Desde que el mundo occidental no produce una nueva ley científica, la vida no es la de antes. Los científicos se desviven por estar en la primera plana de los diarios, conservar los subsidios con los que parar la olla, vender más libros y no perder la autoestima, sabiendo que el medio es el mensaje y que ya no hay un límite preciso entre rigor y divulgación.
– Cuadro: Requien para el amor
Es el caso de la psicóloga Peggy Drexler (PhD, Cornell y Stanford), quien en sendos artículos periodísticos expuso dos leyes científicas con vigencia universal. El actual desarrollo de la ciencia es tal que ya no se necesitan tratados para exponer una teoría: basta con un articulito subido a Internet.
Una de las leyes descubierta por la doctora Drexler determina que la agresividad de los palestinos se origina en una lucha mortal entre la testosterona y la oxitocina u hormona del amor, que pacifica a las personas y estadísticamente se halla con mayor frecuencia en las mujeres que en los hombres.
Otro de los enunciados científicos de Peggy Drexler es que el rol del padre ya no es necesario en el nuevo modelo de familia.
Para que el lector perplejo pueda entender cómo llegó a tales conclusiones, habría que comenzar explicando en qué anda la ciencia hoy en día.
Una ley determinista es aquella en la que, dado un conjunto de antecedentes o condiciones iniciales, sólo es posible llegar a una consecuencia o estado final: la manzana de Newton siempre cae al suelo, al menos por estos lares.
Desde finales del siglo XIX y sobre todo en el siguiente, se comenzaron a desplegar leyes indeterministas, como la de la teoría cinética de los gases o las de mecánica cuántica, según las cuales un conjunto dado de condiciones iniciales puede conducir a varios estados finales alternativos, algunos más probables que otros o con una probabilidad equivalente.
Ésta es, sin duda, la época de la probabilidad estadística porque, dicho en términos burdos, ya no queda nada determinista por enunciar.
Distinto habría sido si la doctora Drexler hubiera vivido en el siglo XVIII, pero como eso es por el momento imposible, con el ánimo de empardar a Tales de Mileto y lograr un lugar en la gran enciclopedia de la ciencia junto a Boyle, Pitágoras y Darwin, acaba de convertir unas impresiones personales en ley científica.
Hormonas en Palestina
El artículo firmado por Peggy Drexler es muy ilustrativo para testear la seriedad que reina en las universidades norteamericanas.
Con el título “Dos palestinas desisten de misiones suicidas” (en Women’s E-news), comienza así: “En mayo (de 2002), dos mujeres palestinas que se habrían convertido en bombarderas suicidas desistieron de llevar a cabo sus misiones. Arin Ahmed, de 20 años de edad, se retractó no de uno sino de dos ataques planificados, y Tauriya Hamamra, de 25 años, optó por huir a casa de una tía en lugar de seleccionar un lugar en Jerusalén donde habría de explotarse a sí misma”.
De esa noticia, la Drexler deduce que el problema palestino podría solucionarse con una administración más eficaz de oxitocina, porque -dice- los hombres tienden a «pelear o escapar» y las mujeres a «cuidar y hacer amistades» gracias al balance de esa hormona respecto de los estrógenos y la testosterona.
Ésta última, en todo caso, sería la causante de todas las guerras, abriendo un escenario un tanto complicado para la mitad de la población mundial.
Luego incursiona en una suerte de antropología endocrinológica con influencia dadaísta al criticar a las madres de los guerreros del Tanzim: “En un ambiente económico plagado de precariedad, pueden sentirse orgullosas no de las graduaciones universitarias o del éxito empresarial de sus hijos varones, sino de las recompensas financieras y espirituales derivadas de sus suicidios”.
C
ualquiera que conozca la condición social, económica, sanitaria y laboral de la Franja de Gaza tendrá legítimas dudas sobre las posibilidades que se abren a los palestinos en materia de graduaciones universitarias y éxito empresarial.
Pero, además, incorpora la idea de que la verdadera motivación de los Tanzim es una recompensa financiera, lo que pone a la Drexler al borde de la fatwa.
