La cultura Netflix: el laberinto programado

"Bandersnatch", el nuevo hit de la factoría Black Mirror, desmenuzada en clave social y política. Telaraña de opciones, la coartada distópica y simulacro de libertad.

“Bandersnatch”, el último estreno de la saga Black Mirror, es una película interactiva que se estrenó el pasado 28 de diciembre y que captó la atención de los usuarios a escala global. El largometraje se construye a partir de posibles finales y avances con interrogantes que remite a la serie de libros juveniles «Elige tu propia aventura», que sigue la línea distópica de la serie.

 

A modo de sinopsis, y sin intenciones de spoilear, la película se sitúa en 1984 y cuenta la historia de Stephan, un joven desarrollador de videojuegos que trabaja en un nuevo producto basado en una obra literaria y con la que pretende alcanzar un empleo soñado. A partir de ahí, el derrotero del joven programador es “acompañado” por los espectadores, quienes participan, interactúan e intervienen en las decisiones del protagonista. Incluso, durante el desenvolvimiento de la trama, Stephan alcanza a advertir que sus acciones son definidas por un otro. Este aspecto dramático que nos envuelve en los debates sobre los alcances de la libertad individual se resuelve en la película con varios recorridos y “desenlaces” posibles, que nunca alcanzan a ser finales.

 

Desde el plano de la interacción, el film constituye un hito destacable porque intenta suturar la cultura Netflix como entretenimiento y como discurso que opera en las subjetividades y que constituye una hegemonía de relatos y meta-relatos en tiempos neoliberales. La película incorpora la estructura propia del streaming como tema, condición y estructura en el que se organizan los sucesos. En esa línea, y sin dejar de lado la originalidad, esta nueva faceta de Black Mirror también descontextualiza y profundiza la customización. De tal modo que el usuario se siente parte del tránsito ficcional, pero en esa superficie, la pregunta política urge y recae sobre esa misma cultura Netflix: ¿dónde está el poder? ¿quién es el verdadero programador de nuestra decisiones?

 

Los laberintos del algoritmo

La trama de “Bandersnatch” le propone al usuario tomar decisiones como si fuera el personaje principal desde su control remoto. Esto incluye desde el cereal del almuerzo hasta decidir matar a otro personaje. La narrativa se presenta como un combo mezclado, emplazado en una gran superficie que no tiene relieves, ni tampoco ostenta principio o final específico, en el que no hay jerarquización, ni distinción de entre las causa (s) y consecuencia (s).

 

Así, se oficializa un problema de narrativa que presenta una conexión generalizada, mediada por procesos secuenciales y simultáneos, pero también con ausencia consabida de la continuidad del relato. Mientras las narrativas se bifurcan y el libre albedrío parece ser un puntapié a mano de los usuarios (e inclusive, del protagonista), la victoria de la cultura Netflix se revaloriza aún más: todo es un gran discurso que crea confusiones, emparenta realidad con ficción y hasta se burla de los relatos de conspiración. De esta manera, la película no se preocupa por criticar las causas y/o consecuencias de los modos de acumulación capitalista en las que se inserta Netflix -como estructura y condición-, sino que ensalza los laberintos: nunca se puede distinguir la fase del juego, del sueño, la vigilia o la alucinación por drogas.

 

El punto que se refuerza es que el usuario tendrá la historia que quiere ver en función de sus elecciones. Sin embargo, el relato ficcional juega con la complicidad del espectador y lo coloca en una encrucijada que genera interrogantes sobre lo que se desea ver o lo que se está eligiendo. En este aspecto, tanto los usuarios como Netflix saben que el fin (o los finales) ya está(n) determinado(s) y que el laberinto es más ancho de lo que se cree.

 

Efecto de consenso: la distopía es inevitable

La pregunta sobre el poder y la estrategia hegemónica de los consensos, ya había sido marcado en un artículo anterior sobre la cuarta temporada de la serie Black Mirror, donde primaba la venganza individual sin discusión ni resistencia sobre los dispositivos de la sociedad del control. No obstante ello, en esos mismos capítulos, se presentaba alguna pulsión de amor o de contraataque poético-romántico en defensa de lo propio, para salvarse o cuidar de los suyos. En “Bandersnatch”, por el contrario, el discurso de lucha está vaciado: la destrucción o auto-destrucción es el objetivo primordial, y no se aprecia al protagonista principal como un héroe con el cual empatizar. Es el reino de la desconfianza hacia todo símbolo de autoridad -padres, médicos, gobiernos, empresarios, etc.-, que impide la minima asociación para dar una respuesta política al drama de la película.

