparan los de alcoholismo, por ejemplo, los escandinavos serían borrachos perdidos frente a los virtuosos ciudadanos de EEUU, que sólo consumen bourbon, cerveza y cocaína a partir de la escuela elemental.

El libertinaje sexual escandinavo contrasta con el duro puritanismo dominante al otro lado del Atlántico, donde cada día, miles de jóvenes norteamericanos se juramentan para llegar castos al matrimonio mientras la industria de la pornografía continúa su ascenso rutilante, y compite ventajosamente con los monstruos de Hollywood.

Claro que la moral protestante cada tanto se bandea: el subsecretario de Prensa del Departamento de Seguridad Interior de EEUU, Brian Doyle, fue arrestado acusado de pedofilia.

En su defensa, el funcionario podrá alegar que estaba buscando a Bin Laden en Internet cuando se tropezó con una menor de 14 años que, exhibiéndose desnuda frente a una webcam, le ofrecía tener sexo en variantes de lo más divertidas.

El funcionario se defenderá argumentando que el terrorismo internacional asume rostros muy diversos, y que la depilada vulva de la menor que aparecía muy campante en el monitor de su computadora podría esconder a un irakí que, granada en mano, era reacio a entender los beneficios de la democracia norteamericana.

El juez puede darle la razón si la nueva ley de seguridad nacional lo autoriza.

La cultura norteamericana es muy afecta a describir síndromes. Existen el síndrome de Estocolmo, y el de Vietnam. Incluso se han creado escuelas de psicología para explicarlos, todas ellas basadas en las ideas del viejo Watson, quien inventó el conductismo más o menos en la misma época que Edison prendía la primera lamparita.

También existe un síndrome de Salem que padecieron, entre otros, el senador Joseph MaCarthy y el director del FBI John E. Hoover. Hoy ha sido revitalizado por la familia Bush, Condoleeza Rice y un puñado de sus amigos republicanos.

Nunca se le perdonó a Arthur Miller que se atreviera a dramatizarlo en una obra de teatro, así como que hubiera compartido la cama nada menos que con Marilyn Monroe.
Para los cuáqueros, la brujería consistía en practicar sexo fuera del matrimonio y de la concepción, y todo ello era una posesión diabólica o, dicho en términos de la Guerra Fría, comunismo.

¿No suena bastante parecido a lo que exige el Papa, salvo para algunos de miembros de la Iglesia argentina como Grassi y Storni?

Aunque todavía esperamos una investigación periodística sobre las costumbres sexuales de Condoleeza Rice, por lo menos se sabe que Hoover, quien tuvo en vilo al poder norteamericano durante 50 años espiando a medio mundo, escondía unos hábitos sexuales algo extravagantes.

En esa época se lo hubiera definido como “rarito”, pero nadie se atrevió a hacerlo público.

Sea como fuere, no es extraño entonces que la paidofilia, el sexo duro, el satanismo y el acoso sexual sean algunas de las obsesiones más frecuentes de la cultura norteamericana. Como tales, y transformados en mercancía por la industria cultural, se han convertido en tópicos universales de la neomodernidad, junto con la diversidad, el desarrollo sustentable y las perspectivas de género.

Los finlandeses, en cambio, practican habitualmente el sexo libre para combatir el aburrimiento, y lo suelen hacer en esos saunas que han inventado para soportar los rigores del clima, un artefacto sanitario que aquí está de moda en los countries.

Lo diferente es que allá las sesiones de vapor se acompañan con mucha aguardiente y aquí con bebidas light.

La empresa Botnia, que construye una planta de fabricación de celulosa a la vera del río Uruguay, y el propio Banco Mundial que invirtió sus ahorros en ella, también creen en una especie de desarrollo sustentable cimentado en el bienestar de los ciudadanos finlandeses, y actuando en consecuencia, desoyen los llamados primero, los ruegos luego y por fin las ordenes del Estado uruguayo que intenta paralizar la obra por 90 días.

