HOMBRE-EXPLICANDO

Desarrollamos el concepto de "mansplaining" (hombre-explicando), sus razones y consecuencias, en una sociedad que no hace más que avalarlo y celebrarlo.

El verano pasado se rompió un caño en mi cocina y, luego de que lo arreglaran, me encontré con un agujero enorme en la pared. El tamaño del agujero equivalía a cuatro cerámicas cuadradas, así que mi amiga con la que vivo las compró y yo las coloqué. Nunca había colocado cerámicas ni había hecho cemento ni sabía que la mezcla es muy fuerte y que te hace sentir un poco drogada. No sabía que existían lápices corta cerámicas ni tampoco conocía la palabra Kaukol. Pese a todo el panorama poco esperanzador pude cortarlas, pude hacer la pasta y pude pegarlas (aunque todavía no se si están pegadas de verdad o si se mantienen ahí estáticas para no desilusionarme). Son cuatro cerámicas de colores pasteles, hermosas, una amarilla, otra rosa, una celeste y otra naranja; toda la cocina es de otro color. Asique ahí están, llamando la atención, irregulares, pasteles, entre todo el azul uniforme de la cocina.

Estuve tan orgullosa de mi proeza que hasta escribí un poema. Se lo contaba a toda persona que quisiera impresionar. De hecho, subí historias mostrando el proceso. Me contestaron alrededor de quince varones, y creo que solo uno me felicitó: el resto me indicaba, me recomendaba, me hacía observar que “podía conseguir cerámicas iguales a las de mi cocina”, me decían que esa pasta no era la mejor, o que no estaban bien alineadas, y bueno, todo eso que denominamos mansplaining (hombre-explicando). ¿Lo gracioso? Nunca les pedí su opinión.

Hace poco la corresponsal de guerra argentina Elisabetta Piqué fue mansplaineada por un periodista del canal La Nación, en medio del conflicto bélico Rusia – Ucrania. Es decir, aún en una situación de bombardeo, aún siendo una experimentada corresponsal de guerra que cubrió en Afganistán, Irak, Libia, Egipto, Medio Oriente, por el “simple” hecho de ser mujer tuvo que aguantarse que un periodista varón, desde la comodidad del estudio de tv, le explicara qué tenía que hacer si sonaban las sirenas. (Acá el link, recomiendo ver hasta el final https://videos.marca.com/v/0_0rbmueh4-una-experimentada-corresponsal-de-guerra-recibe-un-mansplaining-en-directo-este-pelotudo?count=0).

Consulté a mis amigas sobre el tema. Les pregunté si en los ámbitos laborales o personales sentían que los hombres les explicaban con actitud paternalista y superior las cosas. Para mi sorpresa, la mayoría me contestó que en los laburos no lo sufrían tanto, pero que sí lo sentían a menudo con sus parejas varones cis. Es loco, la mayoría de esos varones son amigos míos, y nunca vi que fueran violentos con ellas, se auto perciben en proceso de deconstrucción y jamás los vi propasarse con nadie. Pero a pesar de todo eso, mansplainean. La tendencia del hombre a querer ubicarse en un plano superior al de la mujer está tan arraigada, viene reproduciéndose hace tantos siglos, que hasta al chabón con el que elegís compartir tus días tenés que aclararle que no te “enseñe”, que no te explique si no le pediste opinión o consejo, que no se ponga en el lugar de padre o maestro.

En el libro Un cuarto propio (1929), de Virginia Woolf, la autora escribe una clase magistral sobre la desigualdad de género y de clase, recorriendo la Historia, la humanidad y el lugar que han ocupado las mujeres a lo largo de los siglos. ¿Por qué casi siempre los presidentes fueron hombres? ¿Los científicos, los premios nobel, los generales, los médicos? ¿Los escritores, los próceres, los guerreros? La respuesta no es tan compleja: mientras ellos hacían carrera y el mundo se abría ante sus pies, la mujer era sistemáticamente ubicada en el ámbito privado (por los hombres, claro). Por siglos, las escuelas, las universidades y las profesiones estuvieron prohibidas para nosotras. Por siglos, fuimos censuradas, castigadas, reprimidas y determinantemente excluidas de la vida pública. Y, acá se encoleriza Woolf, no sólo eso: los hombres SIEMPRE escribieron casi obsesivamente sobre las mujeres y su supuesta inferioridad mental, moral y física. Así lo explica la autora:

