Historias y mitos del voto electrónico (parte II)

Del papel a los bits: algunas ideas para pensar el sistema que quiere implementar el gobierno
Jessica Kourkounis / Getty Images News
Jessica Kourkounis / Getty Images News

Tras la primera entrega, concluimos el informe sobre las leyendas y equívocos más importantes alrededor del voto electrónico, un aporte para discutir y pensar el sistema que el gobierno quiere implementar en todo el país y sus diferencias -y problemas compartidos- con otros modelos desarrollados en el mundo.

Del cajero a la chatarra electrónica

En mayo de 2013, un mes después de las reñidas elecciones que dieran por ganador a Nicolás Maduro en Venezuela, el flamante presidente cometió un sincericidio electoral antológico. En medio de un acto político -televisado- advirtió: «900 mil compatriotas… 900 mil. Ya los tenemos, con cédula de Identidad y todo». Se jactaba nada menos que de conocer la identidad de quienes no lo habían votado.

 

La declaración provocó un escándalo que se sumó al reclamo de fraude por parte de la oposición: ponía en duda la garantía del voto secreto en el sistema electrónico que Venezuela utilizaba desde 2004. Para incrementar la controversia, en 2012 se incorporó un dispositivo de autenticación por huella digital, en el que el votante apoyaba su pulgar sobre un aparato biométrico que lo identificaba y luego se dirigía a un segundo artefacto con pantalla táctil para votar. Desde luego, no existía ninguna conexión entre la información obtenida en el primer dispositivo -la identidad del votante- y el segundo -el voto-. Por supuesto que no, ninguna en absoluto, ¿qué duda cabe? Lo que sí sobraron fueron explicaciones de los responsables del sistema aclarando que se trataba de dos procedimientos aislados. Cuando por falta de conocimiento el votante sólo depende de confiar en lo que dicen los expertos, la duda es más fácil de instalar. Entonces termina siendo “creer (en los técnicos) o reventar”.

 

Mito 4: El voto electrónico elimina el clientelismo

Por su trascendencia, la elección presidencial de 2013 entre Maduro y Capriles debe haber contado con el mayor número de veedores internacionales de la historia que, en general, avalaron el resultado1. Por eso nos inclinamos acá por especular que Maduro sólo alardeaba y no había ningún software oculto que registrase la voluntad del votante con nombre y apellido. Sin embargo, el hecho revela otro dato interesante: la lógica del clientelismo es difícil de erradicar desde la tecnología electoral.

 

Existe un acuerdo -en Argentina desde la ley Sáenz Peña en adelante- de que vulnerar el secreto del voto refuerza las prácticas clientelistas, aunque hay que sumar otra consideración, que la confianza en el secreto es tan importante como su resguardo en sí. El caso de Venezuela es ilustrativo: sembrar la duda sobre la posibilidad de identificar votantes puede ser suficiente para debilitar el anonimato. Así lo interpretó también el rector del Consejo Nacional Electoral de ese país que criticó duramente a Maduro. «Poner en duda el secreto del voto es usar el miedo como táctica de campaña», dijo. Que el votante pueda constatar por sus propios medios la condición de secreto de su voto -y en eso el sistema de papel, urna y cuarto oscuro es difícil de igualar- disipa dudas que, por el contrario, la electrónica puede incluso hacer proliferar.

 

Sin embargo, asegurar el secreto tampoco es condición suficiente para terminar con las prácticas clientelistas. En Sudamérica, Chile y Uruguay tienen los sistemas electorales menos sospechados de fraude y clientelismo. Uruguay utiliza un sistema de boletas partidarias como Argentina, y Chile la boleta única (a secas, no electrónica). La eliminación de estas prácticas se relaciona con el establecimiento de normas e instituciones que aseguren que el derecho -y no el favoritismo- sea el árbitro en el otorgamiento de recursos públicos, de forma tal que el miedo a perder un subsidio, un plan social o un puesto de trabajo por el resultado de una elección no dependa del puntero político de turno y no condicione el voto más allá de las convicciones políticas del ciudadano. Contra eso, el sistema de votación tiene poco que hacer.

 

Vale la pena notar como el caso extremo del i-voting estonio (que describimos en la Parte I de este artículo) resultaría, en un contexto clientelista, un sistema de riesgo muy alto: le daría al puntero o patrón un medio inigualable para comprobar a quién vota su cliente, pudiendo estar presente en el momento en que emite el voto con el celular.

 

Flickr
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Mito 5: La adopción masiva del cajero automático implica la adopción inevitable de máquinas para votar

Esta desmitificación tiene su vía fáctica y su vía teórica, por decirlo de algún modo. Por el lado de los hechos, lo primero que hay que considerar es que las máquinas de voto electrónico y los cajeros automáticos datan más o menos de la misma época. Antigüedades, diría un millennial.

 

Los primeros diseños de cajeros automáticos se patentaron y comenzaron a utilizarse como una extravagancia en los años ’60. En los ’70 ya tenían las funcionalidades que conocemos hoy en día, pines de cuatro cifras y tarjeta magnética. En los ’80, el público les fue perdiendo el miedo y comenzaron a hacerse masivos. Fin de la historia. Después de 40 años, seguimos utilizando más o menos la misma tecnología y existen alrededor de tres millones de cajeros desperdigados por todos los países del mundo. Éxito total.

