Hasta los héroes tienen miedo: Merlí en su laberinto

La exitosa serie española reflota la fábula del docente héroe frente al colapso del sistema educativo en la era neoliberal. Equívocos y lazos con las aulas argentinas.

Recientemente, Netflix publicó la última temporada de la serie catalana “Merlí” (2016), una de las más populares de la plataforma. Sin embargo, éxito no es sinónimo de preferencias unánimes. Es que el personaje de Francesc Orella genera desde fascinación hasta aburrimiento, ya sea por el formato de historias teens como por el estereotipo del profesor empático y moderno. Un vínculo ya relamido y previsible en las narrativas audiovisuales. Asimismo, la serie recibió críticas minuciosas acerca de la persistencia del patriarcado, el grado de precisión de los conceptos teóricos de la filosofía hasta el abordaje televisivo de la diversidad sexual en adolescentes.

 

No obstante, es posible encontrar en la serie Merlí una clave para pensar las falencias del sistema educativo como un derrotero de la crisis de los lugares de encierro de las sociedades disciplinarias como lo es la escuela. Desde este punto de vista, cada temporada construye y deconstruye al heroico profesor de filosofía que viene a salvar a la secundaria como espacio socializador y contenedor ante la inminencia neoliberal.

 

Para Gilles Deleuze en “Postdata sobre las sociedades del control”, la hegemonía del capitalismo financiero socava la previsibilidad de las instituciones de las sociedades de la modernidad tales como las cárceles, los hospitales, las fábricas, las familias y claramente, la escuela. Desde la seducción y la interpelación individual, el poder ya no necesita reprimir cuerpos en espacios cerrados para volverlos “disciplinados”, la norma se aplica en la gestión de la información y la cautivación de las almas. Entonces, ¿qué esperamos del conocimiento? ¿qué contenido es relevante? ¿se puede aprender solo con la mirada fija en el docente y el pizarrón?, se vuelven interrogantes propiciados por el fin del régimen productivo capitalista que pone en discusión al modelo educativo del siglo XIX. Es decir, la autoridad del saber depositada en el docente, la solemnidad del aula, la armonía de la comunidad educativa y la promesa del progreso ilustrado como pilares modernos evidencian sus fisuras al llegar el nuevo milenio. En esas ruinas, Merlí llega a las aulas y a las pantallas.

 

En primer lugar, el actor Francesc Orella construye a un profesor que empatiza con los estudiantes pero no puede hacer lo mismo con su hijo. Parece que lo entiende todo pero su situación laboral es precaria, lo que redunda en vivir con su madre. Ahora bien, no es solo Merlí sino todos los profesores del Instituto tienen problemas personales, dilemas pedagógicos e incertidumbre. En efecto, los docentes -en tanto adultos- están rotos y la escuela tiene muros porosos donde se filtran las problemáticas sociales de un modo concreto y sin red de contención.

 

En ese escenario, los estudiantes adolecen su crecimiento sin puntos de referencia porque al interior de sus familias hay quiebres en el contexto de una profunda crisis económica, donde se les designa ser el futuro del país que no pueden imaginar. En ese juego de roles, la serie se dedica a narrar las astucias de Merlí de romper con los límites del aula, forjar solidaridades en la comunidad educativa, valorar las trayectorias de los estudiantes y defender el pensamiento crítico ante la llegada de las lógicas neoliberales a la dirección del colegio.

La porosidad del aula

En la primera temporada, Merlí llega al cuarto año de la escuela media para dar su curso de filosofía frente a adolescentes apáticos pero interesados en sus vínculos más cercanos cuyos devenires son abordadas en la serie a modo secundario. En un contexto de contradicciones permanentes como las que sufre la escuela en el siglo XXI, el nuevo profesor propone transformaciones “filosóficas”.

 

Así se dispone a romper con la escuela tradicional para generar su propio sistema de enseñanza. Los peripatetics, no eran estudiantes “tradicionales”. Por el contrario, su modo de interactuar y aprehender dentro del nivel secundario -guiados por su tutor- agudiza las diferencias entre la escuela merlinesca y la tradicional.

De este modo, en la primera temporada, Merlí rompe con el formato del aula tradicional. Los peripatetics no tenían clases encerrados entre cuatro paredes por el contrario, recorrían toda la institución educativa motivados por un profesor que mediante mecanismos novedosos los invita a la reflexión crítica, la búsqueda de la verdad, y los razonamientos filosóficos.

 

También Merlí incorpora el lenguaje popular, insulta, interpela a sus estudiantes y sobre todo, no sigue un diseño curricular. Son los temas del afuera del aula los que filtran por las paredes. De ese modo, el contenido viene a interpelar a la experiencia, el aprendizaje se encuentra en la reflexión sobre la teoría y la práctica; y allí, la escuela intenta dar respuestas a esos jóvenes.