Visto desde Finlandia, cuyo mar Báltico está entre los más contaminados del mundo, la instalación de Botnia en la lejana Sudamérica es una decisión empresaria muy sustentable, porque ningún finlandés sufrirá la más mínima contaminación, ni habrá monocultivos, ni tala de bosques, ni olor a huevo podrido.

De todos modos, y en defensa del capitalismo del norte europeo, habría que aclarar que para muchos estudiosos, Finlandia no pertenece a Escandinavia.

Las opiniones son diversas. Si es por la ubicación geográfica, la península Escandinava sólo está formada por Suecia y Noruega. Si es por una cultura común, se agregaría Dinamarca y hasta Islandia. Cuando se pone el acento en el clima y la topografía, Finlandia también es escandinava. Si es por el idioma, el finlandés está mas cerca del húngaro, el estonio y el lapón, que del sueco y danés, idiomas germánicos, y del noruego, que es primo lejano del danés.

Los fineses (Finlandia = tierra de los fineses) fueron un pueblo bárbaro (en todos los sentidos del término) que asoló las costas de Bretaña e Inglaterra antes que los romanos los pusieran en caja. Al contrario, los suecos fueron hábiles comerciantes que se internaron en el centro de Europa, fundaron una aldea que luego se llamaría Moscú y, derivando hacia el sur, navegaron por el Mediterráneo de vuelta a casa, pasando por las islas Británicas. En el trayecto, estudiaron las costumbres de sus vecinos y dejaron múltiples testimonios históricos.

Los fineses no dejaron nada, ni antes ni ahora. Los suecos, al contrario, son famosos por distintas marcas como Saab, Volvo, Scania, las películas de Bergman y el ingenuo sexo explícito de “Un verano con Mónica”.

Algunos dicen que Finlandia no es más que un poema sinfónico de Jean Sibelius, compositor que murió en 1957 en un pueblo de nombre impronunciable: Jãrvenpãã. Habitada primitivamente por lapones, luego fue conquistada por otros bárbaros provenientes del centro de la actual Rusia.

Desde entonces cumplió un papel parecido al que tendría Uruguay en el siglo XIX frente a Argentina, Brasil y Gran Bretaña: fue el gran tapón entre Suecia y Rusia, de la que se independizó en 1917 aprovechando el tembladeral que había provocado Lenin. Pero como el oso de Moscú la siguió apeteciendo, Finlandia se alió con Hitler, y después de la guerra, olvidado todo, pasó a recibir los beneficios inherentes al Plan Marshall.

Éste parecido quizás convenció a los finlandeses para invertir en Uruguay.

¿Es realmente finlandesa la empresa Botnia?

La pregunta no es tan superficial como parece, habida cuenta de la influencia del capital financiero en el mundo.
Con mucha liviandad se repite que Repsol es española, pero algunos han demostrado que es controlada por un fondo de inversiones de EEUU, aunque los españoles se llevan los honores por haber convertido un negocito hispánico en una de las empresas más importantes del mundo gracias a la privatización de YPF.

Con semejante antecedente, una mañana podríamos levantarnos con la noticia de que Botnia es controlada por un fondo de pensiones con sede en El Vaticano o en Anillaco.
Finlandia es un gran productor de papel. El papel, contra lo que se creyó en la antigüedad, no sirve para imprimir libros, diarios y revistas, sino para envolver regalos, y envasar golosinas o comida para perros. Sus fábricas de papel y celulosa convirtieron al Báltico en un charco maloliente.

Hoy en día, Finlandia se destaca en todos los ránkings por otra industria muy contaminante: la producción de baterías para teléfonos celulares.

Para los puritanos anglosajones y sus psicólogos conductistas, la obsesión de los finlandeses por las industrias muy sucias está relacionada con sus costumbres sexuales promiscuas. Y se ponen ellos mismos, los norteamericanos, como ejemplo.

No advierten que ha habido un cambio: ahora, las exportan.

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