 

Las primeras patentes de sistemas de voto electrónico también se registraron en los ’60. Y si bien ante la inminencia del nuevo avance, en una década algunos países adecuaron sus legislaciones, la adopción estuvo lejos de ser exponencial. Además, ninguna opción terminó por imponerse: tarjetas perforadas, urna electrónica (con teclado o pantalla táctil), escaneo de boletas y demás. Tras 40 años de existencia, sólo ha sido utilizado por unos pocos países y -tal como describimos en la primera parte– recientemente dejaron de usarlo muchos de ellos, los que retornaron al papel. Por si fuera poco, los nuevos sistemas «de segunda generación» volvieron a adoptar registros de papel como una instancia cada vez más determinante. Si se tiene en cuenta que algunas de las funciones de los cajeros automáticos están siendo reemplazadas por medios nuevos completamente inmateriales, como el home banking, el panorama del voto electrónico volviendo al papel resulta decepcionante. La historia de la adopción de tecnologías en estos dos campos -financiero y electoral- nos da un indicio de que no se puede trazar un paralelo entre ambos. Cajeros y urnas electrónicas simulan un parentesco cercano, pero en realidad son de especies bien diferentes.

 

La explicación «teórica» gira en torno a dos conceptos: integridad y anonimato. Lo que en el cajero es obligatorio, registrar todo (identidad, hora, operación, orden) para posibilitar la verificación de la integridad de la transacción; en el voto electrónico es lo opuesto, no registrar nada (excepto el voto) para garantizar el anonimato. El cajero automático puede tener incluso una cámara que filme la operación para poder despejar dudas sobre su desempeño. Esto sería inadmisible en un sistema que debe preservar el anonimato del individuo. A tal punto no debería guardarse registro de nada que hasta el orden en que se emitieron los votos tampoco debería quedar asentado, ya que ese detalle sirve como indicio para develar la identidad del votante. La auditabilidad es otro punto clave. Obligatoria en el contexto de una elección -que es de naturaleza pública y en la que operan múltiples actores que no confían entre sí y con intereses contrapuestos-, pero optativa en el caso de los sistemas automáticos para operar con los bancos, que se basan en la confianza entre el cliente y la institución bancaria.2

 

bue-boleta-unica-electronicaMito 6: El voto electrónico es más ecológico

Como vimos, «voto electrónico» puede referirse a un amplio abanico de sistemas diferentes donde esta afirmación puede ser más o menos verdadera. Nos ocupa ahora el caso particular de la «Boleta Única Electrónica» (BUE).

 

Para evitar que un simple corte de luz logre inhabilitar un lugar de votación, las máquinas utilizadas para la «BUE» vienen con una fuente de energía autónoma que les permite operar por horas sin necesidad de estar conectadas a la red eléctrica. En este contexto “energía autónoma” es sinónimo de batería de ion-litio. Para ser exactos, 1,8 kg de batería por máquina. Probablemente, el siguiente cálculo brinde una nueva perspectiva a la pregunta ¿qué hacemos con las pilas? Si multiplicamos los 1,8 kg por las 95 mil mesas electorales desplegadas en todo el territorio, tenemos 170 toneladas de residuos contaminantes (litio) al momento de descartarlas. Se estima que las baterías tienen una vida útil de tres años.

 

Por otro lado, las máquinas de votación poseen los mismos componentes que una computadora personal con pantalla táctil y se transformarán en toneladas de chatarra electrónica cuando sean desechadas. Además, tendremos que asumir el riesgo de que materiales tóxicos como el mercurio, el plomo o el cadmio entren en contacto con el medio ambiente de no existir el tratamiento adecuado. También hay que tener en cuenta que después de cada elección quedarán para el descarte al menos 95 mil devedés y varios millones de boletas electrónicas, que además de estar hechas de papel como las otras, llevan un tratamiento químico especial (debido al sistema de impresión térmico utilizado) y un chip RFID que las hace más contaminantes.

 

En comparación con los residuos peligrosos generados por los materiales electrónicos, el papel y el cartón del sistema tradicional son productos 100% reciclables y biodegradables. Hace tiempo que las organizaciones ecologistas advierten sobre matizar el mensaje repetido por las empresas electrónicas que auspician el uso de sus productos para evitar el consumo voraz de papel, sin mencionar la huella ecológica que la fabricación y el descarte de sus propios artefactos genera en el planeta.

 

Dudas

Este recorrido a través de los mitos del voto electrónico ha intentado acercar algunos argumentos y datos menos difundidos en los medios masivos -que muchas veces reflejan la opinión de los funcionarios o políticos interesados en promover el sistema electrónico- pero que no sorprenden dentro de la comunidad técnica, en especial entre quienes se dedican al área de seguridad informática, donde la clásica apreciación de Spaf3 es la norma y no la excepción:

 

«El único sistema verdaderamente seguro es uno que esté apagado, fundido en un bloque de concreto, en una habitación recubierta de plomo, y con guardias armados. Y aún así, tengo mis dudas».

 

 

 

Notas

1La oposición nunca aceptó el resultado (Maduro ganó por el 1,49% de los votos) y luego de reclamar ante instancias locales, siguió su reclamo en foros internacionales.

3«Spaf» es Eugene Howard Spafford, renombrado especialista en seguridad informática. Cita original en inglés en http://spaf.cerias.purdue.edu/quotes.html

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