 

El escenario ochentoso como recurso

La inclusión contextual de la década del 80 es un punto relevante en el film porque sirve para generar una instancia difusa que permite pensar una sociedad de control añeja o exagerada. En estos términos, las claves de dominación se encuentran alejadas de la actualidad, más cercanas a la parodia conspirativa que a la estrategia amalgamada de opresión neoliberal. Esta decisión editorial de Netflix se vincula fuertemente con la trama de sus éxitos Stranger Things y Dark, dos series que tienen a la década del 80 como referencia central y también juegan con los tiempos y las articulaciones político-científicas del último período de guerra fría.

 

Asimismo, los 80 se erigen como un escenario positivo para los espectadores porque articula memorias y referencias que son cercanas a los públicos. Por un lado, los no-millenials empatizan con las simbologías musicales, cinéfilas y entrañables de la década, y por otro, los millennials toman ese aspecto de un modo lúdico y atractivo. Ir a los 80 es pensar desde la industria cultural de un modo sumamente consagrado, generando una reflexión de sociedad de control suavizada, literaria, meramente ficcional.

 

La condición del hipertexto

Otra de las características que asume la cultura Netflix, es el uso de citas y de referencias literarias como una suerte de guiño cómplice para el regocijo de la competencia cultural del espectador, pero con una intencionalidad de borrar su potencial crítico. En el caso de “Bandersnatch”, se conforma un intertexto de acompañamiento en forma de fragmentos sacados de foco que en algún momento permitían tener una lectura política y, tras la mediación de Netflix, se vuelven un comentario aleatorio. Por citar tres ejemplos específicos, el argumento del film remite al cuento “El jardín de los senderos que se bifurcan” de Jorge Luís Borges, la instancia de juego recuerda a la novela “Rayuela” de Julio Cortázar y la propia angustia en la selección retoma lo trabajado en la filosofía de Jean Paul Sartre. Las referencias, como se menciona, están, pero no logran dar un puntapié inicial para colocar en crisis algo particular.

 

Se intenta contentar a los propios espectadores y a los “fans”, pero es parte de la alimentación de la cultura Netflix: sumar referencias, obtener vistos, participar en “la elección”, pero nunca ser quien domina, quien profundiza, quien domina el juego. Lo mismo sucede con las opciones vinculadas a la cultura rock-pop y el modo consiguiente de vivir la música en la cotidianeidad. En ese tránsito, la música es mero acompañamiento, y solo sirve para que retumbe aisladamente, como decorado, con el último fin de ser la música de fondo de una fiesta animada.

 

¿Quién ríe ahora?

En la estructura de la película se evidencia una muestra de la cultura Netflix. Así como las escenas de “Bandersnatch”, el catálogo de opciones de la plataforma on demand responden a la misma lógica: todo está mezclado en un mapa diverso, segmentado, que no logra contener un inicio o un cierre correspondiente, más allá de cierta oclusión apocalíptica para los protagonistas.

 

La película de Black Mirror busca instalarse como una crítica que expone la dificultad de ser soberanos de sí mismos y, asimismo, no profundiza en lo que el filósofo surcoreano Byung-Chul Han denominó “dataismo” u operación algorítmica que domina a los sujetos sin percibirlo. Ubicar la historia en la década del 80 aparta las discusiones actuales y le quita la responsabilidad cultural y política a Netflix. Más aún, la empresa se burla de eso y, con el discurso lúdico, vuelve a revalorizar a Black Mirror como su producto más “contracultural” y como la ficción más arriesgada. Sin embargo, ese pliegue de cultura-discurso Netflix no deja de ser una apariencia en la que el riesgo es sólo superficial porque la elección del usuario es operada, la interacción se construye en simulacro y la empresa de streaming más importante del mundo logra reírse última, más allá de todo.

 

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