(…) Posiblemente, cuando el profesor ponía demasiado énfasis en la inferioridad de las mujeres, no era la inferioridad de las mujeres lo que le preocupaba, sino su propia superioridad. Era esto lo que estaba intentando proteger un poco acaloradamente y con excesiva insistencia, porque para él era una joya de valor incalculable. (…) Y así se entiende mejor, también, por qué a los hombres los intranquilizan tanto las críticas de las mujeres; por qué las mujeres no les pueden decir si este libro es malo, este cuadro es flojo o lo que sea sin causar mucho más dolor y provocar mucha más bronca de los que generaría esa misma crítica pero hecha por un hombre. Porque si ellas se disponen a decir la verdad, la imagen del espejo se chica: la robustez del hombre ante la vida disminuye. ¿Cómo va a emitir juicios, civilizar indígenas, hacer leyes, escribir libros, vestirse de etiqueta y hacer discursos en los banquetes si a la hora del desayuno y de la cena no puede verse a sí mismo por lo menos al doble de tamaño de lo que realmente es? (…)

A partir de la violación por parte de seis varones a una chica el pasado 28 de febrero en el barrio de Palermo, los conceptos de “pacto entre caballeros”, “cultura de la violación” y “complicidad machista” se replicaron en redes, notas, diarios (no tanto en la tele). Son justamente estos entramados en los que hay que pensar.

También, en otra línea de ideas, leí palabras tales como manada, castración, animales, pena de muerte, paredón, pija a la licuadora.  Con estas últimas consignas, tengo mis diferencias, aunque entienda perfectamente el hartazgo. Yo también estoy harta, y tampoco voy a decir qué tienen que opinar el resto de mis compañeras. Pero, personalmente, no creo en que esa sea la solución. Porque por más que se corte la pija de un violador, van a seguir existiendo otras pijas violadoras. Por más que se los echen de sus universidades, de los partidos políticos, de sus grupos de amigos, en estos momentos hay miles de mujeres siendo golpeadas, abusadas, violadas, acosadas y violentadas por sus parejas, ex parejas, hombres en la calle, policías, jefes, padres, chongos. Por eso mismo, el cambio debe ser estructural. Y una de las claves para que ese cambio estructural se dé en la sociedad es que los propios hombres rompan el pacto entre caballeros. Es menester que quiebren esa complicidad de la que tanto hablamos nosotras, ciertamente, las mujeres.

¿Qué es ser hombre? ¿Qué condiciones deben cumplirse para serlo? ¿Cuáles son las normas que rigen entre ellos? ¿Qué es la complicidad machista? El caso de la violación en Palermo lo refleja perfectamente: seis tipos turnándose, cubriéndose, hasta con un sistema de campana para que no los descubran. Y son varones que van a nuestras universidades, a nuestros partidos políticos, a nuestros trabajos, que están en la calle, que te los cruzas en un viaje, etc. No son animales. Son varones. Inmersos en una sociedad patriarcal. Que los avala. Que les reafirma que el cuerpo de la mujer es suyo. Que les confirma que cualquiera viola. No son animales. Son varones.

Cuando vi la noticia el lunes al mediodía tristemente no me sorprendí. También pensé en la importancia de la interseccionalidad y transversalidad en el feminismo: si pasa en Palermo a la luz del día no significa que sea más grave que si pasara en un barrio menos careta y de noche. Y si le pasa a una mujer cis no significa que sea más grave que si le pasa a una chica trans o a una travesti o a una lesbiana: Higui se defendió de que la viole un grupo de tipos, y ahora está siendo procesada por homicidio.

¿Y saben qué es lo que más me harta del silencio entre los hombres? Que seguimos siendo nosotras las que les decimos que tienen que hablar entre ellos. Porque para enseñarnos, explicarnos, mostrarnos “cómo se hace”, para mansplainearnos a nosotras no dudan ni un segundo, les sale naturalmente. Pero cuando se incomodan por la actitud de otro hombre, recurren al silencio, miran para otro lado: no se enseñan nada.

Entonces pienso en lo efectivo que sería el hecho de que se mansplaineen entre los varones. Que se expliquen, que se den cátedra, que se tiren la posta, que se marquen unos a los otros cuando hay algo que están haciendo mal, que cuando alguno maltrata a una mujer, que cuando uno dice ese chiste que está mal, que cuando vean a un amigo tocar a una mina sin su consentimiento, que bla bla bla, lo hablen. Porque si se empiezan a decir las cosas entre ellos, tal como nos las dicen constantemente a nosotras, quizás algo del pacto empiece a quebrarse.

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