 

No obstante, cuando se cree que en la figura de Merlí queda reducida a un “profesor buena onda” que introduce “novedades” en los formatos tradicionales de enseñanza y aprendizaje, el desarrollo de la serie evidencia tensiones que obligan a no caer en determinismos.

La comunidad organizada

En la segunda temporada, el conflicto se centra en la dirección de la escuela que interpela a la comunidad educativa. Es que ese rol es ocupado por Coralina, un personaje outsider que intenta “imponer” reformas sobre la organización y los vínculos comunitarios. En su lógica de orden se enfrenta no solo a Merlí, sino a los estudiantes y a los docentes -otrora enemigos del profesor de filosofía-.

 

Este nuevo personaje destaca la figura detonante y muy usual en tiempos neoliberales como los outsiders. Suelen aparecer en las instituciones públicas para realizar reformas que no se condicen con las necesidades. La aplicación de programas de eficiencia legitimada -muchas veces- por el aspecto meritocrático que se replica en los profesionales de formación universitaria o terciaria. El problema radica en que el estudio de campo, el análisis, la decisión y la implementación del profesional contienen un sesgo elitista entre quienes “poseen” el conocimiento, y pueden aplicarlo por “saber” y quienes no. Esa diferencia insalvable dentro del sistema educativo “entre quienes saben y quienes no”, divide tanto a la escuela secundaria como al sistema educativo entre los tradicionalistas y los renovadores, entre academicistas y heterodoxos, y otras tantas distinciones más.

 

De este modo, la nueva directora se dedica a subestimar a las estudiantes por su forma de vestir, desmoraliza a los profesores que no rinden por problemas en su salud e intenta clausurar iniciativas que den cuenta de la fuerza integradora de la comunidad -tal como el partido de fútbol mixto ante la llegada de una profesora trans-. Docentes, madres, padres y alumnos se abloquelan para evitar las exclusiones.

 

Este personaje, entonces, revitaliza la cuestión sobre la toma de decisión en una institución pública tan trascendental como la secundaria: ¿es posible que los cambios surjan de personajes ajenos al sistema educativo, al sistema escolar y/o a la escuela? La disyuntiva que introduce la presencia de Coralina evidencia la disputa entre quienes defienden a la Comunidad Escolar vigente -muy diversa, pero unida- y quienes proponen transformaciones inconsultas. En la serie, ganan los primeros a partir de la organización que lidera Merlí al distribuir tareas y propiciar los encuentros entre quienes creían que la llegada del nuevo profesor de filosofía había sido el caos de la escuela.

Convertirse en héroe

En este derrotero, la última temporada del “polémico” profesor, sin dudas, presenta las tensiones de la escuela ante los vientos neoliberales. Se trata de la llegada de una nueva profesora de historia -que reemplaza a Coralina- que representa un espejo para Merlí: rompe el aula, empatiza con sus estudiantes y tiene humor. A pesar de la supuesta rebeldía de la joven docente, su discurso enfatiza en el seguimiento de los contenidos y en el valor de la competencia -entre estudiantes como entre instituciones educativas- para ser mejores.

 

Ahora bien, este personaje que viene a “competir” con Merlí, ahonda aún más en profundas reflexiones del funcionamiento del sistema escolar. Sin embargo, la diferencia trascendental y quizás clave en la construcción del personaje, es la disputa por la representación con el estudiantado traducida en el acompañamiento a las trayectorias personales de los estudiantes.

 

En efecto, Merlí es el único actor de la escuela que conoce los problemas, el formato familiar, el proceso de aprendizaje y los cambios en la personalidad que cada uno de los estudiantes ha transitado a lo largo de toda su trayectoria personal dentro de la secundaria. En otras palabras, Merlí no se destaca por ser un buen profesor, ni tampoco se destaca por defender a sus compañeros de trabajo; Merlí transforma la trayectoria educativa de los estudiantes, al hacerse eco y formar parte de las trayectorias personales de cada uno de ellos.

 

Pero, ¿puede un sólo docente hacerse “cargo” del seguimiento de la trayectoria educativa de cada estudiante? ¿Qué rol ocupa el Estado? ¿Y los equipos directivos? La última temporada nos brinda una respuesta a ello, pero debe ser mirada con atención para comprenderla y traspolarla a los debates locales de la educación. Es que en esa disputa, ingresa la racionalidad neoliberal que impone criterios métricos de calidad para la distribución del financiamiento. En consecuencia, si los números no cierran, la escuela expulsa y estigma. Ante esos impulsos, Merlí -un docente de salarios bajos, con lazos familiares y comunitarios en reconstrucción y sin ilusiones- intenta convertirse en héroe, a pesar de sus miedos, y sostener la escuela en su crisis. El final de la historia de estos personajes es para el lector/espectador. Lo que queda en evidencia es que ante el colapso del sistema educativo, la respuesta no debe recaer en un profesor o en la figura del docente, porque no hay un agente salvador por sí mismo. Es decir, que nadie se “caiga del tren” no depende de Merlí, depende del sistema.

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