El Corán asegura un paraíso con helados, alimentos maravillosos y música celestial para los que se inmolan en nombre de Alá, y no hay forma de contradecirlo. El rey David estableció que la Tierra Prometida abarcaba desde Damasco hasta Suez, y tampoco hay modo de contradecirlo.
Es que la religión no sólo determina las conductas de unos y otros en Medio Oriente. La misma Drexler explica por qué las chicas palestinas desistieron de hacerse explotar: ambas, dice, habían concurrido a una secundaria luterana en Belén, donde aprendieron que «nadie tiene el derecho de acabar con la vida de otra persona».
Traten de hacérselo entender a los aviadores israelíes.
La endocrinología aplicada a tácticas militares, sugerida por una psicóloga, permitiría abrir un jugoso debate científico o contable: ¿qué resultará más barato para resolver el enfrentamiento: la ingestión masiva y obligatoria de oxitocina entre los islamitas con tendencias suicidas, unos cañonazos o la bomba de hidrógeno? ¿Las tendencias suicidas se medirán por una escala de fe en el Corán y en Alá?
Nunca más “en nombre del padre”
La noticia sobre lo que se considera la generalizada desaparición del rol paterno fue presentada en Bunos Aires con una nota a doble página escrita por Ana Baron, corresponsal de Clarín en Washington (edición del 1-8-2006, pp. 28 y 29), quien describe a Peggy Drexler como “famosa psicóloga”.
El buscador Google no parece corroborarlo, limitando su fama a dos módicas páginas de menciones. Por el contrario, las entradas sobre Shakira y su “fijación oral”; de Juan Carlos Blumberg, por no querer que el asesino de su hijo sea juzgado de acuerdo a la ley; de las notas de Causa Popular; del padre Grassi, porque quiere hacer felices a los niños; del choripán, como típica comida argentina; y del Tsahal, por matar chicos libaneses, se suman por miles o decenas de miles.
Eso es fama: lo demás, es puro cuento.
La más que eventual hipótesis, presentada como ley irrefutable por la Drexler, de que ya no es necesario el rol del padre en la familia moderna, deriva de la observación de 60 niños norteamericanos, todos ellos sin padre, que fueron espiados por la científica en vacaciones, fines de semana y días de rutina.
“Son pibes normales”, concluyó, y con eso escribió un libro que figura primero en las listas de ventas.
Las réplicas no fueron menos desopilantes.
Para Glenn Sack, del Unified School de Los Angeles, “las estadísticas muestran que la mayoría de los casos de crímenes, drogas y abandono escolar están asociados a la falta de un padre más que a otros factores como la raza”.
Bush tiene padre, y fíjense.
La revista Newsweek la cuestionó elípticamente: “en los Estados Unidos, los niños experimentan cada vez mayores problemas de adaptación y rendimiento escolar, mientras los docentes continúan prestando mayor atención a las niñas y aplicando los modelos pedagógicos adoptados varias décadas atrás cuando el énfasis feminista tenía, al menos, un sentido reivindicatorio.
El comportamiento femenino se convirtió en el patrón”, dice uno los expertos citados por la revista, y agrega “los muchachos son tratados como niñas defectuosas”, con una cosa que les cuelga entre las piernas.
La opinión de la Drexler también fue discutida en Buenos Aires.
Un científico del Centro de Terapias con Enfoque Familiar opinó que “un varón criado entre mujeres puede resultar masculino o afeminado”.
Para una psicoanalista de la Asociación Psicoanalítica Argentina, “un chico criado por una madre sola, puede ser una maravilla o un desastre”.
La nota sobresaliente, con aplausos, la da la Comisión de Pastoral Familiar del Episcopado, órgano rector de la Iglesia Católica argentina: “una persona tiene tanto el componente masculino como el femenino”, reconoció un miembro de esa Comisión luego de hacer cuernitos con la mano derecha.
“Alguien debe encarnar las funciones de madre o padre”, sostuvo un miembro de la Escuela de Orientación Lacaniana.
Si no es el padre, otros pueden cumplir esa función con mayor eficacia.
Las gerencias de marketing de las multinacionales de la industria cultural, por ejemplo, o el omnipresente Estado Soviético.
Cierto, ya no existe.